Mientras, el náufrago en el
inmenso mar de la sociedad trataba de subsistir desde el centro de su misma
razón como justificación del por qué, del motivo de su supervivencia.
Por más que oteaba en las 32 cuartas la inmensa vida dibujada por infinitas vidas
paralelas que atravesaban su indolente
derrota no avistaba un punto al que hacer rumbo de su ánimo. Días luminosos, otros de terribles temporales,
días que lo apabullaban pudiendo ver en
derredor, hasta rozar con otras embarcaciones, sin encontrar razón clara por la
que navegar en conserva con algún grupo que no parecía tener más certeza que la
suya. Noches en las que no existía nada más que sus propios pensamientos en el
silencio tétrico de la inseguridad por el objeto de su existencia.
La radio en sus múltiples
canales no aportaba ideas que enfocasen sus terribles dudas, tan solo informaciones útiles para mantenerse con vida,
pero nada que permitiese que esa misma vida fuera útil por sí misma.
Los infinitos náufragos como
él mismo cruzaban las derrotas, pequeños golpes entre cada embarcación
permitían la relación, los comentarios, pero nada hacía presagiar que podría descubrir la ruta acertada hacia
el Shangri-La, hacia el lugar por el que cualquiera puede imaginar acometer el
supremo esfuerzo y la mayor apuesta vital frente a mares y vientos. Cada quién
se la imaginaba de una manera, aunque en muchas ocasiones era la misma vestida
por mantos de tradiciones, mitras, o viejas ansias tintadas de avaricia. En
cada intercambio de información la respuesta era siempre un fracaso. En muchas
ocasiones eran grupos numerosos de náufragos los que navegaban agrupados en pos de alguna luz
extraña o destello imaginario sin razón, tan solo azuzados en sus ánimos por la
suma de los que en el mis rumbo y demora trataban de ganar millas.
Las noches en su oscuridad
impenetrable hacían de la soledad algo terrible, solo encontraba consuelo por
las lunas antojadizas que de vez en cuando se permitían aparecer para trazar estelas de
plata rielando en combates de orgullo por brillar con mas hermosura. En aquellos instantes sin nada que alterase
los pensamientos era cuando sus deseos se conseguían alinear, cuando las mil y
una razones por la que dudar y tratar de encontrar motivos inexistentes,
desaparecían y solo el silencio mezclado de los destellos entre cada luna le
devolvían a su profundidad interior mientras sonreía. No sabía exactamente qué
rumbo tomaría al alba, no
encontraba el motivo de cada minuto con
vida, ni el momento en el que dejaría de funcionar su razón, sus pensamientos,
sus deseos.
Pero ese silencio, esa paz lo devolvía
a sí mismo, donde reside la verdad de tu ser, donde puedes descubrir si
dispones de verdades propias por las que
mantenerte cuerdo. El náufrago fue reencontrando primero una verdad, después
tres, mas tarde encontró más y fueron
tantas que acabaron transformándose en
una enorme. Como una aguja imantada esta verdad comenzó a
marcarle rumbos desde su propio ser, una energía magnética que era él mismo
quien la aportaba sin saberlo, sus nervios, músculos, huesos en cada paso hacia esa única verdad parecía alegrar
el cuerpo en su totalidad, terminado en la parte más hermosa del hombre, que no
es otra que la boca en sonrisa verdadera.
Amanecía y en cada alborada
sus rumbos eran ya propios, alcanzando en pequeñas dosis ese Shangri-La que todos buscaban en bruto.
Esas dosis eran puertos de recalada
tales como el humilde y recogido puerto, con su rada casi siempre libre, llamado “Prescindir”;
mas avante, entre palmeras que lo ocultaban,
se aprovisionó en el puerto escondido de nombre “Sorprender”. Otra singladura le llevó a un puerto sobre las alturas de una
montaña de agua en continuo fluir de nombre “Generosidad”. En cada puerto su
ser era cada vez más grande y sin embargo era siempre el mismo. Eso creía él,
pero en realidad ya no era un punto en medio de un mar de soledad repleta de
otras almas. Ahora su brillo, molesto para algunos, gracias a su libertad interior y su capacidad
por leerse entre cada renglón torcido de su razón, le permitía estar con los
demás náufragos sin buscar en cada uno algo que le permitiera explicarse lo que
ya sabía.
Así, de día marcaba rumbo y
demora en demanda de puertos
maravillosos que en realidad estaban ya en su interior, mientras deseaba las
noches para encontrase con las lunas caprichosas que lo hicieran disfrutar
entre sus combates por ser la más bella.
Sin llamarla, la Felicidad,
selecta y caprichosa, se decidió por pasar de vez en cuando por su embarcación…