martes, 6 de septiembre de 2016

SEMPITERNO EL COMBATE, PERENNE LA RESISTENCIA






Paseando frente al monumento a la victoria del  hombre sobre la mar en la desembocadura de La Ría observo a la Voluntad humana frente a un Poseidón cautivo y casi derrotado, aunque  nunca del todo; pero al fin y a la postre en su estertor ante la victoria del hombre sobre los peligros de sus arbitrios frente a los navíos en su entrada  al corazón de la Ría, tras millas  de brega sobre la vida o la muerte.

Siempre que me cruzo con esa estampa,  con el Puente Colgante a mi estela, acabo pensando sobre mil y un motivos por los que mantenemos nuestra  tensión y nuestra fuerza en un objetivo, contra una razón. Siempre existe esa losa por la que empujar en el combate por mantener su posición o derribarla, siempre  existe alguna razón por la que aguantar el peso de esa losa, por la que bregar y resistir para que no la tiren o se precipite a un vacío.

Estamos convencidos en la conformidad sobre la actuación, de que “es lo que se debe de cumplir”, por el bien de algo, para evitar la ruina de algo, para ganar la posición en cierta situación donde mantenemos en nuestro creer que  lo contrario resultaría en naufragio vital sobre lo presente. Y pasamos la vida, el tiempo, los momentos, en su objetivo; tensos los músculos  del sentimiento, cargadas las  espaldas de esfuerzo, la mente ahíta de excitación por el miedo a que nos venza y aborden en nuestra mirada otros derroteros, por distintos, temidos.

Entre la brisa del noroeste, cargad de humedad, dejando atrás a Poseidón en su férrea resistencia por no permitir que el hombre se alce con su victoria completa, me atrevo a pensar en el estado donde no se  oponga a tu vida un motivo por el que bregar hasta la extenuación por un objetivo marcado. Creo darme cuenta de la situación, parece que avisto el momento, lentamente unas manos me trasponen sobre otro sistema de abscisas y ordenadas donde las referencias  adquieren distintos valores, donde los signos positivos y negativos fluyen sin posiciones estables, tan solo las que establezca tu sentido, tu sentimiento, tu instinto.

De  pronto ese hueco producido por la falta de combate contra algo o de resistencia sobre algo deja de existir y es como si toda la musculatura anímica, mental, física se desinflase cual neumático tras un pinchazo. Al principio es tu  estructura, mental y física la que te pide  en silentes gritos desde tu interior que encuentre el punto de apoyo de tus miedos para seguir empujando o evitando que te empujen. Tu ser no acepta ese cambio, necesita seguir sufriendo  de forma correcta. La vida ha sido inoculada en tu fuero interior como una resistencia a cualquier cambio sobre lo establecido desde el principio. Así, de forma mecánica, ansiosa y ardiente buscas lo que has perdido por el camino para seguir empujando o conteniendo  el mismo saco de errores y sufrimientos  que ya son parte de tu ser y no demandan reformas o cambios  siempre desconocidos.

Mientras empujas, tus padres se siente tranquilos por ver que haces lo que ellos hicieron y  ver en ello la aceptación propia de sus enseñanzas, cualquier otra cosa sería aunar al temor por tu cambio, la decepción de quienes te tuvieron. Por ello sigues empujando o resistiendo en los mismos errores, sin atreverte a cometer nuevas acciones que  te permitan no combatir, que dejen ese hueco para descubrirte y descubrir el espacio que te rodea, un lugar físico y sobre todo mental que no has sido capaz de divisar por estar paleando carbón en  el hogar de caldera  empeñado en mantener  con presión algo inerte y sin más justificación que la que tú pretendas dar.

Si por algo ajeno a tu existencia, a tu intención primaria, ese muro despareciere, esa caldera hirviente  se apagase, tu ser  comenzaría a buscar otro muro, otra caldera a la que palear carbón para seguir en la misma dinámica. La ansiedad, el terror a la situación nueva donde el vacío por su negación te llevaría a insospechadas situaciones de depresión, de sufrimiento por haber dejado de ser  un esclavo propio de lo enseñado, no por bueno, sino por trasmitido  en la costumbre bendecida por el tiempo.

Como el hombre en el monumento a Churruca, eso pretende este mundo que sea nuestra vida: empujar o resistir sin pensar en cambiar, por la búsqueda del sustento, por la búsqueda vital del por qué de nuestros actos, por la búsqueda de la compañía y su reparto de funciones vitales, de los juegos de poder, personales, políticos, laborales, etc.

Si por un momento somos conscientes de ello es posible que en muchos casos empujemos porque sea imposible de otro modo, pero si somos conscientes ya seremos parcialmente libres, si en lo personal al dejar una losa, al clausurar una caldera no tratamos de encontrar otra o de reparar la existente quizá descubramos que no hace falta  la tensión en nuestras vidas, ni el seguir la vida tal y como estaba marcada desde nuestra infancia. Seguramente la paz entrará por la escala real a nuestro navío vital, seremos leales ante nuestros semejantes, les daremos lo que nunca creímos que podríamos dar y nos llegará lo que nunca creímos que podríamos alcanzar mediante el empuje y la resistencia sobre un muro… y el combate o la resistencia tendrá otro sentido, más seguro, fuerte con el alma y el corazón a la par de nuestro pensamiento.




Pero sobre todo, y por encima de todo, nos sentiremos libres en nuestro interior y eso se sentirá en nuestro exterior de forma natural y sin temor.

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