lunes, 27 de septiembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(89)


…cuántas veces no había sentido el mismo pánico  interno por lo incierto  del  siguiente golpe contra la nave. Cuántas veces había vivido a bordo de no importa que minúsculo navío frente al océano convertido en  el conjunto letal de las furias del mundo contra él. Daba igual, por más que hubieran sido ya más de las que pudiera contar con los dedos de sus ahora empapadas manos cada  temporal enfundado con traje de galerna era una nueva prueba de su derecho a hollar la piel de Neptuno. Trataban de mantener el rumbo cuasi directo hacia el estrecho pero la galerna llegaba cargada de vientos puros del oeste y la empopada no traería más que problemas. Había que capear  y resistir hasta que el ojo de la galerna los diera su espalda y poder retomar el rumbo  estimado hacia Cádiz.

-         -  ¡Capeamos con el mínimo trapo, maestre! ¡Rumbo noroeste!

Los pitos del nostromo se percibían lo justo para interpretar y continuar con la maniobra entendida sin casi  recibir el grueso de su pitada. Casi de trasluchada sobre el  potente vendaval del oeste hasta  zafar el viento de puro través y enfilar de forma cansina y resignada  el mismo soplido impío sobre la amura de babor, la maniobra fue relativamente corta  hasta  que con un minúsculo tormentín colgado del trinquete sobre el estay que unía a este al bauprés garantizaron la mar  furiosa sobre  dicha amura.

Tambuchos, lumbreras y todo lo que no se llamara o hiciera de  imbornal hacía horas que estaba sellado  como el tesoro real. Los hombres que estaban a la maniobra mantenían sus puestos atentos a cualquier cabo amenazando su rotura, pasteca sin futuro o  lona rasgada. Mientras Segisfredo junto al piloto, el viejo Rafael Toscano con sus posaderas curtidas en cientos  de tempestades como esa y al que  la incertidumbre  le dolía menos que al joven Segisfredo se mantenían  amarrados a la rueda del timón manteniendo  entre ambos el rumbo marcado por los puros vientos.

La borrasca en su  desplazamiento combinado con el rumbo de capa que mantenían en el bergantín fue abatiendo a la pequeña nave con un rumbo nordeste que  no podían comprobar por la cerrazón de un cielo negro como sus propias esperanzas. Dos días sin tregua fueron agotandoánimos como esa puntilla que tras los once tratando de ganar millas sobre la que ahora los tenía atrapados entre sus vísceras de espuma y sal estaban siendo letales en los reflejos de  cada uno. Eran ya más de dos semanas sin comer caliente por temor a los incendios, casi quince jornadas de no llegar a secar sus ropas  ni alcanzar un  minuto seguido de otro en cada mísero descanso cada vez mas corto.

Y lo que  amenazaba terminó por cumplir tal promesa, los obenques del trinquete  aflojaron en sus trincas sobre la borda dejando el palo  sin  el sustento mientras el viento como  segundo jinete de  aquella reducida apocalipsis trataba  a dentelladas imaginarias devorando el tormentín izado sobre el palo hasta hacerlo  quebrar con un  grito  capaz de escucharse sobre la eslora del “Santa Rosa”.

-          ¡¡¡ Atención a proa!!! ¡Va a caer el mástil! ¡Templad los cables por todas las vírgenes del Papa de Roma!

A cada golpe de viento lo seguían miles de litros de agua  que encapillaban desde la amura de babor. Fue así en la enésima ola que engulló la cubierta barriendola sin piedad  la que al dejar la nave por la aleta de estribor descubrió el cuadro dantesco del bergantín sin la mitad del mástil mientras los hombres trataban de desenredar sus  brazos y piernas sobre el enjambre de nudos y madejas formadas entre cabos y trozos de madera arracadas del mástil aún vivo.

-          ¡Maestre, aparejo de fortuna sobre el mástil!

Era la orden,  mas no era necesaria pues  estaba claro el paso a dar ante la situación. Debían recuperar  el empuje mínimo de la nave para mantener el gobierno de esta,  evitando convertirse en un mero alfeñique de semejantes   dioses convertidos en recaderos de muerte y fracaso. Viento y mar que parecían reírse de aquellos minúsculos hombres  repletos de orgullo  vano  sobre la mar serena bajo banderas de mil colores a los que había que demostrarles quienes eran los verdaderos dueños de aquellos reinos de viento, agua y sal.  
A casi mil millas al este de  aquella dantesca situación una escuadra, pertrechada y alistada zarpaba de Cádiz orgullosa con destino a Alicante. A bordo del “Santiago” don Blas de Lezo  comandaba  la flota  que se uniría a la expedición del Conde de Montemar para atacar la  ciudad de Orán  en la Berbería. A bordo Daniel   como teniente  en turno de guardia observaba orgulloso la isla de León  desde la altura del navío empujado por un viento  fresco que hinchaba las velas ignorando  que ese viento era el resto del que acababa de destrozar el trinquete de su  perdido bergantín.

Volvamos al “Santa Rosa” donde el aparejo de fortuna, bien trincado permitió mantener la “capa” frente a un temporal que no dejaba de arreciar. Tal era la situación que bastaron cuatro jornadas para  plantarse sin  que la dotación se diera cuenta a menos de quince millas del cabo Silleiro en su enfilación  este nordeste. Habían trascurrido casi seis jornadas desde  la última posición tomada de manera fiable al sur de la isla de Santa Maria (Azores) desde la que habían recorrido  por puro abatimiento de la galerna caso 800 millas para plantarse   frente a  acantilados caprichosos y tétricamente juguetones junto al viento, que tanto podrían darle la vida y salvación sobre la bocana de ría o  romper en pedazos la nave entre sus rocas y bajíos invisibles en aquel obstinado temporal.

