sábado, 27 de septiembre de 2008

Hernán, el explorador y los sueños

Una noche de esas en las que el sueño real se negaba a establecerse entre las pupilas y los pensamientos de los que, en ese momento, mirábamos al techo que suponíamos estaba tras la oscuridad y nuestra cama, comencé un cuento que decía algo como esto,

Un explorador algo aburrido, aunque hombre de aspecto audaz, con su salacot que según nos contó, robó a un jefe de tribu allá en las hispanas Filipinas, descubrió que la razón de su aburrimiento en los últimos cien años había sido no hacer caso a su abuelo cuando le contaba que la mejor forma de explorar era siempre la de perderse; así que decidió hacerlo.




Para ello encaminó sus pasos a un bosque enano repleto de setas gigantes, donde le había contado algún hada de aspecto femenino, que se le apareció mientras sesteaba una enorme fabada asturiana, que existía un claro conocido como el “luminoso claro de las seis lunas”. Allí, frente a la orilla del falso mar blanco de hielo ardiente debía descubrir no sabía el qué.

No sabía, pues, lo que buscaba nuestro explorador, cosa realmente importante y machaconamente remarcada en los habituales cursos de “logro de sueños” impartidos por el eminente Capitán Barbosa.

Fue un golpe de suerte, o quizá de muerte cuando la roca que de lo alto de una loma se desprendió lo dejó inconsciente. Su propia consciencia tantas veces soberbia de su conocimiento de lo real y otras inexistente por nadie sabe que motivos, se dio por aludida con el golpe y comenzó a flotar a su alrededor descubriendo que había cambiado de personalidad. Era Hernán, el gran Hernán de Cimavilla, pequeño humano que mantenía aquellos ojos sin descanso, iluminando el claro por encima de las seis lunas.

Fue entonces cuando el explorador descubrió lo que siempre había sospechado, sus incontables andanzas no habían sido sino representaciones reales para lograr el sueño de un niño en el momento de alcanzar ser uno, él y el niño. Con algo de dolor, amargo primero pero con enorme ternura después, tomó una decisión; de cabeza y a pecho descubierto tomó la forma de Hernán liberándose del cuento que descubrió le habían preparado y adoptó la figura de éste hasta imbuirse por completo en él.

Juntos fueron abriéndose paso entre aquel frondoso y enorme bosque de setas hasta desaparecer entre la enorme luz que significa unir los sueños reales de un cuento, con la imaginaria realidad de una vida que es capaz de vivirlos.

Así trascurrió esta historia de Hernán, el explorador y los sueños.
P.C.

viernes, 26 de septiembre de 2008

Zurich - Solothurn

Almas metálicas que a sus hijos encadenados arrastran.
Rostros desconocidos anunciando historias distintas en cada mirar
mientras un zumbido eléctrico con ánima de acero los acompaña en su andar.

Pequeñas olas humanas que sin pausa cansinas se desplazan
sobre andenes semejando mares de cemento que serenos las acompañan.
Cofres sobre ruedas abandonadas a un dueño de vida normal,
cuya mano tozuda aferra su interno tesoro con el mimo guardado
quizá por manos de suave tacto que nunca dejaron su ser maternal.




El suave andar alejado de ruidosos reactores
que soberbios dejan su tiempo siempre atrás,
acompañan a esta mano a sentir la verdad del viaje


sin percibir la prisa traidora, agazapada y real.


El sol nos mira desde su pausada retirada
manteniendo la eterna sonrisa reluciente,
reflejada en el enorme ventanal, alumbrando esta,
hasta hace un momento, olvidada manera de viajar.

miércoles, 24 de septiembre de 2008

Mi Reino

De la cuaderna maestra, donde la vida se soporta, donde el vivir o morir queda para siempre marcado por el sumo hacedor, aquel carpintero de ribera que me hizo mas al sur de mi reino, lugar desde donde decidió despedirse mar adentro cuando me construyó. De tal cuaderna fluyó el alma, desembarcó tomando la forma de humano cuerpo con el que recorrer mis dominios.

Ningún ruido hacían aquellos invisibles pasos sobre la senda empedrada que separaba un lago de mar salada del propio mar. Aún así, aves, peces, árboles se giraban para postrar sus diversos cuerpos ante su Señor, al fin llegado de su diáspora irredenta por sentirse suya cuando nunca lo debió haber sido.

