miércoles, 30 de diciembre de 2009

Tenemos, tendremos


Mas de cien razones, como cien vendavales

que pasan solos o unidos, en años con días y meses

bajo inclementes aguaceros en interminables lluvias

de vida trufada por rayos cabalgando a lomos de viles tormentas,

aturdiendo tu vista de avezado piloto en la vieja travesía vital

sobre la que hundes con firmeza el filo del tajamar.




Alma que nunca habrás de vender sin en verdad deseas triunfar

frente a quien como el viejo corcho usado tan solo pretende flotar,

acaba este año como un momento, pura copia de los que vendrán

buscando la mirada perdida que dejaste entre aquellas pupilas soñadas

que devuelvan tal sueño con mil palabras por tal alma añadidas.



Sueña, vive, corre y no dejes de volar triunfante ante el viejo Isaac,

sobrevuela sin pudor sobre lo que siempre deseaste alcanzar,

evitando que sea lo nuevo más que lo viejo si no es de verdad.

Achica el agua de los males que inundan el combés de tu ánimo

y destrinca cables y cabos que jamás sabrán otra cosa que amarrar

pues de la tierra serena nada vieron y de la mar por surcar nada desean mirar.



Hay esquinas que doblar, bares en los que entrar, palabras que escuchar,

mil y una mentiras que volver a encontrar

para seguir percibiendo la vida por la que poder bregar.







Buen incio de singladura, Ilusión, confianza y mucho ánimo a todos.

Blas, el de Lezo

miércoles, 23 de diciembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (46)

... Pedro despidió a Daniel ya sobre el lanchón que de momento lo llevaría a la “Furiosa” donde lo esperaba su comandante con las nuevas de su destino. Con el corazón contraído por la separación Pedro poco a poco iba asumiendo a aquel sufrir como una pura constatación de tener ya una familia sin haber tenido hijos y, a pesar del dolor que sentía en esos instantes, en el fondo un destello de felicidad le llegaba por poder sentir tal cosa.


Al llegar solo María lo esperaba pues a pesar de no querer despedirse en el mismo muelle de su hijo, por no dejarle a este una imagen de puro sufrimiento, deseaba saber cómo había sido esta. Miguel, entretenido con Inés y entre tazones de más chocolate que con ternura hacia llegar sin límite Doña Aurora, fue asumiendo la tristeza de la separación que no podía evitar entre sonrisas de aquellas mujeres y la compañía de la pequeña Alicia de los Bracamonte, que ya era como su hermana pequeña, alguien a quien cuidar y de vez en cuando intentar que redujera su prolífica verborrea que parecía no tener fin.


Pedro y María se abrazaron sintiendo ambos de maneras diferentes la misma sensación de compartir un mismo deseo y un mismo sufrir por alguien querido. Fue el verdadero momento en que sus vidas se fundieron en un solo motivo. Comieron, quizá la desgana que produce la tristeza los llevó a los postres sin casi mediar alguna palabra. Era Don Arturo el que mantenía las miradas en alto con alguna pregunta y su propia respuesta a continuación para evitar el abismo del puro silencio que desmedido solo conduce al gris de la conformidad.

Al fin terminó la comida y Don Arturo se llevó a Pedro y a Fabián a su enorme despacho donde los regios ventanales, luminosos por recibir el reflejo del Caribe que el borde de las murallas al mismo filo visual de tales ventanales permitía sentir de pleno los deslumbró a ambos. Cuadros, algunos traídos de España y adornos recargados de mil procedencias desconocidas para un profano que no viviera del comercio abarrotaban la estancia. Sobre una bandeja de pura plata peruana Don Arturo les sirvió buen ron especiado mientras acometía su propuesta, anclada en su mente desde que apretó la mano de Pedro y Fabián.

- No se apuren por la graduación  de este buen ron, que para si quisieran los britanos e de la Jamaica  antes que su grog malparido, que tenemos toda la tarde y estos sillones han soportado siestas de cuerpos con pesos mayores que los que vuestras merceden portan. Ahora permítanme que les explique mis intenciones y mi propuesta para con vos Don Pedro y Don Fabián que creo les agradará.

- Don Arturo, permítame rogarle me retire el trato que me concede pues no es costumbre para un labriego el sentirse señor.

- Mire Don Fabián, señor solo es el que lo es, no el que lo recibe por mil motivos de desconocido origen. Desconozco vuestro origen como vos desconocéis el mío, tan solo hay apariencias y tales circunstancias no deben determinar el trato, sino el propio respeto entre los hombres como los que en este salón nos encontramos. Quizá si mantenemos esta relación mas allá en el tiempo descubramos quién es el señor y quién el siervo de falsedades, engaños o malas acciones. En este caso, mi respetado amigo, porque así deseo que sea será tan Don como yo lo soy.

Un mirada de aprobación de Fabián fue suficiente como respuesta, una mirada en la que se percibía claramente que había ganado también un amigo.

- Continúo con vuestro permiso. Como les relaté la pasada noche soy dueño de unas tierras en la villa de Magangué que tenía un destino frustrado por la guerra y la muerte que juntas siempre viajan. Es la hacienda de una superficie cercana a las 500 fanegas ( 32.000 Ha) y sus tierras son ricas para el cultivo y la ganadería. Se cultiva  el  algodón que bien valdría si se le une un buen ingenio con el que crear paños  de lo que vos, Don Pedro, sabéis sin duda más que este que os lo cuenta. No dispone más que de un pequeño edificio de dos plantas que necesita de su rehabilitación y de su ampliación pues la tierra puede dar también pastos para la ganadería y  para eso no hay la debida infraestructura dispuesta. ¿Qué les parece lo que les presento de partida, caballeros?

- Con el respeto por delante, Don Arturo. Lo que vos nos decís es el sueño de cualquier emigrante que recién llegado pueda pensar en encontrarse, mas esto no se regala ni siquiera se presta. Estáis vos hablando de un gran valor que nuestras posibilidades nunca podrían alcanzar en muchos años por muy afortunados que estos pudieran llegar a ser…

- Bueno, bueno, Don Pedro, que no lloren vuestros deseos antes de perder la posibilidad de lograrlos. Soy ya mayor como no es necesario demostrar, mi esposa no desea más riqueza que la que ya disfruta y nada nos va a devolver la alegría de nuestro hijos, ambos ya fuera de este reino mortal. Soy comerciante y se que la contrapartida a esta oferta es de elevado valor pero yo solo les demando que den vida a ese pedazo de tierra donde soñábamos ver correr a nuestros nietos,  que arreglemos un porcentaje de los beneficios cuando los obtengan y que nos  concedan la posibilidad de poder visitarles, poder compartir sus vidas y disfrutar de sus pequeños como si fueran unos lejanos nietos que los eternos “renglones torcidos” nos han mostrado  y permitido sentir. Aunque no os parezca un precio acorde, su valor no tiene cálculo posible. Quizá desconfíen de tanta amabilidad y sospechen de algún gato encerrado, algo que comprendo de forma cierta, pero como prueba les propongo que certifiquemos tal preacuerdo ante el escribano mayor del gobernador y tras esto se vengan vuestras mercedes a la hacienda para que su vista les ahuyente el miedo y la desconfianza que vuelvo a reitera entiendo les nazca de su  conciencia.

Pedro y Fabián se miraron. Fabián estaba decidido, pero nada haría sin esperar la opinión de Pedro al que consideraba más experimentado y con más visión en esto de los tratos con semejantes, que no era en lo que él hubiera tienido costumbre.

