lunes, 26 de septiembre de 2016

“El tiempo no es más que una ilusión que nos hace respirar”


Mientras, el náufrago en el inmenso mar de la sociedad trataba de subsistir desde el centro de su misma razón como justificación del por qué, del motivo de su supervivencia.

Por más que oteaba  en las 32 cuartas  la inmensa vida dibujada por infinitas vidas paralelas que  atravesaban su indolente derrota no avistaba un punto al que hacer  rumbo de su ánimo.  Días luminosos, otros de terribles temporales, días que lo apabullaban  pudiendo ver en derredor, hasta rozar con otras embarcaciones, sin encontrar razón clara por la que navegar en conserva con algún grupo que no parecía tener más certeza que la suya. Noches en las que no existía nada más que sus propios pensamientos en el silencio tétrico de la inseguridad por el objeto de su existencia.



La radio en sus múltiples canales no aportaba ideas que enfocasen sus terribles dudas, tan solo  informaciones útiles para mantenerse con vida, pero nada que permitiese que esa misma vida fuera útil por sí misma.

Los infinitos náufragos como él mismo cruzaban las derrotas, pequeños golpes entre cada embarcación permitían la relación, los comentarios, pero nada  hacía presagiar  que podría descubrir la ruta acertada hacia el Shangri-La, hacia el lugar por el que cualquiera puede imaginar acometer el supremo esfuerzo y la mayor apuesta vital frente a mares y vientos. Cada quién se la imaginaba de una manera, aunque en muchas ocasiones era la misma vestida por mantos de tradiciones, mitras, o viejas ansias tintadas de avaricia. En cada intercambio de información la respuesta era siempre un fracaso. En muchas ocasiones eran grupos numerosos de náufragos los que  navegaban agrupados en pos de alguna luz extraña o destello imaginario sin razón, tan solo azuzados en sus ánimos por la suma de los que en el mis rumbo y demora trataban de ganar millas.

Las noches en su oscuridad impenetrable hacían de la soledad algo terrible, solo encontraba consuelo por las lunas antojadizas que de vez en cuando se  permitían aparecer para trazar estelas de plata rielando en combates de orgullo por brillar con mas hermosura.  En aquellos instantes sin nada que alterase los pensamientos era cuando sus deseos se conseguían alinear, cuando las mil y una razones por la que dudar y tratar de encontrar motivos inexistentes, desaparecían y solo el silencio mezclado de los destellos entre cada luna le devolvían a su profundidad interior mientras sonreía. No sabía exactamente  qué  rumbo tomaría  al alba, no encontraba el motivo de cada  minuto con vida, ni el momento en el que dejaría de funcionar su razón, sus pensamientos, sus deseos.

Pero ese silencio, esa paz lo devolvía a sí mismo, donde reside la verdad de tu ser, donde puedes descubrir si dispones de verdades propias por las que  mantenerte cuerdo. El náufrago fue reencontrando primero una verdad, después tres, mas tarde encontró  más y fueron tantas  que acabaron transformándose en una  enorme.  Como una aguja imantada esta verdad comenzó a marcarle rumbos desde su propio ser, una energía magnética que era él mismo quien la aportaba sin saberlo, sus nervios, músculos, huesos en cada  paso hacia esa única verdad parecía alegrar el cuerpo en su totalidad, terminado en la parte más hermosa del hombre, que no es otra que la boca en sonrisa verdadera.

Amanecía y en cada alborada sus rumbos eran ya propios, alcanzando en pequeñas dosis  ese Shangri-La que todos buscaban en bruto. Esas dosis eran puertos de recalada  tales como  el  humilde y recogido puerto,  con su rada casi siempre libre, llamado “Prescindir”; mas avante, entre palmeras que lo ocultaban,  se aprovisionó en el puerto escondido de nombre “Sorprender”. Otra singladura  le llevó a un puerto sobre las alturas de una montaña de agua en continuo fluir de nombre “Generosidad”. En cada puerto su ser era cada vez más grande y sin embargo era siempre el mismo. Eso creía él, pero en realidad ya no era un punto en medio de un mar de soledad repleta de otras almas. Ahora su brillo, molesto para algunos,  gracias a su libertad interior y su capacidad por leerse entre cada renglón torcido de su razón, le permitía estar con los demás náufragos sin buscar en cada uno algo que le permitiera explicarse lo que ya sabía.

Así, de día marcaba rumbo y demora   en demanda de puertos maravillosos que en realidad estaban ya en su interior, mientras deseaba las noches para encontrase con las lunas caprichosas que lo hicieran disfrutar entre sus combates por ser la más bella.




Sin llamarla, la Felicidad, selecta y caprichosa, se decidió por pasar de vez en cuando por su embarcación…


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