viernes, 16 de noviembre de 2007

Smerwick (y 5)

...Pasó esa hora; para Juan de forma más rápida de lo que realmente supuso, el temporal quizá había amainado algo pero no lo suficiente. Tenía que decidirse y sabía que en medio de aquella tempestad no habría forma de fondear en sitio alguno sin correr peligro de encallar.
- ¡Capitán, por estribor, una isla!
Era cierto había una isla, o eso se perfilaba entre el pertinaz y denso chubasco, ellos navegaban de través y el rumbo les llevaba directos pasar entre el cabo y la isla. Esa era la oportunidad, habría un momento en que estaría a sotavento de la isla y podrían desembarcarlos. Su corazón se relajo al fin sin haberlo esperado, ahora solo había que ser un verdadero marino, maniobrar con la debida pericia, la decisión estaba tomada.

- Antón, orce un poco más y aproxímese a la isla, hay que sotaventeAñadir imagenar sobre ella para dejar a estos hombres allí. Avisa a los hombres que vamos a desembarcarlos y a ellos que se preparen, tendrán que ir nadando a la orilla.
- Bien, Capitán.
La maniobra fue rápida y se hizo sencilla en cuanto la isla los protegió mínimamente del temporal. Juan los acompañó hasta el pequeño combés de cubierta y, con dos cabos los dejaron en el agua junto a un saco de pertrechos, ropa de abrigo y provisiones para varios días. Antes de largar el cabo que los sujetaba Juan y Ryan mantuvieron una conversación cabeza con cabeza. No había otra forma de poder entenderse debido al rugir del viento y al movimiento del buque por el temporal. La tripulación los observaba agarrados a cualquier asidero seguro con tensión y ansias por izar de nuevo el velamen, para no seguir por mas tiempo a merced del viento y la marea que unidos pueden llegar a ser letales.

La despedida a pesar del frío, el agua y la violencia de los golpes de mar fue emotiva, cálida y sólo la vergüenza por no parecer menos duros de lo que eran no generó lágrima alguna por parte de unos y otros. El “San Diego” retomó el rumbo hacia el punto indicado por su Almirante mas al sur de aquel mar Irlandés tan desagradecido. Juan iba a popa junto a Antón, su segundo. Mantenían un silencio compartido, cada uno ensimismado en sus pensamientos mientras luchaban para mantener fija la derrota del patache.

Un día después de aquella despedida el pequeño patache se encontraba a pocas leguas de la zona de encuentro con el resto de la flota. Durante todo el día continuaron rumbo sur pues no trabaron contacto visual con los demás navíos y sabían que por su tamaño, si estaban a salvo debían continuar con destino a La Coruña. Atardecía, el sol ya agotado de su propia singladura claudicaba ante la orgullosa, la presumida luna que por aquel ciclo tenía ansias de mora.
- ¡Capitán!. ¡A proa, las naos!
En efecto, por delante de ellos a pocas leguas la silueta de la formación naval, ya serena como la mar sobre la que navegaban les dio alas. Juan mandó disparar una salva de pólvora de “aviso”. En cuanto recibieron la respuesta Juan haciendo un poco de religioso mandó que se arrodillaran para rezar dando gracias por el reencuentro sanos y salvos.
De vuelta al timón, Antón con la relajación propia de saberse seguros no pudo reprimirse mas y se atrevió a preguntar a Juan.
- Capitán, ¿qué hablaron vos y el irlandés en medio de aquel temporal?
Juan le miró,
- Le pregunté si no era mejor morir por la libertad en Smerwick que de frío en aquella maldita isla en la que le abandonaba. Él me contestó con algo que no esperaba.
- ¿Puedo saberlo, capitán?
- Me dijo con toda serenidad :
“La Libertad, una vez conocida reside ya en el fondo de uno mismo. La que te ofrezcan será siempre a cambio de algo que la cercene”. En ese momento comprendí que el ya era libre sin nuestra ayuda.
Quedaron de nuevo en silencio manteniendo el rumbo que marcaba Don Juan de Recalde hacia España, las estrellas parecían asentir aquella frase con su parpadeo perenne.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo que la libertad reside en uno mismo; pero...... !que dificil!. Tenemos siempre tantos condicionantes.

P.D. Me encantan tus relatos por entregas, aunque como ves, voy a otro ritmo. Escribes más rápido que yo leo.
Marina