- Don Arturo, es una oferta muy provechosa para nuestras expectativas y no podemos negarnos ante las pruebas que nos propone previas a firmar un acuerdo con vos. Ha de comprender que debemos antes hablar con nuestra familias para que la decisión sea unánime y no conlleve  el doble riesgo de la equivocación y el posterior reproche eterno que supione el fracaso y la runia frente a quien en uno ha depositado su vida. A pesar de esto creo que debería preparar ya el viaje al que iremos Fabián y yo tras firma del preacuerdo con el escribano, que solo a la vuelta se verá confirmado con rango de ley privada entre nos.

- Estoy de acuerdo con vuestro razonamiento, es lo menos que puedo esperar y si nos les molesta voy ya a mandar preparar las caballerías para las 25 leguas de jungla que nos separan.

- Muy bien, Don Arturo que nosotros iremos a informar a nuestras familias y tener así una idea clara para poder acordar un buen contrato entre ambas partes si a todos nos es bien los por vos ofertado.

Y de tal guisa aquél 19 de febrero de 1723 de tal manera terminó pues de lo concluido será en otra entrega relatado, que por lo pasado estimo de rigor la espera sin más razón…

lunes, 21 de diciembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (45)


…El 19 de febrero llegó como los demás días, que llegan sin avisar a nadie por estar y pronto largan sus amarras de las vidas sobre las que se habían detenido durante veinticuatro horas, siendo el único presente como tránsito entre el futuro ya perdido y el infinito pasado en el que para siempre permanecerá. Amanecía sobre Cartagena con un sol de febrero que con invernal esfuerzo se abría paso entre el fuerte de San Felipe y Punta Canoa. Daniel miraba hacia la bahía donde flameaban los estandartes de la flota que en dos días zarparía hacia Portobelo con el ansia por volver a partir los mares y alcanzar su propia gloria, que no es más que tocar un instante con las yemas de los dedos la piel del reto con el que uno se ha plantado en la vida.


María lo buscó hasta encontrarlo tras subir las escaleras que daban a la terraza. Con sigilo se había presentado tras él observándolo con el dolor constreñido bajo el manto de su piel materna. Trataba de quedarse con la imagen de Daniel antes de perderlo hasta nadie sabía cuándo, que no eran esos tiempos los de poder regresar de donde uno había partido como si de una parroquia a otra del mismo concejo estuviéramos hablando.

- ¡Madre, estabais ahí! ¿Cuánto tiempo lleváis escondida tras de mí?

- Daniel, hijo mío. Tan solo quería verte sin cambiar el momento por un extraño, o un ruido o un destello que me permitiera quedarme con tu imagen antes de tu partida…

María comenzó a llorar de forma serena, como conteniendo sus verdaderos deseos de llorar a puro grito y desahogar así los demonios internos que la oprimían tras tantos sufrimientos por un maldito temporal, por perder a su marido, por aquél párroco que malos infundios lo llevaran al Averno, por perder ahora a uno de sus hijos en aquellas tierras desconocidas y tan lejanas de su Gijón natal. Daniel la abrazó sin tiempo, sin pensar en dejar de hacerlo, como si esperarse hasta que la calma regresara desterrando los suspiros de tristeza que brotaban de su madre.

- No te apures por mí, Daniel. Estoy seguro que lograrás lo que te propongas, pues eres de ley como lo fue tu padre y yendo con el pecho y la mirada limpia conseguirás abrir la puerta más grande que ante ti se plante. Pero se prudente, prométeme que al arrojo de tus deseos lo sazones de prudencia ante cada momento de la vida y solo entonces  creo que podré volver a sentir tu abrazo antes que nuestro Señor me llame al lado de tu padre.

- Madre, no habréis de esperar mucho, quizá algún año. Me cuenta el teniente Don Miguel que con el nuevo Rey las comunicaciones entre los dos hemisferios es cada vez mayor y en estos próximos años seremos capaces de recuperar en el Caribe lo que ya les hemos recuperado en Europa a los Britanos.

Su voz casi era la de un niño que en todo creía aún. La ilusión por lo que estaban por venir, por ser él el partícipe no le dejaba ver los ojos vidriosos de su madre por ver que la naturaleza seguía su curso y era la hora de la separación. En un momento de la euforia de Daniel, María sacó algo que tenía escondido entre los pliegues de su ropa para dárselo.

- Daniel, escúchame un momento. ¿Te acuerdas de Mauro?

- Si, madre. Era el carpintero de ribera que construyó y armó los barcos de padre. ¿Por qué me lo preguntáis?

- Porque en los momentos de nuestra huida de Gijón, cuando acudí a pagarle las deudas por el barco de tu padre, él me entrego una serie de objetos para cada uno de nosotros. Este era para ti. Mauro y tu padre eran casi hermanos, Mauro te tuvo entre sus brazos y cuando pudiste mantenerte en pie eras tu el que te metías entre sus cuadernas de madera con aquél olor a resina y madera recién cortada ¿Te acuerdas, hijo?

- Si, madre. Son recuerdos que nunca se borrarán de mi mente. Pero, ¿Qué es lo que el bueno de Mauro tenía para mi?

Daniel abrió el cofre de madera con refuerzos de bronce con el cuidado de saber que  sus ansias podrían romperlo.

- ¡Dios mío! Es un brújula! ¡Es mi brújula! ¡Gracias, Madre! Es el mejor regalo que podría recibir un día como este.

- Daniel, estoy seguro que en todos los navíos en los que pongas pie llevarán su aguja de marear. Es esta brújula un deseo de Mauro, mío y estoy seguro que de tu padre que nos estará viendo, un símbolo del rumbo correcto que siempre habrás de esforzarte por encontrar por ti mismo. Ahora vayamos abajo a ver a tu hermano que a punto estará de despertarse. Has de despedirte de él con esperanza, con mucha esperanza pues tu partes acompañado de la bendita ilusión, que mil veces hace de compañera, unas veces de buen compás y otras no, mas el quedará en condenada soledad por perderte.

- Vayamos madre, antes de que despierte.




Antes de que el campanario de la catedral cantara las diez de la mañana el carruaje de Don Arturo esperaba en la calle para portar a Daniel junto con Pedro León al muelle donde embarcar. Frente al carruaje todos le despidieron como si fuera un hermano o un hijo. Justo antes de subir el último peldaño que lo metiera en el carruaje, Miguel de un grito lo detuvo y corriendo se abrazó a su hermano.

- Miguel no has de apurarte más por mí, saldrás adelante y te prometo escribir allá donde arribe a la dirección de Don Arturo que seguro te hará llegar  nuevas de mis venturas hasta que nos volvamos a ver, que no dudes será antes de lo que imaginas

- Hermano, te esperaré hasta que vuelvas porque siempre has cumplido la palabra que me diste, aunque no se cómo podré soportar tu falta. Toma este imán que me diste que  te hará falta cargar tu aguja.

Un “gracias” que casi no sonó entre las lágrimas, sollozos y suspiros dio punto final al encuentro entre los hermanos. El carruaje les dio la espalda a todos, mientras en él Daniel volvía a su barco, aunque aún no sabía el nombre final de este…

domingo, 20 de diciembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (44)


…La cena en casa de la familia de Las Heras transcurrió tan agradable como había comenzado su relación sobre el muelle en el barrio de Getsemaní. Eran los dos un matrimonio sin descendencia, su hijo Carlos había caído en la defensa de Cartagena contra el ataque del barón de Pointis en 1697 y una malditas fiebres se llevaron de niña a su hija Valeria, de la que tan solo tenían un pequeño cuadro que mandaron realizar con gran premura para poder al menos tener alguna imagen de ella cuando les dejó sin haber cumplido los tres años y la enfermedad se la llevó. Las desgracias les habían demostrado que nada era lo bastante importante como para que los odios, envidias y rencores dieran a la planicie de una vida plena los exabruptos y valladares que como presa  embalsen tal fluir emponzoñando vidas y sentidos. Aquella actitud poco a poco ganada entre golpes y desgracias les demostraron que al final de todo el camino siempre los recompensaba sin esperar en mayor medida que si la actitud hubiera sido la contraria en la propia búsqueda afanosa del mismo premio.


