Tello, a quien nadie hubiera reconocido con aquel atuendo propio de un verdadero cadí, tras los gestos de sumisión preceptivos en la mezquita, abandonó aquella antesala hacia las fuentes del saber. Dentro Ahmad lo recibió como a un hijo, hacía ya varios días que las enseñanzas de Aristóteles le absorbían. Los conceptos del gobierno, del poder, de la democracia, palabras que nunca oyó juntas, pero que a traves de las explicaciones de Ahmad entraban tras sus sentidos como mieles tras una frugal comida. Sus distintas definiciones de gobierno fascinaban a un hombre que sólo conocía la que había vivido desde que tuvo la fuerza suficiente para levantar su espada y la de sus enemigos de religión, las cuales todo hay que decirlo, diferían en muy poca cosa.
- Tello, mañana viernes es día de recogimiento en la ciudad y no hay actividad en toda ella, permíteme que te invite a mi humilde hogar. Comeremos y hablaremos sobre Aristóteles y seguro que nos contarás a Zahía y a mi cómo está nuestra tierra. Mi hija está ansiosa por saber de su Córdoba, hace cinco años que abandonamos Alcolea que está muy cerca de allí. Zahía dejó aquel vergel con 12 años, sus sueños quedaron allí, pero nos debemos a los deseos del califa y desde entonces ella no sabe nada de aquellas tierras, de sus gentes casi ya olvidadas.
- Será un placer haceros tal visita, y sobre todo poder presentarme ante vos y vuestra hija vestido con ropas mas propias de mi cultura.
Ahmad sonrió
- El atuendo de alguien a quién se respeta no tiene importancia. Su interior es la vestimenta que en verdad define lo que encontrarás cuando su mirada y sus palabras sean desnudadas por los ojos que lo interroguen.
Ambos continuaron con alguna interrupción sin importancia relevante. Normalmente era el califa el que demandaba legajos, documentos e interpretaciones al visir que acudía a Ahmad y, en aquellos momentos, el califa se encontraba a las puertas del gran paso entre este vagar por las laderas de la vida terrena y dar el salto a la cumbre de la inmortalidad, mientras que el visir acaudillaba las tropas del moribundo califa en la norteña Tremecén sofocando una de tantas rebeliones que intentaban socavar el poderío almohade.
La oscuridad avisaba de su inminente llegada con el anaranjado atardecer pintando ya de tal color las ventanas de la biblioteca. Las velas estaban prohibidas dentro de aquél santuario del conocimiento, por lo que Amhad con un gesto y una suave presión en su brazo acompañó a Tello hacía la salida. El buen judío aún permanecería unas horas dejando los libros en sus lugares. No habían pasado más de cinco años desde que se hizo cargo de aquella biblioteca, pero un hombre de su capacidad y erudición se hizo en poco tiempo suficiente espacio en su memoria con el lugar de cada libro y su pequeño hogar de reposo; la luz era algo casi innecesario.
Con las estrellas recién pintadas en aquel cielo incólume de nubes, Tello encaminó sus pasos al Palacio del Califa, donde en el ala norte se encontraban los aposentos del propio Tello y sus compañeros de cautiverio. Caminaba alegre pensando en todo lo que había descubierto sin haberse propuesto tal cosa desde que tomó la decisión de alejarse de Berenguela. Había encontrado mundos nuevos que ya existían en este sobre el que surcaban los derroteros de su vida, mundos que el opaco velo de la ignorancia los mantuvo hasta entonces en secreto, ¿cuántos mas habrá? Grecia, Roma, civilizaciones que a más de mil años de distancia fueron inmensos pozos del saber, de libertad, de maldad, de crueldad. ¿Cuántos mundos más habrá? Se preguntaba Tello. ¿Y mi mundo? ¿Será, como dictan los sabios en mi reino, el que así marcará la definitiva verdad? Las preguntas a cada paso con el que se adentraba en el conocimiento se agolpaban en su pensamiento, atorándose como el agua en un riachuelo sometido a una intensa lluvia que se embalsa entre tanta maleza. En cualquier momento aquel atasco de ideas podría convertirse en el suave fluir de la razón por sí misma, en la aceptación de tantos mundos como al frente se pusiesen.
