jueves, 1 de noviembre de 2007

Borodin (3)

...De un golpe la mano rápida de Vorev lanzó la pistola de Borodin lejos del alcance de este. El bramido de los stukas se sentía cerca. Vorev arrastró a su capitán como pudo cien metros mas lejos de la enorme humareda que desprendía el avión.
- ¡Cúbrase capitán!
Cubrieron cada uno sus cabezas mientras el zumbido característico del bombardeo indicaba la inminente explosión. Varios robles les ocultaban del enemigo. Las explosiones los levantaron del suelo como pasos de un gigante cercano en plena carrera. Fueron segundos nada más y los aviones prosiguieron su persecución mas hacia el este.


No quedaba ya nada, solo cenizas de su avión. Makolev, el artillero de proa había quedado muerto atravesado por las ramas de un árbol y ya nada se podía hacer por él. Vorev le confirmó que llevaba al menos una costilla rota mientras le hacía un torniquete en la parte alta de la pierna derecha.

- Camarada Capitán, antes de saltar comprobé la posición y estoy seguro de que hemos caído detrás de nuestras líneas, Makolev ha muerto. Ya no necesitará sus ropas así que con ellas y dos varas haré una parihuela para salir de aquí. Iremos hacia el este hasta encontrar algún trasporte de los nuestros. ¡Saldremos de esta, no se preocupe capitán!.
- Vorev, no tiene por qué hacer esto, yo solo seré una carga para usted, déjeme morir en paz. Sálvese y siga luchando hasta la victoria final.
- Camarada, eso no es propio de un patriota como usted. Me da igual, será la única orden que le desobedeceré. Ahora descanse y haga lo que le dije con el torniquete en su pierna.


Vorev desapareció a preparar la parihuela mientras Borodin quedó allí, paralizado, con la mirada perdida entre las ramas de aquellos robles protectores. “Vorev”, pensó, “nunca le había mirado como persona, solo era mi navegante”, en aquella situación de inmovilización forzada comenzó a darse cuenta la ceguera que genera la ira, el dolor y el odio. Cuando no ves a nadie, no sientes por nadie mas que por ti. En esos momentos las personas que nos rodean son meros instrumentos útiles y los desprecias usándolos, o inútiles y entonces los desprecias abandonándolos de tu lado. Se percató que aquella situación de odio e ira tan solo había mantenido entre rescoldos humeantes las cenizas de su familia y ya habían pasado mas de dos años. Si salía de esta se prometió a si mismo cambiarlo todo.

Vorev llegó con su parihuela o lo que eso quería ser en la manos. Las dos varas eran ramas de roble algo retorcidas pero servirían. La ropas ensangrentadas de Makolev le daban un aspecto desgarrador al conjunto de Borodin y el ingenio de Vorev. Poco a poco, arrastrándolo con el mayor mimo que podía Vorev encontró una especie de carretera por la que pudo apurar mas la marcha. Sólo disponían de dos cantimploras de agua y la noche se aproximaba, aquel frio mataría a Borodin e incluso a Vorev en su calamitoso estado.

- ¡Vorev!, ¡Vorev!
Vorev no le oía. Borodin gritaba pero aquello era algo muy distante de lo que se podría definir como tal. Su garganta apenas era capaz de forzar las cuerdas vocales. Como pudo se movió de forma que cayó sobre la carretera
- ¡Qué le pasa Capitán!. Pero... ¡Sí!, ¡son de los nuestros!
Alguien desde alguna parte los había tocado con su varita y un transporte de heridos del frente retornaba a Varsovia. Vorev comenzó a agitar los brazos para detener aquel convoy, aquel primer camión ambulancia pasaría sobre su cuerpo si no se detenía.

Se detuvo, iba lleno de heridos, los quejidos, las voces lastimeras rebosaban entre las juntas de las lonas aturdiendo las caras de Vorev y el conductor. Este le indicó que en los camiones de más atrás habría sitio para ellos. Así fue, en el último camión, un transporte de material sin ningún tipo de preparación para ambulancia los echaron. Qué importaba ya, iban a Varsovia donde serían atendidos. Borodin sacó su foto arrugada, aquellas sonrisas de kristina, de su dos hijos ahora las veía con calor, algo había pasado en su interior. Miró a su navegante, ahora Vorev, su compañero, le sonrió y se durmió acunado por el traqueteo brusco, casi violento del camión mientras el atardecer se llevaba la luz natural dejando los destellos de las bombas, los gritos graves de los cañones de uno y otro bando disparando sin piedad.

El sol enrojecido de sangre y vergüenza lo despidió, en unas horas estaría en una cama de hospital...

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