Doña Aurora vestía como en las grandes ocasiones, portando bellos brazaletes y collares de perlas engarzados en oro y plata en sus bazos y cuello sobre un vestido de suaves colores que daba a la voluptuosa seda un aspecto más modoso acorde a su edad. Don Arturo seguía presentándose con su misma clase y estilo de buen señor sin exageraciones que avasallaran a sus invitados. A su edad y por su carácter no acostumbraban a recibir invitados a su casa pues rehuían las fiestas y convites de la sociedad indiana de la ciudad. Tan solo acudían a los oficios solemnes y la Santa Misa de las madrugadas dominicales en las que se celebraba la santa misa en la catedral y a las reuniones que el gobernador de la ciudad acostumbraba a organizar para conmemorar aniversarios y hechos singulares que mantenían a la pequeña sociedad unida entre sí y con la España del otro hemisferio. La estancia de los León y los Bracamonte en su enorme casa llenó de ruidos casi olvidados las estancias y los corazones de ambos, tanto del de puro sentimiento de Doña Aurora como el mercantil que no podía evitar portar en el pecho Don Arturo.


Se oyeron muchas historias contadas por unos y otros de sus peripecias entre la vieja Castilla y sus interminables inviernos, la travesía con el encuentro donde Daniel puedo explayarse y Fabián mostrar el orgullo de su acción forma de ya “vieja cicatriz”, Inés  no pudo resistir a relatar la azarosa vida de Juan Delgado, tanto  se arrojaron a relatar que fueron los postres los que dieron  por final momentáneo el cúmulo de relatos e historias. Don Arturo, como en cualquier acto social de la época dio paso a la sobremesa

- Ahora que todos hemos disfrutado de la cena, subamos a la azotea donde tenemos una hermosa terraza sobre la que poder observar nuestro cielo y quizá si los jóvenes alcanzan con su vista puedan distinguir en la murallas alguna pareja furtiva…

- ¡Arturo! ¡No es esto el tinglado de tus paños!

La mirada acompañada de la voz de doña Aurora fue suficiente para callar a Don Arturo. Tras él la comitiva subió las escaleras que daban acceso a la azotea donde se abrió sobre todos una vista general de los tejados de la ciudad en pendiente descendente hacia la bahía interior y, girándose un poco, hacia el norte se presentaban las murallas y la nocturna mar que nada dejaba ver de sus secretos a quien desde tierra la observara. Don Arturo se llevó a un lado a Pedro y Fabían, mientras Daniel dudaba un poco en quedarse entre las mujeres o los hombres en esa situación de infante pasado a adulto en la que por lo pasado podía ser lo último, mas los resquicios de la niñez aún tiraban hacia la cercanía materna. Las historias continuaban teniendo como pilar central a Inés y su peculiar forma de relatar lo vivido en Sevilla por Juan Delgado y su hermano Agustín. Mientras un poco apartados, Don Arturo comenzaba a plantear la propuesta que creía ya desde el 97 del pasado siglo no poder nunca cumplir.

- Y bien, caballeros. Espero les haya gustado la cena que tan gustosamente adorna mi esposa Aurora y que sin tacha elabora Aimeé, nuestra cocinera. No sé qué haría yo sin sus guisos y sus postres.

- Tiene usted razón pues no había comido tan bien creo que desde la niñez en algún festejo de mi pueblo. Muchas son las gracias que les debemos aunque aún no estamos en posesión de devolverle a vos tales favores.

- Bueno, bueno, no habrá de ser eso tan necesario ni de tanta premura que lo que se ofrece no es por rápido rédito sino por veros a vos como mis padres me relataron a mí en su arribo a estas tierras y no voy a negar que  por veros también de buena ley y parecido oficio con el mío.

- Mas, ¿no sois vos comerciante?

Mientras les ofrecía un buen cigarro puro con el brillo de su sonrisa peleando con la luz de mortecina de una luna en cuarto menguante le contestó.

- Mi padre tuvo siempre un sueño que no logró llevar a término. Este no fue otro que conseguir un buen conjunto de tierras donde hacer su pequeño reino y dar un origen a su recién creada estirpe. Era originario  de las tierras del señorío de las cinco Villas, concretamente de la villa de Riopar, de las que huyó deseando olvidar la pobreza y la injusta servidumbre y lograr para sus descendientes lo que para él no tuvo. sin sangre en las venas que sólo procuraban perpetuar sus privilegios. Antes de su muerte logré que el Gobernador de Cartagena me concediera unas tierras en agradecimiento por mis servicios y la ayuda económica que doné sin dudar ante la falta de caudales que debían llegar desde Santa Fe, lo que  por ley era llamado comúnmente “el situado”. La verdad es que se han pasado muchos apuros en la financiación de la defensa de toda esta costa y hemos tenido que arrimar el hombro muchos de los que algo teníamos en nuestros bolsillos.

- Entonces, además de Comerciante sois terrateniente.

- Bueno técnicamente si, pero no es mi vida eso de la tierra y su cultivo por lo que se encuentra en un estado de franco abandono. Realmente lo busqué por el sueño de mi padre y  deseaba que fuera mi hijo quien se hiciera con aquellas tierras, pero murió hace ya casi veinte años en el asedio del Barón de Pointis sobre nuestra ciudad. Mi hijo Carlos cayó en medio de último asalto a la ciudad vendiendo cara su derrota. Ahora tendría los 45 años y estoy seguro que mi vida sería la de un abuelo que solo vendería sonrisas para ellos, pero la es la vida la que dirime y ajusta la realidad como dictado verdadero de nuestro señor.

- No se aflija, don Arturo, sois vos por lo que veo un hombre respetado en la ciudad y de buena posición económica. Intente ver las cosas desde el costado positivo que lo malo sabe solo arribar a nuestro corazón sin llamadas previas.

- Gracias, Don Pedro. Tenéis razón, así que iremos al grano que no es otro que llevarles a vuestras mercedes en los próximos días a mi hacienda en Magangué. Esta a casi 25 leguas de Cartagena y estoy seguro que les encantará.

- Disculpad mi atrevimiento, señor De las Heras, mas soy campesino y sin caudal que ofrecer a vuestra excelencia. Estoy seguro de que será como vos decís pero no se qué es lo que deseáis pues mi mujer, mi hija y yo tan solo tenemos los brazos como pago.

- No os importune lo que digo, pues no busco braceros sino gentes de fiar y con deseos de hacer fortuna. De lo demás hablaremos en los próximos días que de todo han de poder todos tener su jornal, no lo dudéis nunca, Fabián.

