jueves, 29 de noviembre de 2007

A Vos

Soles que en vuestra blanca faz brilláis
haciendo verdad lo que me alumbráis.
No se que destello cegador fue el que me trajo,
hasta esta vida que me quiso andrajo.

Es la verdadera palabra del dios eterno
la que vive en vuestro corazón materno.
Lo que me hace volver desde turbulentos aires
al claro mar de la serenidad sin males.

Os quiero a cada una por quien sois,
os quiero sin mas, sin acentos en mi voz,
os quiero igual en lo distinto, diferente en lo igual.

Orgulloso, lo que no puedo por mi,
Orgulloso lo estoy por vos.
Mi mente casi perdí, sin saber siquiera lo vi.
Mas un poco por mi y un mucho por vos
Logre luchar y de un infierno salí.
















A Mili porque la quiero,


A Vi porque la adoro,


A Pilar porque la admiro.

miércoles, 28 de noviembre de 2007

El Hielo del "San Telmo" (4)

... - ¡No esta!. ¡Ha desaparecido!
Las miradas giraron hacía el Capitán y el Brigadier. Estaban perdidos, la fragata se había esfumado o quizá no era visible entre aquel brutal rescoldo resto del paso de las olas y las crestas que seguían creciendo. Los ojos del quien quedaba en pie aferrado a cualquier madero, escota, aparejo sano, taladraban en dirección norte la densa agua pulverizada, la lluvia que golpeaba como duros proyectiles de mosquete, intentando descubrir una imposible salva de aviso, un destello, algo que los mantuviera unidos a la realidad conocida; detrás, a popa solo esperaba la incógnita cubierta de hielos pacientes y seguros de su presa como imanes ante la viruta del hierro frente a un cañón nuevo.
Don Joaquín , el capitán, y Porlier se miraron, no había futuro a proa, la fragata había desparecido sin estar claro que fuese bajo las aguas o huyendo como le permitía el duro temporal.
- ¡Todo el mundo a cubierto!. ¡Nostramo, con el carpintero, o con quién cojones sea, pero intenten un aparejo de fortuna!
- ¡A la orden...!
La mirada del Nostromo era clarificadora, definitoria y totalmente desalentadora. Iba a ser imposible elaborar algo con la suficiente robustez para resistir aquellas embestidas y mucho más difícil ponerlo a “funcionar” entre aquellos bandazos que en cualquier momento pondría al “San Telmo” quilla arriba. El Brigadier, junto con el capitán del navío se refugiaron en un guardamar del combés haciéndome un gesto para que acudiese con ellos.

- Caballeros, la situación es desastrosa, estos vientos no harán pasar del paralelo 65º. No sabemos lo que nos encontraremos en esas latitudes, eso si antes un trozo de hielo no nos hunde irremisiblemente. Considero que es mas seguro permanecer a bordo que abandonar la nave mientras nos de seguridad . ¿Estamos de acuerdo?. Andrés tu haces casi la mitad de la dotación con tus soldados, es importante que opines. ¿Resistirán tus hombres en el sollado?.

Yo había preparado una carga en medio del fuego continuo de cañones ingleses de una y franceses de otra que nuestros monarcas siempre han sido algo indecisos en sus alianzas, ahora debía planificar lo impredecible en medio de un fragor inhumano, y había que decidir con rapidez y serenidad.

- Porlier, se hará lo que tu dices. Bajaré al sollado para mantener la calma y el ánimo de los hombres. Me quedaré con ellos si no me consideras útil en otro puesto.
- Muy bien es el mejor sitio, vivir o morir, pero con tus hombres. Si se produjese algo en cubierta o fuera necesaria la ayuda de tu destacamento te avisaremos. Mientras, agotaremos las posibilidades de reparar el timón y poner algún aparejo de fortuna. Caballeros, que la Virgen del Carmen nos guíe en tal duro trance.

Nos despedimos con un abrazo como si fuera el último y cada uno se dirigió a su puesto de, me cuesta llamarlo así, “combate”. En el sollado, que mas que sollado aquello era un montón de hombres ateridos de frío y miedo mi presencia sentí que les reconfortó. Intenté ser lo mas tranquilizador en medio de aquellos golpes de mar que hacían que nos fuéramos al suelo a cada momento. Al final tan sólo se me ocurrió que rezáramos el santo rosario; es triste que todas tus esperanzas las deposites en algo intangible y al fin de cuentas arbitrario, pues como dice el Evangelio, “los caminos del Señor son inescrutables”.

Pasaron minutos, horas, no lo puedo concretar pues el tiempo se hacía eterno en la espera por alguna noticia, una lentitud que contrastaba con la velocidad del navío, como alguien que sabe su camino, empujada por esos malditos “cuarenta bramantes” que nunca había conocido pero que había empezado a odiar. En esas estábamos cuando, con un terrible estruendo, algo detuvo a la nave en su anadar lanzandonos a todos unos encima de otros en el sollado, gritos, empujones, mientras un agua helada teñida de sangre comenzó a inundar este.

- ¡¡Todo el mundo fuera!!, ¡¡a cubierta!!
Aquellos soldados nunca se habían visto en aquella refriega, saliendo en fila con el terror empujándoles por aquel tambucho que jamás pareció tan minúsculo. El sollado fue quedando vacío mientras el agua lo inundaba, quedaban dos hombres ya muertos por mezcla de la hipotermia y la pérdida de sangre con sus rostros al fin serenos bajo el agua. Un saliente de algún acantilado había penetrado por el costado de babor como si de un gigante que hubiera hincado su colmillo en la presa. ¡Eso significaba tierra!.

Corrí, corrí lo que mis desgastadas botas me permitían sin resbalar hasta alcanzar la cubierta donde puede sentir el fría aliento del hielo, como si sus fauces ya nos tuvieran a punto de devorar.

- ¡Andrés, rápido!, ¡ hay que desembarcar lo mas deprisa posible!. ¡Nos hundimos!

Como se pudo en medio de aquella debacle, desembarcamos sobre aquella roca que no era mas que un saliente del hielo liberado por el golpe del difunto “San Telmo”. Muchos quedaron por el camino, despeñándose sobre las olas que las remataban sobre los hielos duros como rocas. Aún así pudimos recuperar material en armas y provisiones, lona de vela y demás artilugios que, sobre todo el carpintero y sus aprendices se afanaron por acopiar.
Encontramos una ladera resguardada de los vientos aunque no de su estruendo y no fue necesario decir a nadie que descansara y durmiera. Por supuesto, después de extender las lonas sobre aquel hielo cristalino no se nos ocurrió establecer guardias de tipo alguno. Caímos todos muertos en vida. La resurrección estaba por venir aunque desconocíamos el paraíso al que habíamos sido enviados...

lunes, 26 de noviembre de 2007

El Hielo del "San Telmo" (3)

... desde la popa del navío podía observar la maniobra de remolque, aquel cable de vida, como el cordón umbilical de un niño en el cuerpo de su madre era toda su esperanza. En esos momentos Desde mi privilegiado puesto de “transporte” podía observar todo de un forma extrañamente lenta. Abstrayéndome de lo demás, sin sentir el agua heladora que empapaba mi uniforme, ni los duros vientos cortando la piel del rostro, parecía un sueño malparido por la infernal madre de satán.
Aferrado a la balaustrada a proa de la rueda del timón contemplaba aquel espectáculo agónico con las dos naves próximas. Desde la “Mariana” comenzaron a botar la lancha del comandante para intentar acercarse al “San Telmo”. Aquello era un suicidio, fue rozar la mar y una masa de agua blanca, casi sólida por el frío, la deshizo en cientos de maderos contra el costado de la fragata. El bramar del vendaval no permitía escuchar los gritos de auxilio de aquellos hombres, aunque eran perfectamente claros y traducibles a la mente y entendimiento de un ser humano que los pudiera observar en tamaño trance. Después del rescate de los naúfragos, nuestro navío había abatido una milla mas al sur. Se podía oler la letal fragancia de los hielos.