-          ¡¡¡Tierra por la popa, Capitán!!!
-          ¡Malditos y retorcidos demonios! ¡No me puedo creer que vayamos a dar con la costa portuguesa sin opción a salvar siquiera la vida!


No se podía distinguir la costa salvo en un oscuro borrón como gota de tinta divina que  a su alrededor destruyera palabra  escrita. Quedaban horas escasas para el mediodía y parecía puro atardecer de invierno en su luz.  Sus temores eran tan negros como la visión imaginada de la costa portuguesa cerrada en sus acantilados, pero la providencia divina o no en su apriete habían elevado los grados de latitud algo más al norte y quizá  con un poco de suerte la costa abrupta pero abierta  sobre el Silleiro daría una oportunidad. Eso y que en la mente de Segisfredo  como en la de Daniel desde que salieron de la escuela  regían con la máxima que a la Real armada le daría siempre un punto de esperanza frente a enemigo “nunca abandonar, siempre hay otro movimiento”…


sábado, 25 de septiembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(88)



…Correo, materiales y órdenes entregadas a la autoridad marítima de La Perla de Caribe, lugar donde otro gran astillero alimentaba la flota española de briosos navíos que alcanzaría varias décadas después a botar el mayor navío armado de la historia que los vientos impulsaran en el viejo mundo. El bergantín correo “Santa Rosa” sacando a cada impulso del viento el máximo beneficio, ligero como una gaviota, rasgaba el Canal de Bahama ávido por romper olas sobre el océano abierto en carnes de espuma y sal. La villa de San Agustín más al norte cerraba como quien dijera los dominios propios quedando aun tierra por abrir hacia el norte que ni britano ni hispano aún entraran a pelear por tales. Nada de esto preocupaba a Segisfredo como comandante del correo, pues tan solo deseaba arribar a La Caleta donde su mirada real se confundía imaginando cálidos paseos con Mª Jesús. Propias ensoñaciones de hombre de mar enamorado que la apertura de horizontes y la lejanía sobre la sociedad terrestre producía en la mente de tal sin traba con sabor a terrena realidad.

- El océano nos da paso, capitán. Cuatro mil millas por la proa que las bendiga nuestro Señor libres de mal y repletas de buen aire.

- Ruega tal cosa a la Virgen cuanto antes porque ese color que amenaza por avante no augura buenos tiempos. Piloto, marque rumbo al sur de Azores, no será al sur de estas donde nos busque inglés o pirata que lo mismo da. Voy a repasar con el maestre el estado de la nave, no me gusta nada lo que se ve a proa.

- A la orden mi capitán.

Mientras el correo se adentraba en el Atlántico sin otra opción que ganar millas al otro lado del océano Daniel preparaba su embarque a bordo del “Santiago”. La confirmación era ya firme desde capitanía, limpio su historial para el futuro abierto ahora a vida o muerte, donde sería su empuje y el Destino siempre expectante por la actuación de quien fuera su deudo en cuestión lo que dictase las lineas de su historia personal de nuevo. Equipaje listo que hizo enviar al Santiago por medio de su paje a quien despidió sentado en el pequeño comedor de la fonda donde se había alojado hasta ese día magnífico que cerraba el mes de marzo de 1732. Las gentes alojadas, o dormían la borrachera de la noche anterior o como él mismo, pagaban con gusto o pena los cuartos a deber al posadero antes de volver a su hogar verdadero sobre las tablas de mercante o nave de guerrear. Él se decidió a escribir varias cartas a quienes sentía el deber y el placer de anunciar sus nuevas como forma de compartir y al mismo tiempo demostrar la importancia de estos en su vida. Una primera carta a su madre María y su hermano Diego a los que ya por años y lejanía allá en Magangué al sur de Cartagena trataba de imaginar sus rostros que el tiempo sin maldad seguro habría redibujado su indeleble índice vital. Tras esto otra dedicada a su amigo y sucesor en el mando del “Santa Rosa” con quien echaba de menos mantener conversación sobre navío y al que deseaba éxito y buen aire en su navegar. Una jarra de vino prieto fue engolfando sus ijares al mismo tiempo que elevaba el espíritu cuando un correo se presentó en la posada. Esta vez no era el propio de capitanía sino el mismo que días atrás hizo llegarle misiva de su cada vez más cercana Elvira a pesar de la separación física realmente existente.

No le dio casi tiempo a terminar su carta a Segisfredo y tras un sorbo del duro caldo se puso como enamorado aún inconsciente de tal situación a leerla de su hasta ahora amiga. En ella le relataba un poco de su vida algo alterada por los inminentes esponsales de su hermana con Don Ramiro Marchena, Conde Monleón y capitán del Ejército “con aspiraciones por su rango a un rápido ascenso y cómoda vida en los umbrales cortesanos de la capital, a la sombra de un buen destino por el que no arriesgar tal vida de valor supuesto y ganar el favor y el oro por siempre inmerecido”. Tales aseveraciones del puño y letra de Elvira causaban admiración por hacerlas sobre papel en un mundo en el que todo se podría descubrir y además por ser de mujer en época que tales razonamientos no eran propios de tal género.

Continuaba con aquella historia en la que le relataba cómo los esponsales habrían de realizarse en Santiago bajo la protección de su catedral. Eran las urgencias impuestas desde el gobierno de su majestad en la puesta en marcha de arsenales y verdaderas bases navales lo que obligaba a su padre a encaminarse al Ferrol donde hacerse cargo de las obras y terminarlas con sus dineros y su experiencia como empresario al servicio de la joven dinastía borbónica. Por otro lado el aristócrata ya había partido con su regimiento hacia la Coruña donde se establecería y tras los debidos permisos y preparativos la boda sería al fin una realidad. Tras la excusa del relato sobre los destinos de su hermana menor, rezumaba la misiva de buenas palabras hacia Daniel y el deseo de saber más de su vida, “que la que ella llevaba en la que nada de interés podría encontrar una persona viva como él”.