Las cosas iban aclarándose, aunque no del todo para las de momento recelosas mentes de Fabián y Pedro, que se sentían en terreno desconocido y sin una base sobre la que apoyarse con la seguridad cargada al ciento. Daniel al escuchar las palabras “próximos días” se dio cuenta que ya él no estaría para ver y saber de lo ocurrido y un pequeño escalofrío le quebró el pecho por separase sin saber del bien de su madre y hermano, pero había de hacerlo y llegaba la hora de la despedida…




martes, 15 de diciembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (43)


…Arturo de Las Heras era el típico caballero criollo al que por tal  cosa le estaba difícil el acceso a los apetitosos puestos de la administración colonial en su gran mayoría reservados para los "chapetones" venidos de España a pesar de  que él y su familia eran de "posibles" gracias a sus padres que habían hecho fortuna en la generación anterior. Hombre de edad madura, rayando los 60 años, y de porte distinguido era de mirada limpia tras sus ojos castaños por los que todo lo que pasara era siempre tasado en calidad y precio por la deformación profesional que tantos años en el negocio de la compraventa textil le había dado por conformar como manía. Como les relato, el aspecto a pesar de su edad ya avanzada en aquella época y tales latitudes era la de un hombre maduro de veinte años menos de los que en realidad portaba, sus trajes sin ostentación mantenían su porte como hombre acaudalado que no pretende avasallar con perifollos sin sentido que anulasen venta o compra posible. Con casi seis pies de altura superaba en algunos dedos a Pedro León y dejaba a Fabián en pequeño con los cinco pies del canario. Un sombrero de jipijapa y una pipa de puro marfil veteado en negruras de tinte africano remataban su cara de ángulos ya derrotados por el tiempo que seguían a su prolongada nariz aún firme sin desfallecer tras seis décadas apuntando alto y con acierto en su olfato hacia las gentes.


Envió a uno de sus esclavos a su tinglado ya en la isla de Calamarí que era donde se ubicaba el núcleo de la ciudad, para que junto a él se llegaran varios esclavos mas con carruajes para transportar el equipaje completo de los León y Bracamonte. Mientras ofreció su carruaje a las damas para que les llevaran a su casa en la ciudad y así tomaran descanso tras el desembarco.

- Daniel, ve con María y los demás a en carruaje mientras Fabián y yo organizamos el trasporte de la mercancía.

- Si, Daniel. Haz caso a tu padre mientras yo me quedo para acompañarles en el traslado. Una vez terminemos nos reuniremos en mi casa. Cenaremos la especialidad de nuestra cocinera y hablaremos de lo que vuestras mercedes deseen. Aunque si no les parece mal creo que tenemos un tema en común que seguro nos interesará a todos.


La palabra “padre” le golpeó en el pecho a Pedro, sonaba muy bien y no pudo reprimir una mirada sobre María que correspondió casi sin parecerlo. Pocos minutos después las mujeres subieron al carruaje mientras Daniel y su hermano Miguel se sentaron en el estribo donde el esclavo gobernaba a los dos corceles tan negros como él. Como los dueños del mundo recorrieron los arrabales de la ciudad en dirección al centro de la villa. Sobre el puente que libraba el caño de San Anastasio y unía asi Getsemani con la ciudad una mirada hacia la trasera del carro por parte de Daniel le mostró el impresionante castillo de San Felipe que parecía querer dar calma y sosiego a los habitantes desde su promontorio. La ciudad se mostró vistosa al recibirles, de calles anchas, sobre sus empedrados resonaban las herraduras de los caballos mezclados con los de otros hermanos de arrastre pues eran muchos carruajes  los que se cruzaban. Las fachadas pobladas de balcones abiertos al sol y la brisa que dejaban ver unas rejas del viejo estilo sevillano aunque de factura en madera que al parecer como les relató el esclavo evitaba la oxidación con tanta humedad cargada de sal en el ambiente. Un edificio los sobrecogió quizá de forma diferente pues a pesar de su sublime construcción, sus enrejados y balconadas, sobre el friso de mármol que presidia la puerta lpudieron distinguir el escudo de la Santa Inquisición. En silencio la pasaron sin casi mirar apar él, dejando  al pasar el esperado pequeño callejón que llevaba con seguridad a su trasera. Callejón de tales dimensiones para dejar pasar solo el cuerpo sin el corazón y encontrar en su final el maldito buzón donde vomitar el odio y el rencor en forma de muy católica denuncia secreta sobre alguien que no sabría  nunca el por qué de su desgracia.



Tras algunos edificios mas adelante, el esclavo guió a los caballos a un edificio de color azul intenso donde ya esperaban otros hombres de su misma condición para dar paso al carruaje a través de los portones  del  zaguán, con unos estoperoles tan brillantes que parecían haber caído del mismo sol durante un huracán y ya nunca se desclavarían de allí. Bajaron del carruaje que fue llevado otra vez al exterior donde disponían de un pequeño cobertizo donde guardaban este y las caballerías. Un olor intenso a chocolate los fue acompañando al interior de la casa donde una mujer de aspecto afable y de edad similar a Arturo de Las Heras los recibió mientras sobre la mesa de aquél salón enorme que solo podían comparar con el que disfrutaron en Jerez en el cortijo de Agustín Delgado el humeante chocolate  los esperaba triunfante. La calma disfrazada de cansancio fue dominando sus cuerpos que cedieron a la tentación de los mullidos sillones,  que en nada desdeñaban con los que habría en el propio palacio del gobernador algunos edificios más arriba.

Pedro y Fabián llegaron varias horas más tarde con la anochecida metida ya entre mar y tierra acompañados de Don Arturo que no paraba de comentar las bondades de aquellas tierras y la fortuna  de sus huéspedes por haber podido arribar a Cartagena. Los  abrumó con sus esperanzas  por que aquellas tierras acabasen al fin de desgajarse del gran virreinato del Perú y se consolidase como el de Nueva Granada como ya  había  sido durante un corto periodo.

- Como les digo, su Majestad determinó el establecimiento del virreinato de Nueva Granada hace algunos años, mas desde Quito y Lima no han parado hasta volver a reintegrarnos este mismo año como parte de su jurisdicción. Esto no es bueno para España y sus dominios pues es demasiada la distancia entre el Perú tan a al sur y nosotros que somos la barrera primera contra el inglés. Necesitamos una administración más cercana que mantenga mejor las soldadas y el empuje sobre las construcciones, pero de momento ha fracasado. En fin, no hablemos mas de todos estos temas que tiempo tendremos, ahora siéntense y sírvanse un poco de chocolate con las deliciosa tortas de cazabe que hace nuestra cocinera. Si me disculpan les tengo que dejar pues me reclaman algunos asuntos antes de que muera el día del todo.

Un poco aturdidos por la verborrea de Don Arturo y sus argumentos sobre políticas que a ellos les resultaban tan lejanas como la tierra de su nacimiento se dejaron envolver por aquel aroma a chocolate y a tranquilidad que presidía la dama que antes mencionamos, mujer que al contrario que Don Arturo trasladaba las grandilocuentes palabras de su marido en suaves gestos y palabras cercanas que compensaban las de este.

- Permítame presentarme, señora. Mi nombre es Pedro León, esta es mi familia a la que ya conoceréis y la del hombre que me acompaña, cuyo nombre es Fabián.

- Ya os conozco pues bien me han hablado vuestros familiares de vuestras mercedes. Mi nombre es Aurora Molleda, esposa de Don Arturo. Me agrada ver caras nuevas que seguro también me traerán nuevas de España a la que dejé cuando era niña.