La “Mariana” no se dio por vencida y, previa señal de maniobra, puso su aleta de babor al viento, su intención era la de lanzar varios cabos según pasara jugándose sus penoles contra los del “San Telmo”. Desde mi puesto sólo me quedaba aferrar la balaustrada con firmeza y desear que al menos una maroma cayese de nuestra borda.
- ¡La tenemos, Capitán!. ¡La tenemos!
- ¡¡¡Firme!!!

Aquella voz quebró los cielos oscurecidos por el hielo vengador. Hicieron firme el cabo sobre el cabestrante del ancla y, con una señal a la fragata, esta viró a estribor para ganar lentamente barlovento a la incógnita que amenazaba mas al sur. De forma lenta, cabezona, como un bebe que se resiste a pasear con su madre, nuestro navío comenzó a segur su estela imaginaria, pues nada había de aquello entre los dos barcos.
- ¡Hagan firme el cabo y larguen dos más a la Fragata!

Aquella dura situación ya no era igual, las cosas no estaban mejor, navegábamos en un navío sin arboladura en firme, tan sólo quedaba el trinquete a punto de ceder a merced de los vientos, pero al menos una pequeña brizna de vida fluía por aquella maroma. Lo peor estaba por llegar, y llegó, vestido de dos enormes olas que entraron barriendo la cubierta de la fragata, ocultándola de nuestra vista para después engullirnos sin piedad, el estruendo del trinquete sobre cubierta arrastrando aparejos, hombres y todo lo que quedaba por cubierta fue todo lo que vi hasta que, como si de un espectral cuento de terror, la visión resultante me paralizase con mi espalda pegada a la rueda del timón....

domingo, 25 de noviembre de 2007

El Hielo del "San Telmo" (2)

Mientras, el "San Telmo" como navío insignia de aquella pequeña flota de transporte de tropas marcaba el rumbo sur suroeste. A su popa, las fragatas "Prueba" y "Mariana" lo seguían, reduciendo su brioso andar para poder mantener la navegación "en conserva". El que parecía no ser capaz de ello era el navío "Alejandro", otro fiasco de esta monarquía y su gobierno. El ex navío ruso hacia aguas por todas partes, como lo que la flota pretendía en las todavía tierras del Rey, sofocar la rebelión.

Andrés observaba la formación, pensando y recordando todo aquello mientras sus soldados salían por turnos del sollado para airearse, 250 hombres, armas y pertrechos incluidos. La navegación fue la propia de aquella travesía, salvo por el obligado tornaviaje del "Alejandro" que hacia mas agua que millas su tajamar. Conforme la latitud aumentaba en su lento navegar hacia el cabo de Hornos el tiempo empeoraba, parecía un aviso de que “allá abajo” los cuarenta bramantes los estaban esperando para demostrarles quiénes eran los verdaderos dueños de aquellas latitudes.

- ¡Mi brigadier, no parece que nuestro Señor desee que doblemos el cabo!. ¡¿No será mejor arribar a Buenos Aires?!.
Murguía temía que la mitad de sus hombres no alcanzasen el Océano Pacífico en aquella situación, pero Porlier tenia claras sus ordenes y por muy duro que fuera aquel temporal doblarían ese maldito cabo.
- !Mi querido Capitán, no habrá en el infierno bramante que amilane a un navío español!. !Ande, acompáñeme a mi camarote y bebamos un poco de ese aguardiente que arriba el pensamiento al corazón!.
Entre golpes de mar alcanzaron el refugio del camarote del Brigadier, Andrés estaba preocupado.
- Rosendo, con el debido respeto que mereces, la mar esta de “noes”, no soy marino pero ya he navegado como trasporte unas cuantas veces y nunca había visto las cosas como ahora.
Andrés conoció a el Brigadier Porlier antes de la invasión napoleónica y se podía permitir esas confianzas.
- Murguía, que no se diga, ¡ qué pasa!,¡¿ que después de aguantar a los jodidos gabachos en Zaragoza, no vas a poder con un temporal frente a las Malvinas?!. Sabes que Joaquín es un gran comandante, arribaremos al Pacífico antes de que vomites la primera papilla. ¡Anda, bebe antes que se derrame el orujo!.
La seguridad de Porlier lo tranquilizó, un poco ayudada también por los tragos del cazalla gaditano embarcado contra las normas, como era habitual.

Mientras la flota arribaba a duras penas al final del Océano Atlántico, el Paso de Drake los esperaba con armas al punto vestido de amenazante blanco. Parecía que su nombre silbaba, bramaba venganza, entre los bufidos violentos de un viento noroeste como queriendo tomar revancha de su derrota en Lisboa doscientos años antes. La suerte estaba echada, mantener la formación fue todo un triunfo hasta aquel día. Desde aquel momento la libertad se impuso obligando a cada navío a sortear las montañas de agua embravecida como sus alas les dejaran. Pronto la fragata “Prueba” desapareció de la vista en aquel horizonte cuyo color era propio de la noche del juicio final. Las turbonadas no daban descanso a la marinería. El poco velamen desplegado entre el bauprés y el trinquete no era mas que una lona desgajada en jirones de alargada tela, ondeando al mismo tiempo presas de un ataque de epilepsia incontrolada, con los temblores violentos en cada hilo y la espuma que le cedía cada golpe de mar.


El gobierno del San Telmo no existía. Por más que luchaban por mantener al menos un mínimo foque para gobernar cada vez abatían mas y mas al sur. En el sollado la infantería que debía de luchar contra la rebelión miles de millas al norte, luchaba ahora por no sucumbir al pánico a la muerte por aplastamiento en algún bandazo de tantos que sufrían allá abajo.
Varias veces las vergas de la mayor por ambas bandas probaron la sal de aquel paso infernal, cuando aquello sucedía todo el mundo, agarrado adonde fuese, pues era la única forma de afianzarse a la vida, quedaban mudos, expectantes, contando las indefinibles partes de un segundo hasta ver cómo el alma del “San Telmo” permanecía viva y con un lento movimiento volvía a adrizarse de forma momentánea. De pronto un golpe de mar esta vez malencarado y traidor se sintió por la aleta de babor,
- ¡Capitán, el timón, lo hemos perdido!
- ¡Señales, de ayuda!, ¡señales de ayuda a la fragata!

“Mariana”, la fragata que permanecía a la vista en muy poco dio la virada por el viento para aproximarse y larga un cabo. Aquello podía ser el fin de las dos...

sábado, 24 de noviembre de 2007

El Hielo del "San Telmo" (1)

Once de mayo de 1819, un sol de primavera me acompañaba a bordo del “San Telmo”, buque insignia de una exigua flota; desde su cubierta veo alejarse las costas de Cádiz con un destino lejano, apremiante y agónico. Los españoles del otro hemisferio, como los bautizamos en nuestra traicionada Constitución, quieren dejar de serlo y, la verdad, no les quito la razón de su deseo.

Mi señor, Don Fernando VII, al que llamamos “el deseado”, cuando unos luchábamos contra el invasor y otros forjaban aquella carta magna, ha provocado que tal término quede desfasado y contrariado por el ahora de “odiado y temido señor” y, aunque es lealtad lo que debo a la Corona, comprendo y hasta envidio la posible carta de libertad que se abre a los ojos de tanto compatriota allende los mares.

Luchamos por la libertad frente al francés, una nación que nos sangró durante tantas generaciones por no se que parentesco entre holgazanes con corona. Al menos les dimos bien a todos ellos durante la guerra de liberación. Luchamos mientras añorábamos la llegada de su Majestad, ahora sólo nos permiten gritar “¡vivan las caenas!”, maldita sea la tierra y sus caprichosas vueltas.

