jueves, 8 de septiembre de 2016

Corsarios (1ª)


Brumas necias, tozudas en su movimiento, nada que se moviera era avistado por los hombres de su capitán. Don Diego de Córdoba, corsario al servicio de su Majestad Católica. Corre el año del señor de 1739, la guerra al inglés prosigue en todo el Caribe.  Las previsiones de los  britanos no se venían dando como ellos preveían. Tras mas de cinco años de guerra  el dominio del mar y sus acciones corsarias no rentaban lo mismo que las del bando de nuestro capitán. Las flotas de su Majestad Don Felipe estaban cada vez mas prestas,  mejor dispuestas y  sobre todo la acción corsaria sobre las colonias del norte sufrían lo indecible para sacar alguna mercancía con un mínimo seguridad  hacía la Isla de Albión.

Don Diego, hombre ya bragado en mares y tormentas, en persecuciones sobre metas inalcanzables con la misma fe del  converso,  apostó con su bergantín en ganarse el futuro al corso frente al inglés en esta maldita guerra de la oreja de Jenkins. Que ya lo dijo el refrán “quien roba a un ladrón, cien años de perdón”. Y si de ladrones hubiera que hablar, nada mejor que la raza britana en su extensión con la b de botín en el lema de su escudo

Disponía de un veterano Bergantín hecho para el comercio entre Cartagena, Puerto Cabello y Cádiz.  Vida dura con buenos caudales  en medio de riesgos y venturas sobre la incierta mar, dama al punto caprichosa  que como tal, nunca serías vencedor, sino humilde superviviente sobre los cambiantes pliegues de su húmeda piel. Al inicio de esta guerra entre rivales  oceánicos la oportunidad presentada fue clara y  Don Diego invirtió parte de su pecunio en afinar y alistar su bergantín como rápido corcel con el que trepar sobre los panzudos mercantes britanos. Mercantes que  fuera cual fuera su bandera siempre llevarían su nave hasta los topes y hasta en una persecución con clara derrota, jamás largarían una arroba de mercancía la mar.

Armó la nave de 12 cañones,  8 de 12 libras y el 6 de 8 libras, ganó espacio  en sus bodegas para  aumentar la dotación de hombres, arnas y munición con seguridad, reforzando el aparejo, afirmó y aseguró la jarcia firme y de labor, aumentó en altura ambos palos y con ello la superficie vélica, todo ello en lo que le garantizara de seguridad a la navegación. Don Diego era un hombre  organizado, planificador y muy serio; ante semejante proyecto escogió a sus hombres por su lealtad, sus ganas de cambiar de vida sobre su propio esfuerzo y desventura, sus conocimientos y el paisanaje  que esto último une mucho en las adversidades, si  añadimos que estas son causadas por paisanos unidos por otras banderas.

Tres años ganando barlovento a cualquier mercante britano, la mayor parte de las veces vencedor, cargado de buenos botines y mercantes de todos los tamaños a justipreciar en el comité de presas de Cartagena, otras no tan buenas huyendo  con alas y rastreras desplegadas, chamuscados y doloridos, pero siempre libres, a Don Diego y sus hombres aquella vida les había devuelto la propia y la razón por la que estaban vivos que no es otra evitar la muerte  física o virtual que tantas veces , esta última, se nos cuela por no resistirnos a la rutina trepanadora.

De un soplo traidor, como un golpe de ola inesperado la bruma se abrió. El sol a punto de alcanzar su máxima elevación  deslumbró ojos a babor y estribor  sobre cubierta. Un grumete fue el que lo avistó.

-        -  ¡Navío! ¡A dos cuartas sobre la amura  de estribor!

Don Diego, enfiló su largomira, mientras varios de sus hombres escalaron sobre los flechastes para avistar con seguridad y distinguir la silueta aun lejana.

-      -    ¡Velas! ¡¡¡¿Es de los nuestros?!!!



Nadie sabía responder. Aquello parecía algo desconocido.

-         - Capitán, no lleva velas, despide un humo negro como si quemara algo, podría ser un ballenero desarbolado, aunque no es lo normal por estas latitudes. Parece aproximarse aunque no puedo decir qué lo mueve.

Don Diego observaba y escuchaba sintiendo pues era lo mismo que podía deducir él.

       -Toque a zafarrancho. Que los hombres estén preparados pero que no se aprecie  nada. Ice la bandera de nuestro rey. La artillería lista pero las portas cerradas.

-       -  ¡A la orden, capitán!

No existía terror o miedo,  pero si sorpresa y la ansiedad por no saber la forma de encarar semejante actuación. El navío no tenia forma de tal y su tamaño era más de  diez veces el de su bergantín, un tubo enorme despedía humo propio de hoguera de tierra, y la velocidad de mantenía.  En menos de una hora estarían bordo con bordo sin poder evitarlo.