Pasó el tiempo veloz en aquella compañía en la que todos se daban lo que a los otros les faltaba: compañía, albergue y calor entre los intercambios de nuevas de la vieja España y del Nuevo Mundo que fueron intercambiando hasta que dieron las nueve de la noche en la que como siempre Don Arturo llegaba al hogar azorado y con el trabajo apenas destrincado de su pensamiento. Mientras, Doña Aurora ya daba sus últimas instrucciones a las dos mulatas que tenía como sirvientas para que todo estuviera como deseaba que no era ese día uno más en su casa…



- ¡Buenas noches a todos! ¿Cenamos ya, Aurora?...

domingo, 13 de diciembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (42)

…La flota al fin descansaba en la bahía interior de Cartagena donde los ferros de cada nave dieron por bien el fondo de esta dando término así a la primera parte del viaje desde Cádiz. No se dentendrían durante mucho tiempo en esa ciudad, pues era un lugar de entrega de material para la construcción defensiva y de desermbarco de soldados que ocuparían los emplazamientos militares que fueran poco a poco dando la seguridad a la ciudad como puerta de entrada hacia lo que pronto sería la capital del virreinato de Nueva Granada, Santa Fe de Bogotá. Tras esta ciudad Quito, la minas de plata y todo lo que ansiaban las potencias en pugna con España abrían el virreinato de Perú. Con la nueva dinastía se había establecido un regimiento estable de infantería en la plaza al igual que en otros lugares de las costas del Caribe, pues se era consciente que tras el descalabro de la Guerra de Sucesión el objetivo siguiente era repartirse entre las potencias europeas la América hispana.



El objetivo final de la flota era arribar a Portobelo situado en El Darién donde se celebraba la feria donde intercambiar las mercancías transportadas por la plata  arribada del Perú a través de Panamá. Para el gobernador de Cartagena la visita de la flota le acarreaba verdaderos quebraderos de cabeza pues aparte de la soldadesca a la que había que adaptar al clima y las costumbres, debían de suministrar a la flota los pertrechos necesarios para reponer lo consumido y  aquello siempre acababa mermando los caudales de la casa del gobernador. En cambio para la población era siempre motivo de jolgorio pues las ganancias crecían en sus bolsos, que siempre había algo que intercambiar entre los visitantes y los que en la ciudad vivían, Cartagena estab cambienado la parte comercial de su pasado por la de baluarte militar.

Como le había prometido Miguel Grifol, Daniel pudo desembarcar en el primer esquife que zarparía rumbo a tierra, al que el comandante de la Furiosa le dio orden de abarloarse primero en el Virgen de Valvanera para dejar en este a Daniel.

- Daniel, tienes dos días para despedirte de tu familia. Pasado mañana, antes de que sol marque el mediodía, deberás estar a bordo y presentarte ante mí. Sales con un permiso especial pues ningún hombre de los barcos militares tiene permiso para bajar a tierra salvo con órdenes precisa y siempre bajo pena capital en caso de deserción.

- Capitán, bien sabéis de mis intenciones y aquí me tendréis a la hora prevista sin novedad. Con el debido respeto, capitán. ¿Seguiremos a Portobelo con la Furiosa?

- Eso es lo que más me preocupa, pero mucho me temo que habremos de dejarla aquí para que determine el tribunal de presas su futuro. Mi deseo sería continuar con ella hasta Portobelo, la Habana y el tornaviaje a España, más todo puede suceder. En todo caso sea a bordo de la Furiosa o en otro de los navíos del rey haremos el tornaviaje como hemos hablado. Ahora márchate y aprovecha estas últimas horas con los de tu sangre pues puede que no los vuelvas a ver en años.

Con el saludo de rigor ya bien aprendido por parte de Daniel abandonó el alcázar de popa y se embarcó en el esquife hacía la urca donde bullía unan febril actividad por quienes iban a desembarcar en Tierra Firme que no eran otros que la familia de los Bracamonte y los León junto con tres familias mas, el resto de la carga de la urca iba a la feria de Portobelo para lograr su mágica transformación en la rica plata del Perú.

El encuentro de madre e hijo fue algo perfectamente imaginable aunque de imposible descripción, las lágrimas y los abrazos sucedieron a las miradas de una madre sobre su hijo y su estado para continuar abrazándose. Daniel sin casi detenerse a coger aire le relató a madre y hermano combates, navegaciones, explosiones y todo lo que había vivido con el orgullo de quien por primera vez ha alcanzado lo soñado y desea compartirlo con quien ama. María casi no le escuchaba pues solo deseaba oírlo, sentirlo cerca vibrar con la fuerza de la vitalidad en estado puro. Miguel lo observaba como a un gigante al que deseaba imitar, al que seguiría si se lo pidiera.

La mañana  se pasó entera preparando el desembarco en el que participó Daniel en todo lo que pudo hasta que tras la última comida a bordo y las despedidas de los que habían sido parte de sus vidas durante casi dos meses comenzaron a desembarcar en tres lanchones que habían dispuesto para ello. Comenzaba en ese momento la ardua tarea de encontrar alojamiento y sobretodo el camino para hacerse un lugar en aquellas tierras de noble acogida pero de total desconocimiento por parte de ellos. Estaba el Virgen de Valvanera fondeado muy cerca del Fuerte Manzanillo, con lo que no era muchos golpes de remo los que les llevaría hasta el muelle. Pisaron tierra al fin en el arrabal que portaba   el nombre bíblico de Getsemaní donde una vez desembarcados ambas familias, tanto Pedro León, como Daniel y Fabián hicieron otros tres viajes mas para trasladar todo el material  de manufactura textil, como los útiles y herramientas que iban a necesitar una vez establecidos para empezar a labrarse un futuro en esas nuevas tierras.

Así estaban y casi rayando el término de un atardecer refrescado a duras penas por una brisa escasa y húmeda cuando se les acercó un hombre que media hora antes había detenido su carruaje a una distancia prudente, intentando determinar las mercancías que se iban acumulando sobre el muelle hasta que creyó saber lo que representaba y ante ellos se presentó.

- Perdonen mi osadía por importunar su actividad. Mi nombre es Arturo de las Heras y soy nacido aquí en Cartagena, soy hijo de españoles. Vos sois…

- Pedro León y esta es mi familia, este señor que a mi lado me está ayudando es Fabián Bracamonte y su familia que también viaja con nosotros. Somos hidalgos de Castilla donde nos dedicábamos a la explotación y el comercio del paño y todo lo que de textil pueda uno imaginar. Estamos buscando un transporte para cargar todo y poder almacenarlo en algún lugar donde alojar nuestros agotados cuerpos hasta conocer un poco las posibilidades de tales negocios  en esta región.

Los ojos del hombre se iluminaron y no se lo pensó dos veces

- ¡Alabado sea nuestro Señor! La Providencia debe estar ociosa y ha venido a postrarse en este muelle cartagenero. Soy yo un comerciante de textiles, no trabajo en su producción, pues simplemente compro y vendo lo que otras manos hayan tejido, desde los mantones de Manila y las sedas Chinas que acaban llegando desde la Villa de Acapulco, hasta los encajes de Holanda que arriban en la flotas de España. No se hable más, si me permitís daré aviso a mi gente para que os ayude a trasportar vuestro equipaje a mi casa donde hay espacio suficiente para todos. Allí podréis tomar descanso y también podremos hablar de las múltiples posibilidades que se nos puede ofrecer tanto a vuestras mercedes como a mi  humidle persona.

Pedro León y Fabián se miraron sorprendidos mientras el hombre con un gesto hizo venir a uno de los esclavos que permanecía al lado del carruaje esperando por su amo. Las cosas podrían empezar de muchas formas cuando uno se enfrenta a lo desconocido, pues no sabe que encontrará  a cada esquina doblada y de su respuesta, en este caso dejaron que los vientos de fortuna los empujaran sin más…




viernes, 11 de diciembre de 2009

Vuelta a la mar, Vuelta a soñar




Aferrado al gris plomizo de la torreta

como viejo puente de soñado bajel

brillan tus ojos a cada golpe de mar

que recio inunda tu rostro de agua y sal.



Jornadas de tedio entre humana soledad

 que de todos se hace en solemne hermandad.