No traicionaré a mi patria en esta misión, pero en el fondo de mi alma deseo que se cumplan los sueños de libertad de nuestros hermanos, que alcancen el anhelado festín del que ya disfrutan los que pueblan el norte del continente. Quizá en otro giro arbitrario de este mundo mi humilde existencia acabe allí, lejos de ese oscuro reinado anclado sobre restos putrefactos de siglos ya superados por la humanidad.

Andrés Murguía era un capitán del ejercito de Su Majestad. Su fulgurante carrera hasta su actual mando no fue sino "batiéndose el cobre" frente a tanto invasor que no les traía nada bajo su mosquete, un enemigo que solo pretendía llevar lo valioso de su tierra, dejándoles la parte oscura, la conocida por tanta gente de forma interesada. Luchó en los dos sitios de Zaragoza junto a Palafox. En aquel heroico combate, tras tanta muerte y destrucción, le propuso a su general hacerse pasar por el cuando cayeron las ultimas defensas de la ciudad. Era una forma valerosa de continuar teniendo a ese hombre frente al invasor, pero este se negó pues consideraba mas importante estar con sus hombres en todo los momentos, fueran del tipo que fueran, igual que ellos estuvieron con él.

Poco a poco las derrotas fueron menguando frente a las victorias. Perdió la visión de su ojo izquierdo por una esquirla malencarada en la victoria de Arapiles y cuando se levanta, el espejo le recuerda con el dibujo de su cicatriz el sable francés del capitán que se negó a huir en la derrota francesa de Vitoria. Habían pasado ya casi cinco años y solo eran libres de forma nominal. El rey los había traicionado. Y ahora iban a combatir por perpetuar aquello contra sus hermanos del otro hemisferio. Su lealtad no le daba otra opción...

jueves, 22 de noviembre de 2007

Has sido Tú


Has sido tú, dijo el culpable,
quien sin más, te has matado.
Has sido tú, dijo la luz cegadora,
riéndose de ese grito naciente en tu pupila.
Has sido tu, pues el dedo te señala,
sin mácula, sin mancha que defina la culpa.
Has sido tú, cetro del destino,
que huyes del trono al que te encadenas.
Has sido tú, maldito destino,
que arrebatas la ira sin causa.
Has sido tú, bloqueo infinito,
que fondeas en mi el mal perdido.
Has sido tu, mirada fiscalizadora,
de males falsos y engaños inventados.















Has sido tú, simplemente tú

miércoles, 21 de noviembre de 2007

Todo era un Sueño

Es pronto aún cuando salgo de mi casa. Los ojos todavía acostumbrados a la luz del portal, hacen que me cueste distinguir las líneas que perfilan mi calle. Solitaria y en penumbra, las farolas ya se apagan pues su reloj, tan soberbio como puramente mecánico, pretende imponerse sobre el Rey Sol al que aún le cuesta desperezarse. Consigo adaptar mi visisón a unos pasos de portal cuando todavía puedo percibir el suave ¡clack! del cierre automático.
Camino sobre multitud de hojas caducas unidas sin hilos, formandon preciosas alfombras sonoras. ya sólo son pequeños cadáveres marrones sin la verde y orgullosa clorofila capaz de robar al Rey su energía cada mañana. Ahora reposan junto a alguna colilla con restos de carmín rematada por algún cruel zapato. Me cruzo con modelos como yo, recién salidos de sus madrigueras a la caza del sustento, algunos con él ya en el bolsillo sin más preocupación, otros como yo a la espera de que la hora de cierre certifique y justifique mi caza del día.
El barógrafo de mi habitación lleva dibujando su curva claramente en descenso desde hace ya dos días. No puede significar nada mas que la nieve y la lluvia con frío ya nos esperan acechantes tras las lomas del Cabo. Días grises que se mezclan con caras grises; en el autobús las risas se dejaron para el verano que se fía aún lejos. Yo prefiero clavar mis ojos en las páginas del libro que tengo entre las manos. Un libro que me ayuda a viajar lejos, a remotas latitudes donde las tormentas tenían un por qué, donde paso la página y el sol vuelve victorioso alumbrando con su mas potente fulgor.
Aún descubro locos en el pasar del día que se enfrentan a tantos otros rostros grises enfundados los primeros entre ropas frescas sin aparentar consciencia del frío que se impone. Estos locos prefieren sonreir, les apetece sonreir, porque en su más profundo yo interior saben que el verano lo robaron ellos hace ya tiempo y reside en su interior. Quizá, si ven mucho sufrimiento, se apiaden de tanto color gris en los rostros que los circundan devolviendo las flores, los frutos, el calor y la risa de forma progresiva el próximo año... como tantos otros para que no acaben muriendo de pena los que en tal pena desean vivir.

Creo que me iré con ellos. Ya me importa poco si ellos piensan que ha vuelto mi locura temporal, ¡ilusos! Solo yo se que mi deseo es que sea permanente, eterna, inmortal...

...¡Riiinnnggg¡. ¡Maldito despertador!
Como puedo me levanto mientras la lluvia que escucho golpear parece que se estuviera riendo de mi chocando de tal forma sobre los cristales. Habrá que vestirse y salir a trabajar...


martes, 20 de noviembre de 2007

A mi Capitán

Extraño Capitán es nuestro Don Diego.
Quien dice que es lo que no nombra su papel,
quien es lo que dice a pesar del maldito pergamino.

Nuestro Capitán,
leal como la bruma es de la mar,
letal como el risco rasgando el temporal.
Amante de quien osa ser amado
por sus brazos heridos sobre ellos marcando
las cicatrices de un bravo soldado.

Nuestro Capitán,
hombre “de vuelta”, descreído de un todo falso
como la vieja corte con sus eternos cortesanos.
Mundo ruin compartido entre gente valiosa,
de aspecto sucio y alma vigorosa.

Su sangre vertida por valor derramado
por su lealtad que sin mas dona
como la verdad erguida sobre el junco agachado
ante el poder maldito que siempre le abandona

sábado, 17 de noviembre de 2007

Desde mi acantilado en Gijón

Miro hacia mi frente ante un horizonte infinito
que me inunda, embargando la pequeñez del sentimiento
que guía la razón contra esta enormidad líquida.

Miro hacia abajo desde el apoyo de la roca
y compruebo cómo todo comienza allí,
entre espumas y vaivenes,
entre musgo salado y ruido de golpes
sin freno sobre el acantilado.

Alas blancas,
redondas como barrigas después de un banquete,
empujan pequeños reinos libres con forma de esquife.
Libres del mal de la tierra,
del mal de los hombres hacia otros hombres.

Sueño de todo el que sueña es poder soñar.
Quizá simplemente cree que sueña mas solo es un espejismo
producido por la paz o la guerra que lo pueda rodear.
¿Es el sueño libre de ti?,
si, es libre y se ríe de ti,
de tus miedos, de tus ilusiones
dándote lo que crees desear
como una limosna al salir de la catedral.


¿Has soñado algo inesperado alguna vez?.

viernes, 16 de noviembre de 2007

Smerwick (y 5)

...Pasó esa hora; para Juan de forma más rápida de lo que realmente supuso, el temporal quizá había amainado algo pero no lo suficiente. Tenía que decidirse y sabía que en medio de aquella tempestad no habría forma de fondear en sitio alguno sin correr peligro de encallar.
- ¡Capitán, por estribor, una isla!
Era cierto había una isla, o eso se perfilaba entre el pertinaz y denso chubasco, ellos navegaban de través y el rumbo les llevaba directos pasar entre el cabo y la isla. Esa era la oportunidad, habría un momento en que estaría a sotavento de la isla y podrían desembarcarlos. Su corazón se relajo al fin sin haberlo esperado, ahora solo había que ser un verdadero marino, maniobrar con la debida pericia, la decisión estaba tomada.

