miércoles, 31 de diciembre de 2008

Desde las Islas Escindidas...

No dejéis a Peter que se largue
que de ti no se vaya,
que no llegue la calma,
que Garfio nunca venza.

Otro año de lucha sin cuartel,
Campanilla siempre tras de ti.
Campanilla será quien decida
la parte que de ti ha de permanecer.

Navíos, espadas, amores y princesas
entre relámpagos, cañones y los de siempre, los leales.
Los buenos y los malos entre las estrellas y tras los truenos
de colores que pintan almas junto a viejos caimanes

Donde queda ilusión, perdura la vida.

Buenos deseos, nada más, el resto queda a vuestra discreción.
A la pura imaginación.
Sueños y pasiones
Luces, espejos y neones
Que el polvo de estrellas
de Campanilla os acompañe
cada día del 2009
y os alumbre cada noche.

martes, 30 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (28)

Pasaron raudos los días desde que dejaron las dunas en su regreso al campamento, poco después de aquél mágico instante fueron las dunas las que les dejaron a ellos, continuando su lento vagabundeo por aquellos inhóspitos parajes en los que si algo era cierto era que nunca habrían de encontrarse en una escena como aquella.

Corría el mes llamado por los musulmanes como Xaual, el Ramadán había terminado con las fiestas propias de tal evento. Hacía ya dos días que habían partido de Tlemecén, las treinta leguas que los separaban de la ciudad les llevarían al menos una semana en la que debían mantener sus identidades de la misma forma que hasta su llegada a Tlemecén un mes antes. Los silencios, las miradas eran ahora distintos, se sabían amados entre si, se sentían unidos por las ligaduras invisibles que nacen y se mecen tirando del corazón del uno sobre el alma del otro. Había sido un mes en el que la pasión se desbordó inundando un erial seco, provocando que unas dunas a otras se uniesen y rebelasen contra el viento para proteger aquella tienda del mundo real que soplaba tan vital como ellos ahí fuera.




El tiempo seguía corriendo en un viaje cómodo, el Califa había castigado a los Galla, la vieja Cartago ya era de nuevo almohade, Trípoli capitulaba en pocos días. Todo esto dio alas a los Sabrum para alcanzar Oran y preparar la travesía hacia Málaga. La llegada a la ciudad portuaria fue espectacular, Zahía casi no recordaba su visión del viejo Mediterráneo, hijo de Tetis; su venida desde Lucena no había sido sino una huida, un exilio obligado por el califa hacia Marrakech. Ahora, aquella visión de la luz reflejada desde esa masa viva como espejo del sol turbó su ánimo, detuvo su camello sobre el alto de la loma que daba paso al camino de entrada a la ciudad una legua mas abajo para contemplar y asumir que la vida le daba un nuevo reto, una nueva oportunidad de recuperar su identidad escondida entre los muros de barrio judio de Marrakech. Descabalgó casi como un ser inanimado mientras no dejaba de mirar la calmada superficie del ancho mar. Tello se mantenía a su lado sin que ella se diera cuenta. La brisa floja del norte le devolvía un olor a mar casi nunca conocido por él, hombre de tierra adentro. Cerró sus ojos, quería recordar el momento del paso en el que la luz del desierto se tornó en brillo y destello de mar inmensa, camino de mil destinos.
Entraron en la ciudad bulliciosa donde les esperaban los agentes de los Sabrum que sin demora los condujeron al puerto. La bahía enorme que se abría hacia la mar parecia querer devorar la luz del sol para ella sola sin dejar nada al resto del mundo. Al oeste una enorme peña delimitaba la bahía donde las naves del Califa mantenían a raya a la piratería, era la base naval de Mers el-Kebir que el que esto les escribe hoy llamamos Mazalquivir donde ondea la bandera de nuestro Señor el Rey Don Felipe. Orán era un enclave comercial muy importante con Alandalus y el resto de Europa y había que protegerlo, fuese quien fuese quien allí goberbara lo tenían claro.
Los Sabrum no disponían de ningún edificio en Orán, pues prefreían la seguridad de Tlemecén para sus almacenes a resguardo de los piratas. Por ello cabalgamos lentos pero de forma directa a través del bullicio de la ciudad hasta alcanzar el puerto. Allí una nave esperaba nuestra llegada. Era una pinaza, sus tres palos en un bajel de tan pequeñas dimensiones le daban un aire gallardo y hasta algo exagerado en sus pretensiones. Su orgulloso capitán nos recibió a bordo. No había mucho espacio para los tripulantes. Todo el espacio era para la carga bajo su única cubierta y para las velas que debían dar alas a aquel navío frente a tormentas y piratas. Dos pequeños pedreros hacían de defensa a cada banda del pequeño bajel, eso y los brazos de quienes a bordo se encontraban.
- Bienvenido a bordo Hijo de los Sabrum, vuestra nave esta lista para recibir las mercancías, todo lo demás esta presto para zarpar con la marea del alba.
- Querido Elian, cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que nos abrazamos. Cuéntame, ¿cómo están las cosas en Alandalus?. Mi buena Javiva y yo deseamos retirarnos pronto a Málaga, nuestros hijos ya son capaces de mantener el negocio y nosotros deseamos descansar los años que nos queden de vida.
- Mi buen Mulay, las cosas se mantienen calmadas. No sé si en Sevilla, que mas cerca está del poder las intrigas sea todo mas incierto pero en tu Málaga todo se mantiene en paz. Bien sabes que es un buen puerto y a todos interesa su protección.
- Eso me tranquiliza. Elian, esta vez la carga que has de entregar en Málaga lleva dos bultos algo especiales que son estos dos hombres de los que mejor no sepas sus nombres. Ellos no te molestarán y se irán en cuanto los cabos hagan firme en Málaga. No he de decirte que este porte especial y discreto lleva un suplemento en nuestro acuerdo comercial.
- No has debido decirlo, Mulay. Muy bien, venís de parte de Mulay Sabrum y tal cosa es bastante. Este bajel de nombre Mazal es vuestro desde este momento. No entorpezcáis la carga y será la cubierta del castillo de popa a babor y cercano mi pequeña cabina donde descansaréis las singladuras que la travesía lleve hasta Málaga. ¡Shalom!

Los dos hombres les dejaron en medio de aquel hervidero de hombres, cabos, puntales con sacos apuntando a las entrañas de la pinaza. Recorrer éste no les llevo muchos pasos, pues era un mundo inmenso y desconocido pero al mismo tiempo minúsculo frente al los mares de arena surcados durante tantos meses. Intentaron pasar desapercibidos durante el día hasta el atardecer en el que la carga estuvo lista y estibada. Elian había dado orden a toda la tripulación de estar a bordo antes de que la luna, aquella noche en cuarto menguante, apareciera sobre el horizonte y salvo un marinero que nunca embarcó todos cumplieron con tal orden.

A excepción de los hombres de guardia el resto de la dotación, incluidos Tello y Zahía dormitaban sobre la cubierta o tal cosa intentaban. La noche era su manto, las estrellas eran solo testigos de sus miedos. Su tierra estaba a un paso que habían de dar, 80 leguas de viento y mar, ocho días u ochenta años, solo de esto sabrá el viejo Poseidón …


domingo, 28 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (27)

La noche inexorable se transformó en día tras sus párpados que sólo se abrían para ver lo que sentían, una visión que solo se produce cuando la pasión ha traspasado ya las barreras que circundan la razón. El calor de un sol, ya en lo alto, lentamente iba trasformando lo que había sido una barricada de sentidos y deseos encontrados en un vulgar invernadero en el que los sudores tenían otro origen. Tello abrió los ojos aún hechizados por lo vivido, aún habitando un lugar donde la sensación de paz y olvido de la cruel realidad hacía que nada importase. Lo primero que vieron éstos fue la espalda de Zahía, sus contornos sinuosos demarcados en dos perfectas mitades por el suave valle de su columna que la mantenía erguida. Ella, serena permanecía sentada a su lado con su cabeza, cual embravecido mar de ensortijados y sueltos cabellos, mirando hacia el frente en algún estado similar de pensamiento como él. Tello con su mano, cálida de haber dormitado entre las suaves sábanas, comenzó a recorrer su espalda desde la parte mas elevada donde llegaba con su brazo. Lentamente, como deseando grabar en su memoria cada ondulación de piel en puro contraste entre su frescor y la calidez de su mano; así viajaban sus sentidos cuando su cabeza giró mostrando una sonrisa serena, pequeña pero inmensamente plácida que certificaba la existencia de aquel mundo hecho en exclusiva para ellos, por ellos mismos.

- Zahía, yo…
Con decisión, intentando evitar a toda costa que el mundo volviera a convertirse en lo que había sido hasta la noche anterior, Zahía se apresuro a sellar sus labios con su índice.
- Nada ha de explicar a esto, Tello. No azores tu pensamiento en lo que no es real. Vive este momento que sí es real.

Se subió sobre él, borrando los nubarrones que ya cernían de nuevo ese universo que los dos sabían en su fuero profundo que tenía caducidad. Piel con piel, como camello y jinete que juegan su prestigio y demuestran su destreza y fortaleza ante la gran carrera frente al Califa, sus cuerpos empujados por alma y deseo dieron aquella cabalgada hasta rozar la extenuación sin saber quién llegó antes al fin de la carrera.
Aún pasó el tiempo antes de recoger su universo, su mundo particular para volver a convertirse en extraños pasajeros de aquella caravana de mercaderes. Tello, mientras se lavaba, sentía cada minuto el dolor por perder el olor dejado por Zahía en él. Aquél jabón, cual futuro inquisidor lo sentía quitándole las sensaciones impregnadas en cada uno de sus poros por ella. Había que seguir adelante pensaba él, pero cómo sería su vida a partir de aquél momento. Tenía que aclarar sus ideas, sus sentimientos que chocaban en una mente más parecida a un combate de dos ejércitos de inmenso poder, como eran el recuerdo de Berenguela en su sangre real y el sentimiento vital que generaba en él Zahía.
Ya como dos hombres salieron a círculo dibujado por el campamento, los hombres permanecía en sus quehaceres de protección de la caravana, mientras los niños corrían entre las dunas cercanas y las mujeres trabajaban en las labores tan vitales como el sustento y el vestido. Tello y Zahía nada habían de hacer pues eran invitados de los Sabrum y como tales se les trataba.
- Tello, cabalguemos un poco hacía el sur, hacia aquellas dunas que tapan la vista de la llanura que conduce a Marrakech.
- Esta bien, déjame antes que recoja una espada para ti, no sabemos que hay a media legua lejos de la protección de nuestra caravana.