Feliz por leer y sentir así su voz imaginada se apuró en contestar relatando sus nuevos retos que comenzaban en esos mismos instantes, devolviendo aquella aseveración sobre sí misma con la debida corrección por su parte, elevando su consideración hacia ella hasta que al llegar al punto y seguido tras aquella afirmación se quedó sin viento que desplazara su mano con el que seguir diciendo lo que cada vez tenía más claro sentir por Elvira. Por más que trató de sacar palabras y sentido a las frases que deseaba hacerle llegar, su timidez rayando en estos combates a la pura cobardía por temer el rechazo y la pérdida hizo que tal punto y seguido pasara a ser punto y aparte.

Tras dejar el “Delfín Volador” con orgullo y verdaderas ganas por comenzar la nueva etapa a bordo de toda una escuadra con verdadero fin de combate encaminó sus pasos hacía los mástiles brotando entre los tejados que ocultaban el puerto gaditano. Amores posibles no podían competir sobre verdaderas pasiones.

4 de abril de 1732, once días desde que zarparon desde La Habana, la derrota seguida por Segisfredo al sur de Las Azores le permitió evitar encuentros indeseables que para su nave cuyo poco porte de fuego seguramente sería un problema. Pero tal rumbo no evitó que una galerna en verdadera persecución a su popa al principio engañada por sus maniobras certeras los cazase tras el paso sobre la longitud correspondiente a la isla de Santa Maria a unas 120 millas al sur del archipiélago portugués, ya como medio tornado deshilachado y perdido de su natural más caribeño pero no por ello mas letal frente a  minúsculo bergantín.

- ¡¡¡Malditos los vientos!!! ¡¡¡Encomendad vuestras almas al Altísimo que solo nos queda capear hasta que su arbitrio nos devuelva la capacidad de elegir el rumbo a tomar!!!


Menos de 1000 millas sobre la misma Caleta  del Cádiz que a punto estaba de dejar su amigo Daniel separaba al “Santa Rosa”, menos de mil millas entre el furioso mar como averno y la rada gaditana como paraíso en la misma tierra…


martes, 21 de septiembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(87)



…La llegada de la escuadra de Don Blas de Lezo fue providencial para Daniel. Como pudo logró contactar con el Jefe de la escuadra quien lo recibió con la camaradería y sencillez del que no necesita demostrase a si mismo lo que ya es consciente de ser. Su éxito en la jornada de Génova fue suficiente pasaporte para permitir a Daniel ser escuchado con "diferente" capacidad de discernimiento por parte de la buriocracia del Consejo que si de un novel teniente que todo habría de demostrar se tratase. Por tal ventaja de procedencia cuasi divina, el futuro de Daniel quedaba alistado y en prevención para cualquier embarque pues las penalidades en la Real Armada para lograr embarque en aquellos momentos de renovación y crecimiento desde casi la nada eran no difíciles sino imposibles para quien no tuviera su historial limpio de máculas ya fueran estas de justa imposición o no.

Pero la actividad de la joven Armada borbónica se mantenía en continua ebullición, había que mantener el contacto con la España del otro hemisferio, recuperar el control efectivo y real de las fronteras con el Brasil anglo portugués y acabar así con el contrabando hacía las factorías y ciudades de las tierras del Paraná y el Uruguay además del estuario de la Plata, que solo su nombre como verdadero imán llevaban a contrabandistas a labrarse una fortuna saltando las estrictas normas fiscales de la corona, había que proteger también las ciudades de aquél Caribe jugoso para ingleses, holandeses y hasta los ahora aliados franceses, mantener la comunicación entre el oriente hispano desde Corregidor, y cómo no, más cerca de la vieja España, poner en jaque a la piratería berberisca alimentada desde la Sublime Puerta, que desde la gloria de Lepanto siglo y medio atrás se mantenía acechante sin enfrentamiento abierto con España. Don Blas hombre de visión larga y acertado impulso hizo llamar a Daniel que desde su desembarco residía en la posada de nombre “Delfín Volador” a dos calles de los muelles gaditanos.

No medió más de cuatro horas entre la recepción del aviso y la presentación del Teniente de navío sobre las maderas recias del “Santiago”.

- Buen día tenga vuestra merced, Don Daniel Fueyo

No llegó Daniel a la cámara del general cuando este le asaltó por sorpresa desde el castillo de popa donde le había observado desde que subió a bordo. Con un gesto simple lo mandó subir desde el combés al alcázar. Una pequeña mesa de campaña junto a tres sillas plegables permitieron que ambos marinos se sentaran como iguales con el pabellón Hispano  asu popa mostrando orgulloso las armas del rey.

- A la orden de vuecencia, mi general.

- Dejaos de formalismos, estamos con el ferro a fondo y  con el abrigo de los cañones de la ciudad. Dejemos que las reparaciones y los ajustes sigan el curso en manos de nuestros maestres y charlemos como dos compañeros que es lo que somos en verdad.

Esa imagen sería otra de las que no se olvidan por más que los años transcurran en el alma y el cuerpo de quien la viva. Momentos de extrema tensión que  graban como cincel sobre mármol el instante ya sea por excelso o por terrible. En este caso la imagen era la de un imberbe oficial con verdadera progresión sentado en uno de los castillos flotantes que soñaba mandar algún día frente a un héroe en vida que todo lo había entregado por su empuje y decisión, verdadero ejemplo para él. Un suelo real que estaba degustando con un ligero punto de incredulidad por ser él el que estaba allí.