Calmas insomnes de espera en noches de luz

hasta escuchar el rugir temible de la mar

enfurecida por vientos y traicioneros deseos de mal.



Bravo Capitán, disfruta en tu navegar

enjuagando uno a uno tus días como millas recorridas

sin otro aliento que lograr  un día  con fuerte vendaval

por cada cien días henchidos de pura asfixia sin viento

que  tu valor y pasión  tal día lo dará siempre como ciento.






A vos os digo vieja Vida perdida por recuperar

¡Dadme el mando de un buque

y en nada de mi os habréis ya de preocupar!




Entre la miseria de la guerra  existe la ilusión de la navegación.

martes, 8 de diciembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (41)


…El Comandante de la Furiosa embarcó tras su estancia en la urca donde había entregado la carta de Daniel a su madre que la leyó con intensidad mientras el teniente Grifol entregaba al hermano de Daniel un pequeño regalo, que al verlo el desenvuelto le hizo arrugar el ceño mínimamente. Era un trozo de imán de los que se empleaban para recargar el magnetismo de la aguja de marear. Tras el inicial enfado, pues era aquella una pieza vital de un navío y comprobar que  sólo era un pequeño trozo se abalanzó sobre los ojos de Miguel contándole primero para lo que servía y la importancia de aquél tesoro, para después seguir contándole las proezas de su hermano como artillero del Estrella del Mar al principio y piloto de la Furiosa después. Sus ojos, abiertos de tal manera que podrían ser capaces de captar el movimiento de planetas aún no descubiertos, le demostraron que en esa familia había espíritu puro de mar y brea capaz de calafatear el navío de los sueños que facultan a la realidad propia para poder hacerse a la mar.


La respuesta de María fue afirmativa y con ella el Teniente Grifol se despidió con destino a su corbeta donde preparar las maniobras de aguada y acopio de materiales para las reparaciones pendientes. Estaba seguro que su segundo Artime lo esperaba como esposa a marido que retrasa su arribo cuando el sol ya hacía horas de su retiro. Con la seguridad de los logrado pisó la cubierta de su  reino.

- ¡Nostromo! Llame a mi cámara primero a Don Francisco y entre usted con él.

- Si, capitán.

Mientras acudía digno a su cámara todo el mundo se detuvo un instante en sus labores para observar tal paso como queriendo descifrar las próximas órdenes y quiénes serían los que arribarían a tierra con el nostromo quien a un pito de su silbato puso de nuevo a todos a sus labores.

- Don Francisco, entréguele al nostromo las necesidades que hemos de lograr en tierra y vos baje a tierra en las dos lanchas para recabar agua y lo que Don Francisco haya estimado necesario. Llévese a nuestros soldados y repártalos entre las lanchas, no podemos permitir deserciones tal y como estamos de dotación. Y ahora, pónganse manos a la obra. ¡Ah! Se me olvidaba deciros que pasado mañana 11 de febrero debemos tener lista la nave para zarpar con la marea del 12. ¡Vamos, que no tenemos mucho tiempo! Y la verdad que tampoco mucho caudal. Mirad Don Francisco  lo que me han entregado desde la almiranta, que sepáis que ha sido gracias a vos y el trabajo de la tripulación por devolver la vida a este amasijo de maderas y jarcia. Nostromo, al salir haga venir al pilotín Daniel Fueyo.

Salió Don Francisco ufano por lo escuchado y con mas bríos por hacer a su corbeta, que así ya la percibía, como la más rápida de aquella flota, mientras el nostromo hacía llegar a Daniel de la banda de estribor donde ayudaba al maestre a asegurar los trincajes de dos cañones que se presentaban inseguros tras un golpe de mar recibido pocas jornadas antes de arribar a Puerto Cabello.

- A las ordenes de vos, Capitán

- Dejad el ceremonial y cerrad la puerta, Daniel

Nervioso, pues sabía que con él venía la respuesta de su madre cerró la puerta y se giró cuasi estático, rígido por los nervios que lo atenazaban. Miguel Grifol lo calmó y con suavidad le pidió que sentara.

- Venga muchacho, que no se diga que tras lo pasado ahora tengas temblores por lo que venga. Toma, echa un trago de este aguardiente, es el mismo  que tomaste de la misma cazoleta antes del combate así que no creo que tu madre se vaya a escandalizar por servírtelo en vaso de vidrio como a paisano. Apunta esto que estas viendo entre tus papeles, pues no creo que vuelvas a ver que un oficial de rango superior sirva a un “piloto de meritaje” en trance de ser guardiamarina

Los ojos se encendieron, las piernas se relajaron y un profuso trago caló por el gaznate de Daniel.

- Tranquilo, Daniel. Antes de nada decirte que tu madre se encuentra bien, fueron ellos los atacados y apresados por los piratas pero nadie de tu familia resultó herido. Habrás de explicarme el motivo de robar magnetita para tu hermano, algo que se castiga con severas penas a bordo de nave del rey. Pero bueno dejemos eso para cuando seas alférez y te debas a reglamento. Tu madre demostró de qué está hecha y te dio su bendición. Me pidió que te dejara bajar a tierra en Cartagena para despedirte de ella y de tu hermano cosa a la que accedí. Por todo esto y a partir de ahora quedas a bajo mi responsabilidad hasta que arribemos a Cádiz e ingreses para formarte como lo hice yo. Acaba tu trago y vuelve al trabajo en el que estabas mientras me dedico a este ingrato trabajo de papeles y caudales que debería hacer un contador de los que tantas veces maldecimos a bordo y que tan bien me vendría para llevar a buen fin los pocos caudales de que disponemos.

No le dio tiempo al aguardiente a evaporarse en el eufórico ambiente de aquella cámara cuando tras beberlo de un trago y con las “gracias por todo, capitán” casi escupidas por la prisa que da la emoción incontenida salió por la puerta dispuesto a dejar el barco mejor que si fuera el segundo Artime.

El día 11 llegó y todos los navíos de la flota confirmaron su apresto para partir en la mañana del 12 de febrero. La Furiosa llevaba orden de partir tras la Tenaz abriendo la ruta hacía Cartagena aprovechando su mayor velocidad y aprendiendo  así el nuevo oficio que en verdad tendrían como naves de “aviso” y patrulleras en la Armada de Barlovento donde seguramente quedarían asignadas tras el  veredicto del tribunal de presas. El viaje fue tranquilo y sin contratiempos, podemos decir que como única alteración en la navegación de la corta travesía fue la unión de dos pinazas mercantes que saliendo de Santa Marta se unieron al convoy en busca de protección ante los sempiternos piratas.

Por fin, al rayar el sol en su punto máximo del día 17 de febrero del año de nuestro Señor de 1723 Punta Canoa fue dejando a la vista la imponente presencia de una de las ciudades más importantes de la que España podía sentirse con orgullo parte de su creación. De nombre púnico y de tal carácter se erigía orgullosa entre la playa de Boquilla, pasando por Bocagrande, cegada al paso de naves y terminando en Bocachica por donde cualquier navío de buena o mala ley habría de pasar ante los castillos de San José y San Luis dispuestos ambos a destruirse destruyendo al que osara penetrar en su bahía interior como verdadero mar de tranquilidad, algo que hombres con el orgullo ciego y el desprecio por quien enfrente combatía tuvieron que pagar sin retraso en su cobro…



domingo, 6 de diciembre de 2009

Vientos que sopláis



Vientos que sopláis donde mi alma respira,

regalo caprichoso de los viejos dioses irredentos

de mil formas nombrados por el hombre imaginario,

superados en todo por la tormenta y su origen incierto

que sin desear hacen de su piel un inesperado sudario.