Así juntos, después de avisar a Samuel de su salida a menos de media legua, encaminaron sus camellos en dirección a las dunas que cerraban el paso a la vista de su ojos. Mientras, pensativo, Tello luchaba por que sus pensamientos encontrados decantasen su pugna por uno de los dos lados. Era una lucha entre la lealtad a sus recuerdos y su amor vivido sin piel ni pasión y la propia pasión, el conocimiento tras aquél cautiverio de un alma serena, limpia y directa que todo le daba sin nada pedir a cambio. La batalla estaba clara aunque la victoria nunca evitase los reductos de resistencia enfundados en recuerdos en forma de llanura castellar.
Alcanzaron las dunas y las sobrepasaron, casi a la mitad de su descenso descabalgaron para sentarse sobre la suave arena blanda y viajera en el viento que nunca dejaba de soplar. La visión era inmensa, como un ancho océano de color tierra que hervía en su lejano horizonte vacío de vida entre éste y sus ojos. Tello miró a Zahía y comenzó a contarle su pasado, un pasado escondido hasta entonces en esas cuevas profundas que el hombre crea en su interior cuando la realidad lo derrota en el sentimiento o en la razón. En algunas personas estas cuevas acaban creando nidos de veneno en su interior haciendo que su vida se convierta en puro averno. Otras, como a Tello, son recuerdos maravillosos, de historias no vividas al que tales recuerdos le entristecen pero cuando retornar a ella le devuelven a lo vivido y sentido, regalándole una sonrisa cuando lo hace.
Zahía lo escuchaba serena, en algunos momentos sus lágrimas afloraban venciendo al terrible desierto, enemigo del agua con sal o sin ella. Tello, por primera vez se quitó su medalla y la posó en las manos de Zahía que la recibió con los ojos puestos en él.
- “Enséñame Señor, a cumplir tu voluntad” Es una frase que lo enseña todo de su corazón. Tiene que ser una gran mujer, alguien que abandona su vida por su misión, alguien que sacrifica sus sentimientos por su reino. Eres afortunado a amar a alguien así.

Tello no sabía que decir, ¿amaba a Berenguela o a su recuerdo? Desde su cautiverio en casa de Amhad, era Zahía quién ocupaba cada minuto su pensamiento, sus conversaciones sobre tantas historias, tantas reflexiones acerca de los clásicos; después, la larga travesía junto a ella en un casi absoluto silencio que traspasaba cualquier muro del calibre que fuera le confirmaron tal sentimiento. Entre su batalla mental un hecho tenía casi diáfano, no sabía lo que era ya el amor, sabía qué quería, que necesitaba estar al lado de Zahía para siempre; ¿cuál era el amor verdadero entonces?.



- Zahía, he amado a Berenguela, creo que sigo amándola, por ella y por evitar sufrir de cerca su boda con el Rey de León te encontré a ti. Quizá sea pronto para decir que es amor lo que siento por tí, a pesar de que se lo que es tocar el cielo gracias a ti; pero creo estar en seguro al decir que deseo tu piel, tu corazón y tu voz, que mi último sueño sería el que nuestros ojos se cerrasen juntos la última vez que esto decidiera Dios que fuera. No sé, no sé qué decir, solo que mi cabeza bulle como marmita de invierno.
Con el medallón a caballo entre las manos de Zahía y la de Tello se besaron encontrándose en el frescor de sus bocas ante un desierto abrasador en el que un sol en lo más alto les avisaba de volver a la protección del campamento.
- Vamos Zahía, regresemos sin demora al campamento. Nos esperan días hasta partir hacía Oran…

jueves, 25 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y las Navas (26)

La tarde se hizo larga con el sol lento y reacio a dejar su púlpito imperial, parecía no querer perderse ningún detalle de aquel trabajo inhumano. Debía ser un campamento seguro, pues con seguridad les llevaría aquella etapa más de un mes. La tienda de los Sabrum, ahora de Tello y Zahía, marcaban el centro de una elipse abierta por ambos lados achatados si así pudiéramos describir esta. Cuando al fin el pequeño asentamiento finalizó, el sol estaba ya en su lento declinar, las mujeres del campamento hacía algunas horas que habían comenzado a preparar la cena. Todos los momentos parecían confabulados, las ocasiones juntas para bien o para mal. La luna comenzaba a verse en el noveno mes, el ramadán musulmán comenzaba esa misma noche.
Ellos no eran hijos del islam pero en su reino vivían y habían de mantener el respeto hacia quién los dominaba de forma real. Por ello aquella cena era una pequeña celebración que cerraba el largo viaje desde Marrakech, era además la última celebración espontánea por su parte, pues a partir de aquel día que terminaba deberían ayunar durante las horas diurnas y no tenían nada que celebrar durante las noches.

Contrariamente a las costumbres, en aquella enorme familia de caminantes ya casi era otra el celebrar la fiesta de arribada a Tlemecén los dos sexos juntos, por lo que Tello y Zahía se prepararon para la fiesta. Ella debería ir siempre semi oculta entre ropajes que difuminasen su perfil de mujer; al menos la talla de Zahía, casi igual a la de Tello, facilitaba su disfraz. La tienda era amplia, como ya comente antes, disponía de tres espacios independientes que permitieron a cada uno lavarse con plena independencia e intimidad. Los Sabrum habían dejado parte de sus ropas, por lo que aprovecharon la ocasión para sentir el tacto de las sedas y los adornos que generosamente dejaron sus protectores.

La noche era tan magnífica como lo puede ser sobre un desierto con luna nueva. Sin la luz mortecina que todo lo engaña y oculta, brillaba el tapiz de estrellas, una techumbre moteada de pequeños soles lejanos que acumulaban la sabiduría de milenios titilando sobre la soledad de las dunas. Con algo de timidez salieron ambos bajo su custodia hasta la modesta hoguera que indicaba el lugar donde se celebraría como si de un sabat se tratase la llegada a Tlemecén y el inicio del mes del Ramadán. Samuel se deshizo en atenciones con ellos como el anfitrión que allí se consideraba y salvo el inicial momento de extrañeza ante los ropajes de Zahía, que se solventó con una excusa sobre la piel débil ante el frío del desierto, todo fue una noche nunca soñada por un castellano acostumbrado al calor entre los muros de una casa, castillo o junto a la hoguera rodeado por un bosque helado en el puro invierno. Había acostumbrado el oído a las músicas árabes y judías que a Zahía le llevaban a su Al Andalus perdido, aunque pronto por recuperar de la mano de Tello y los deseos de su padre tan lejos ya. Aquella noche el vino hizo de alma de una fiesta deseada por todos. La música animaba a mojar los labios, los labios, húmedos por aquel elixir casi olvidado hacían cantar y así bailar.



Tello observaba la Polar y su cercano septentrión, sus siete bueyes que como le relataba Ahmad, los romanos hacían cuentas de su esfuerzo por tirar de la Tierra. Cuántas historias más se descubrirán tarde o temprano como leyendas maravillosas. Mientras, una cosa parecía clara, su estrella madre, la Polaris, brillaba con mas fuerza gritándole dónde le esperaba su casa, su tierra en la que tantos jirones de piel habían quedado al huir al sur sin girar aquella cabeza que ahora solo tenía ojos para aquel brillo lejano. Sin querer, suavemente extrajo del fondo de su pecho su medallón, resto de lo que aún era verdadero, Berenguela. El oro tornó su color en un azulado reflejo que pintaba la Polar. “¿Dónde estará ahora?” Temblaba sin frío, sus recuerdos se agolpaban como carga de mesnada sin enemigo ni rival.

- ¿En qué piensas, Tello? ¿Y esa medalla? Nunca me la habías enseñado.

Al mirar su rostro descubrió lágrimas contenidas que pugnaban por lanzarse sobre el tapiz que hacía de suelo.

- No es nada Zahía, un viejo regalo de un viejo sentimiento. Alguien conquién soñé partir la tierra para compartirla con ella.
- Y por lo que veo no pudo ser. Tello, mi padre siempre me enseñó que el amor nunca desparece, es algo indestructible. Si amor fue lo que sentiste en aquel momento, amor sientes cada vez que a él vuelves. No sufras por lo que no es real. A veces el amor civilizado es el amor fracasado, algo que demuestra que el amor no tiene que ver con distancias, separaciones o vida en común para siempre. Quédate con el recuerdo, con los momentos que te dieron calor cuando el frío atenazaba, fuerza para cabalgar cuando estabas reventado, empuje cuando los vientos del ánimo plantaba cara para doblegarte. Tello, no te pido nada, ni siquiera que de ello me cuentes. Solo te pido que encuentres amor donde lo hay y tornes los ojos tristes en los que yo conocí brillantes y gallardos, como ese faro que tanto le gustaba a mi padre allá en Egipto

- Se llamaba Alejandría, Zahía. Perdona por este pequeño golpe que me da el destino…

Zahía le hizo un gesto de silencio, y con un suave golpe lo condujo hacía la tienda, el resto de la gente ya estaba borracha o dormida, así que escondidos tras los bueyes del Septentrión se colaron en la tienda. El olor a la canela que lo recibió horas antes lo envolvió de nuevo a Tello mientras Zahía se despojaba de aquellos ropajes que desfiguraban sus curvas de mujer en otro espacio de la tienda. Al poco Zahía lo llamó y Tello, aún algo aturdido entre sus recuerdos, las estrellas, los olores a canela e incienso, se quedó paralizado mientras observaba embelesado a Zahía envuelta en vaporosas telas que dejaban entrever sus bellezas mas íntimas. Ella, mas segura que nunca lo hubo estado, con un leve gesto le indicó que se sentara sobre los mullidos cojines
- Tello, cierra tus ojos y escucha. No has de abrirlos hasta que termine de hablar. ¡Prométemelo!
- Pro… prometido


Así comenzó a acercarse con lentitud Zahía mientras recitaba


“Ya que el amor ha desmoronado mi corazón
a las ruinas del amor debe de llegar la luz del sol.
Me hundo de vergüenza ante tal generosidad,
que el rey elevó para mi una súplica y el mismo la acogió
¡Tantos rostros me mostró y en tantos lugares!
Yo decía, he visto el rostro, mas veía la máscara.
Si la luz de este antifaz hace arder el universo,
¡Oh Dios!, ¡Cómo será el rey sin máscara!
El amor pasó por delante de mí y yo lo seguí.
se volvió, me hizo su presa y me trago como un águila.
Del universo me liberé cuando el me tragó.
Me hundí en el mar del gozo y me liberé del dolor.
El que no goza con el manjar del dolor,
Es que nunca ha probado el sabor de este vino…



(Poema de Yala ud Din Rumi)

martes, 23 de diciembre de 2008

La canción Mas hermosa del Mundo

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Vieja escalera de caracol que anidas en nuestro corazón
círculo infinito que atrapa la bendita Razón
entre lágrimas que sorprenden y de la risa hacen unión
para que la espera incompleta de escalones repleta
nunca termine, pues cada fin es del inicio su explicación.