- Bien teniente Fueyo. Habéis salido con honra del consejo y sois oficial a la espera de destino. La verdad es que esa palabra también suena maldita para quien tal cosa desea.

- Así es, mi general. Temo que pasen meses e incluso al año aún me encuentre frente a esta rada con un pie anclado al muelle y otro a la hacienda de mi tío en Torremelgarejo. Al menos me alegra que mi compañero y amigo el teniente Segisfredo Cefontes por mi negro motivo mande el “Santa Rosa”. Se lo merecía por su carácter y su bravura tanto en la mar como en la guerra.

- Pues no habrá de ser así si vos en verdad decís los que pensáis. Os he hecho subir a bordo de mi nave para haceros una oferta que estoy seguro os colmará de fe en la fortuna que caprichosa parece que ha anidado en vos.

- Hablad, por favor, mi general.

- En pocos meses nuestros mandos han previsto el ataque a Orán que fatalmente perdimos en la Guerra fratricida por la Sucesión del trono de nuestra patria. Hace ya 24 años que cayó en manos argelinas y hemos de recuperar ese estratégico bastión para controlar de una vez por todas la piratería que tanto daño hace a nuestras costas y las comunicaciones con Italia y nuestro reino de Nápoles que bien rija nuestro infante Don Carlos. Por eso necesito a savia nueva que esté dispuesta a arrojarse sobre nuestros enemigos con el denuedo y el acicate de la victoria por cazar. Si aceptáis seríais parte del cuerpo de oficiales de este navío. ¿Qué decís vos a tal ofrecimiento?

- Mi general, no puedo decir más que si es preciso haré llegar mi petate al “Santiago” sin siquiera desembarcar. Lo que me preocupa es la aceptación de embarque por parte de capitanía.

- Teniente Fueyo. Estáis hablando con un general de la Real Armada que necesita pertrechos y dotación para dar en el trasero a moros y argelinos. Después de los caudales devueltos a la corona claro será  que  tendrán a bien concederme tal venia de un teniente con brega y juventud en la boca.

Se despidieron en el mismo alcázar, las botas de rudo cuero parecían no pesar al desembarcar, corrían sin casi darles el empuje aquel 23 de marzo de 1732 en el que todo volvía a apuntar hacía lo más alto.

Mientras al otro lado del hemisferio, el “Santa Rosa” zarpaba de La Habana con correos, pasajeros y mercancías de valor para la península. Tras el canal frente a Bahamas esperaba el océano con ardor guerrero…

jueves, 16 de septiembre de 2010

Me apetece un beso


Hoy es un día extraño. Me apetece escribir sobre algo aunque no se por donde empezar y tratar. Tan solo me apetece hacerlo. Quizá sea por estos los días vividos en las últimas semanas donde el verano ya agoniza por este hemisferio.

Han ido pasando por la mirada infinidad de rostros, algunos dirán que siempre lo hacen pero creo que una cosa es que pasen y otra cosa es que uno pase por ellos. Pues bien, esa infinidad de rostros como bien podrán imaginar vuestras mercedes eran portadoras cada una de un enorme e inacabable listado de diferencias en sus simples expresiones.

Arrugas delgadas o de buen porte como verdaderas marcas de agua los describían casi como ese libro abierto que deseas encontrar sobre algún pupitre, sin darte cuenta que es sobre la piel de tus semejantes donde en verdad está situado pausado y expectante a tus dotes de observación.

Libro que te permite descubrir gentes con los gestos endurecidos por las privaciones en el amor y a las que el puro dolor sobre si mismas las dibujó con su peculiar dictado. Gentes que sin nada que ofrecer te devuelven el desprecio propio de su nadería espiritual mientras se apoyan en un falsario estatus creado por imaginarios honores ancestrales, o debido a los cargos dados por alguien a su voluntad amaestrado, o por una cuenta bancaria simple y fría. Gentes que bombean el brillo de su mirada entre palabras y gestos de simple complicidad donde sus historias son para escuchar en lo bueno y en lo malo, donde su estatus es algo que solo sirve de ayuda en el extremo caso de ser necesario para un bien. Gentes donde su rostro arrugado o liso, serio, redondo o de ángulos raciales culminado por sus propias palabras te demuestran que su distinta imagen es para ti tu propio espejo donde el que poder mirarte y hasta encontrarte.

Últimamente observo con mayor atención las gentes con las que comparto mis instantes, grabando en el archivo mental sus colores en forma de gestos, formas y sensaciones para así, con la calma encontrada en otro instante también eterno pero quizá algo más calmado, poder recordarlos y hasta recorrerlos para interpretar sus escondidas razones. Me doy cuenta entonces lo que las prisas vestidas en escaramuzas y rebatos nos hurta al perdernos por su causa tales pormenores vivientes tras sus rasgos.

Esas urgencias nacidas por llegar a la meta impuesta por nosotros o cualquier otro que esté en disposición de imponerlas, nos obligan a dejar todo ese cúmulo de percepciones, verdaderos motivos para creer en tus semejantes con los que sin saberlo muchas veces por los mismos agobios, convives. Apretones de tiempo que como ese imaginario murmullo de desaprobación de falsas gentes observando tus evoluciones te inyectan el temor al fracaso, empujándote a correr sobre todas las cosas y todas las personas sin pararte a saber de ellas.

Pero estos días me he parado, tomé esa decisión ya hace tiempo, pero ha sido estas últimas semanas cuando he logrado de forma progresiva reducir la marcha de este tren que de expreso es ahora un mercancías tirado por una robusta máquina de vapor del pasado siglo. Tengo que decir que me he topado con gran parte de ellos a los que casi no conocía pese que en la mayor parte los años en que habíamos corrido juntos formaban grupos mayores de cinco.