Odre que roto los devuelve al cielo donde pacientes aguardan.

Frio o dulce, Boreal o Céfiro, nombres que así dan fe a quien la busca

por creer saber desde su origen el color invisible de sus calmas

mientras ellos amenazan sus galernas y tú preparas tus cuadernas

agitado por verte acabado ante la recia e inminente borrasca.



Gregal y Maestral como hermanos escoltando al Septentrión

observan a poniente y levante enfrentados por la estima de Poseidón

mientras  la mano y el alma se aferran a la escota y la fe que calma.






Viejo odre por hombres rasgado,

Vieja humana ignorancia de su pobre importancia

Para siempre sufrida por lograr embocar el camino adecuado.

sábado, 5 de diciembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (40)



…Con la mañana del 9 de febrero comenzó la actividad en toda la flota fondeada, había que hacer aguada y los habitantes de Puerto Cabello esperaban con ansia aquella inesperada lluvia de escudos reales a cambio de provisión y algún pertrecho con que rematar determinadas reparaciones, alegrando así una vida que trascurría por aquellos años en un lento y exasperante ascenso tras el abandono que los últimos Austrias habían protagonizado en las vidas  de los que en aquél hemisferio  vivían olvidados por mil y una inútiles guerras en medio de fangos y humedales congelados de Flandes siempre a mayor honra del rey, su orgullo y la de la santa religión. Ahora la nueva dinastía había comprendido que era este otro hemisferio el que de verdad tenía que ver con su destino y a él se metió de lleno con verdadero acierto.


Como digo la actividad fue cada vez mayor en los navíos, aunque hasta finalizar el consejo de guerra en la Almiranta no se daría permiso para botar los esquifes y lanchones a la rada para hacer el acopio de provisión. Dos horas antes Daniel ya en pie esperaba a Miguel Grifol con la carta en su mano que en silencio y sin preámbulos innecesarios entregó a su ahora capitán.

- Gracias Daniel, al salir del consejo abarloaré mi serení al costado del Valvanera para entregar tu carta a tu madre en propia mano. Desde luego que le haré saber de tu actuación durante la batalla y tu valía en el gobierno de la Furiosa. Estoy seguro que se sentirá orgullosa pues verá en ti la semilla de tu padre.

- Gracias Capitán. Esperaré vuestro arribo para saber de ellos, por favor de un abrazo a mi hermano Miguel y si no le causa molestia entréguele este paquete.

- Así lo haré, Daniel. Ahora atento a las órdenes de tu segundo, que Artime no va a parar hasta hacer de nuestra corbeta la mas lustrosa y rápida de toda la flota. ¡Cabo! ¡A la almiranta sin demora!

Con pausada cadencia en el remar los seis marineros dieron la marcha suave al serení para mantener la dignidad necesaria de quien porta a su comandante ante la mirada de sus hermanos fondeados alrededor. Mientras duró el consejo de guerra en todos los navíos la expectación por desembarcar se traducía en miradas y cuellos girados sobre el Estrella del Mar, en todos salvo en la Furiosa, que su segundo Don Francisco Artime tenía claro el objetivo y nadie le iba a cejar en su determinación.

Al fin el consejo dio por terminada sus deliberaciones y cada comandante, maestre o piloto mayor en riguroso orden hizo abarloar su lanchón al costado de la almiranta para retornar a su nave con las instrucciones y el orden establecido en el desembarco para la aguada y el aprovisionamiento. Solo uno de los lanchones, el serení del Comandante de la Furiosa, enmendó su rumbo en demanda de la urca “Virgen de Valvanera”. No se esperaba tal visita desde la toldilla de popa de esta, con lo que su recién ascendido maestre por haber caído a manos de los corsarios en su honrosa defensa el nominal le solicitó nombre e intenciones para aproximar su lanchón al costado de estribor de su nave. Don Miguel una vez en cubierta le rindió explicaciones algo molesto por no considerar tal explicación necesaria siendo el quien se sentía ser, que buena o mala a una persona siempre le cabe  en algún mínimo hueco la débil vanidad. Tras  comunicar las razones  en pocos segundos el Maestre de nombre Domingo Gutierrez le acompañó a la cámara donde se encontraba María.

- ¡Doña Maria, me alegra mucho encontraros sana y con la misma entereza con la que os vi en Cádiz hace ya casi dos meses! Soy…

- ¡Si, os conozco perfectamente, Don Miguel! ¡Le ha ocurrido algo a mi hijo! ¡Dígame lo que sea! ¡¿Esta bien?!

- Tranquilícese señora, su hijo se encuentra sano como una roca y ahí donde vos le ha visto ha sido quien ha gobernado durante la mayor parte de la travesía la corbeta de nombre Furiosa y aactualemnte bajo mi mando desde el duro combate con los piratas. Antes de tal cosa Daniel se comportó como el hombre que ya es en la primera batería del Estrella del Mar en las que se ofreció voluntario. La razón de mi visita no es otra que la de entregaros a vos esta misiva escrita de su propia mano en la que solicita vuestra venia para cumplir un deseo que solo vos  podéis conceder. Si me permitís, mientras hacéis lectura y reflexión sobre tal asunto traedme a vuestro otro hijo Miguel pues traigo un encargo de su hermano para él.

Miguel le entregó la carta y se retiró acompañado por Inés hasta el castillo de proa donde jugaba con la hija de los Bracamonte y varios marineros que se encontrabas fuera de tu turno de guardia. Mientras tanto María comenzó a leer la carta:

“Querida Madre:



No se de vos ni de mi hermano Miguel desde que nos despedimos en Cádiz y en estos momentos solo deseo que os encontréis ambos bien en salud y ánimo, pues tras los momentos vividos frente a los piratas, en que cualquiera de nosotros pudiera haber muerto solo he tenido tiempo para pensar en nosotros y en que nadie tiene derecho a separarnos por la fuerza tras lo que siempre consideraré una verdadera gesta de pura heroicidad por vuestra parte para vos y para con mi hermano y yo. Salir de la soledad impuesta por la muerte de mi padre en Gijón, escapando de las garras de la espuria avaricia y lograr  como parece el sueño de pisar las tierras hispanas en este otro hemisferio no podía verse descompuesto por semejantes desalmados, ni por nadie que tenga sangre y ley humana en las venas. Por eso esta carta también os quiere decir y pedir al mismo tiempo un deseo que los torcidos renglones de nuestro Señor, como  a vos misma tantas veces he escuchado, ha presentado justo en la proa de mi vida. Sabéis que llevo la mar enclaustrada entre las costillas de mi cuerpo, que como obenques de un barco recién botado, las mantienen prestas a la llamada de la navegación. Pues bien, madre, esta ha llegado con el sonido de la voz del teniente Grifol que me ha propuesto continuar a bordo con él hasta hacer el tornaviaje a España donde me avalará con su palabra y los emolumentos de Agustín Delgado, que no duda en que aportará para mi formación como guardiamarina de la Real Armada.



Sé que tal cosa habrá logrado lo que los piratas no consiguieron, mas será esta si a vos a complace, separación natural y por lo que cualquiera en mi edad lucharía, que no lleva otra razón que el progreso de la propia vida. Vos estaréis asentada en Tierra Firme y yo no seré una carga para vuestro inicios, estoy seguro que así mi hermano Miguel progresará con mayores ocasiones de triunfo y más pronto que tarde un oficial de la Real Armada se postrará ante vuestros pies para orgullo de vos y de mi padre que nos estará observando desde su lugar en el cielo de los justos. Por eso os pido vuestro permiso para continuar bajo el mando de Don Miguel Grifol hasta mi ingreso en la academia en España. Estoy seguro que comprenderéis las razones y los sentimientos que me asisten pues vos lleváis también la misma brava mar en vuestra sangre.”