Años son escalones, risas son candeleros, lágrimas medallones
caminando entre dudas y misterios como poderosos corazones
que palpitan por la intriga que sin temor despuntan en los amaneceres.
Nuevos envites sobre los mismos deseos que perviven inmortales.

Deseos que con fuerza brotan repletos de paz, amor y amistad
como el recio nordeste decidido a transformar la realidad.


Entramos en nueva singladura, doblamos el cabo que siempre anuncia nueva marea


Feliz navegación entre olas y sueños que nos esperan por cumplir.



Gracias por estar ahí.

Blas

domingo, 21 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (25)

La despedida de Tello con Ahmad fue todo menos desgarradora, mientras sus brazos apretaban los cuerpos uno contra el otro, solo sentían paz y serenidad, la calma de saberse en lo correcto, de saberse amigos en lo eterno los hacía empaparse de una extraña sensación de bienestar, demostrando de forma real los nexos de unión entre ambos hombres del mismo color de sangre, nacidos en un mismo mundo con al menos dos nombres que uno llamaba Sefarad y el otro Hispania. A pesar de aquella calma la realidad de la separación hasta la eternidad se leía en sus ojos que no eran capaces de engañar la mirada del otro. No supo Tello, ni el que estos pergaminos escribe, cómo pudo ser la mortal y desgarradora despedida de Zahía y su padre, nunca se lo contó ella y todo quedó en los corazones de padre e hija para el fututo encuentro tras la muerte, que seguro sobrevendrá sin saber a ciencia cierta su instante verdadero…




Cabalgaban de forma tortuosa a través de caminos desdibujados por los vientos y las arenas que volaban de un lugar a otro deseando borrar cualquier señal de humana presencia. Llevaban ya varias jornadas de peregrinaje bajo miles de soles concentrados en el mismo disco milenario, que paciente los abarcaba con su mayestática presencia. Los viejos mercaderes de la casa de Sabrúm variaron en varias leguas la ruta para evitar la senda principal que recorría leguas hacia el norte hasta encontrarse con la fortaleza de Mequinez, era una forma de no encontrar incómodos compañeros de viaje. Pasados allí varios días rentabilizando la escala como buenos mercaderes prosiguieron su ruta paciente hasta alcanzar Tlemecén. Allí la estancia sería de mayor tiempo, pues era el lugar adecuado para recuperar el resuello tras el largo tránsito desde Mequinez. En Tlemecén los Sabrúm disponían de una pequeña base comercial que hacía las veces de centro de información sobre la situación en la costa, pues la piratería no conocía de naciones y podía ser mal momento para llevar sus mercancías tras una incursión de estos o con su sombra amenazante de las velas de semejantes almas errantes sin otro espíritu que el de la sangre, el viento y los instintos más inmediatos. Por ello y tras los informes de los agentes que allí esperaban decidieron esperar al mes siguiente en el que el otoño entraba y las amenazas comenzaban a guardarse en sus oscuras y poco vistosas guaridas siempre sobre altas peñas encaramadas frente a las olas, guardando estrechas bocas de mar inexpugnables a quién no conociese su entrada.
Mulay Sabrum, el jefe de la partida, los reunió a todos en su tienda tras haber departido con los agentes en la ciudad.
- Como ya preveíamos las cosas no aconsejan partir hacía Orán antes de octubre, los piratas están acosando las costas mientras el califa luchas mas al este contra los Gahya. Parece que la suma de fuerzas darán la victoria por segura al príncipe de los creyentes, aunque deben correr los días para que todo alcance la calma que asuste a los piratas; que todos sabemos que estos tan sólo entienden su propia lengua, que no es otra que el terror sin medida. Como ya sabéis todos, antes de la noche todas las mercancías habrán de depositarse en custodia dentro de nuestros almacenes donde disponemos de protección armada. Mientras unos en esto se encuentren, los demás montarán aquí el campamento para las próximas semanas hasta que las condiciones se presten a partir hacia la costa. ¡Vosotros, venid conmigo, he de deciros algo!
Con presteza Tello y Raquel se acercaron hasta él que con un gesto les hizo entrar en su tienda. Hasta aquel momento nadie, excepto su familia, habían podido entrar en aquél santuario para los Sabrum, lugar prohibido para todos los demás componentes de la caravana. No les dio tiempo a maravillarse del espectáculo dibujado entre ánforas a modo de pequeños límites entre estancias a las que acompañaban las alfombras, seguramente persas; era un verdadero palacio, un oasis dentro del oasis exterior, en el que se había pensado hasta en su olor con barras incandescentes olorosas a incienso, incluso un gusto a canela imposible de saber su procedencia arribaba a la boca, haciendo olvidar la crudeza de las largas noches al raso pasadas en las más de 150 leguas recorridas desde Marrakech.
- No conozco vuestros nombres, pues le prometí al buen Ahmad no hacerlo y dejaros en seguras manos a bordo de uno de nuestros bajeles con rumbo a Málaga. Así lo haré, se que sois una mercancía, perdonad mi crudeza, peligrosa y que podría causar graves daños a nuestra familia y a toda esta caravana en la que viven muchas almas que nada conocen más que esto, y en esto desean encontrar el fin de sus días. Por todo lo que os estoy diciendo con mi más absoluta franqueza, aquí quedaréis mientras dure la espera antes de partir a Orán. Seréis los jefes de la partida junto a mi segundo Samuel Leiva que, como las anteriores ocasiones, descansará con su familia en su tienda. Podréis recorrer los alrededores sin problemas, pero cuando Samuel lo indique habréis de refugiaros en nuestra tienda a la que cualquier hombre del Califa o el Visir tiene por norma respetar, pues sabe que nadie se encuentra en ella y su objeto no es otro que indicar quién es el jefe de este campamento. Mientras tanto, mi familia y yo permaneceremos en nuestra oficina dentro de la ciudad. No temáis, nada puede pasaros si cumplís tales normas. Sois protegidos de Ahmad y eso es lo único que importa. Disfrutad de este hogar como si de vuestro hogar se tratase. La paz sea con vosotros.


Sin más abandonó la tienda y tras dar las últimas órdenes a quienes allí quedaban montando el resto del campamento partió junto a los que trasladaban las valiosas mercancías a su almacén dentro de la ciudad. Zahía y Tello se miraron mientras recorrían, ahora ya con la calma propia del tiempo que se adivinaba cual sombra alargada, la tienda compuesta de tres cuerpos, un sueño nunca imaginado cumplir. Hacía ya leguas que sin casi articular palabras sus miradas traspasaban los límites del lenguaje.

- Zahía, vayamos a ayudar al resto de la caravana a montar las tiendas antes de que anochezca.
"Qué bien suena ese nombre en mi boca" pensaba Tello, mientras le retiraba la tela que separaba su mundo real de la realidad imperante en el exterior…

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (24)


Llegó el momento esperado, el nuevo Califa consciente de la necesidad de demostrar a sus enemigos, pero más consciente de demostrar su poder y capacidad militar ante su pueblo, pasados casi dos meses de su corornación tomo su primera decisión. Los Banu Gahiya iban a ser su objetivo inmediato, malnacidos restos de lo que fueron sus enemigos, los fieros almorávides habían aprovechado la indecisión provocada por la agonía de Al- Mansur, para de tal traidora manera arañar con calma pero sin pudor parte de la gran Argelia desde Trípoli, como fruta madura la vieja Cartago de los Barca cedió a su expansión, la mayoría de los oasis de los desiertos al sur de la vieja provincia romana que dio nombre a todo ese ignoto continente fueron dominados. La elección no tenía duda, los reinos cristianos, minúsculos desde aquella lejana capital imperial continuaban dominados y ahogados en sus propias rencillas, no eran enemigo a temer. Una victoria sobre sus viejos enemigos almorávides en las cabezas de los Gahiya sería un buen sello de su poderío ante los jueces encarnados en sus súbditos.


A principios de abril las tropas del Califa ya habían partido hacía el norte con el objetivo de acuartelar sus armas y pertrechos en el oasis de Ksar es Souk. Todo estratega sabe que la fuente vital del poderío de un ejército está en los estómagos de los hombres y en su forja continua tras perder de vista del pensamiento las necesidades más básicas. Todo lo contrario significa transformar un ejército victorioso en bárbaras mesnadas que ya solo combaten por ver la luz del siguiente día. De esta forma, la primera semana del mes de mayo del año 595 de la Hégira el Califa en loor de multitudes partió escoltado por cinco mil hombres de su guardia personal. La ciudad quedó guardada por trescientos soldados que garantizaban la defensa de tal fortín que era Marrakech. La oportunidad de huir se presentaba para Tello que se mantenía en aquel cautiverio de suaves y endulzadas cadenas. Cada noche desde la partida del Califa suponía una despedida encubierta para ambos que se sentían participes de un sortilegio fantástico cuyo resultado podían sentir en sus pieles cada vez que sentían sus cuerpos cercanos.