Lentamente siguió sus pasos que abrían como parto bíblico el camino de las vidas de quienes aún quedaban por llegar. Las huellas, imborrables por invisibles, quedaban sembradas de rudo césped ya eterno en su incipiente brotar, los pinos volvían a saber lo que es dar sombra pues alguien se acodaba a su corteza. El alma, su majestad, continuaba su andar. Al final de aquella senda, cuando su pendiente se inclinase tal que sólo quién de verdad lo deseara pudiera continuar, podría como majestad observar desde mi propia atalaya la verdad de quienes osaran a mis islas acercar.
Islas Escindidas, cinco pequeños fragmentos de tierra que rodean al mar de la incomprensión. Un mar que defiende con ardor a quién se niegue a ser perfecto en el mundo de los que creen que la perfección esta fuera de él. Unas islas en las que solo perdiéndose uno las logrará encontrar; unas Islas en las que sólo olvidando las conveniencias sociales, como la falsedad del domingo en el Oficio de turno, cuando su silueta comenzará uno a sentir a pesar de la molesta niebla ruidosa que las múltiples aves de cuello inmaculado rebosantes de insulsas sonrisas que solo pregonan el conformismo se empeñen en vomitar.
La cumbre quedaba cerca, mas la pendiente cada vez era de mayor inclinación. Su faro, dominador de cientos de millas a la redonda no alumbraba desde que la diáspora inició su reinado. Por fin el alma, el hombre con forma de alma alcanzó la linterna apagada. Sonreí, como sólo un alma con rango de rey puede hacerlo, fue la chispa que surgió de aquel zarpazo de felicidad el fuego que atravesó en su luz miles de millas, tantas como este mar de verdadera incomprensión que sin mas había crecido en mi ausencia.







Yo, El rey de las Islas Escindidas

lunes, 22 de septiembre de 2008

Paz

Paz sobre las dunas que serenas duermen entre sueños ardientes.
Guerra de vientos como reyes de mil corrientes
que poderosos moldean mares y esculpen montañas
sin apenas esfuerzo con simples deseos faltos de vulgares artimañas.

Aire que faltabas entre pulmones que exhaustos agonizaban
como alma de pez sobre cubierta después de morder la trampa mortal.
Aire que alcanzaste a tiempo las ruinas que inexorables avanzaban
sobre una vida que desconocía el valor del lado oculto de quien solo era mal.

Paz entre recuerdos que pugnan por matarse entre guerras
brisa sobre castillos, testigos de viejos asedios que serenos se plantan
fuertes ante andanadas de tiempos marcados entre golpes de reloj.






Guerra ante lo que no se encuentra por insípido e indolente
Guerra que no es tal pues lo insípido no flota sobre la serena mar.
Paz pues, paz serena como quien es premiado con un nuevo andar.





domingo, 21 de septiembre de 2008

Retorno al Reino

El navío casi sin fuerza, sin un deseo real de encaminar sus velas hacia ningún lugar acaba de varar en la playa de la Isla. No hay tripulantes a bordo. Mientras el sol va dejando su estela en oro, en naranja, quizá en rojo, las olas suavemente dan la bienvenida a este navío que se hallaba perdido en la inmensidad de las aguas. Sus besos de sal sobre las cuadernas le recuerdan que es querido, que siempre es deseado sentir el tacto de sus maderas de roble perfumadas de brea ya gastada entre la arena blanda y la mar en calma de sus calas.

Al fin descansó, tras duras singladuras en las que navegó creyendo perdidas sus Islas, las Escindidas. Con tal duro sentir comenzó la quilla a abatir su derrota convirtiéndose tales palabras en terrenales que el viento en su cruel andar repetía sin cesar, “ es la derrota la que te abatirá”.



El sol, sabio disco de infinito rotar, presto a su retorno brilló como si en plena calenda de julio aquel septiembre tornara. Fue así, sol, ánimo y amor lo que al navío el rumbo devolvió su marinero andar, su seguro navegar hacia su reino, hacia sus islas, por un momento de infinito lamento, perdidas y de nuevo encontradas.


Descansa ahora sobre la blanca arena fina tan sólo hollada por las aves, el viento y por fin de nuevo por tu quilla de alma de roble y piel de cobre. Comienza de nuevo tu reino.




sábado, 13 de septiembre de 2008

La razón sitiada por la realidad.

Derrotada fluye tu alma si te enfrentas a la verdad real.
Recoges los trozos en astillas inermes de tal golpe brutal
mientras tu revuelta mente necesita calma para decantar
qué fue del sueño que hizo al hombre pelear.




Giras sobre tus pasos buscando un trípode
donde poder apoyar tu mirada,
donde poder meditar mientras te proteges del duro temporal
que azota sin rebenque tu ánima ya gastada
y en instantes inanimada por una abyecta realidad
obtusa, tozuda, cerril, con el rictus de la fatal eternidad.