Días pasados ya, instantes en los que debía parar la locomotora agotada en busca de agua y carbón me permitieron descubrir que a gran parte de ellos los quiero de una manera indefinible en palabras si estas no van dirigidas a ellos mismos; a otros con sus postulados en las mismas antípodas de los míos que los respeto de una forma que no sospechaba por llegar casi a comprender sus posiciones y a unos pocos que tan solo los compadezco sin el antiguo odio o deseo de mal que la prisa urgente y arrebatadora por hacer meta siempre acaba por generar ante lo que la mente convierte simplificando en vulgar obstáculo.

Como verán vuestras mercedes me apetecía escribir aunque quizá de cosas que últimamente no acostumbro, pero que diversas sensaciones me han ido dejando regustos especiales por ver que en el mundo hay mucha gente que esta tan cerca de ti que no la ves, ese bosque maravilloso que es tapado por los mismos árboles que has decidido tener como puntos a temer, querer, odiar o perseguir.

Simplemente es mirar más allá para encontrar lo que has tenido frente a ti, lejos o cerca pero frente a ti con quien hablas, escribes, te diviertes, discutes y nunca lo habías tenido en cuenta como algo más que alguien que pasa cerca de ti a determinadas horas o días en el trabajo, el blog, el teléfono o en medio de la calle.



Un beso a todos ellos.



 
 

sábado, 11 de septiembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(86)



… Les dejaba en mi última entrega con la historia inconclusa de un enamorado hombre aproando la nave de su vida por derroteros que lo permitieran escapar de tal poción infalible sobre la voluntad, con la de un joven comandante sin navío que comandar mientras dos mujeres de verdaderos contrastes en sus ánimos suspiraban en diferentes modos sobre sus vidas mejorables. La vida continuaba en aquél tiempo como lo hace en este mismo en el que vuestra mercedes leen estos renglones y como al camarón que se duerme frente a la corriente de la mar, si uno no es capaz de nadar o aferrase a firme puntal será la corriente del tiempo la que lo arrastre sin poder controlar su destino.

Daniel mantenía su sable envainado bien firme a su cuerpo en sus largos paseos sobre la muralla gaditana tratando de hacer que el olor junto al sonido de la mar golpeando sobre esta le diera el consuelo que no encontraba frente al tiempo paciente, que este sí que sabía esperar sin alterarse su ánimo. Cada día que pasaba y trataba de recabar información sobre su situación en capitanía solo recibía secas respuestas que le inducían a temerse lo peor sin padrino que lo llevase al altar de los recomendados. No deseaba molestar a su tío en Torremelgarejo salvo si la situación se complicaba en demasía y rezaba lo que sabía por la llegada del que creía su valedor a pesar de su altura en la Real Armada.

Mientras estos sufría Daniel, este valedor, Don Blas de Lezo y Olavarrieta tras separase del “Santa Rosa” y el “Gamo” puso la proa con rumbo a la rada de Génova, como Jefe de Escuadra embarcaba en el navío de 60 cañones de nombre tan significado para nuestro reino como “Santiago”, conformando la línea de combate otros cinco navíos mas cazaban el viento al máximo de sus posibilidades para llegar en el mínimo tiempo posible a cumplir la misión encomendada. Don Blas presentó sus seis navíos frente al palacio de los Doria ante las miradas sorprendidas de quienes por allí paseaban. Una razón fue clara para que esto se produjera.

- ¡Izad bandera de combate!

Ante semejante amenaza no solo el pueblo corrió a tomar refugio, el Senado genovés como órgano de gobierno de la ciudad se convocó a sí mismo en reunión de urgencia mientras los seis navíos continuaban a la espera de la orden de su Jefe de Escuadra. Dos esquifes escoltando a la barcaza de las grandes ocasiones trasladaron a un mensajero al navío “Santiago” con demanda de propósito por parte de la escuadra.

- Comunique al senado de su ciudad que aguardo impaciente el pago de dos millones de pesos por parte del Banco de San Jorge que adeuda a la Real Hacienda española; el plazo ha vencido y la deuda ha de pagarse.

No creían que tal cosa les estuviera sucediendo y como reyes del regate y la negociación plantearon el tiempo para su logro y entrega, más de un mes era su propuesta. La respuesta fue tan clara como la primera

- El pazo está vencido y he sido comisionado para llevar a España el dinero. Decidle a vuestro Senado que debe de tener sobre esta cubierta los dos millones o abriré fuego sobre la ciudad. Doy un plazo de veinticuatro horas para conseguir el dinero.

Tan claro estaba que los genoveses con el Senado como su estandarte no creían tal amenaza apoyándose en el posible estallido de un conflicto entre naciones pues Génova no estaba sola en el concierto europeo. Pero el tiempo taladra cualquier muro si el miedo acecha y dieciséis horas más tarde el general mandó abrir las portas de los cañones de la escuadra, más de 130 bocas de fuego mirando sin piedad a la espera de vomitar su letal aliento. El pánico fue el siguiente espectro en aparecer como cruel danzante entre el conjunto de la población que mejor que la bala mas certera se abalanzó sobre los gobernantes de la ciudad. El dinero como mágica aparcición fue llenando los cofres hasta colmar los dos millones de pesos y antes del plazo fijado por Don Blas el pago subió a bordo del navío “Santiago” junto con la comitiva vencida. Pero nuestro gran Jefe de Escuadra era recto y no aceptaba desagravios ni chanzas contra su reino ni contra nadie ya fuera amigo o enemigo, con lo que aún tuvo a bien ordenar con frialdad


- No he de recibir el dinero hasta que en señal de desagravio las autoridades de Génova hagan un saludo excepcional a la bandera española que ondea en mis mástiles; de lo contrario y tras el plazo convenido daré la orden de fuego sobre su ciudad.