Dios os guarde siempre.


                                                                          Vuestro Hijo



                                                                          Daniel Fueyo
                                                                                   
                                                     Corbeta "Furiosa P", a 1 de febrero de 1723



Entre lágrimas, María Liébana no hacía sino sentir a su difunto marido entre cada renglón y no estaba segura en qué momento sentía felicidad y orgullo por tal cosa y en qué otros la desdicha por otra vida pendiente de la arbitraria mar  que iba a martirizar en sus temores muchos momentos de su existencia. Solo sabía que su repuesta no había de ser otra que la de conceder la venia…


miércoles, 2 de diciembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (39)



…Mares como esos eran con los que soñaban todos los que sobre las tablas de cualquier cubierta manejaban días y noches propias en íntima soledad. De las Damas era su nombre, pues así decían ellos que eran condiciones propias para que una frágil dama pudiera hacerse con la navegación del navío hasta Tierra Firme. Tras el duro combate las jornadas fueron de mares  de suaves marejadas junto a Alisios constantes que permitieron a los sufridos tripulantes de la Furiosa convertir a la corbeta en algo que tal nombre pudiera llevar. Antes de que venciera el plazo dado por el Duque de Grillo la reparaciones principales estaban listas y, aunque el palo de mesana no era tal sino una verga sobrevenida de mástil, la corbeta era capaz ya de dar más nudos que los mercantes escoltados y  su imberbe comandante con el propio orgullo de tal lampiña condición, hasta se permitió comunicar a la Almirante su estado de revista y presta a las órdenes que sean menester. La otra, de nombre Tenaz, a partir de la segunda jornada ya patrullaba el cuadrante mas a popa de la fragata que comandaba Don José Moyano.


Recuperado el andar cansino pero más rápido que el pactado durante las reparaciones, la flota puso rumbo y andar decidido hacia el Caribe.

Casi 2.500 millas hasta Puerto Cabello, un mes entre unas cosas y otras fue trascurriendo en el que Fabian, con la fuerza propia de un campesino acostumbrado al sol y a las duras tierras a las que sacar el brote de la vida que suponía su bienestar, fue recuperando su vitalidad y con ello la felicidad de su esposa y su pequeña. Como recuerdo en su cabeza le quedó una pequeña hendidura donde el golpe había sido más violento sin otras consecuencias, orgullo futuro ante sus nietos por el origen heroico de semejante "muesca". Aquella experiencia unió a los León y a los Bracamonte para siempre. Los unos campesinos con deseos de prosperidad, los otros tejedores en su misma dirección sellaron sin falta de lacre sobre real sello su alianza y llevaron a los León a dirigir sus miradas hacia Cerritos del Cocorote, pequeña villa que pujaba frente a la ciudad de Barquisimeto por ser como ella pues el cacao daba para todos y los que allí vivían deseaban ser sus propios dueños frente a la que ciudad que los deseaba bajo su bastón. Será unos pocos años después del momento en nos vemos cuando el Rey Don Felipe V haga de sus deseos y sus intereses los suyos, dando carta de ciudad con el nombre de San Felipe en honor al mismo rey católico.

A bordo de la Furiosa la actividad continuó siendo frenética aunque fueron descargando las labores de reparaciones y acopiando la actividad sobre las maniobras de mar y sobre todo guerra. Una semana después en que tanto la tripulación como la nave ya se habían hecho los unos a la otra, maridaje mas santo y necesario que el propio bendecido por nuestro Señor sobre dos almas que se amen, el capitán Grifol comunicó a la Almiranta su intención de hacer pruebas de fuego para la practica en el tiro y  el aumento en la rapidez de carga tras cada salva. Desde la almiranta se concedió permiso y en la segunda y tercera semana ganaron barlovento cada jornada para hacer las prácticas de fuego real para tras estas recogerse al abrigo del navío “Catalán” como así había ordenado el Almirante Don Carlos. Daniel dobló sus guardias en tanto el oficial Artime se vio inmerso en las reparaciones vitales en su importancia, respondiendo de forma sobresaliente a todo lo que surgió en su presencia; algo que le valió el respeto del nostromo que hasta pocos días lo tenía por un innoble criado de oficial, manso como todos y blando para la brega en la mar. Su conocimiento de la “aguja” y familiaridad con los demás instrumentos y su capacidad de reconocer los signos sobre la carta de marear en algunas ocasiones tan rápido como él le abrieron la puerta al respeto de toda la tripulación.

Entre bordadas que tan pronto orzaban proa al viento o trasluchaban para ganar este de una aleta a la otra, las salvas y los gritos de carguen y fuego se hicieron un hueco en la vida de aquel niño que ya era hombre pues soledad, sangre y pólvora aliñadas con agua de mar como compañía dan la hombría a cualquier alma de niño que ose saltar  al vacío de semejante abismo.

- Daniel, hemos dado por babor hace ya varias horas la isla de Tobago y la Margarita nos espera sin demora. ¿Has escrito a tu madre? Has de tener presente que sin  esta no será conmigo con quien volverás a Cádiz para cumplir un sueño que ya sientes como tuyo. Ha de ser Doña María la que de o quite razones a tus deseos.

- Tenéis razón, Capitán. La carta esta ya escrita y la tengo entre mis pertenencias junto al coy donde descanso. Si me permitís al finalizar mi turno de guardia os la entregaré Es mi mayor aspiración alcanzar  esa plaza de Guardiamarina y no será por alguna falta que desde mi se produzca. Capitán ¿a qué distancia nos encontramos de Puerto Cabello, Capitán?
-  A unas cuatrocientas millas, es decir que entre cuatro o cinco días recalaremos en su abrigado puerto. Pero vamos a seguir con nuestros  ejercicios. Vamos Daniel. Antes de que anochezca, calcúlame nuestra posición sobre esta carta suponiendo que…

Poco a poco un lazo se fue tejiendo entre ambos que la travesía dio por revalidada gracias al carácter de ambos y el paralelismo de sus vocaciones. Nunca hubiera imaginado Agustín Delgado lo poco que hizo falta la “dote” que había entregado al teniente Grifol para que tratase adecuadamente a Daniel.

Pasaron los cuatro días y al mediodía del quinto un cañonazo desde la capitana dio aviso del avistamiento de Puerto Cabello. El 8 de febrero del año de nuestro Señor de 1723 la flota largó el ferro entre los brazos de aquella ensenada que parecía querer apoderarse de ellos con avaricia, cerrada por el norte y dando un estrecho pero seguro paso al hueco de lo que podía ser su corazón. Puerto ansiado por britanos y flamencos donde la tradición decía que una nave podía  mannerse con el pelo de un cabello, en los últimos años usado para el contrabando que nuestro rey Don Felipe fortificará pocos años más tarde  y que el empuje de la compañía Guipuzcoana la convertirá en un importante centro económico y naval. Don Carlos, con la calma y el orgullo de haber logrado la arribada decretó consejo de guerra para la siguiente jornada.

Una vez la Furiosa aseguró el ferro al compás taciturno del atardecer, como todas las naves comenzó a bornear hasta presentar su proa al viento en aquél momento  un terral cálido y seco que los recibía desde tierra, mientras las naves con sus proas  atierra por ese mismo efecto parecían postrar reverencia al nuevo continente al que tanto deberá siempre el viejo reino hispano.

La noche cerraba para Daniel una travesía ganada a pulso y con el valor del que todo lo espera y no ceja en conseguirlo…