Subes decidido apurando el resuello hacia la verde colina.
Ves su silueta enfrentada que sin pausa te domina
como plomo ardiente que se destila al calor del miedo,
así corres empujado por la vida que avanza con denuedo.

Quizá desde esa colina que enfrenta a dos mares hermanos
quizá desde tal lugar la vista ayude a mi mente a razonar
cuantos motivos son los que mueven al hombre a mantener su andar
si sólo ve derrota a cada lado del sendero que dibujan sus pasos.



jueves, 11 de septiembre de 2008

Abrazado a la Tristeza

Es final y es tristeza, es tristeza al final.
Qué importa el momento frente a tales vocablos
voces que solo anuncian la muerte de un tiempo de zozobras
quizá con sus amplias bodegas repletas de triunfos,
quizá con sus pesadas alforjas rebosantes de lágrimas
entre las que pesadamente flotan los icebergs de mil fracasos.

Quizá la muerte sobrevino al sueño cuando este dormido estaba
quizá y solo entonces el final se amancebó con la melancólica tristeza.
Triste sueño traicionado, perdido en su guardia frente a la rutina oxidada

Sueño y no duermo, vivo y respiro, me oxido mientras transpiro,
avivo mi aliento sobre el deseo, empañando miradas cobardes
mientras la vida me mantiene si mantengo con vida el equilibrio
volando entre las nubes que invisibles rodean la luna cuando sufres.
El Fin del mundo esta tan cerca que si me dejo a la tristeza
quizá sus brazos me protejan de su hermano temporal,
otro que no se conoce por otro nombre que el de final.

PC


martes, 9 de septiembre de 2008

Motivos

Motivos son los que mueven mortales vísceras palpitantes,
orbitas sangrantes de ojos que otean incansables
en pos de tesoros imaginados, de destellos soñados
que a veces solo son eso, motivos por los que luchar,
motivos sin reglas basadas en principios razonables
que solo los extraños buscan justificar.


Motivos son los que siempre sobran;
motivos para quedarse quieto,
motivos para robar flores de un jardín municipal
para de rodillas entregar a quién crees tú en verdad amor real,
motivos para abandonar el abrigo de un brazo de pura piel maternal
por un par de brazos que pronto por sus propios motivos te dejarán.

Motivos son los que nos dan la razón de la vida
frente a la muerte de la sinrazón
que fría y paciente, sin motivo aparente,
espera a que deshojes tus finitos amaneceres
creyéndote el elegido de algún dios de humana invención.




Motivos hacen de tu vida un gesto con sentido
Motivos hacen de tu voz un hilo cuando sin previo aviso te dejan
Motivos son los que desesperan cuando ni tú mismo los encuentras
Motivos son los que no existen si has de buscarlos
Motivos, benditos motivos que de lejos vienen tocando el dintel de tu puerta
Benditos son si les abres tu puerta y ante ellos desnudas el corazón
Tuyos serán ya para siempre, cuando siempre solo existe hasta el final.

A mis motivos, de los que uno de ellos eres tú


lunes, 8 de septiembre de 2008

Dulce Sensación


Dulces sensaciones sobre silencios en tiempo alargados
mientras ajenos, nuestros cuerpos juntos caminan pausados
cobijados bajo húmedos tapices de frondosa vegetación
refrescando nuestras pieles de crueles soles sin compasión.


Alcanzas la cota donde el agua golpea empecinada la somera charca,
la observas sin detenerte, sin pensar, sin ver el esfuerzo por resistir sobre la roca
ante una vida que crece, ante un amor que florece
refrescando las almas, alimentando los sueños que la vida mece.


Elevas tu frente, ves espuma, hierba, cielo entre nube,
como misterios insondables del pobre humano y su saber,
el agua rota sobre roca firme es lo único que te deja ver.


Grito, y mis palabras de silencio el aire empapan
que solo el mirar de tu mirar como huracán traducirán
en amor, sueños y corazón, voces silenciosas que hacia ti siempre irán...







...Como el verde musgo, a la buena piel seguro se pegarán

domingo, 7 de septiembre de 2008

Mi Cita de los Domingos

Bajé sin grandes esfuerzos dejándome llevar por la mañana somnolienta de un domingo festivo. El periódico, con su último libro de los Episodios Nacionales, me esperaba en el quiosco donde Luisa con cariño me lo tenía reservado sobre la nevera de los helados. En esta ocasión, en vez de bajar cual autómata, decidí girar y encaminar mis pasos por la calle de arriba, hacia los viejos cañones de la vieja batería, que algún día hace ya más de 200 años defendía nuestro puerto de algún pirata inglés con deseos de venir a incordiar nuestra extraña paz.