Muchas noches Ahmad le traía libros para que leyese mientras aquel cautiverio se mantenía, el último ejemplar fue el que relataba de propia mano herodoto de sus viajes, los viajes unidos a la descripción de los mundos griegos, Persia, Chipre, Egipto, Tiro, la victoria de un pequeño grupo de gentes frente al gran elefante Persa. Los días pasaban gráciles en aquel agujero sin percibir nada más que viejas y apasionantes historias que se veían intercaladas por apariciones entre los párrafos de imágenes de Zahía como relámpagos de una tormenta interior. A pesar de todo, su mente, ávida de conocimiento, se mantuvo en marcha y engrasada como el eje de un carro al que su arriero alimenta de sebo; el viejo Ahmad mantuvo así su consciencia sana evitando la locura de semejante encierro que iba a cumplir casi tres meses.

Una noche, tras varios días de marcha del nuevo Califa se presentó al oscurecer Ahmad.

- Tello, ya sé que es algo pronto y también que no es el timbre de mi voz el que esperabas escuchar, pero hoy es un día importante en el que debemos hablar de tu partida y de algunos menesteres que te he de pedir. Ahora baja y lávate, Zahía ha dejado preparado tu baño. No vendrá hasta la medianoche, pues la he enviado a casa de mis buenos amigos los Haranon.
Tello, sorprendido pero no asustado pues sabía que aquel momento tenía que llegar, con sigilo siguió a su maestro hasta el pequeño patio que como meses atrás golpeó sus sentidos con el frescor y el olor a pura naturaleza encerrada en tal bello cuadrado. Limpio, vestidos con ropas de las que brotaba un fresco olor a hierba buena que hacían sentir aún más bella aquella estancia pudo Tello observar el equipaje que presumía suyo. Sólo esperaba que su buen amigo y casi padre para él comenzase su discurso.

- Hijo mío, permíteme que así te llame pues de tal manera te siento. Ha llegado el momento de tu retorno al hogar que ya hace tiempo reclama ese alma profunda que aquí has pulido entre los libros que hemos podido leer juntos. Partirás esta noche vestido como un vulgar mercader en la caravana de los Sabrum; son gente de mi total confianza, los Sabrum obtuvieron grandes favores por mi persona ante el Califa, grandes favores que en buena lid y cambiando el sentido ahora devolverán. Será un viaje largo pues la ruta tiene como destino Orán. Desde allí uno de los mercantes de los comerciantes que trabajan con ellos os llevarán hasta Málaga, donde deberás acudir a la Alcazabilla junto a las murallas de la Alcazaba. Allí preguntaras por el viejo Abu Zacarías, no tiene pérdida pues es el dueño de la tienda de especias que suministra de tales tesoros al menos a toda nuestra comunidad allí. Entrégale estas dos cartas, una se refiere a vosotros, la otra es algo personal que deseo permanezca en el más absoluto secreto. A partir de ese punto será él quien te abra paso hacia tu Castilla.

- Mi maestro, no tengo palabras para expresar mi agradecimiento, no se como podré pagaros tal riesgo que asume vuestro gastado cuerpo, mas me atenaza una duda y es el plural que habéis empleado para explicar todo el periplo hasta la ciudad de Málaga.

Ahmad sonrió, sabía que lo que iba a pedirle en ese momento desgarraría su viejo corazón, pero era consciente de que era lo que debía hacer, su difunta esposa Raquel sabía que aprobaba aquella decisión, a él solo le restaba ya reunirse con ella. A pesar de sus cuarenta y siete años se sentía ya anciano por tantos hilos rotos por la enfermedad, la guerra y la incomprensión humana, deseaba dejar a su hija entre corazones nobles, le importaba poco su religión o su origen, tan solo aspiraba a lograr un futuro lo mas diferente al que había convertido la realidad el de él.
- Tello, eres observador y he de explicarte el por qué del plural en mi explicación. Contigo ira Zahía…

Un vuelco, un terremoto sacudió todo su interior, no supo articular palabra
-… Irá vestida de hombre, será tu compañero de nombre Isaac Benay, sois de Málaga y volvéis a vuestros hogares juntos después de vuestro trabajo como guías de caravanas. Los que os llevan, los Sabrum creen que son dos hombres los que llevan, solo mi buen Ismael Hananon sabe de este arriesgado plan y por eso, para no despertar sospechas, Zahía saldrá desde su casa. Sé, porque puedo percibir los sentimientos de una hija que he criado solo los últimos seis años, de sus sentimientos hacia ti, también se la clase de hombre que tu eres y eso me tranquiliza. No se lo que será el futuro de vuestros corazones, pero te ruego que la protejas hasta alcanzar Córdoba donde ella sabrá sobrevivir. A ambos os entrego estas dos bolsas con una parte importante de las riquezas logradas en este devenir cercano al poder califal. No es una venta por la protección, simplemente se que es a vosotros a quienes os hace falta lo que a mí no serviría más que para soportar a plañideras y falsos vientos de amores que desde aquí desprecio.
Unos golpes serenos con una cadencia de claro aspecto de clave convenida nos sacaron de aquella conversación trascendental.
- Ya es la hora, Tello…

martes, 16 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (23)

Ahmad aún consolaba a Zahía, mujer ahora convertida en niña frágil que hace no más de seis años también él consolaba junto a la tumba de su querida Raquel a la que dejaron en su Córdoba perdida ya tan lejos de allí. Aquel esfuerzo por sobreponerse al golpe tan duro, por poder consolar a su hija le aportó la serena templanza de razonar motivos, porqués, de buscar la vida después de aquello. Mientras sus manos arrugadas acariciaban con calidez el pelo de su hija, se daba cuenta que no era aquél lugar dende dar una vida a su hija. Quizá él sería capaz de soportar la ausencia del fresco rocío de cada mañana, de la vida no vivida en la tierra por la que corretearon sus piernas, de sentir las aguas del río donde Zahía descubrió que el agua podría abarcar más de lo que la propia vista fuera capaz.
Varios golpes acelerados interrumpieron los lloros de ella y los pensamientos de Ahmad.

- ¡Padre, vienen a por nosotros!
- No temas, hija. Yo abriré, mientras tu sube al tejado y ocúltate entre nuestra casa y la de Isaac.

Con una mirada de calma tras un beso que a Ahmad le pareció una eternidad se aproximó a la puerta. Los golpes continuaban sin tregua, al fin Ahmad abrió la puerta
- ¡Ahmad, gracias a Dios!
- ¡Tello, estás vivo, has logrado escapar!
- Si mi querido amigo, pero no dispongo de tiempo, aproveché el tumulto tras el anuncio de la muerte del Califa. Necesito tu ayuda para escapar. Soy hombre muerto si me atrapan y, Dios me perdone, pero os estoy poniendo a ti y a tu bella hija en el mismo trance. ¡Tan sólo dime cómo salir y hacia donde, con eso y la suerte que me conceda nuestro señor llegaré a Castilla!
- Tranquilízate, Tello. No tendrás posibilidad alguna si huyes aunque fuera en el caballo del califa. Ahora siéntate, bebe un poco de agua y trata de calmarte.
Tello se sentó y con la manos temblorosas aceptó el pequeño cuenco de barro que le ofrecía paternalmente Ahmad. No dejó mucho tiempo a Tello sentado cuando le hizo gesto para seguirle. Subieron las dos plantas de aquella casa de poca planta, pero de las más altas del barrio judío. Salieron al tejado donde, entre el tejado de su hogar y el del vecino, existía una falsa cubierta que utilizaban para esconder sus pertenencias mas valiosas cuando el califa decidía "cobrarse un nuevo impuesto" sin otro argumento que la vulgar avaricia. Era como un pequeño hueco que se hundía en el suelo quedando cerrado entre tejas y losas de barro como continuidad de los tejados irregulares propios de una ciudad en continuo crecimiento. Ahmad abrió la cubierta falsa por la que salió Zahía aun con la vista nublada por la oscuridad, fue ver a Tello y tornar a brotar lágrimas esta vez de alegría. Su padre la contuvo mientras con gesto serio le dijo

- Zahía, a partir de ahora cuidaremos de Tello hasta que el tiempo nos dé razones para considerar que su retorno a Castilla parezca al menos posible. Desde este instante tu te convertirás en su sombra, su alimento y su guarda. A partir de ahora será tu hermano, como desde hace tiempo yo lo he sentido como un hijo.
Ahmad y Tello se miraron, un intercambio de sentimientos de amor y gratitud parecían poder adivinarse entre el invisible aire que respiraban.
- Confía en nosotros, Tello. No te abandonaremos.
- Nunca dejé de hacerlo cuando te escuchaba, no será ahora momento de comenzar.

Se abrazaron mientras Zahía los miraba embelesada por aquel regalo inesperado recibido entre turbulentas horas y peligrosos días que se cernían sobre aquellas almas sin mas protección que ellos mismos.

Las murallas de Marrakech se cerraron, el luto por la muerte del califa comenzó mientras al galope partieron patrullas a la caza de Tello. Las exequias del Califa Abu Yusuf nombrado Al-Mansur desde su gran victoria en Alarcos terminaron y sin más se presentó la coronación de su sucesor e hijo, Muhammad al-Nasir. Los festejos, que inundaban la ciudad, abrieron esta para recibir la entrada de los embajadores de los puntos mas alejados de su imperio, incluidos embajadores de la Castilla tan añorada por Tello. No era este nuevo Califa un hombre de pasta parecida a su padre. Aún estaba por ver lo que traería su proceder; mientras tanto los festejos continuaban y también la búsqueda de Tello. No podía ponerse en contacto con los castellanos venidos desde el norte pues peligrarían sus vidas. El visir, Abu Zayd ben Yujan, hombre cruel por su oficio y carácter prefirió no nombrar a sus tres rehenes nominalmente vivos, prefería acabar con el último y devolver a los infieles del norte sus osamentas con el brillo de haber sido devoradas por las alimañas, confiaba en poder hacerlo antes de que se hubieran marchado los embajadores cristianos.