- Antón, orce un poco más y aproxímese a la isla, hay que sotaventeAñadir imagenar sobre ella para dejar a estos hombres allí. Avisa a los hombres que vamos a desembarcarlos y a ellos que se preparen, tendrán que ir nadando a la orilla.
- Bien, Capitán.
La maniobra fue rápida y se hizo sencilla en cuanto la isla los protegió mínimamente del temporal. Juan los acompañó hasta el pequeño combés de cubierta y, con dos cabos los dejaron en el agua junto a un saco de pertrechos, ropa de abrigo y provisiones para varios días. Antes de largar el cabo que los sujetaba Juan y Ryan mantuvieron una conversación cabeza con cabeza. No había otra forma de poder entenderse debido al rugir del viento y al movimiento del buque por el temporal. La tripulación los observaba agarrados a cualquier asidero seguro con tensión y ansias por izar de nuevo el velamen, para no seguir por mas tiempo a merced del viento y la marea que unidos pueden llegar a ser letales.

La despedida a pesar del frío, el agua y la violencia de los golpes de mar fue emotiva, cálida y sólo la vergüenza por no parecer menos duros de lo que eran no generó lágrima alguna por parte de unos y otros. El “San Diego” retomó el rumbo hacia el punto indicado por su Almirante mas al sur de aquel mar Irlandés tan desagradecido. Juan iba a popa junto a Antón, su segundo. Mantenían un silencio compartido, cada uno ensimismado en sus pensamientos mientras luchaban para mantener fija la derrota del patache.

Un día después de aquella despedida el pequeño patache se encontraba a pocas leguas de la zona de encuentro con el resto de la flota. Durante todo el día continuaron rumbo sur pues no trabaron contacto visual con los demás navíos y sabían que por su tamaño, si estaban a salvo debían continuar con destino a La Coruña. Atardecía, el sol ya agotado de su propia singladura claudicaba ante la orgullosa, la presumida luna que por aquel ciclo tenía ansias de mora.
- ¡Capitán!. ¡A proa, las naos!
En efecto, por delante de ellos a pocas leguas la silueta de la formación naval, ya serena como la mar sobre la que navegaban les dio alas. Juan mandó disparar una salva de pólvora de “aviso”. En cuanto recibieron la respuesta Juan haciendo un poco de religioso mandó que se arrodillaran para rezar dando gracias por el reencuentro sanos y salvos.
De vuelta al timón, Antón con la relajación propia de saberse seguros no pudo reprimirse mas y se atrevió a preguntar a Juan.
- Capitán, ¿qué hablaron vos y el irlandés en medio de aquel temporal?
Juan le miró,
- Le pregunté si no era mejor morir por la libertad en Smerwick que de frío en aquella maldita isla en la que le abandonaba. Él me contestó con algo que no esperaba.
- ¿Puedo saberlo, capitán?
- Me dijo con toda serenidad :
“La Libertad, una vez conocida reside ya en el fondo de uno mismo. La que te ofrezcan será siempre a cambio de algo que la cercene”. En ese momento comprendí que el ya era libre sin nuestra ayuda.
Quedaron de nuevo en silencio manteniendo el rumbo que marcaba Don Juan de Recalde hacia España, las estrellas parecían asentir aquella frase con su parpadeo perenne.

jueves, 15 de noviembre de 2007

Smerwick (4)

... Con viento fuerte del suroeste fueron ganando barlovento a la escarpada costa irlandesa, el temporal se había aliado con el dios Eolo y, por mucha ceñida que obligaba a mantener Don Juan, la costa permanecía a la vista. Grandes olas parecían querer devorar los pataches que a su lado parecían minusculos. Seis horas después de tanta lucha infructuosa el Almirante dió aviso por su serviolas que daba libertar de rumbo a todos para encontrase mas al sur, en aguas mas propicias. Juan respiró, pues llevaba su pequeño navío al límite, cada ola encapillada mas y mas agua y su pequeña bomba de achique no era capaz a desalojar tanta cantidad.

- Antón, dos cuartas a babor, enfilando rumbo hacia aquel cabo.

El “San Diego” pareció agradecer aquel premio, su pequeña proa comenzó a emerger de entre las olas, los violentos cabeceos se trasformaron en un balanceo mas regular. El viento, ahora de través dio alas al patache y al fin pudo respirar toda la dotación.

- Capitán, a esta marcha aproaremos el cabo en poco tiempo.
- Ya lo veo, Antón. Pero habremos de resistir algo más a ver si amaina el viento. Réza a la Virgen, seguro que nos vendrá bien.
- ¡A estribor, dos cuartas!, ¡hombre en el agua!
Los que no estaban en labor miraron hacia estribor, se podía distinguir a un hombre pidiendo auxilio, parecían dos personas, solo que una no parecía moverse.
- ¡Mierda, Joder!. ¡Atención todo el mundo!. ¡Preparados para la maniobra!

Juan no podía seguir en un rumbo que se alejaba de aquellas dos vidas. Había que orzar y enfilar hacia ellos. Lo iban a pasar mal, mar casi a proa, encapillar por babor y ceñir al máximo. Los ingleses aunque sin mucha flota y menos bravos en un abordaje podían aparecer y apresarlos. Daba igual, había valores absolutos que no tenían razonamiento alguno que los anulase y este era un caso de estos.

La velocidad conseguida al navegar de través les benefició para poder orzar en aquella mar. Aún así los golpes en el costado de estribor antes de cambiar de banda el viento dañó el pequeño trinquete y alguno de los marineros se magulló de forma algo aparatosa. Parecía realmente que la mar estaba castigándolos por dejar a sus compañeros en aquella fortaleza. Con mucho esfuerzo lograron aproximarse a aquellas dos personas que ya parecían muertas, seguramente la hipotermia producida al estar bañados en aquellas gélidas aguas los habría matado o estaba a punto de hacerlo.
Dos marineros bien trincados por sendos cabos al palo mayor se lanzaron a su rescate, en unos minutos ya estaban a bordo donde se comprobó que estaban vivos. Con el mimo que podía permitir aquel temporal los acomodaron en el camarote de popa de Juan para reanimarlos. Mientras tanto, retomaron de nuevo el rumbo sur esta vez trasluchando volviendo a recuperar la costa por el costado de babor.

Con el rumbo recuperado Juan bajó a su camarote a ver a los dos náufragos. Su sorpresa fue mayúscula al acercarse a aquellos hombres derrotados. El hombre mayor era el pescador con el que había hablado en la playa hacia dos días y el niño, el que lo acompañaba en aquella ocasión.
- Esto debe de ser obra de nuestro Señor. Bienvenido a bordo...
- Ryan Glenn, este es mi hijo Patrick. Gracias por haberos jugado vuestra vida y la vuestros hombres Señor...
- Juan, Juan Mendeja para serviros. Ha sido lo mismo que vos hubieráis hecho por nosotros. Supongo que sabréis que navegamos rumbo a España.
El rostro de Ryan perdió algo del brillo que el aguardiente le había procurado.
- Capitán, se que es imposible lo que le voy a rogar, pero he de hacerlo pues me lo exige mi familia. ¿Podríais dejarnos en cualquier roca de la costa irlandesa?. Algún lugar que no fuese peligroso para vos y que nos permitiese volver con los míos. Ir a España en mi situación es como morir ahogado. Pensadlo. Aunque no pueda ser lo que os ruego, agradeceré vuestra acción durante toda la vida que nuestro señor me brinde por su mediación.
Ryan se giró hacía su hijo para darle un sorbo de aguardiente mientras Juan salía de su camarote pensativo. El temporal no amainaba y eso que le pedía el pescador era muy peligroso, incluso con buen tiempo podrían aparecer algún navío ingles y ser capturado. Prefirió esperar una hora a ver que deparaba el temporal.


miércoles, 14 de noviembre de 2007

Smerwick (3)

,...- Mi capitán, la rebelión no parece prender en la comarca. Las gentes son reacias a involucrarse. Nos agasajan en cuanto nos ven, pero si les pedimos que se sumen nos cierran sus puertas sin complejo alguno.