La hora pasó tan deprisa como la navegación de aquella cosa. Tanto avante el uno del otro y de vuelta encontrada se divisaron. Desde una prominencia de la extraña nave un hombre saludo con normalidad al bergantín y Don Diego no hizo otra cosa que corresponder mientras la dotación mantenía los gatillos y las mechas a un grito de la voz de fuego para su disparo, sin imaginar la respuesta de aquel monstruo. Nada sucedió y como se acercó, así se fue alejando. El silencio dio paso a murmullo alimentado por la inacabable superstición que todo lo explicaba entre retazos de santos y monstruos de la antigüedad. Don Diego tomo una decisión. Sobre el castillo de popa convocó a sus hombres y con todos ellos en pie en el combés

-      -  ¡Caballeros! Llevamos más de tres años juntos, hemos visto de todo, nada se nos ha puesto a proa que no hayamos sabido enfrentar. Lo que hemos visto, solo nuestro Señor sabe que es y no nos corresponde tratar de entenderlo. Estamos a tres días de Isla Margarita. Tomaremos rumbo a la Bahía de Guamache a reponer fuerzas y un poco de paz. Allí, protegidos y una vez pertrechados de nuevo saldremos a por nuestros enemigos  eternos que nos darán nuestro futuro cargado de oro.
- 
          -¡A la maniobra!

La calma fue poco a poco ganando el espacio perdido,  con rumbo Sur sureste el Bergantín ganaba millas  con un buen viento por  su aleta de estribor. Fu a la vista de la isla Blanquilla cuando la mar empezó a cambiar de humor, desde los cielos podría atisbarse que el temporal entraba en ciernes. 

-         - ¡Nostromo! ¡Prepare el aparejo de capa!

-         - Ya esta, capitán, hace dos horas  que está listo. Mandare aferrar de mayor y mesana. Esto apunta a momentos inolvidables. Tendremos para contar en nuestra próxima escala al calor de una buena botella de ron.

Aun por la mañana, parecía que la noche estaba  entrando. Dos horas después no había donde guarecerse, cualquier asidero era un lugar donde aferrar los brazos.  La exigua vela de capa mantenía la proa del bergantín en el punto más o menos deseado para poder gobernarlo con alguna sensación de seguridad.   La noche se unió al temporal, los vientos llevaban al bergantín  unas veces sobre la misma mar para después  dejar al navío  en una caída mortal a los infiernos donde el bauprés,  como ariete sobre puerta de muralla sarracena, horadaba espuma y mar  como si el fin  se hubiera encontrado con el árido principio de la muerte. Es  ahí donde se sabe de la fe en tu  interior por la vida, donde se conoce la solided de tu nave, cuando entre los gemidos de sus cuadernas y el cimbrear de los mástiles compruebas orgulloso entre el miedo persistente como   emerge orgullosa la proa escupiendo el agua tragada a babor y estribor; es cuando eres consciente que  ese barco es parte de tu ser que lo sabes parte de tu existencia.

      El alba rayó aunque no se pudiera apreciar, pues la negrura de los cielos se mantenía. Sobre el mediodía comenzó a descargar la lluvia, siempre reparadora y mensajera del fin de las hostilidades. La mar pasó lentamente de sus enormes crestas y valles a una mar tendida gruesa  con un viento cada vez  más suave que acabó por dejar  a la dama caprichosa en un estado de relajada marejada a marejadilla. Comprobados daños, los cuales no fueron de envergadura, trataron de posicionarse.

-        - Capitán hemos corrido el temporal más de 150 millas al este durante la noche. A estribor tenemos las Bocas del Dragón.

-         -¡La Isla Trinidad!.  Piloto, enfile para atravesarlo y larguemos el ferro  a sotavento de la Isla de Patos.

-         -¡A la orden, capitán!

A    Así con el leve, cada vez viento mas flojo, convertido en brisa del noroeste el Bergantín enfiló las Bocas del Dragón.  Tras entrar y bordear la alargada pero pequeña isla por el oeste  decidieron fondear en la primera ensenada al atardecer. La sorpresa fue  mayúscula, el extraño navío sin aparejo estaba allí, su humo lo delataba. Rápidamente  abandonaron la entrada de la bocana, al parecer sin ser avistados.

-        - ¡¡¡Zafarrancho!!! ¡¡¡Todos los hombres a sus puestos!!! ¡Piloto, maniobre para mantenernos al pairo, ocultos hasta que anochezca!

      La decisión de  Don Diego estaba clara, había que acometer los propios miedos sobre su origen. Morir con él o salir vencedores, quien sabe si cargados de riquezas. Esa noche sabría de su destino…



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