Nunca en aquella ciudad se había organizado un despliegue militar tan perfecto en tan poco tiempo, bandas de música, salvas de mosquetería sobre una bandera que no era la de su ciudad. Pabellón que con solemne lentitud fue izada en el mástil del puerto. Con su único ojo satisfecho tras el largomira, Don Blas dio orden de cerrar las portas y lentamente enfiló sus naves a la villa de Alicante con el honor de su reino y su rey restituido además de los caudales recuperados.

Con la grandeza y la humildad de alguien fuera de serie arribó al puerto de Alicante donde su rapidez en el cumplimiento corrió como reguero de pólvora hasta la villa y corte, donde su majestad recibió con agrado y sin sorpresa tales nuevas viniendo de alguien que tan grandes victorias le dio en la mar durante la cruel Guerra de Sucesión por el trono contra los britanos en los sitios de Barcelona, rompiéndolos con maestría en inferioridad frente a éstos.

De los dos millones, medio se entregó al infante Don Carlos que llegaría a ser el tercero de España, que debía partir hacia Italia mientras que el resto quedaron en la villa para la preparación de la expedición contra Orán como verdadera base de la piratería berberisca, que ya vimos lo que produjo con el combate llevado por Daniel a bordo del “Santa Rosa”.

Esa rapidez no solo beneficiaría a la jornada contra Orán, Cádiz no estaba lejos y los rezos de Daniel no iban a ser desoídos. La orgullosa escuadra arribaba a la rada gaditana el 20 de marzo de 1730, días antes de que el fallo del consejo fuera hecho público. La visión de su gallardete de Jefe de Escuadra sobre el “Santiago” le dio alas a Daniel para volver a soñar. Estaba seguro que volvería a navegar…

jueves, 9 de septiembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(85)



…El informe fue premonitorio para Daniel. Era consciente que haber jugado su bergantín en pos de un enemigo en franca superioridad fue una temeridad por la que habría de pagar si nadie lo remediara antes de que la sentencia fuera firme. Por lo pronto fue relevado de su cargo como comandante a la espera del consejo en el que dirimir su situación. Al menos su relevo provocó el ascenso provisional de su amigo y segundo del “Santa Rosa”, algo que le llenó de orgullo por sentirse parte de su futuro. Pero el orgullo comedido de Daniel no casaba con la mirada perdida y sin rabia por hacerse con el mando del bergantín correo. Fue una cena bien regada de caldos de la tierra la dio al traste con el secreto que hervía en el corazón de Segisfredo. La taberna “El Volador” atestada de rancios olores a humanidad como prueba de sus calidades culinarias era testigo de la confesión de Segisfredo como verdadera liberación.

Daniel no daba crédito a lo que escuchaba. Gracias a la segunda jarra de vino medio escanciada ya sobre sus gargueros, lo que pudo ser un verdadero enfado entre amigos alcanzó simplemente la categoría de sorprendida decepción. No sólo por la falta de su amigo para con él sino la de su recién admirada Elvira de Mendoza de la que no esperaba tal actuación. Una sensación amarga que le quitó el apetito que poco a poco había recuperado tras desembarcar del “Santa Rosa”.

- Me has fallado, hermano. Tu inconsciencia nos pudo llevar al desastre sin falta de moro o britano apuntando a nuestro barco. Cómo debo decirte que esa mujer no es para ti. ¡Mierda para ti y tus amores sin medida!

- Daniel me hice el firme propósito de cumplir lo prometido pero ella no lo había prometido y así no hay quien ponga barrera alguna a los deseos. Ahora ha llegado el verdadero castigo que no esotra que  la separación. Ella estará en Sevilla a la espera de buen partido que a bien tenga conceder la mano Don Antonio al que mal rayo parta si así lo hace.

- Espero que tal rayo no le alcance, al menos hasta que se dirima el consejo al que tengo que rendir mis acciones. De lo malo espero que te envíen en comisión de correo a cualquiera de nuestras islas del Caribe donde además de tiempo tendrás dulces alicientes con los que tratar de borrar semejante locura de infante malcriado.

- Sé que estás en la razón, más algún día tendrás el mismo sentir y me comprenderás.

Se cumplió el deseo de Daniel y se vio sobre el muelle gaditano despidiendo a su hermano como comandante en comisión hacia Cartagena en el puro Caribe. Debía dejar caudales y documentación de real importancia para así continuar en el reforzamiento de las fortificaciones que, desde la debacle protagonizada en los albores del mismo siglo que nos ocupa por el Barón de Pointis y Ducasse con la toma de la ciudad y el saqueo de esta de forma inmisericorde, no paro de incrementar su podería en baluartes y guarniciones como verdadera puerta al imperio hispano. Daniel que nunca había dejado de mantener correspondencia con su familia establecida en las cercanías de la villa de Magangué aprovechó tal correo como emisario propio enviándoles todo lo que pudo tanto de su propia vida en epístolas sin límite, como de lo que en la vieja España dejaron en forma de obsequios, telas y pequeños placeres algunos del mismo viejo Reino de Asturias que logró conseguir no con pocos esfuerzos.

Los cabos largados ya, dos pequeños lanchones remolcaban suavemente al bergantín que enseguida zafó sus maromas para aprovechar su ligereza de líneas y con la primera brizna de aire coger ya la derrota hacia las Islas Canarias. Mientras Daniel observaba con la envidia propia de lo que podría ser y no es, un correo esta vez a caballo se plantaba en el muelle.

- ¿Don Daniel Fueyo y Liebana?

- Yo soy.

- Este envío es para vos si me permitís.