- Y bien, ¿tenemos ya al último cristiano?
- - No, gran visir. Hemos recorrido todos los caminos, oasis y rutas perdidas en todas las direcciones posibles e imposibles sin resultado. No puede haber huido. Quizá si ampliásemos varias leguas más al norte.
- ¡Inútiles!¡Bastardos hijos de esclava cristiana! ¡Es que no os dais cuenta que está aún aquí! ¡¿Habéis vuelto a casa del judío?! Buscad, levantad cada ladrillo de esta ciudad que os da la razón de vuestra vida. ¡Encontradlo antes de que termine los festejos de la coronación o seréis vosotros el pasto de las alimañas sin siquiera estar muertos! Quedan seis días para ese momento, ¡no volváis sin su cuerpo cargado de cadenas!

Mientras todo esto ocurría había ya transcurrido una semana desde la muerte de Abu Yusuf; en el barrio judío Tello se mantenía oculto durante los largos días en aquel pequeño lugar de perfecta factura para ocultar los bienes materiales, pero cruel horno para un hombre de su talla. Las noches se transformaban en sueños inconfesables durante las eternas esperas diurnas hasta llegar a predecir los inminentes golpes suaves sobre la pequeña portezuela disimulada como cubierta de arcilla. Esos toques anunciaban a Zahía, los cuidados de su ángel de la guarda, esas pequeñas conversaciones en susurros bajo el cielo estrellado sin poder verse las caras, imaginando su rostro a través de la silueta que perfilaba la penumbra mientras llegaba su aroma a mujer perfumada de princesa para él. Cuando se iba y quedaba un breve rato a solas con las estrellas respirando el frío y seco que traían los vientos del desierto más al sur se preguntaba qué ganaría escapando hacia su hogar, quizá la muerte dibujada por un acero musulmán, quizá la muerte por la sed y la insolación de una cruel travesía a traves de inhóspitos eriales, quizá alguna muerte como las descritas pero de algo estaba seguro, encontraría la muerte segura por perder aquella ensoñación con nombre de mujer…



lunes, 15 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (22)

…el día alumbraba como casi siempre en aquella ciudad imperial tan cercana al Sahara desértico, donde el brillo reparador de un sol junto a un cielo sin borrones se transforma en el criminal impío que no cree en nada que posea vida propia. Tello, con el entusiasmo de sentirse objeto de unos ojos que deseaba no alejar de su propio mirar, relataba los vergeles que nunca habían dejado serlo, la Sevilla que perdidos los Omeyas en sus propios vicios trajeron a los ya también perdidos almorávides, que sin la clase de los que derrocaron y sin proponérselo presentaron a sus mortales enemigos almohades convirtiendo en un trasunto cada periodo que sustituía al anterior. Trasunto este que, por mucho que la copia siempre desmerezca al original, jamás podría anular la marca de la belleza califal de esas dos enormes ciudades que traza sigiloso el Guadalquivir, como acariciándolas, humedeciendo de manera sensual sus orillas como si fueran los secos labios de dos amantes que llevan su silueta tatuada sobre sus torsos hasta el fin de los tiempos sin poder beber de otra fuente que no sea de su propio caudal.


Se encontraba entre el azahar, entre los naranjos, las flores y las gentes ausentes mas al norte, cuando uno golpes sin cuidado y con la brusquedad propia de quien se considera dueño de vidas y haciendas rompió el hechizo de sus miradas. Las voces que provenían del exterior eran claramente de gentes del califa. Zahía se levantó rápidamente para abrirles el paso, pero su padre la cogió del brazo y con un gesto le señaló a Tello como su guardián mientras él, con pausa se encaminó a abrir la puerta de su minúsculo reino. La cercanía de aquella mujer casi tan alta como él provocó que una esencia, mezcla de ella y el perfume de almizcle que su calor humano desprendía, penetrara sin resistencia alguna de sus sentidos, entrando como el propio ejército del califa de Bagdag apoderándose de un Tello ya rendido, encadenando una pasión contenida sobre aquella mujer atribulada por aquella interrupción a la que percibía ahora frágil y sin la soltura y decisión que parecía antes cuando lo dominaba con su mirada.

Pasos apresurados, gritos de zafias palabras; con brusquedad los soldados de la guardia del califa se presentaron en el pequeño jardín que se había convertido en minúscula celda poblada de armas y malos humores.


- ¡Don Tello Pérez de Carrión, al menos vos os encontráis donde dijisteis! ¿Dónde se encuentran vuestros compañeros? ¡Hablad ahora si no queréis acabar como ellos!
- ¿Por qué preguntáis tal cosa si parece que ya sabéis cómo se encuentran?

La sangre acudió al rostro del capitán de aquella guardia. Aferrando su mano sobre el alfanje, disimulando una furia falsamente contenida espetó

- ¡Es suficiente! ¡Apresadle! ¡Este perro cristiano hablará ante el visir después de que le facilitemos razones convincentes para ello en los sótanos del palacio de donde hace tiempo que debían haber quedado. Vuestro bastardo cuerpo hará compañía en el carro a las ridículas cabezas de vuestros difuntos hermanos. Al menos los restos de sus malditos cuerpos han servido para algo y son ya pasto de almas como las suyas que vuelan sobre la muerte como alarmas de su inminente llegada!


Aquello fue como una centella sobre un algibe de aguardiente recien destilado


- ¡Los habéis matado! ¡habéis matado a quienes sólo ejercían el derecho propio de cualquier cautivo, que no es otro que la fe en la libertad y su lucha por obtenerla! ¡Maldito cobarde!

La furia le dominó, sin armas, tan solo con la sinrazón del propio dolor incontenible que es capaz de hundir al más poderoso o hacer invencible al sumiso, de un golpe seco dejó inconsciente al soldado que flanqueaba a su capitán, mas temeroso por su jefe que por quién, frente a él, se encontraba desarmado. Antes de caer inerte, el alfanje ya estaba en su poderoso brazo que parecía agradecer retornar a ser la parte que había sido para Tello tiempo atrás.

- ¡Maldito asesino!



Aquella batalla era un derrota predecible para cualquier observador menos para Tello a quién la ceguera del dolor y la rabia anulaban tal visión. Fue reducido antes de clavar el filo de su arma sobre el pecho de aquel despreciable hombre que se decía capitán. Maniatado, escupido y despreciado por aquella pequeña escolta, fue conducido hacia el carro donde las cabezas de sus hermanos Juan y Conrado reposaban en un cesto entre restos de sangre y tierra sobre las que los insectos intentaban darse un festín inhumano. Ahmrad y Zahía lo seguían con la mirada, el miedo enmudecía sus voces, Zahía aferrada al brazo de su padre conseguía mantenerse en pie.


La rabia, el dolor, Tello no sabía cómo atenuar aquellos sentimientos, no quería realmente hacerlo; hacía menos de dos horas Ahmrad y él intetaban descifrar los recodos del alma humana, la razón de la violencia, de la injusta guerra, ahora sólo deseaba librar sus manos y cobrarse venganza, justa venganza, sentía de nuevo tal cosa como justicia, honor sobre la memoria de sus hermanos que ya no eran más que carroña, pasto del escarnio de unos gobernantes que se daban de emperadores siendo meros reyezuelos apoyados en la violencia y el terror.



La sangre comenzaba a brotar de sus muñecas al forcejear por soltarse, no sentía dolor, solo odio y deseo de muerte a quién no estuviera en su sufrimiento. Salían ya del barrio judío, la amplitud de la calle principal le golpeó con su luz en aquellos ojos bañados en su propia agua y sal que hacían como lentes del impío sol regente de aquel ahora imperio del mal. Las puertas de palacio ahora le encaminaban hacia los profundos sótanos del dolor, previo a la muerte. Algo que en poco diferenciaba esta vida de la que les aguardaba a sus enemigos cientos de leguas al norte, mas ya la suerte estaba echada, no habría Rubicón alguno que cruzar, la guerra y la muerte eran su destino y su confidente hasta vengar lo que habían perpetrado los que a él llevaban al futuro cadalso.


De pronto un tumulto, gritos y desorden, desde los minaretes cantos fúnebres, el Califa, el victorioso paladín de Alarcos había muerto. Tello, como si nunca hubiera dejado su espíritu de combate, con los reflejos propios de un soldado que sabe que es la vida lo que así le mantiene, aprovechó las espaldas de su guardián para estrangularlo y de un seco giro romperle el cuello. Las ligaduras fueron pasto del filo del alfanje de nuevo en sus manos. Entre el tumulto cambió sus ropas por las del muerto, con ligereza y sin grandes honores recogió el cesto donde sus hermanos castellanos aún reposaban y se esfumó entre la muchedumbre que intentaba entrar en el patio del palacio califal.


No tenía donde ir, solo conocía un lugar donde sabía que podría recibir ayuda…





viernes, 12 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (21)

…Zahía hizo su entrada en el pequeño salón donde sentados sobre cojines alrededor de una mesa circular departían los dos como verdaderos amigos. Con la mirada apuntando a tientas al suelo, a las viandas que sus livianos brazos portaban y a la mesa objeto de su caminar, irrumpió en un estruendoso silencio donde la luz cegó los ojos de un Tello comprometido hacía tiempo con la no existencia de razones para amar. Un rayo, quizá dos chispazos generados por el encuentro de sus miradas encandilaron el ánimo de Tello; esos dos ojos silenciosos en su azul calmado, como aquel Mar que los separaba de su tierra al norte, verdadera mezcla judía, cristiana y musulmana gritaban por saber, por volver a oír el canto de alguien que lisonjeara sus oídos con los bellos valles perdidos, las orillas serenas del Guadalquivir casi olvidadas, poder sentir sólo para ella y su padre a alguien relatar todo ello en la lengua también producto del mestizaje de culturas tan diversas. Energías que irrumpieron en ambos corazones de diferente origen, pero que engendraron el mismo deseo, verse mientras uno hablaba y la otra escuchaba.

Con el mismo sigilo con el que se presentó, así ella se retiró y con su espalda la inmensa luz se transformó en un indescriptible contraste que se definía con el suave contorno de su cuerpo en un lento eclipse inmutable. Mientras Zahía desaparecía de la visión mas no del pensamiento, Ahmad comenzaba a servir a su amigo en un viernes festivo musulmán que para el viejo judío era como un verdadero Sabbat pues su corazón así lo percibía, así lo sentía. Tello deseaba conversar, hacer que el tiempo corriera y volver a sentirse desbordado por semejante catapulta luminosa.