Recalde torció el gesto. Las cosas no pintaban bien y los ingleses estarían al caer en pocos días. Se encaminó a la torre que quedaba medio entera donde se había alojado James Fitz y su pequeño séquito. “Mas valía una vez rojo que treinta colorao”, pensaba mientras golpeó la puerta que malamente cerraba la estancia.
- Excelencia, no pintan las cosas bien para vos. Vuestra revuelta no “prende”. Las gentes nos agradecen el esfuerzo pero no parecen desear la lucha directa contra los ingleses. Nosotros somos una fuerza poderosa para mantener esta cabeza de puente pero en caso de contragolpe del enemigo solamente podríamos resistir hasta morir. Señor, mi flota es sagrada, mis hombres habrán de caer, pero será donde ello tenga sentido.

Se miraron fijamente entre un tenso silencio. El séquito, de pie, esperaba la respuesta de su señor ante la situación contraria. James intentaba ganar tiempo, buscaba la respuesta. Creyó que todo iba a ser fácil, la bula del Papa, la euforia en el Mediterráneo, el apoyo del Rey de España; todo aquello le ocultaba el poco esfuerzo invertido en su propia tierra. Las gentes, sus paisanos le veían como alguien encopetado, engalanado de puñetas y corazas vistosas, igual que los que les hacían daño desde el Este. La ocasión estaba perdida.

- Don Juan, mi querido general, creo que tiene usted razón ante lo que me plego a sus órdenes; haremos lo que en su buen entender decida. Mi séquito y yo mismo quedamos bajo su responsabilidad.
Esta vez el gesto torcido de Recalde fue mas por desprecio a aquel que se pretendía como rey de Irlanda. Ni siquiera lo presionó para continuar, “con esa sangre mal vamos, Juan” , no sabía si era él, el que se lo decía para sus adentros o eran sus adentros los que se lo largaban a él.

- Como usted disponga, excelencia. En cuanto amanezca reembarcaremos con destino a España. ¡Gonzalvez, vaya preparando la retirada y la recogida de pertrechos, ya no hacemos nada aquí!. ¡Dejaremos la pieza para estos valientes!
- ¡A la orden!

Con presteza y sin dejar de vigilar la posible llegada de enemigos, los españoles comenzaron a preparar la evacuación. Los voluntarios al ver aquello se dieron cuenta de la decisión y se presentaron en masa frente al pretendiente exigiendo explicaciones ante ellos. Fue uno de los validos por el pretendiente de su séquito el que les dio la explicación del porqué de aquella retirada deshonrosa. Pero la honra se lleva a veces tan disuelta en la propia sangre que se confunde con la soberbia y muchos de ellos decidieron presentar batalla a los invasores ingleses. Estaban convencidos que aquella chispa lograría encender a toda la región. Incluso algunos de los españoles pidieron licencia a su maestre para luchar allí. Algunos los vieron tozudos, necios irracionales, otros se descubrieron ante semejante muestra de valor. El único que no dijo nada fue James, pero ahí estaba Don Juan para sacar las castañas antes de que quemasen.

- Vuestro rey esta pensando, no os contesta pues esta pensando la forma de buscar refuerzos. ¡Iremos a España por ellos! Mientras tanto resistid e infligid el mayor daño a las tropas de la reina hereje que llegarán de seguro. ¡Viva Irlanda!, ¡Santiago y cierra, España!
Todo se transformó en vítores, los voluntarios a Irlanda, los Españoles a su grito racial.

- Me debe una, excelencia. Ahora será mejor estar preparados para la salida al amanecer.

Don Juan se despidió del pretendiente y se acostó con sus lugartenientes en una de las lomas protegidas del castillo, abrigándose con su capa baqueteada ya en tantos infiernos. James lloró, se arrepintió, decidió quedarse con sus hombres, decidió marchar, volvió a decidir y a decidir hasta que con los primeros rayos del alba su plan ya estaba claro, se embarcaría con la flota que le trajo.

Abajo, en la rada, los hombres de Juan recibieron la señal de zarpar con la amanecida con lo que se dispusieron a preparar las naos y los dos pataches para salir con la primera brisa de luz que tensara las jarcias.
- Parece ser que no hay respuesta de la gente, Juan

Para Juan la respuesta de aquel pescador fue lo suficientemente clara como para ver que la victoria no se encontraba en aquellas latitudes. Lo que realmente en aquellos momentos le preocupaba era que varios pescadores no habrían arribado a la orilla a esas horas nocturnas.

Aún podía recordar la sensación angustia y pánico cuando su padre no aparecía doblando la Atalaya de Lequeitio arreciando un temporal. Aún podía recordar el descanso en su pecho y las lágrimas que, una vez tras otra, daba igual las veces que sucediera, le brotaban de su alma condensada en la mirada al ver aflorar la pequeña punta del bote, con dos hombres uno a la caña y el otro golpeando la espuma con los remos, flotando como peces a bordo de la chalupa, achicando como endiabladas maquinas del infierno las masas de agua de cada encapillada. Aquellos hombres que no regresaban, podían ser su padre y su tío, algo que le taladraba el pecho como la bala de un arcabuz.

- Qué más da. Creo que vale mas largar cabos y arribar a nuestra costa, nuestra presencia aquí no es muy útil.

Con la amanecida se produjo el reembarque de las dotaciones que regresaban, no sin los abrazos entre compañeros de armas antes de ello. En eso se encontraban cuando James Fitz se encaramó a una de las rocas liberadas por la bajamar.
- Mis valientes, se que os dejo aquí en un combate titánico. Mas no os abandono como pensáis. Parto como embajador ante España y su rey, para así recabar fuerza navales y terrestres que nos ayuden a vencer y desterrar a los herejes ingleses. ¡Resistid en tanto arribemos con la ayuda de Dios nuestro señor!. ¡Viva Irlanda!
Los vítores fuero un estruendo, la moral estaba en las alturas. Don Juan le felicitó con la mirada a James mientras el alba comenzaba a rayar. Quedaban singladuras por cruzar para cumplir la palabra dada...


martes, 13 de noviembre de 2007

Smerwick (2)

