…La llegada de la escuadra de Don Blas de Lezo fue providencial para Daniel. Como pudo logró contactar con el Jefe de la escuadra quien lo recibió con la camaradería y sencillez del que no necesita demostrase a si mismo lo que ya es consciente de ser. Su éxito en la jornada de Génova fue suficiente pasaporte para permitir a Daniel ser escuchado con "diferente" capacidad de discernimiento por parte de la buriocracia del Consejo que si de un novel teniente que todo habría de demostrar se tratase. Por tal ventaja de procedencia cuasi divina, el futuro de Daniel quedaba alistado y en prevención para cualquier embarque pues las penalidades en la Real Armada para lograr embarque en aquellos momentos de renovación y crecimiento desde casi la nada eran no difíciles sino imposibles para quien no tuviera su historial limpio de máculas ya fueran estas de justa imposición o no.
Pero la actividad de la joven Armada borbónica se mantenía en continua ebullición, había que mantener el contacto con la España del otro hemisferio, recuperar el control efectivo y real de las fronteras con el Brasil anglo portugués y acabar así con el contrabando hacía las factorías y ciudades de las tierras del Paraná y el Uruguay además del estuario de la Plata, que solo su nombre como verdadero imán llevaban a contrabandistas a labrarse una fortuna saltando las estrictas normas fiscales de la corona, había que proteger también las ciudades de aquél Caribe jugoso para ingleses, holandeses y hasta los ahora aliados franceses, mantener la comunicación entre el oriente hispano desde Corregidor, y cómo no, más cerca de la vieja España, poner en jaque a la piratería berberisca alimentada desde la Sublime Puerta, que desde la gloria de Lepanto siglo y medio atrás se mantenía acechante sin enfrentamiento abierto con España. Don Blas hombre de visión larga y acertado impulso hizo llamar a Daniel que desde su desembarco residía en la posada de nombre “Delfín Volador” a dos calles de los muelles gaditanos.
No medió más de cuatro horas entre la recepción del aviso y la presentación del Teniente de navío sobre las maderas recias del “Santiago”.
- Buen día tenga vuestra merced, Don Daniel Fueyo
No llegó Daniel a la cámara del general cuando este le asaltó por sorpresa desde el castillo de popa donde le había observado desde que subió a bordo. Con un gesto simple lo mandó subir desde el combés al alcázar. Una pequeña mesa de campaña junto a tres sillas plegables permitieron que ambos marinos se sentaran como iguales con el pabellón Hispano asu popa mostrando orgulloso las armas del rey.
- A la orden de vuecencia, mi general.
- Dejaos de formalismos, estamos con el ferro a fondo y con el abrigo de los cañones de la ciudad. Dejemos que las reparaciones y los ajustes sigan el curso en manos de nuestros maestres y charlemos como dos compañeros que es lo que somos en verdad.
Esa imagen sería otra de las que no se olvidan por más que los años transcurran en el alma y el cuerpo de quien la viva. Momentos de extrema tensión que graban como cincel sobre mármol el instante ya sea por excelso o por terrible. En este caso la imagen era la de un imberbe oficial con verdadera progresión sentado en uno de los castillos flotantes que soñaba mandar algún día frente a un héroe en vida que todo lo había entregado por su empuje y decisión, verdadero ejemplo para él. Un suelo real que estaba degustando con un ligero punto de incredulidad por ser él el que estaba allí.
- Bien teniente Fueyo. Habéis salido con honra del consejo y sois oficial a la espera de destino. La verdad es que esa palabra también suena maldita para quien tal cosa desea.
- Así es, mi general. Temo que pasen meses e incluso al año aún me encuentre frente a esta rada con un pie anclado al muelle y otro a la hacienda de mi tío en Torremelgarejo. Al menos me alegra que mi compañero y amigo el teniente Segisfredo Cefontes por mi negro motivo mande el “Santa Rosa”. Se lo merecía por su carácter y su bravura tanto en la mar como en la guerra.
- Pues no habrá de ser así si vos en verdad decís los que pensáis. Os he hecho subir a bordo de mi nave para haceros una oferta que estoy seguro os colmará de fe en la fortuna que caprichosa parece que ha anidado en vos.
- Hablad, por favor, mi general.
- En pocos meses nuestros mandos han previsto el ataque a Orán que fatalmente perdimos en la Guerra fratricida por la Sucesión del trono de nuestra patria. Hace ya 24 años que cayó en manos argelinas y hemos de recuperar ese estratégico bastión para controlar de una vez por todas la piratería que tanto daño hace a nuestras costas y las comunicaciones con Italia y nuestro reino de Nápoles que bien rija nuestro infante Don Carlos. Por eso necesito a savia nueva que esté dispuesta a arrojarse sobre nuestros enemigos con el denuedo y el acicate de la victoria por cazar. Si aceptáis seríais parte del cuerpo de oficiales de este navío. ¿Qué decís vos a tal ofrecimiento?
- Mi general, no puedo decir más que si es preciso haré llegar mi petate al “Santiago” sin siquiera desembarcar. Lo que me preocupa es la aceptación de embarque por parte de capitanía.
- Teniente Fueyo. Estáis hablando con un general de la Real Armada que necesita pertrechos y dotación para dar en el trasero a moros y argelinos. Después de los caudales devueltos a la corona claro será que tendrán a bien concederme tal venia de un teniente con brega y juventud en la boca.
Se despidieron en el mismo alcázar, las botas de rudo cuero parecían no pesar al desembarcar, corrían sin casi darles el empuje aquel 23 de marzo de 1732 en el que todo volvía a apuntar hacía lo más alto.
Mientras al otro lado del hemisferio, el “Santa Rosa” zarpaba de La Habana con correos, pasajeros y mercancías de valor para la península. Tras el canal frente a Bahamas esperaba el océano con ardor guerrero…
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