Caminaba absorto en semejante entuerto cuando alcanzó el dormitorio que compartía con sus hermanos Juan de Haza y Conrado Méndez. Fue un segundo, quizá ni siquiera llegara a tal valor temporal, pero la intersección de las miradas de éstos con la suya derrumbó aquel castillo mental que con tanto deleite había tejido desde la biblioteca para recordar quién era y por qué estaba allí. Sus dos compañeros con gestos le conminaron a sentarse sobre los cojines mullidos y de infinitos colores que sembraban el suelo de aquella estancia.
- ¿Qué os pasa? ¿hay noticias del califa?
- ¡Que muera ese perro infiel atragantado entre tantos lujos! Tello, hemos decidido huir, no aguantamos mas aquí. Intentaremos llegar a Sevilla y desde allí alcanzaremos Toledo. Unos mercaderes recién llegados de Tremecén nos han dicho que la guerra con Castilla es un hecho. Nada nos retiene aquí.
- Pero Juan. El visir está en Tremecén. No te das cuenta que todo esto puede ser alguna treta para romper la tregua con nuestro rey y favorecer a sus intereses contra el califa. Debemos mantener nuestra palabra, eso es lo que define nuestra valía ante nuestro rey y ante quién nos retiene aquí. Además, harán falta provisiones y caballos para tal empresa. ¿De dónde vais a conseguir tales recursos?
La mirada de Juan desbordaba odio y rencor.
- Mucho hiciste frente a los leoneses y sin embargo ahora te quedas atrás. Si no fuera porque vi la confianza de Don Alfonso al enviarte con nosotros diría que ya eres un maldito sarraceno como ellos. Nuestra palabra de cristiano vale mil veces más que la de un perro infiel.
Se miraron con la furia mantenida entre los límites de sus ánimos. Fue Conrado quien rompió aquél maléfico hechizo
- Mira Tello, ven o quédate, los mercaderes judíos llegados de Tremecén nos surtirán de todo a cambio de doscientos dinares. ¿Vienes o te quedas con el maldito Califa?
- Id vosotros, creo que es un error tal decisión, mas no puedo recriminar el deseo de volver al hogar que parece ya perdido desde aquí. Yo me quedaré, creo que es la decisión acordada y además os cubriré la huida al menos hasta mañana. Precisamente mañana me han invitado a comer con Ahmad Tabriz, con tal escusa podréis salir conmigo sin despertar sospechas, desde allí nuestro caminos se separarán. Seguramente si caéis vosotros mi cabeza colgará de las picas junto a las vuestras en los jardines del palacio. Al menos mantendré mi palabra y moriré con mi conciencia tranquila.
- Sea así, Tello. Juan y yo te agradecemos tu gesto dándonos paso y guardando el silencio. Si alcanzamos tierra cristiana así se lo relataremos a su majestad Don Alfonso.
- Id vosotros, creo que es un error tal decisión, mas no puedo recriminar el deseo de volver al hogar que parece ya perdido desde aquí. Yo me quedaré, creo que es la decisión acordada y además os cubriré la huida al menos hasta mañana. Precisamente mañana me han invitado a comer con Ahmad Tabriz, con tal escusa podréis salir conmigo sin despertar sospechas, desde allí nuestro caminos se separarán. Seguramente si caéis vosotros mi cabeza colgará de las picas junto a las vuestras en los jardines del palacio. Al menos mantendré mi palabra y moriré con mi conciencia tranquila.
- Sea así, Tello. Juan y yo te agradecemos tu gesto dándonos paso y guardando el silencio. Si alcanzamos tierra cristiana así se lo relataremos a su majestad Don Alfonso.
Se acostaron, ninguno de los tres lograron conciliar el sueño cuando ya el alba tornaba las cuentas a la oscuridad…
4 comentarios:
Texto y música...¡Estupendo, maravilloso!
Saludos desde más allá de la Mar Océano.
Un texto muy interesante donde la simbologia me ha fascinado.
Muy bueno tu blog.
Saludos.
Sill
Me sorprende, gratamente, esa serenidad contagiosa de DOn Tello.
Es un placer detenerme en cada nuevo capítulo. Vas más allá de las palabras.
Un abrazo.
Alicia
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