Desde la nao capitana los serviolas indicaron la maniobra de fondeo a seguir. Había que ser rápidos y dar “fondo” con el mayor sigilo posible. Los habitantes del pequeño pueblo eran católicos como ellos, estaban seguros que les apoyarían para lanzar a la guarnición inglesa del castillo conocido como del oro.
Los casi mil hombres fueron alcanzando la orilla de la playa pedregosa y poco acogedora. El frío atenazaba sus músculos mas que la propia tensión del combate. Las manos de los arcabuceros intentaban absorber el poco calor que desprendían aquellas mechas preparadas para sus mosquetes.
Al fin James y Recalde pusieron pie a tierra cuando el único cañón que disponían comenzaba a colocarse en vanguardia, empujado por sus fieros servidores, mas fieros quizá por haber dejado su tercio allá en Flandes donde se sentían como en casa a la caza de orangistas.
Las desiertas calles no albergaban tranquilidad. Algunos paisanos ya avisados fueron guiando a los soldados y a los voluntarios hasta alcanzar la antigua fortificación. Situaron el cañón a menos de 400 yardas frente a la puerta de madera robusta pero antigua, preparado para disparar. Los cincuenta arcabuceros pie a tierra divididos en dos grupos a unas 25 yardas a cada flanco de este, preparadas las mechas para hacer fuego. El resto de los soldados rodeaban aquel desvencijado castillo de gruesas y húmedas paredes.
Amanecía ya de forma declarada aunque el sol no era capaz de secar aquellos cuerpos empapados de agua irlandesa.
- ¡Fuego!
El estruendo del cañón despertó al pequeño pueblo al mismo tiempo que tiraba abajo aquel portón de vieja madera.
- ¡Santiago y cierra, España!
Los arcabuceros dieron dos descargas de mosquetes tras de las cuales la carga fue rápida y demoledora. La escasa guarnición inglesa no esperaba aquel ataque, por lo que fue reducida sin heridos por ambas partes.
- ¡Gonzálvez, emplace el cañón sobre aquel promontorio al lado de la torre!. ¡Distribuya las guardias y prepare las defensas hasta que lleguen noticias de la revuelta!
El capitán Alonso de Gonzálvez se puso manos a la obra azuzando a sus hombres y organizando las patrullas de hombres en todo el perímetro de Smerwick. Mientras eso ocurría, el pretendiente James Fitz accedió al castillo con su pequeño séquito.
- Almirante, hace falta enviar hombres a las comarcas limítrofes para iniciar la revuelta.
Recalde, que ya tenía su trasero fogueado suficientemente, no estaba dispuesto a chamuscar este mas de la cuenta por alguien que no fuera Su Majestad.
- Excelencia, mis hombres han puesto a usted y sus voluntarios donde me pidió mi Rey y Señor. Estamos dispuestos a apoyar a vuecencia en tanto veamos a sus compatriotas en la misma progresión. Por ellos y por vuecencia permaneceremos manteniendo la plaza y la posición veinticuatro horas, después de las cuales reembarcaré mis hombres y devolveré mi flota a su dueño y señor que no es otro que Su Majestad Católica.
Ante aquella respuesta el pretendiente, ayudado por su séquito, organizó grupos de voluntarios para iniciar la revuelta. Juan y sus hombres permanecían en la playa como retén de vigilancia de su flota.
Mientras esto ocurría pudieron observar como bajaban los lugareños hasta la pequeña rada, unos con ánimo de pescar y los mas con la intención de entablar conversación.
- ¿Sois españoles?
Aquel hombre, abrigado de harapos lo miraba con admiración y algo de miedo. No es que las ropas de Juan y los suyos fueran de gran lustre, pero eran dignas de quienes la llevaban. Eso junto con el porte y seguridad con que se movían hacía de ellos gentes de “otra dimensión”.
- Si, somos de España. Venimos a ayudaros a conseguir la libertad de la pérfida Inglaterra, destructora de la verdadera fe y de las mas decorosas normas de honor. Queremos la libertad para vosotros y para vuestros hijos.
Aquel pescador con la piel arrugada por las inclementes condiciones en que pescaba, se acarició la barbilla pensativo. Su áspera piel, al roce de sus dedos chasqueaba como la de un fósforo en su caja.
- ¿Libertad?, ¿de que libertad me habla?
Juan no entendió la pregunta, mas bien llegó a ofenderse un poco.
- ¡Irlandés, o lo que quieras que seas!. ¡Tu libertad!, poder sacudirte el yugo de los que te quitan la tierra en la que naciste.
- ¡Humm!. No creo que sea necesario ese esfuerzo.
Con las mismas hizo un gesto a un niño que le acompañaba y se fue con las redes a pescar. Juan no sabia que hacer mientras lo veía marchar como cualquier otro día más.

Mientras, en el Castillo las noticias que llegaban no podían ser mas decepcionantes...

lunes, 12 de noviembre de 2007

Smerwick (1)

Aquel pequeño pueblo situado en la cola de pájaro que insinúa la silueta de la verde Irlanda esperaba a los que, desde mares mas cálidos, les trajesen aires de libertad hace tiempo perdidos. James deseaba ser como los demás, que su paisanos lo fueran con él. Buscando, buscando, al fin encontró algún argumento que lo armase de valor para luchar. El error de James era muy simple, sólo había buscado fuera y no era consciente que este se encontraba dentro de él mismo, sin lucha alguna. Simplemente valía sacarlo de las más recónditas capas de su pensamiento para poder convencerse y convencer a los corazones abiertos de su propia libertad.

Llovía, era lo suyo en aquellas latitudes y con el otoño queriendo establecerse. Para Juan, aquella lluvia no significaba nada nuevo, pues ya estaba acostumbrado a sentir cómo humedecía suavemente las piedras del pequeño muelle de Lequeitio, donde amarraba su pequeña chalupa de pesca.
Esta vez, otra de tantas, su rey les había embarcado en una nueva intentona contra su enemiga; tenían al pequeño pueblo de Smerwick a pocas leguas de su vista. Juan no acababa de comprender qué buscaba tan al norte, donde las gentes eran grises y pobres, donde la sangre corría igual que en cualquier parte solo que a menudo iba mezclada de traición.

Juan prefería navegar en la Flota de Tierra Firme, arribar entre los brazos de la Perla del Caribe, bañarse en su sol resecando su piel repleta de sal. Los ojos abiertos como ruedas de molino intentando grabar a fuego todos los colores que nunca pudo ver juntos en cualquier otra latitud del mundo conocido. Esta vez Su Majestad Católica, casi sin decirlo, decidió enviarlos a los vericuetos angostos que la niebla y la mar tendida forjan al acecho de los riscos afilados. Donde las corrientes traidoras son capaces de partir tu nao en dos partes irreconciliables y los gélidos e inmaculados brazos de esa mar cruenta acaben por golpearte sobre las pacientes rocas de un acantilado cortado a cuchillo.

Había ascendido desde sus inicios. Ya era patrón del patache “San Diego”. Sus hombres, mitad paisanos de su pueblo y mitad coruñeses recogidos en otra de las levas forzosas “a mayor gloria del Rey”, llevaban el fuego en la sangre y la pólvora había sustituido al tuétano en sus osamentas. Algunos esperaban mucho del botín que les podría esperar, otros simplemente seguían a Juan y al Almirante Recalde que marinaba la nao capitana. Eran pocos esta vez, pero aquel hombre, buen marino de la pequeña villa de Bilbao, les garantizaba la razón de su destino, donde el estuviese con el estarían.

Con ellos viajaban hombres y pertrechos para conseguir el sueño de James, un sueño sin compartir. La tensión mojaba su frente, el pálpito hacia temblar su pecho, pero tan solo lo sentía él. James soñaba con arrebatar lo que sentía suyo a los invasores del este y para ello necesitaba a gentes extrañas; Juan deseaba cumplir por sí mismo y abandonar aquellas latitudes.

Los acantilados ya se perfilaban en aquella amanecida del otoño del 79, de nuevo la suerte estaba echada...

domingo, 11 de noviembre de 2007

¿Duermes?


Negros nubarrones al amanecer decididos despuntan
a cerrar el valle mientras sus gentes intentan
olvidar en vano el recién calor dejado en su hogar,
la paz que acompaña al sueño previo al despertar.

Pero, ¿por qué despertar si ese sueño nos regala libertad?.
¿No será mejor regresar a soñar ante la opción que ofrece la realidad?
¡Hay que luchar! Diría alguien con fortuna temporal.
Ojos de desengaño sin siquiera discutir lo dejarán marchar

No será la lucha quien ahuyente esos oscuros nubarrones,
será la indiferencia en paz la que los haga huir
con sus cúmulos desinflados en su propia decepción.
Mientras, vuelves al sueño, retornas a la ilusión.

Lentamente la estrella refulge y en mil gotas estalla
que anulan las de ellos, ¡malditos!, oscuros nubarrones
cobardes, que se resisten a salir pues en ti se hallan.
Calor vivo que dicta su sentencia mientras, suavemente, te duermes.

viernes, 9 de noviembre de 2007

La Visita

Hoy hemos tenido vista en el Caserón, unos representantes del poder regional establecido en las últimas elecciones nos han visitado con motivo de un acto científico. Algo verdaderamente interesante para todos,(el acto), tanto para los científicos que allí estaban, como para los que nos beneficiamos de su saber.