- Maestro, permíteme mi querido Ahmad llamarte así, pues de tal manera te siento cuando desgranas mis planteamientos, que no son otra cosa que dudas de una mente ignorante entre tanta sabiduría incógnita.
- Te agradezco el nombramiento que me concedes, puedes llamarme como desees aunque para mi somos tan maestros tu como yo. Entre almas y corazones limpios la maestría es pura realidad.
- Eso, si me permites, no es otra cosa que lo contrario de la maldad inexistente de Sócrates, la verdadera maldad es la pura ignorancia. ¿Estoy en lo cierto, Maestro?
Ahmrad, con un gesto paternal y comprensivo, sonrió
- Algo así, Tello, aunque puedes simplificar tal cosa con que no hay maldad sino ignorancia en el saber del hombre.
- Pero entonces no comprendo el enorme cúmulo de gritos contra la vida desde el inicio de los tiempos, no comprendo cómo sabios, reyes, sacerdotes envíen a la guerra a sus pueblos por la verdadera fe, la verdadera libertad. Por ellos he combatido a hombres como yo, de mi mismo color de piel, a otros de tez oscura, almas cuyas creencias inspiran lo mismo y sin embargo generan tanto odio como el que dicen combatir. ¿Son esos sabios y mentes formadas, ignorantes?
- La pregunta que planteas es del todo directa, Tello. Creo que si nuestro casi difunto Califa te oyera, eras pasto directo del filo de los alfanjes de su guardia. Mi opinión es confusa sobre lo que te preguntas, quizá sea porque en el fondo de mi pensamiento residen los ecos de la religión con la que he vivido, he estudiado y conviviré hasta que este corazón se detenga; quizá sea porque ha habido noches en los que mis ojos no se han cerrado y he caminado sobre palabras de hombres que nada sabían de estos dioses nuestros, de estas religiones que a veces creo que padecemos. He caminado sobre párrafos escritos por estos hombres que vivían cercanos a las voces de otros sacerdotes, a las imágenes de otros dioses a los que seguramente la gente de sus épocas honrarían como nosotros lo hacemos ahora a nuestros ídolos. Palabras y hombres que murieron poniendo en duda la razón y la fe, sin llegar a la ansiada eclosión de la verdad infinita. Tello, si me preguntas si son sabios creo que puedo contestarte que no lo son. Ellos han descubierto la forma de pertenecer al grupo de élite de su propia sociedad, simplemente su supervivencia en tal estado les obliga a inyectar sus profecías, sus interpretaciones de las letras escritas quizá de inicio con bellos deseos pero de usos dolosos y para propio beneficio. Y es aquí donde el gran Sócrates demuestra la verdadera razón de su argumento. Es aquí donde la verdadera ignorancia del verdadero triunfo, que no es otro que sentir la conciencia de tu propio ser cercana a ti demuestra su teoría. Esos sabios ignoran que en verdad la victoria, el triunfo reside en uno mismo, en su conciencia cuando junto a las de sus semejantes, todas capaces de compartir las diferencias; es en ese momento cuando la verdadera supervivencia está garantizada por la eternidad.



- Maestro, eso es verdaderamente imposible…
- Imposible no, pero si muy difícil. Ahí tienes el mundo en que vivimos, es mucho más fácil y terrible a la vez mantener tal estado que lo que con ardor te he intentado transmitir.
Un silencio atravesó aquél instante, cada pensamiento se fue a su ilusión respectiva. Tello se veía en su añorada Castilla junto a su rey demostrando la verdadera llave de la grandeza del reino, el destierro de la ignorancia, el imperio de la justicia humana, aunque cuanto mas claro lo percibía, mas inexplicable se le antojaba la conjunción con la justicia divina, pues cuanto más profundizaba en la razón, más se alejaban ambas. Eso le atormentaba. Mientras, Ahmrad ya había superado semejante estadio de la discusión eterna entre razón y religión, su interior le decía que la fe solo era una forma de negar la realidad, sin embargo al mismo tiempo se aferraba a ella sabiéndose un minúsculo mortal frente al mundo intemporal que pisaba junto a otras almas aterradas que pugnaban por vivir como él. El destino no permitió que sus atribulados pensamientos cobrasen el dominio de la situación. Zahía volvía a deslumbrar desde su humilde ansiedad por acercarse a aquellos dos hombres.
- Padre, me prometisteis que hablaríamos de nuestra tierra y la hora de cumplir ha llegado.
Un olor penetrante a te, junto a unos dulces propios del Califa de Bagdag hicieron los honores acompañando la belleza de la hija de Ahmrad.
- Tienes razón hija. Sírvenos el té y siéntate a mi lado mientras Tello nos cuenta un poco de nuestra bendita tierra andaluza…


domingo, 7 de diciembre de 2008

Carmen

Ayer, 6 de diciembre, Carmen no se despertó. Como bién lo expresó Neil, su imagen era bella, serena, calmada y valiente como lo fue siempre. Aún recuerdo hace bastantes años cuando apareció aquella ponzoña contra la que me uní a ellos por liberar. Tras un victoria que parecía firme, el traicionero destino, la realidad de la tétrica naturaleza ¿o fue ese Dios tan misericordioso que se tornó en criminal?, golpeó con su aguijón letal.


48 años, una vida de alguien en verdad íntegro, valiente y cabal que luchó hasta el último segundo; una mujer donde la palabar LUCHA podrá siempre perdurar en mayúsculas y con letras de oro.


A continuación escribo unos versos de Aurelio Gonzáles Ovies, del libro que tu me regalaste hace tres años cuando las cosas no parecián tan terribles como han acabado por llegar a ser. En el me lo dedicas con la palabra gracias y las gracias creo que he dártelas yo.







YO también esperaba de la vida
otra cosa…
Uno lucha, se estrella
y cae y se levanta.
Qué le vamos a hacer…
a la costumbre otros la llaman
esperanza.

Si no…, mira el canario:
Enjaulado y sin cielo y pasajero…

¡Y todavía canta!

…….

LA belleza …
Se apaga
como en septiembre
las
alargadas
tardes
del verano

MAS a pesar de todo
ha valido la pena
ser
esta
luz
tan
breve



AHORA:
Es lo que hay.
nada en el antes
y en el después
nada en la memoria.
nada en la espera.

CERRÓ su libro
Un día
y allí acabó mi vida.

ALLI acabó mi vida.
Y en las últimas páginas
un pájaro quedó
sobre las ramas verdes
de su recuerdo inmenso.
A veces vuela al mundo.
Baja a mi corazón.

Anida.

COMO si fueran luces
de algún barco a lo lejos,
me gustaría que,
en las noches de bruma,
pudieran alumbrarte
estas palabras

















Un beso, Carmen allí donde tu recuerdo se encuentre abriendose paso ante lo injusto y lo inmoral.

viernes, 5 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (20)

Las estrellas aún permanecían sobre semejante tapiz vigilado por la luna, mientras un azul parecido al metal recién enfriado tras la forja de una espada se cernía desde el este, desde el oriente más allá del reino que los brazos de los hombres del profeta habían creado.



- ¡Tello, despierta!

No fue necesario siquiera un leve zarandeo, ninguno de los tres habían dormido siquiera una brizna de tiempo desde que se acostaron. Con silencio, sin cambiar un ápice las costumbres que hasta aquél momento habían hecho durante su estancia en Marraketch, se dirigieron a una especie de minúsculo refectorio donde siempre les esperaban fruta fresca, queso de cabra, miel, todo ello alrededor de una fuente en continuo cantar. Un guardia de la escolta personal de Califa los vigilaba de forma desdeñosa, con aquella altivez que daba el sentirse siervo del hombre más poderoso del mundo conocido. Una hora después los sonidos de la vida urbana ya inundaban aquel pequeño refectorio a través del enrejado de metal y piedra que comunicaba con el exterior de palacio.
Con parsimonia propia de quien ha de verse con exceso de tiempo libre, Tello se acercó al soldado para mentirle a medias según lo acordado.

- Soldado. Hoy hemos sido invitados a comer a casa del sabio Ahmad Tabriz y antes de nuestra visita vamos a ir al mercado para comprar algunos obsequios con qué devolverle la cortesía a nuestro anfitrión. Dile a tu capitán que nos podrá encontrar en el hogar del bibliotecario si demanda algo de nosotros.
Sin contestar, ni siquiera mirar a Tello, el soldado les franqueó el paso hacia el exterior del palacio. La primera parte del plan había sido sencilla, con los estómagos repletos de frescas viandas y con el sueño oculto bajo la tensión del momento se adentraron en el mercado. Aquél lugar bullía de humanidad, gritos, golpes entre cada puesto por llegar al que ofrecía lo mejor al más bajo precio. Entre aquella turbulenta marea humana se encontraba la segunda llave del plan, un cobertizo anejo al pasillo central del mercado era el lugar convenido para entrar y ocultarse en un carro de paja que los sacaría de la ciudad hasta las tiendas de los mercaderes. Y llegó el momento de la separación de aquellos extraños compañeros de dulce cautiverio.

- Tello, sin que lo aprecies nos perderemos de ti, no es necesario que sepas más de nuestro próximo paso. Te deseo suerte en este mundo de infieles y para nosostros pido que nuestro señor nos de fuerzas y vida suficiente para volver a levantar nuestras espadas en tierra cristiana.
Tello, a punto de llorar por perder a sus hermanos de lengua, raza y religión intentó abrazar a Conrado, más la prudencia ante los espías que seguro los seguían simplemente permitió rozar sus manos como toda señal de adiós. De pronto un golpe los engulló a Conrado y a Juan de Haza en aquella montaña de vida que era un mercado un viernes, despareciendo.

Tello, con un esfuerzo sobrehumano intentó recuperarse pensando en el obsequio que dar a su anfitrión; poco a poco sepultó el infinito temor a ver su cabeza colgada en los jardines de palacio mientras regateaba con un mercader de rasgos mitad bereber, mitad indio por un cáliz plateado que algo llevaba escrito en hebreo. Pensó que quizá fuera algo que agradase a Ahmad por lo que regateó hasta que su ánimo le impuso aceptar el precio del mercader.

