domingo, 28 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (27)

La noche inexorable se transformó en día tras sus párpados que sólo se abrían para ver lo que sentían, una visión que solo se produce cuando la pasión ha traspasado ya las barreras que circundan la razón. El calor de un sol, ya en lo alto, lentamente iba trasformando lo que había sido una barricada de sentidos y deseos encontrados en un vulgar invernadero en el que los sudores tenían otro origen. Tello abrió los ojos aún hechizados por lo vivido, aún habitando un lugar donde la sensación de paz y olvido de la cruel realidad hacía que nada importase. Lo primero que vieron éstos fue la espalda de Zahía, sus contornos sinuosos demarcados en dos perfectas mitades por el suave valle de su columna que la mantenía erguida. Ella, serena permanecía sentada a su lado con su cabeza, cual embravecido mar de ensortijados y sueltos cabellos, mirando hacia el frente en algún estado similar de pensamiento como él. Tello con su mano, cálida de haber dormitado entre las suaves sábanas, comenzó a recorrer su espalda desde la parte mas elevada donde llegaba con su brazo. Lentamente, como deseando grabar en su memoria cada ondulación de piel en puro contraste entre su frescor y la calidez de su mano; así viajaban sus sentidos cuando su cabeza giró mostrando una sonrisa serena, pequeña pero inmensamente plácida que certificaba la existencia de aquel mundo hecho en exclusiva para ellos, por ellos mismos.

- Zahía, yo…
Con decisión, intentando evitar a toda costa que el mundo volviera a convertirse en lo que había sido hasta la noche anterior, Zahía se apresuro a sellar sus labios con su índice.
- Nada ha de explicar a esto, Tello. No azores tu pensamiento en lo que no es real. Vive este momento que sí es real.

Se subió sobre él, borrando los nubarrones que ya cernían de nuevo ese universo que los dos sabían en su fuero profundo que tenía caducidad. Piel con piel, como camello y jinete que juegan su prestigio y demuestran su destreza y fortaleza ante la gran carrera frente al Califa, sus cuerpos empujados por alma y deseo dieron aquella cabalgada hasta rozar la extenuación sin saber quién llegó antes al fin de la carrera.
Aún pasó el tiempo antes de recoger su universo, su mundo particular para volver a convertirse en extraños pasajeros de aquella caravana de mercaderes. Tello, mientras se lavaba, sentía cada minuto el dolor por perder el olor dejado por Zahía en él. Aquél jabón, cual futuro inquisidor lo sentía quitándole las sensaciones impregnadas en cada uno de sus poros por ella. Había que seguir adelante pensaba él, pero cómo sería su vida a partir de aquél momento. Tenía que aclarar sus ideas, sus sentimientos que chocaban en una mente más parecida a un combate de dos ejércitos de inmenso poder, como eran el recuerdo de Berenguela en su sangre real y el sentimiento vital que generaba en él Zahía.
Ya como dos hombres salieron a círculo dibujado por el campamento, los hombres permanecía en sus quehaceres de protección de la caravana, mientras los niños corrían entre las dunas cercanas y las mujeres trabajaban en las labores tan vitales como el sustento y el vestido. Tello y Zahía nada habían de hacer pues eran invitados de los Sabrum y como tales se les trataba.
- Tello, cabalguemos un poco hacía el sur, hacia aquellas dunas que tapan la vista de la llanura que conduce a Marrakech.
- Esta bien, déjame antes que recoja una espada para ti, no sabemos que hay a media legua lejos de la protección de nuestra caravana.

Así juntos, después de avisar a Samuel de su salida a menos de media legua, encaminaron sus camellos en dirección a las dunas que cerraban el paso a la vista de su ojos. Mientras, pensativo, Tello luchaba por que sus pensamientos encontrados decantasen su pugna por uno de los dos lados. Era una lucha entre la lealtad a sus recuerdos y su amor vivido sin piel ni pasión y la propia pasión, el conocimiento tras aquél cautiverio de un alma serena, limpia y directa que todo le daba sin nada pedir a cambio. La batalla estaba clara aunque la victoria nunca evitase los reductos de resistencia enfundados en recuerdos en forma de llanura castellar.
Alcanzaron las dunas y las sobrepasaron, casi a la mitad de su descenso descabalgaron para sentarse sobre la suave arena blanda y viajera en el viento que nunca dejaba de soplar. La visión era inmensa, como un ancho océano de color tierra que hervía en su lejano horizonte vacío de vida entre éste y sus ojos. Tello miró a Zahía y comenzó a contarle su pasado, un pasado escondido hasta entonces en esas cuevas profundas que el hombre crea en su interior cuando la realidad lo derrota en el sentimiento o en la razón. En algunas personas estas cuevas acaban creando nidos de veneno en su interior haciendo que su vida se convierta en puro averno. Otras, como a Tello, son recuerdos maravillosos, de historias no vividas al que tales recuerdos le entristecen pero cuando retornar a ella le devuelven a lo vivido y sentido, regalándole una sonrisa cuando lo hace.
Zahía lo escuchaba serena, en algunos momentos sus lágrimas afloraban venciendo al terrible desierto, enemigo del agua con sal o sin ella. Tello, por primera vez se quitó su medalla y la posó en las manos de Zahía que la recibió con los ojos puestos en él.
- “Enséñame Señor, a cumplir tu voluntad” Es una frase que lo enseña todo de su corazón. Tiene que ser una gran mujer, alguien que abandona su vida por su misión, alguien que sacrifica sus sentimientos por su reino. Eres afortunado a amar a alguien así.

Tello no sabía que decir, ¿amaba a Berenguela o a su recuerdo? Desde su cautiverio en casa de Amhad, era Zahía quién ocupaba cada minuto su pensamiento, sus conversaciones sobre tantas historias, tantas reflexiones acerca de los clásicos; después, la larga travesía junto a ella en un casi absoluto silencio que traspasaba cualquier muro del calibre que fuera le confirmaron tal sentimiento. Entre su batalla mental un hecho tenía casi diáfano, no sabía lo que era ya el amor, sabía qué quería, que necesitaba estar al lado de Zahía para siempre; ¿cuál era el amor verdadero entonces?.



- Zahía, he amado a Berenguela, creo que sigo amándola, por ella y por evitar sufrir de cerca su boda con el Rey de León te encontré a ti. Quizá sea pronto para decir que es amor lo que siento por tí, a pesar de que se lo que es tocar el cielo gracias a ti; pero creo estar en seguro al decir que deseo tu piel, tu corazón y tu voz, que mi último sueño sería el que nuestros ojos se cerrasen juntos la última vez que esto decidiera Dios que fuera. No sé, no sé qué decir, solo que mi cabeza bulle como marmita de invierno.
Con el medallón a caballo entre las manos de Zahía y la de Tello se besaron encontrándose en el frescor de sus bocas ante un desierto abrasador en el que un sol en lo más alto les avisaba de volver a la protección del campamento.
- Vamos Zahía, regresemos sin demora al campamento. Nos esperan días hasta partir hacía Oran…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

El último párrafo es toda una declaración de amor...

Silvia_D dijo...

Genial tu relato, sencillamente genial.

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........|000|... FELIIzZ 2009!!!
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FELIICES FIIESTAS !!!
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Besos y que se cumplan todos tus deseos

Claudio Tomassini dijo...

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Los saluda atentamente Claudio Tomassini