El correo entregó el sobre a Daniel y tan raudo como llegó lo hizo al partir. La popa del “Santa Rosa” ya era solo un borrón cuando abrió la primera carta de Elvira de Mendoza. Un pequeño zaguán que daba paso a una taberna de no muy buena catadura le permitió sentarse al abrigo del sol con una frasca de vino peleón y leer así aquella sorpresa con la calma de la sed y la sombra garantizada.

Mi querido Daniel:

Perdonad mi impertinencia al encabezar de tal guisa esta carta, pero en verdad sois querido por mí y no me resta en nada de honra y  orgullo malentendido el escribirlo así. Hace ya varias semanas que nos separamos y aún recuerdo los momentos intensos del combate, las conversaciones tantas veces interrumpidas por las comprensibles situaciones que el mando de vuestra nave conlleva. Visto al pasar de los días comparo las decisiones a tomar a bordo con las que se toman en tierra por cualquiera sea el cargo que deba y me maravillo por la dureza de su acción en solitario con la fe del que debe decidir bajo su propio arbitrio sin la debida bendición de quien de seguro os castigará si no es de buen recibo por su parte lo hecho o logrado por vos. Espero que lo que temíais por parte de la superioridad en el Departamento Marítimo no se cumpliese y estéis leyendo estas letras sobre la cubierta del "Santa Rosa".

Son buenos deseos para vos los que de mi corazón salen, aunque hay uno que me atormenta por obtener de vos. Es un deseo de petición de indulgencia por vuestra parte. Han pasado los días y siento que debo ser franca en todo con vos. Por ello he de deciros que entre mi hermana y el segundo comandante de vuestro bergantín las cosas no se detuvieron en su momento sino que continuaron con mi aquiescencia y encubrimiento por evitar males mayores.


Solo quiero que sepáis que necesito de vuestro perdón por haberlo ocultado y por otro lado deciros que tal situación no volverá a suceder, pues en breve se hará realidad la petición de mano de mi hermano por parte de Don Ramiro Marchena, Conde de Monleón, capitán del Ejército de su Majestad. Tras los esponsales su destino será la base naval del Ferrol. Vos valoraréis el comunicárselo a vuestro segundo. Por mi parte solo deseo que olvidéis tan desagradable asunto quedándome a la espera de carta de vuestra merced con tal confirmación.



Vuestra.
Elvira de Mendoza y Dogherty
Sevilla, 5 de marzo de 1730



Mientras tragaba, por no describir de otra manera más literal, el "duro"vino  semi oculto en aquél zaguán, con la mirada trataba de seguir la estela del “Santa Rosa” donde navegaba su segundo en esperanzada singladura por olvidar lo que le acaba de recordar a él mismo Elvira…

miércoles, 8 de septiembre de 2010

Avanteando


Surcar la mar

doblegando la vida con tu voluntad,

olvidando los malos vientos

flojos, borrados por un heroico vendaval.



Avanteando para encontrar el vacío infinito

perdido por escondido sin alcanzar la manera

con vanos argumentos en la carta descifrar.

Avanteando hasta perder sin miedo la estela

que moribunda si la dejas ella sola se irá

sin saber nunca quien la dibujó.



Escuchar el silbido del viento

sesgado por la jarcia tensa en su recio soplo,

mudándolo en pura música que aturde tu soledad

deseada y al fin desde tu interior encontrada,

mientras sobre los costados tu nave es golpeada

por mares sin agua,

por hirviente espuma sin sal.



Poco es el viento engolfado

sobre velas que no se resignan a flamear

ante su escasa fuerza,

ante tan poca entereza,

mientras llueven si aparente dolor

lágrimas que se dicen de amor

por verte zarpar

sin otro abrigo que la fe en tu sueño

recuperado al volver a ser tu propio dueño.



viernes, 3 de septiembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(84)


…Málaga dormía lejos ya tras dos días de navegación hacia el oeste. La noche terminó con el paso limpio del Estrecho sin novedad de perdida fragata britana con deseos de recobrar alguna deuda contraída más de un mes antes. Antes de que la siguiente noche cerrase de nuevo la limpia vista de la costa gaditana, el 15 de febrero de 1730, el ferro hizo fondo sobre la rada de Cádiz. Noches navegadas inolvidables para el segundo del “Santa Rosa” en las que los riesgos corridos eran compensados por los dulces devorados con ansia entre cuadernas y baos testigos mudos de semejante pasión. Nunca hubieran logrado vivir esos momentos sin la complicidad de Elvira, la hermana mayor, quien conocía a su hermana Mª Jesús y sabía que nada lograría detenerla con razones y argumentos de peso. Esperaba de alguna manera encontrar en la arribada a Cádiz la única razón para acabar con aquella locura, que no era otra que la separación de ambos.

Fondearon en la rada con el atardecer ya vencido, por lo que Daniel decidió proceder a desembarcar pasaje, mensajes y pertrechos al día siguiente. Una cena postrera restaba con la familia Mendoza a cuya cabeza Don Antonio deseaba mostrarse agradecido de nuevo por lo vivido a bordo del “Santa Rosa”. Mientras esto esperaba su turno con algunas horas aún por llegar, Daniel descansaba apoyado entre la balconada de popa y la aleta de babor de su bergantín observando sin deseo las luces de la ciudad que comenzaban a definir su peculiar silueta con la catedral como verdadero referente entre murallas y las pequeñas casas a las que debían proteger.

- ¿Me permitís mirar a mí con vos, capitán?

- Buenas noches Elvira. Por supuesto que sí. El costado de babor es vuestro en toda su eslora.

- No seáis tan generoso, con un pequeño espacio a vuestro lado me valdrá.