Todo eso, que todos sabemos o podemos imaginar ha ocurrido. El besamanos, las sonrisas abiertas a punto de estallar, lustrosas dentaduras, unas mas blancas que otras, brillando como faros mientras ellos se abrazan de forma débil, pero intentando expresar una enorme complicidad, (perdón por lo de complicidad, no se ofenda nadie).

La sociedad cambia, cambia la forma de dirigir los países; la cultura ciudadana emergente hace varias décadas comienza a descender por debajo de la incipiente era revolucionaria de aquella ilustración europea del XVIII.

Antes los reyes dictaban su gobierno alumbrados por sus propias motivaciones, algunas ayudaban a mejorar indirectamente la nación y otras la hundían en la mas oscura de las simas, (baste recordar al insigne Fernando VII en esta sufrida España). Sus cambios en la dirección eran por sus propios también cambios de humor, de liquidez o de enfermedad crónica.

Ahora, los dirigentes que nos toca pagar se alumbran por la encuesta mas reciente aún humeante del horno periodístico de turno. Si la tendencia les hace perder el poder, pues a ponerse las pilas y a sacar edictos, decretos, o viajes inaugurales para recuperar la popularidad si la caída en votos es de la parte social, si la caída es en las zonas conservadoras pues que sea lo que pidan los de ese lado.

Al fin y a la postre lo que buscan es mantener el dominio del poder. Con la visión de estado que exige el largo plazo hace que muchas veces se produzcan caras largas en la población al no entenderse las decisiones, normalmente se acaba en la oposición; también se acaba por ineptos o incapaces, pero basta ver los que gobiernan alrededor del globo para comprobar que no es necesario ser muy capaz para llevar las riendas del gobierno según el nivel de exigencia.

Entonces, qué se podría hacer me pregunto así sin más. Creo que poco, pues ya dicen que la democracia es el sistema menos malo y en eso estoy de acuerdo. Me encantaría disponer de la varita mágica de la percepción absoluta. Me imagino viendo al presidente de mi comunidad autónoma frente a mi sonriéndome mientras yo disecciono sus pensamientos, mientras mi varita lentamente va definiendo su grado de estadista (es que no se que como llamar a alguien que gobierna una región, ¿regionista quizá?), descubriendo la verdadera faz de sus intereses. Lo genial sería cuando el descubriese que lo había descubierto y que no tenía salida, ni explicación alguna.

Perdón, acabo de despertar, palabra que suena casi como a desertar. Desertar de la ilusión de que las viejas manías y formas de manejar al ciudadano han desaparecido. Desertar, pues acabo de comprobar por enésima vez que solo llevan un barniz superficial y todo sigue igual.

Antes se llamaban cortesanos, ahora se llaman presidentes, delegados, consejeros, directores generales, bla, bla, bla...

Cortesanos, eso es lo que son.

jueves, 8 de noviembre de 2007

Catalina de Erauso

Noches de naipes y humo, de pendencia y arrojo,
ese fue su reino, toda una vida sin cerrojo.
Duelo entre hombres contra la mujer oculta
entre vastos pliegues que varón la vieron.

Crueles trapisondas a bribones pendencieros
entre luchas, masacres y terrible duelo hermano.
Su gloria en Arauca, robada con sangre a los nativos fieros
por un galón de alférez a él porque a ella no.

De su espada muerto el hermano, Miguel
en un duelo baldío, ahíto de brega sin cuartel,
ya qué más da llorar por sangre ahora suya,
sangre siempre, en su dolor y en su gloria,

Catalina, Alonso, Pedro de Orive, todos igual
nombres distintos con un mismo actuar
Sangre en sus manos, libertad en su ser.
Fue saltando el muro, echando a correr
cruzando el mundo sin hábito de mujer

Aventuras, frustraciones, sueños y dolores
arrogancia decidida, valentía impuesta
por un mundo terrible, un mundo de hombres.

martes, 6 de noviembre de 2007

Muerte irreal

Las voces frías apagan la lumbre
del fuego mental que las aturde.
Silbando como dagas de acero mortal
cortando las muecas bastardas del sueño real

El alma huye dejando la mísera percha
de huesos y piel, sangre y sudor.
Escapa a ese refugio ideal sin frío ni escarcha
donde cargue mi pila que destruya el dolor.

Mientras, mi cuerpo camina y sus pies arrastra
marcando en el polvo dirección y sentido
errante y sin tino buscando un oasis
agua viva, leche y miel que lo calme.

Alma y cuerpo separados por intangibles razones
huyen de este pasto de vida umbrosa en ciernes
donde confluyen robots, autómatas de rutina
que te cazan y agotan para que no huyas en la primera esquina.

Cuerpo y alma, alma y cuerpo
escapan solos para desarmar sus alas
de temor hasta volver a encontrarse
en Petra, Aleppo, Damasco o Bagdag
allí donde no este prohibido pensar.

lunes, 5 de noviembre de 2007

Viaje, lluvia y destino

Lágrimas, como cuchillos salados que la carta emborronan
diluyendo la tinta para que desaparezca sin huellas.
Lluvia eterna como un manto empapa la inmensa meseta
arroya oblicua sobre la ventana que su frente aprieta.

Golpeteos constantes sobre la vía de hierro,
luces de semáforos que parpadean sin más
al paso de estaciones sombrías entre el lento amanecer.
Has perdido la partida pero no el destino a merecer
pues has ganado tu vida perdiendo el idílico fin
disfrazado entre palabras de vacío y hechos de papel.

Las ruedas metálicas chocan al cruzar los desvíos
como tu corazón de sangre se fundió en desvaríos.
Ya las ruedas recuperan la vía con metálica razón
ya se inunda de sangre, agua y sal, ya palpita tu corazón.

viernes, 2 de noviembre de 2007

Borodin (y fin)

...Borodin estaba tumbado en su coy frente al porche de su dacha, el sol de junio calentaba sus mejillas. Mientras, Kristina tendía las sábanas en el tendal que él hacía dos días había montado en el exterior. Los niños correteaban entre ambos hasta que Joseph vino corriendo hacia él y comenzó a balancear el coy.
- ¡Joseph, estate quieto, que me caigo!, ¡Quieto...
Un golpe lo despertó de aquel sueño imposible de cumplir. Una enfermera dos veces mas grande que él, de un cachete lo sacó de aquel maravilloso letargo. Cuando sus ojos se acostumbraron a la luz se dio cuenta que su familia sólo estaba en su foto y en su recuerdo. Pero había sido la primera vez que soñó algo que no fuese tenebroso con su familia.

Un color sepia en las paredes, desconchones y ventanas rotas con papeles y cartones por cristales, eso y las nueve camas con camaradas en su misma o peor situación fue lo que vio. La enfermera, en un ruso medio inteligible le mandó quedar quieto mientras le pinchaba con una jeringa metálica algo que le resquemó todo el interior, cerrando los ojos casi podía dibujar sus propias venas mientras aquel extraño líquido iba recorriendo estas. Aquella masa femenina Le lanzó un trozo de trapo para taparse la herida y giró su enorme trasero para irse a “torturar” a otro herido.