Desde la calle, al fondo de esta se podía observar el cabo Torres; su faro había ya dejado de tilitar con su mecánico destello en aburridos códigos de luz cada veinte segundos a naves y navíos perdidos en busca de algún refugio seguro. Allí estaban los dos cañones, oxidados, con las cureñas recién pintadas por los servicios municipales, de las que colgaban los carteles explicativos para los curiosos turistas, escasos y huidizos de los chubascos cantábricos anclados ya en este golfo que añora el otoño como época intemporal.

Nadie jugaba en la pequeña cancha, donde sólo hacía falta un balón para darle gusto y diversión a los minutos de libertad entre sueño y labor. La crucé hasta llegar a mi escondite, a mi refugio. Estaba solo, los tres bancos que miraban hacia la mar desde donde uno, de forma segura, podía anular la vista y potenciar el oído estaban vacíos. “Pronto vendrá alguien con el periódico a leer las no verdades que destilan en tinta económica” pensé, así que decidí bajar por unas precarias escaleras, hechas a medias por el cemento y por los golpes de un Poseidón muchas veces enfadado con los humanos, a la parte más alejada, justo debajo de un promontorio de tierra, hierba y rocas. Allí, sobre una cornisa de rocas que hacía de banco y testigo de incontables momentos inolvidables de nocturna y amorosa pasión me senté. No se me pasó por la cabeza preguntara la inmensa roca las últimas novedades de aquella noche de sábado ya cadáver, simplemente me senté sobre su fria y suave piel y cerré los ojos apoyadas mis manos sobre la misma cornisa.

El viento fue lo primero en llegar, húmedo y cambiante en su intensidad, sentía su golpe sobre mi piel, sobre mi rostro deseoso de su tacto. Sin pausa un golpe retumbó bajo mis pies, era Poseidón, celoso guardián de su reino, comenzaba de nuevo su eterna labor de reconquista, la pleamar era su objetivo. Aquella ola dejó retazos de su alma flotando volátiles entre los pliegues de luz que entresacaban las nubes grises propias de este otoño inminente. Las sentí chispear sobre mi rostro ciego, diminutos fogonazos de frío que me sacaron una sonrisa y como en alguna película ya clásica dieron con mi consciencia en un hiperespacio que mezclaba espuma, olas, aire, tímida luz solar junto a mi alma en batimiento.
Desconozco los segundos, minutos o siglos que permanecí en aquella dimensión hasta que vibró el móvil dentro de mi pequeña mochila; como en aquella película madre de saga mundial, la nave de mis sueños se detuvo de nuevo en la realidad. “Si, si, vale, quedamos luego, adiós”. Las olas seguían en su batir mecánico pero sensual, el viento soplaba suave mientras me levanté, suspirando, con mi última mirada al profundo océano que me prometía seguir esperando, me despedí hasta el próximo domingo. Luisa me esperaba, el último Episodio Nacional del insigne Don Benito acabaría en los estantes de mi habitación y yo me sentía cargado de sal hasta mi siguiente cita con Ella.






viernes, 5 de septiembre de 2008

1ª Singladura

No corta el mar, sino vuela un velero bergantín
que renace y navega sobre mares de la vieja escuela.
Como corcel resurge furioso ante el viento como espuela;
sobre el que deseo volar, correr, huir de este fortín.

No corta el mar sino que resbala como caricia
de mil sueños sobre refrescante pátina verdosa
de un bronce leve que sobre tu piel se posa
cuando a Helios das paso como cristiana novicia.






Soy bergantín, mas cuando tu fresca risa a mi se aprieta
crecen seguros mis mástiles y me convierto en grácil goleta,
en navío alegre, pintor de níveos bigotes con rotundos arcos
tal que portales de entrada que nos encuentran a ambos.

Quizá desde lejos el viento regale más voces,
quizá nuestros cuerpos naveguen sobre infinitas lunas
entre mareas y olas de fresco verano,
bajo lágrimas que pretenden estrellas parecer
desde un cielo abierto, rotundo y feliz de poder ser

quien presencie un mar, dos amantes y un solo jardín.




miércoles, 3 de septiembre de 2008

El Reto de un Alma



Retos que conviven entre rayos del pensamiento
apostando por encontrar tesoros bajo las dunas.
Derrotas plagadas de lágrimas sobre informes arenas
mientras soles refulgen sobre una alma en pleno abatimiento.