Apoyados ambos con la vista a las torres de la catedral flanqueando la cúpula quedaron entre silencios propios, cada uno en su mundo personal que por unos días estuvo unido de alguna forma lejana hasta que con voz suave Elvira rompió tal hechizo.

- Daniel, si me permitís llamaros así después de lo vivido a bordo de vuestro barco, mañana nos despediremos y quizá sea este momento el último en el que podamos mantener una conversación. Me gustaría saber más de aquél remo con el que vos decíais poder tan solo corregir un poco el devenir de la propia vida frente al arbitrio del viento y la vida que es quien os conduce. Habéis demostrado a todos que sois hombre decidido frente a vuestros deseos y vuestras obligaciones, quizá al contrario que yo misma que por mi condición de mujer prefiero guardar tal pala sin golpear este océano vital hasta encontrar al fin la verdadera razón por la que jugarme toda una vida; al fin y al cabo vos sabéis que en nuestra condición un mal golpe de tal podría llevar el desastre en forma de descrédito.

- ¿Qué decís, Elvira? Vuestra mirada es clara y no hay descrédito posible entre vuestros pensamientos aunque los desconozca toda la vida.

- En efecto, veo que los desconocéis y eso me tranquiliza, pero habéis de saber que a veces es el propio silencio el que hace de aldaba ante puertas inimaginables. Os agradezco el valor que de mi tenéis y si queréis leerlo como pequeño golpe de remo os agradecería me permitierais mantener el contacto con vuestra merced. Vos habéis sido el único hombre que me ha tratado como a su igual en la conversación de cualquier tema que surgiera y eso no es algo baladí frente a una mujer que aspira a algo más que lo marcado para nuestro género.

- Elvira, eso sería algo que me encantaría sobremanera, aunque no se qué os puede interesar de un marino que vive sobre la inestable cubierta de un barco y pervive en su ánimo gracias al propio mar que lo sustenta. Es cierto que nunca creí poder entablar conversación con mujer sobre nada de interés verdadero para mi humilde persona y con vos he logrado en pequeños instantes fecundas respuestas. Será un honor para mí escribiros y mayor será el recibir misiva vuestra en apostadero, navío o lugar apartado del mundo donde alcancen las cuadernas del navío que sea en tal momento mi hogar.

Parecía la catedral más alta frente a sus miradas. Un nexo de unión más intenso que el de la pasión fue entrando como una poción indeleble impregnando a ambos del mismo sentir. Elvira prefirió no contarle lo sucedido durante la navegación entre Segisfredo y su hermana esperando solventarlo ella misma cuando partiesen hacia Sevilla.

- Deseo conocer vuestras vivencias, vuestros sentimientos si tenéis por bien confiármelos, todo lo que os pase por vuestro pensar y os plazca tendré grande ilusión por disfrutar leyendo. Por mi parte me tendréis para lo que queráis que discutamos o hablemos sobre tinta y papel entre las escalas que el tiempo y los correos permitan. Algo que siempre nos devolverá a estos momentos en los que creo no equivocarme si os digo que rozan la increíble sensación de camaradería que nadie podría creer entre un hombre como vos y yo misma.

Sin declaraciones de amor, sin caricias físicas que llevaran a más el placer sentido sin más que por sus presencias cercanas y las palabras regaladas entre ambos hizo que los tiempos volaran hasta la hora convenida para la cena. El ágape fue un colmado fin de fiesta tras lo pasado, recordando los combates y las acciones de todos, en especial del segundo comandante del Bergantín que apenas era capaz de asumir semejante homenaje puesta su sien frente al norte magnético de femenina silueta a la que trataba de evitar mirar.

El alba los volvió a recibir en la febril actividad mientras arriaban el esquife, que en primer lugar había de llevar las comunicaciones a Capitanía para después despedir a los Mendoza en su desembarco y partida posterior a Sevilla. Una despedida que fue cortés y con la formas adecuadas mantenidas por todos durante todo el ceremonial. Tan solo Don Antonio que presentía lo que se le podía venir encima a Daniel Fueyo por su actuación en la jornada contra los piratas tuvo un arrojo sorprendente de generosidad.

- Comandante, no olvide que si es necesario testimonio o prueba de su comportamiento frente a esos hijos de Satanás no dude que estaré donde me necesite como usted estuvo en aquél momento.

- Muchas gracias, Don Antonio. Tenga la seguridad de que lo llamaré si se presenta tal necesidad.

Como embarcaron desembarcaron, todo volvió al lugar donde se encontraba antes de arribar a Cartagena mes y medio antes salvo los corazones de ambos oficiales. El del segundo parecía no sentir ni padecer, era como si a cada palada de los remos del esquife un cuchillo rebanara parte de su músculo vital; el del capitán se mostraba sombrío e inquieto por las consecuencias que su informe podrían acarrearle sobre su futuro en el bergantín que ya sentía como parte de si…



miércoles, 1 de septiembre de 2010

Quisiera que mi voz fuera tan fuerte...



Quisiera que mi voz fuera tan fuerte

que arruinara nuestra vieja muralla invisible

encontrarte donde se que estás sin atreverme por creerlo imposible

para poder al fin verte sin más riesgo que mi propia suerte.



Quisiera verte, tocarte mientras sueño

en mil mundos perdidos al fin encontrados

mientras percibo tus pies en la cubierta de mi nave embarcados

para surcar el tiempo que nos resta ya sin dueño.



Retumbando entre miradas frustradas

gritos silenciados entre viejas reglas escritas

sobre corazones por tales preceptos así domados.




Rompiendo si piedad el camino marcado

amando sin límite, sin trampas que lo compriman

por un sueño sentido entre dos miradas que como una caminan.



Dura es su voz pero intenso su sentimiento, escuchadlo