Abandonó aquel mercado, enorme zoco y se fue alejando del centro de la ciudad; sumergiéndose entre la progresiva soledad de sus rincones ribeteados sin orden alguno por voces de niños y sus madres tras los muros cerrados de las casas musulmanas que fueron llevando a una calma tensa al corazón de Tello. Miraba hacia sus vestidos de árabe, pensaba en su extraña integración a la vida regalada que le había concedido el moribundo califa, indirecto asesino de su padre en Alarcos. De pronto se dio cuenta que aquél no podía ser su papel. Debía regresar a su tierra, a su mundo, allí donde su amor seguía siendo el mismo, o eso era lo que él pensaba mientras acariciaba el medallón cálido por el propio calor trasmitido desde su pecho. Aquél amor no habría cambiado nada, pues el nunca habría sido para ella. La amaría siempre, mientras creía con la fe del ciego en su guía que ella también sentía algo igual. Eso sería todo, nada más podría dar ni recibir.
“Volveré” se dijo para sí, “lo haré cuando mi palabra sea liberada de semejante pena impuesta por mi y aceptada por mi rey”. Mientras sus ánimos y moral ascendían como el sol al mediodía apretó el paso, le esperaban en el barrio judío y deseaba hablar de tantas cosas con Ahmad, de aprender, de compartir conocimientos, de cargar sus grupas de todo el saber para poder transmitir tales dorados tesoros en su reino ahora para él yerma tierra en tales campos.
Para entrar en el bario judío hubo de identificar su nombre y su razón, el nombre de Ahmad le abrió las puertas, aunque las personas a su paso procurasen evitar su mirada por temor a que no fuera quién decía ser.

La casa de su amigo era un vergel en medio de la ciudad, desde su misma entrada, jalonada de flores que rodeaban dos canales a modo de minúsculas acequias, todo le hizo desconectar del áspero camino andado desde el mercado. Ahmad lo recibió con sus brazos en son de amistad y con paso suave lo introdujo al jardín interior donde la sensación de libertad en tan pequeño recinto le sorprendió sin palabras. Un pequeño patio con su fuente central acompañando con aquel cantarín y suave sonido al golpear agua sobre agua, las paredes encaladas de blanco sobre las que pendían inmensidad de flores sobre tiestos de mil formas.
- Siéntate, Tello. Llamaré a Zahía para que nos traiga un refresco antes de comer. Vengo en un momento mi querido amigo.
Ahmad lo dejó a Tello ensimismado entre las flores, el agua y la paz que se podía respirar. Cerró los ojos mientras su niñez se colaba entre los recuerdos, su madre, Berengaria, se veía a él con su padre el primer día que subía a caballo…
- Tello, te has dormido. ¿No has descansado bien esta noche? Anda, bebe un poco de este refresco que nos ha dejado Zahía y charlemos sobre lo que desees, aunque le prometí a Zahía que mas tarde nos relatarás tu paso por Córdoba y Sevilla.
- Te pido perdón, Ahmad por haberme dormido ante ti y tu hija a la que no conozco aún.

- No hay por qué, Tello. Zahía está preparando la comida y después de comer se sentará con nosotros.

Charlaron, hablaron de la historia, esa señora de aspecto siempre vetusto maltratada por tantos amantes de nuevo cuño que siempre desean moldearla sin otro objeto que su propio beneficio. Alejandro Magno suscitó esta vez gran discusión sobre su acertada idea de ampliar un imperio que era imposible abarcar, Tello era partidario de la grandeza de un reino sobre sus tierras en dominio pero Ahmad insistía en que no hay poder ni dominio sin control y respuesta de sus súbditos y aquél imperio se desvaneció con el mismo Alejandro. Solo dejó algo que de verdad perduró a través de los siglos y no era otra cosa que el saber en su ciudad, la que llevaría su nombre hasta el fin de los tiempos en el Egipto ahora fatimí, la gran Alejandría. Rieron hasta que sus risas se transformaron en sonrisa de padre orgulloso y gesto de asombro ante aquella mirada azul sobre piel clara que paralizó la risa de Tello cuando las viandas llegaron acompañadas de Zahía…

martes, 2 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (19)

Tras cruzar el patio donde el cruel sol, señor del inmenso páramo desértico más al sur, se veía expulsado al intentar atravesar una frondosa red de ramas, hojas y frutos, cansado de evaporar tantas gotas volando como valientes aves hasta saberse vapor que seguirán su vuelo mas cerca de tal disco omnipotente, las puertas de la mezquita se abrieron a Tello. No piensen quienes esto lean que nuestro protagonista hubiérase convertido a la religión del profeta, no, pero era la única forma de acceder a la enorme biblioteca. Antes de la entrada de los almorávides, mas de cien años atrás, esto no era así, mas estos bereberes, seguidos después por los actuales señores de estas tierras y Al Andalus en nada valoraban como sociedad la esencia de la vida humana, que no era otra que la sabiduría en la mayor cota posible. Para ellos el libro de la revelación era "el libro", sus interpretaciones podían ser aceptadas sin nada herético; todo lo demás eran caminos perdidos de los hombres por los que nada había que anteponer. Por ello obligaron a que cualquiera que deseara acceder a tal lugar hubiera antes ser justo vasallo de la santa religión.




Tello, a quien nadie hubiera reconocido con aquel atuendo propio de un verdadero cadí, tras los gestos de sumisión preceptivos en la mezquita, abandonó aquella antesala hacia las fuentes del saber. Dentro Ahmad lo recibió como a un hijo, hacía ya varios días que las enseñanzas de Aristóteles le absorbían. Los conceptos del gobierno, del poder, de la democracia, palabras que nunca oyó juntas, pero que a traves de las explicaciones de Ahmad entraban tras sus sentidos como mieles tras una frugal comida. Sus distintas definiciones de gobierno fascinaban a un hombre que sólo conocía la que había vivido desde que tuvo la fuerza suficiente para levantar su espada y la de sus enemigos de religión, las cuales todo hay que decirlo, diferían en muy poca cosa.

- Tello, mañana viernes es día de recogimiento en la ciudad y no hay actividad en toda ella, permíteme que te invite a mi humilde hogar. Comeremos y hablaremos sobre Aristóteles y seguro que nos contarás a Zahía y a mi cómo está nuestra tierra. Mi hija está ansiosa por saber de su Córdoba, hace cinco años que abandonamos Alcolea que está muy cerca de allí. Zahía dejó aquel vergel con 12 años, sus sueños quedaron allí, pero nos debemos a los deseos del califa y desde entonces ella no sabe nada de aquellas tierras, de sus gentes casi ya olvidadas.

- Será un placer haceros tal visita, y sobre todo poder presentarme ante vos y vuestra hija vestido con ropas mas propias de mi cultura.
Ahmad sonrió
- El atuendo de alguien a quién se respeta no tiene importancia. Su interior es la vestimenta que en verdad define lo que encontrarás cuando su mirada y sus palabras sean desnudadas por los ojos que lo interroguen.


Ambos continuaron con alguna interrupción sin importancia relevante. Normalmente era el califa el que demandaba legajos, documentos e interpretaciones al visir que acudía a Ahmad y, en aquellos momentos, el califa se encontraba a las puertas del gran paso entre este vagar por las laderas de la vida terrena y dar el salto a la cumbre de la inmortalidad, mientras que el visir acaudillaba las tropas del moribundo califa en la norteña Tremecén sofocando una de tantas rebeliones que intentaban socavar el poderío almohade.

La oscuridad avisaba de su inminente llegada con el anaranjado atardecer pintando ya de tal color las ventanas de la biblioteca. Las velas estaban prohibidas dentro de aquél santuario del conocimiento, por lo que Amhad con un gesto y una suave presión en su brazo acompañó a Tello hacía la salida. El buen judío aún permanecería unas horas dejando los libros en sus lugares. No habían pasado más de cinco años desde que se hizo cargo de aquella biblioteca, pero un hombre de su capacidad y erudición se hizo en poco tiempo suficiente espacio en su memoria con el lugar de cada libro y su pequeño hogar de reposo; la luz era algo casi innecesario.

Con las estrellas recién pintadas en aquel cielo incólume de nubes, Tello encaminó sus pasos al Palacio del Califa, donde en el ala norte se encontraban los aposentos del propio Tello y sus compañeros de cautiverio. Caminaba alegre pensando en todo lo que había descubierto sin haberse propuesto tal cosa desde que tomó la decisión de alejarse de Berenguela. Había encontrado mundos nuevos que ya existían en este sobre el que surcaban los derroteros de su vida, mundos que el opaco velo de la ignorancia los mantuvo hasta entonces en secreto, ¿cuántos mas habrá? Grecia, Roma, civilizaciones que a más de mil años de distancia fueron inmensos pozos del saber, de libertad, de maldad, de crueldad. ¿Cuántos mundos más habrá? Se preguntaba Tello. ¿Y mi mundo? ¿Será, como dictan los sabios en mi reino, el que así marcará la definitiva verdad? Las preguntas a cada paso con el que se adentraba en el conocimiento se agolpaban en su pensamiento, atorándose como el agua en un riachuelo sometido a una intensa lluvia que se embalsa entre tanta maleza. En cualquier momento aquel atasco de ideas podría convertirse en el suave fluir de la razón por sí misma, en la aceptación de tantos mundos como al frente se pusiesen.

Caminaba absorto en semejante entuerto cuando alcanzó el dormitorio que compartía con sus hermanos Juan de Haza y Conrado Méndez. Fue un segundo, quizá ni siquiera llegara a tal valor temporal, pero la intersección de las miradas de éstos con la suya derrumbó aquel castillo mental que con tanto deleite había tejido desde la biblioteca para recordar quién era y por qué estaba allí. Sus dos compañeros con gestos le conminaron a sentarse sobre los cojines mullidos y de infinitos colores que sembraban el suelo de aquella estancia.