Lento caminar, pesado esfuerzo por llegar a la cima
pico de una duna cambiante, silenciosa y serpenteante
por el ardiente viento que ríe mientras juega indolente,
insensible por ese alma sin manos que la eleven encima.

Noche que no alcanzas, noche que de ti solo espero
un brillo, un refugio, una estrella de maternal arrullo
que sus alas me muestre, que las frote cual murmullo.




Que las escuche y las sienta, que me lleven al fin sin vuelo.
Ved viento y montañosa duna, ambos preso me habéis,
más aunque perdido estoy, libre soy pues aún soñar puedo.

lunes, 1 de septiembre de 2008

Oro en Cipango (y fin)

... fue una boda la mía con Ayame fuera de lo común sucedido en las Américas hasta el día de hoy. Un hombre como el que esto les ha contado, de la Europa inundada por la pobreza y la lucha por la vida, venido a mas gracias a las oportunidades que Dios y esta bendita tierra tuvieron a bien ofrecerme; por otro lado una mujer del desconocido oriente, el país donde el silencio se roza con el sol que nace primero, donde la rigidez llevada al extremo no se mide por los humanos sentimientos que, sin ella imaginar nunca, se vio arrastrada hasta la orilla extrema de su mismo mar.

Fue gloriosa la celebración, todos fueron grandes y alegres partícipes de mi meta, de lo que creí limite alcanzado en la felicidad; Don Sebastián Vizcaíno, Don Miguel Rocha, hasta el padre Ruiz a pesar de su rencor poco reconocido, mi buen Sebastián que llevó a Ayame a la ceremonia como orgulloso padrino. El verdadero oro lo encontré sin buscarlo en medio de aquel país con el acero, la pasión y la conciencia de hacer lo correcto. Doy gracias a tantos renglones torcidos del Señor, que derecho me trajeron a esta rada, donde mi navío ya descansa en puro desarmo desde este invierno que ya no espera primavera que lo empuje a zarpar.

Pasaron años, mas de treinta hasta este momento en los que ya los relojes sobreviven sin la mínima cuerda que sus manecillas empujen, en los que dejo este pergamino, para que alguien lo lea si tuviera a bien hacerlo. Treinta años en los que sucedieron cosas importantes para nuestro virreinato, para nuestra España, pero ninguna tan importante como la vida compartida con mi amada Ayame, con la que espero pronto reunirme en ese cielo con el que los hombres contamos.

Vivimos desde nuestro feliz casamiento en la villa norteña de nombre San Diego, lugar maravilloso al que arribamos un año después con Don Sebastián, que ese nombre le otorgó por el cambiando el que hasta entonces portaba. Defendí desde aquí las tierras del rey, ayudé a los misioneros que se internaban en los desiertos mas el este. Pero sobre todo viví con Ayame, encontré que los límites no existen, tan solo son excusas mas o menos justificadas por la cobarde alma mundana.

Se que pocos son los amaneceres que me restan a proa del mascarón de mi vida, por eso dejo este epitafio a continuación, que deseo sea esculpido en la lápida donde reposen mis huesos, lugar que no es otro que junto a Ayame, en la loma sur de la Isla de Cuatro Coronados, que bien nombró mi viejo amigo Don Sebastián cuando aquí arribamos y dió este nombre y el de San Diego a esta villa un año después de nuestra aventura.


Resuenan los susurros de un atardecer

que se acerca con su oscura noche detrás.

Años de brega y lucha sin ver su final

por un impulso de avanzar, correr, de amar,

por romper la barrera que define lo posible,

por cazar ese límite como viento desde lona de mar.



Mas no lo vi nunca hasta hoy que el sol detiene su andar

frente a mi arrugada silueta de viejo y gastado capitán.


Ciego por sus rayos, oí Su voz abrir mi corazón al fin:



"Nunca se alcanza el límite
pues este, si allí crees arribar
es porque hay otro a mas andar.

Mas si en verdad llegas,
lo que encuentras
no es otra cosa mas que la Muerte,
pues esa es la verdad del límite.
No lo dudes, ninguno mas.


Camina, no pares de soñar
los límites son sólo excusas
unas de peso, fútiles las mas
por eso no detengas tu caminar"





Pero ya no camino

sé llegada la hora de mi destino

y a ello me someto,

pecados y honras ofrezco


Solo Dios sabe lo que merezco



Don Martín de Oca, Conde de las Islas de Santa Cruz del Mar del Sur



San Diego, Nueva España,
19 de Octubre de 1634