Pasaban las horas lentamente, entre quejidos y agónicas demandas de auxilio. Borodin estaba bien, su costilla parecía ya en el sitio y la pierna no le dolía. Se preguntaba por Vorev, quizá le hayan destinado a otro avión. “Lástima”, pensó, “no lo conoceré ya nunca”, era otra oportunidad perdida que se conjuró a nunca repetir.
Por la tarde llegó la misma enfermera, como pudo intentó preguntar donde estaba pero antes de que terminase su frase aquel gigante con tobillos finos a punto de quebrar le espetó un, ¡silencio!, mientras comenzó a lavarle. Ni siquiera en medio de los ataques antiaéreos sintió un azote mayor a sus huesos.
Por fin, el vecino de la derecha, con las dos piernas colgadas, le dijo que estaban en Leningrado. Asustado, Borodin le preguntó cuantos días llevaba allí.
- Camarada Borodin, que ya sabemos casi todo de ti, llevas cincuenta días, de los cuales los primeros treinta desde que llegaste no paraste de delirar entre sudores y fiebres. Ahí donde la ves, Constantina te curó y te salvó la vida. Esta algo gorda y es muy bruta, pero acabas queriéndola.
Borodin quedó pensando, recordando cómo se había dormido, se encontraba deshecho, pero no peor que otras veces después de un combate. “Quizá perdí mucha sangre”, pensó.
Dos días después su recuperación se hizo más patente, comenzó a dar paseos por el patio del hospital que daba a una de las calles del centro de Leningrado o lo que quedaba de el. La primavera, aunque fría había tapizado todo de flores y los pájaros habían regresado. Entre tanto desastre la vida renacía.
Volvería a su casa, a lo que quedaba de ella. La guerra tenía los días contados y el no tendría tiempo de incorporarse así que se pondría a recuperar a marchas forzadas el tiempo perdido.
A lo lejos, doblando la esquina del Hospital vio a su salvador, Vorev que se acercaba. Agitó una de las muletas nervioso, su salvador había vuelto a verle.
- ¡Vorev!, ¡Aquí, soy yo, Borodin!
Vorev le devolvió el saludo y al instante tres personas aparecieron detrás de la esquina, una mujer y dos niños. “¿Será su familia?, nunca supe que la tenía”. Se fue acercando y cuando ya su vista pudo distinguirlos descubrió que no era su familia, la de Vorev, ¡era la suya!.
No pudo mas, cayo al suelo desmayado por la impresión. Las dos muletas le siguieron. Rápidamente llego Kristina que le cogió por la nuca besándolo, los niños se arrodillaron acariciándolo, Vorev trajo un poco de agua entre las manos de la fuente del patio arrojándola a su rostro.
- ¡Kristina!, ¡Joseph, Katiuska!, estáis vivos.
- Si, Borodin estamos bien y tu también, volvemos a estar juntos. No sabes lo que te hemos echado de menos. Sabíamos de ti pero tu no de nosotros. Sabemos todo lo que has sufrido, pero todo ha acabado ya.
- Si, esto no lo esperaba. Kristina, tengo todos los proyectos del mundo, la guerra acabará pronto, reconstruiremos nuestra Dacha, Joseph será el mejor piloto y Katiuska la mejor médico de todo Leningrado.
Lo incorporaron, Vorev desde una posición algo retrasada los contemplaba con nostalgia, el no tenía a su familia. Fueron paseando mientras Kristina le contaba su peripecia, cómo había llegado hasta allí, Borodin no la creía, gesticulaba intentando no aceptar toda aquella historia. El rostro de Borodin fue cambiando de expresión hasta que doblaron la esquina.
- Mi amado Borodin, compruébalo tu mismo.
El capitán Borodin miró hacia abajo y pudo comprobar como seguía ardiendo su avión y como su cuerpo yacía junto al de Vorev ametrallado por aquellos cazas, miró a Kristina y a sus dos hijos fundiéndose en un eterno abrazo mientras su mirada se emborronaba entre agua y sal...

jueves, 1 de noviembre de 2007

Borodin (3)

...De un golpe la mano rápida de Vorev lanzó la pistola de Borodin lejos del alcance de este. El bramido de los stukas se sentía cerca. Vorev arrastró a su capitán como pudo cien metros mas lejos de la enorme humareda que desprendía el avión.
- ¡Cúbrase capitán!
Cubrieron cada uno sus cabezas mientras el zumbido característico del bombardeo indicaba la inminente explosión. Varios robles les ocultaban del enemigo. Las explosiones los levantaron del suelo como pasos de un gigante cercano en plena carrera. Fueron segundos nada más y los aviones prosiguieron su persecución mas hacia el este.


No quedaba ya nada, solo cenizas de su avión. Makolev, el artillero de proa había quedado muerto atravesado por las ramas de un árbol y ya nada se podía hacer por él. Vorev le confirmó que llevaba al menos una costilla rota mientras le hacía un torniquete en la parte alta de la pierna derecha.

- Camarada Capitán, antes de saltar comprobé la posición y estoy seguro de que hemos caído detrás de nuestras líneas, Makolev ha muerto. Ya no necesitará sus ropas así que con ellas y dos varas haré una parihuela para salir de aquí. Iremos hacia el este hasta encontrar algún trasporte de los nuestros. ¡Saldremos de esta, no se preocupe capitán!.
- Vorev, no tiene por qué hacer esto, yo solo seré una carga para usted, déjeme morir en paz. Sálvese y siga luchando hasta la victoria final.
- Camarada, eso no es propio de un patriota como usted. Me da igual, será la única orden que le desobedeceré. Ahora descanse y haga lo que le dije con el torniquete en su pierna.


Vorev desapareció a preparar la parihuela mientras Borodin quedó allí, paralizado, con la mirada perdida entre las ramas de aquellos robles protectores. “Vorev”, pensó, “nunca le había mirado como persona, solo era mi navegante”, en aquella situación de inmovilización forzada comenzó a darse cuenta la ceguera que genera la ira, el dolor y el odio. Cuando no ves a nadie, no sientes por nadie mas que por ti. En esos momentos las personas que nos rodean son meros instrumentos útiles y los desprecias usándolos, o inútiles y entonces los desprecias abandonándolos de tu lado. Se percató que aquella situación de odio e ira tan solo había mantenido entre rescoldos humeantes las cenizas de su familia y ya habían pasado mas de dos años. Si salía de esta se prometió a si mismo cambiarlo todo.

Vorev llegó con su parihuela o lo que eso quería ser en la manos. Las dos varas eran ramas de roble algo retorcidas pero servirían. La ropas ensangrentadas de Makolev le daban un aspecto desgarrador al conjunto de Borodin y el ingenio de Vorev. Poco a poco, arrastrándolo con el mayor mimo que podía Vorev encontró una especie de carretera por la que pudo apurar mas la marcha. Sólo disponían de dos cantimploras de agua y la noche se aproximaba, aquel frio mataría a Borodin e incluso a Vorev en su calamitoso estado.

- ¡Vorev!, ¡Vorev!
Vorev no le oía. Borodin gritaba pero aquello era algo muy distante de lo que se podría definir como tal. Su garganta apenas era capaz de forzar las cuerdas vocales. Como pudo se movió de forma que cayó sobre la carretera
- ¡Qué le pasa Capitán!. Pero... ¡Sí!, ¡son de los nuestros!
Alguien desde alguna parte los había tocado con su varita y un transporte de heridos del frente retornaba a Varsovia. Vorev comenzó a agitar los brazos para detener aquel convoy, aquel primer camión ambulancia pasaría sobre su cuerpo si no se detenía.

Se detuvo, iba lleno de heridos, los quejidos, las voces lastimeras rebosaban entre las juntas de las lonas aturdiendo las caras de Vorev y el conductor. Este le indicó que en los camiones de más atrás habría sitio para ellos. Así fue, en el último camión, un transporte de material sin ningún tipo de preparación para ambulancia los echaron. Qué importaba ya, iban a Varsovia donde serían atendidos. Borodin sacó su foto arrugada, aquellas sonrisas de kristina, de su dos hijos ahora las veía con calor, algo había pasado en su interior. Miró a su navegante, ahora Vorev, su compañero, le sonrió y se durmió acunado por el traqueteo brusco, casi violento del camión mientras el atardecer se llevaba la luz natural dejando los destellos de las bombas, los gritos graves de los cañones de uno y otro bando disparando sin piedad.

El sol enrojecido de sangre y vergüenza lo despidió, en unas horas estaría en una cama de hospital...