- ¿Qué os pasa? ¿hay noticias del califa?
- ¡Que muera ese perro infiel atragantado entre tantos lujos! Tello, hemos decidido huir, no aguantamos mas aquí. Intentaremos llegar a Sevilla y desde allí alcanzaremos Toledo. Unos mercaderes recién llegados de Tremecén nos han dicho que la guerra con Castilla es un hecho. Nada nos retiene aquí.
- Pero Juan. El visir está en Tremecén. No te das cuenta que todo esto puede ser alguna treta para romper la tregua con nuestro rey y favorecer a sus intereses contra el califa. Debemos mantener nuestra palabra, eso es lo que define nuestra valía ante nuestro rey y ante quién nos retiene aquí. Además, harán falta provisiones y caballos para tal empresa. ¿De dónde vais a conseguir tales recursos?

La mirada de Juan desbordaba odio y rencor.

- Mucho hiciste frente a los leoneses y sin embargo ahora te quedas atrás. Si no fuera porque vi la confianza de Don Alfonso al enviarte con nosotros diría que ya eres un maldito sarraceno como ellos. Nuestra palabra de cristiano vale mil veces más que la de un perro infiel.
Se miraron con la furia mantenida entre los límites de sus ánimos. Fue Conrado quien rompió aquél maléfico hechizo
- Mira Tello, ven o quédate, los mercaderes judíos llegados de Tremecén nos surtirán de todo a cambio de doscientos dinares. ¿Vienes o te quedas con el maldito Califa?
- Id vosotros, creo que es un error tal decisión, mas no puedo recriminar el deseo de volver al hogar que parece ya perdido desde aquí. Yo me quedaré, creo que es la decisión acordada y además os cubriré la huida al menos hasta mañana. Precisamente mañana me han invitado a comer con Ahmad Tabriz, con tal escusa podréis salir conmigo sin despertar sospechas, desde allí nuestro caminos se separarán. Seguramente si caéis vosotros mi cabeza colgará de las picas junto a las vuestras en los jardines del palacio. Al menos mantendré mi palabra y moriré con mi conciencia tranquila.
- Sea así, Tello. Juan y yo te agradecemos tu gesto dándonos paso y guardando el silencio. Si alcanzamos tierra cristiana así se lo relataremos a su majestad Don Alfonso.
Se acostaron, ninguno de los tres lograron conciliar el sueño cuando ya el alba tornaba las cuentas a la oscuridad…

jueves, 27 de noviembre de 2008

Tu, mi viento




Eolo en ese caprichoso e inexplicable soplar, tan propio de dios que sabe tal, hace que te muevas siempre bajo el cetros de sus cuatro reyes que sustentan la rosa tantas veces mirada con ansia en medio de mares repletos de cresta de espumosas interrogaciones. Llegas desde tierras y mares lejanos cargado de las dádivas que suave, invisible y de forma inevitable recoges en tales viajes.



Si llegas desde el sur, tu peso ligero por la humedad perdida entre amarillos trigales castellanos hace que el calor nos sobre entre las ropas que no sabemos quitar del tacto de nuestra piel acostumbrados a que un brusco viraje traigan el frío que siempre se agazapa tras cualquier loma que surja.



Si, en cambio, nos apareces desde el ignoto oeste, desde lugares donde reinan las borrascas y los valles de agua, tus espaldas imaginarias acuden cargadas del líquido elixir de la vida, sin la sal que allí, con esa clase de quién se hizo a si mismo, sabes abandonar volcándolo sobre nuestros hombros sin remisión, paraguas, boinas, tejadillos, todo con tal de esperar a que escampe cuando tenga a bien su majestad ventosa.


A veces, por extrañas conjunciones de un retorcido Eolo que de tal guisa se alumbró ese día, se hacen aliados temporales su dos reyezuelos menores del norte y sur y una bocanada de puro norte invernal sacude nuestros pómulos, haciéndolos temblar como infantes al que una mala digestión convirtió un cuento en terrible pesadilla nocturna. Nos queda el barómetro y un paseo sobre el rompeolas para sentir lo vivido hace ya mas de diez años en medio de mares impíos.


Pero el momento estelar del día, ese en el que las promesas acaban cumpliéndose siempre por la luz que genera su fuerza, es cuando vienes vestido de viento seco como el del sur, con el frescor que quisiera tener el que del norte viene si pudiera, lanzándote desde la tierra de los viejos francos y, como esa piedra de caras planas y extrema delgadez con la que uno jugaba de pequeño a la rana sobre el lecho de aquél río, de un salto sobre este golfo de Vizcaya te plantas sobre mi acantilado, sobre mi piel anunciando sol, risas e intemporales carreras frentes a olas que suaves se rinden a nuestros pies, mezcla de piel y arena.


Todos, cada uno en su tiempo divino convergen sobre mi como los hierros de aquel navío perdido cercano al polo sur, que directos se abaten sobre la serena y terrible esfinge de los hielos, impasible y paciente, cargada de tantas partes de naves que rompieron vida y se quedaron para siempre allí. Tu, mi viento en mil formas que son mil vidas, converges ocupando un lugar cercano, creando la huella propia de todas esas vidas invisibles sobre mi piel que simula ser esa esfinge. Tu, mi viento te pegas a la memoria de mi piel como lo hacía el oxidado metal a la singular esfinge helada que con tanto detalle me relató Verne.

Vientos que traen historias, vientos que golpean, sonríen, destruyen, secan, riegan, impulsan, hielan, alientan…









Vientos, invisibles como almas.
No los veo pero los siento.




Se que existen,




y es mi alma la que transita en ellos.

martes, 25 de noviembre de 2008

Carta desde Damasco

Salimos de este Damasco casi califal mi anfitrión y yo. Realmente ya salimos hace días de esa maravillosa ciudad, pero se me hace difícil separarme de tantas maravillas y aún hoy siento que estoy saliendo de allí sin desearlo. Tiro nos está esperando, los francos con las cruces en forma de espadas se mantienen expectantes y ansiosos por ser capaces de mantener la ciudad a salvo hasta la llegada de refuerzos. Quizá esperan que su futura sangre vertida permita que no se vierta la que temblorosa baña las almas en Al Kasidiya.


Los francos esperan mientras funden la mirada en la raya que se pierde al oeste de semejante mar, cuna de tantas civilizaciones, rogando que su pequeña sociedad violenta y cruel no desaparezca como amenaza el victorioso ejército entre el que me encuentro. Una vela, una silueta de mísero tamaño que anuncie la llegada de ayuda desde los reinos de donde quizá no debieran haber salido nunca. Gentes que se arrogaron el ser portadores de la verdadera fe, algo que desde que llevo esta misión a cuestas a lo largo de tantas generaciones tengo claro y es que la fe y la verdad nunca podrán ir juntas; lástima que sólo soy yo el que lo tiene claro.



Mientras tanto en este inmenso ejército, el sultán, embebido en su misma verdadera fe, solo que de otro credo cabalga decidido hacia Tiro.


Como digo, me mantengo en esta corte, como antes lo hice en otras cortes, o sociedades, no se confunda quien esto lee, que no soy espía de esos que sirven a múltiples amos, ni nada que tal cosa pudiera parecer. Hace días que vivo sin queja en este cuerpo que me ha tocado de anfitrión; me presento, soy un enviado del eterno pensamiento humano que busca la forma de localizar ese resquicio por donde pueda colar algo de humanidad, entre tantos ídolos por los que se rigen a base de fe desde que comenzó a funcionar la mente en el hombre.


Desde donde provienen mis impulsos y mis acciones no hay dioses ni seres invisibles superiores, tan sólo pensamientos propios de los mismos humanos que al entrelazarse generan destellos de luz, queson los que me mantienen sobre este anfitrión, sin saber cuál será el siguiente, ni en qué año de no sé qué señor seguiré a la búsqueda de tal resquicio.


En todas las ocasiones en que traté de comprender y encontrar la fisura, solo hallé la fiereza ciega de quien se niega a saber la verdad. Casi logro la fisura cuando reposaba en el cuerpo de uno de los alumnos del gran Sócrates, pero el veneno de humanas manos fulminó aquel inicio en los destellos del puro pensamiento. Pasado el fracaso, pasados los oráculos de Delfos de turno, caí en el cuerpo de un mercacder judío que me demostró que si a la ceguera le unimos la sumisión y derrota, entonces es la ira que brota sobre cualquier inocente, como le ocurrió con alguien que estos hombres llaman Isa y que pagó esa frustración del mercader y tantos como él.


Pasé mis peores momentos en Nicea, pues estuve presente en una de las mayores componendas de la humanidad, con aquellos informes directos al pensamiento debería haber desanimado por completo a este, pero este conjunto de destellos brillantes aún cree que puede encontrarse la solución. Insistieron y caí en medio del desierto arábigo, en el maloliente cuerpo de un pastor que me permitió descubrir a un hombre cercano que acababa de encontrar otra revelación. De pastor, mi anfitrión paso a ser soldado, que ciego de fe me dejó en un lugar llamado Kairouan, él, que nunca se hubiera atrevido a cruzar las tierras mas allá de los oasis conocidos.


Ahora, cuando esto relato me encuentro en un momento realmente de excitación en este pueblo tan acostumbrado al fratricidio, la reconquista de Alkasidiya. El argumento es el de echar a los de una religión para recuperar la santa, si, santa ciudad para los fieles al verdadero dios.



Como comprenderán, intento todos los días dar parte a mis jefes que parecen perdidos en sus baños de brillos y explosiones de color con cada cambio de impresiones entre sí. Quizá el tiempo, la educación y el progreso con la debida paciencia acabará por dar esa pequeña victoria en forma de rendija de razón ante la fe, para años mas tarde o siglos después dejar esta llamada virtud por algunos para mantener la esperanzas de que les toque la lotería.



Mañana asaltaremos Tiro por la mayor gloria de Ala y ellos la defenderán por la mayor gloria de la Cruz. ¿será por eso, o eso será lo que crean los que hayan vendido allí su vida sin posible devolución? ¿Qué pensará el califa en Bagdag y el Papa en Roma?




Daría algo por librarme de tal combate y sus horrores para mayor gloria de las respectivas fes. Intentare solicitar cambio de destino a mis jefes, esto de las guerras no me van…