jueves, 25 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y las Navas (26)

La tarde se hizo larga con el sol lento y reacio a dejar su púlpito imperial, parecía no querer perderse ningún detalle de aquel trabajo inhumano. Debía ser un campamento seguro, pues con seguridad les llevaría aquella etapa más de un mes. La tienda de los Sabrum, ahora de Tello y Zahía, marcaban el centro de una elipse abierta por ambos lados achatados si así pudiéramos describir esta. Cuando al fin el pequeño asentamiento finalizó, el sol estaba ya en su lento declinar, las mujeres del campamento hacía algunas horas que habían comenzado a preparar la cena. Todos los momentos parecían confabulados, las ocasiones juntas para bien o para mal. La luna comenzaba a verse en el noveno mes, el ramadán musulmán comenzaba esa misma noche.
Ellos no eran hijos del islam pero en su reino vivían y habían de mantener el respeto hacia quién los dominaba de forma real. Por ello aquella cena era una pequeña celebración que cerraba el largo viaje desde Marrakech, era además la última celebración espontánea por su parte, pues a partir de aquel día que terminaba deberían ayunar durante las horas diurnas y no tenían nada que celebrar durante las noches.

Contrariamente a las costumbres, en aquella enorme familia de caminantes ya casi era otra el celebrar la fiesta de arribada a Tlemecén los dos sexos juntos, por lo que Tello y Zahía se prepararon para la fiesta. Ella debería ir siempre semi oculta entre ropajes que difuminasen su perfil de mujer; al menos la talla de Zahía, casi igual a la de Tello, facilitaba su disfraz. La tienda era amplia, como ya comente antes, disponía de tres espacios independientes que permitieron a cada uno lavarse con plena independencia e intimidad. Los Sabrum habían dejado parte de sus ropas, por lo que aprovecharon la ocasión para sentir el tacto de las sedas y los adornos que generosamente dejaron sus protectores.

La noche era tan magnífica como lo puede ser sobre un desierto con luna nueva. Sin la luz mortecina que todo lo engaña y oculta, brillaba el tapiz de estrellas, una techumbre moteada de pequeños soles lejanos que acumulaban la sabiduría de milenios titilando sobre la soledad de las dunas. Con algo de timidez salieron ambos bajo su custodia hasta la modesta hoguera que indicaba el lugar donde se celebraría como si de un sabat se tratase la llegada a Tlemecén y el inicio del mes del Ramadán. Samuel se deshizo en atenciones con ellos como el anfitrión que allí se consideraba y salvo el inicial momento de extrañeza ante los ropajes de Zahía, que se solventó con una excusa sobre la piel débil ante el frío del desierto, todo fue una noche nunca soñada por un castellano acostumbrado al calor entre los muros de una casa, castillo o junto a la hoguera rodeado por un bosque helado en el puro invierno. Había acostumbrado el oído a las músicas árabes y judías que a Zahía le llevaban a su Al Andalus perdido, aunque pronto por recuperar de la mano de Tello y los deseos de su padre tan lejos ya. Aquella noche el vino hizo de alma de una fiesta deseada por todos. La música animaba a mojar los labios, los labios, húmedos por aquel elixir casi olvidado hacían cantar y así bailar.



Tello observaba la Polar y su cercano septentrión, sus siete bueyes que como le relataba Ahmad, los romanos hacían cuentas de su esfuerzo por tirar de la Tierra. Cuántas historias más se descubrirán tarde o temprano como leyendas maravillosas. Mientras, una cosa parecía clara, su estrella madre, la Polaris, brillaba con mas fuerza gritándole dónde le esperaba su casa, su tierra en la que tantos jirones de piel habían quedado al huir al sur sin girar aquella cabeza que ahora solo tenía ojos para aquel brillo lejano. Sin querer, suavemente extrajo del fondo de su pecho su medallón, resto de lo que aún era verdadero, Berenguela. El oro tornó su color en un azulado reflejo que pintaba la Polar. “¿Dónde estará ahora?” Temblaba sin frío, sus recuerdos se agolpaban como carga de mesnada sin enemigo ni rival.

- ¿En qué piensas, Tello? ¿Y esa medalla? Nunca me la habías enseñado.

Al mirar su rostro descubrió lágrimas contenidas que pugnaban por lanzarse sobre el tapiz que hacía de suelo.

- No es nada Zahía, un viejo regalo de un viejo sentimiento. Alguien conquién soñé partir la tierra para compartirla con ella.
- Y por lo que veo no pudo ser. Tello, mi padre siempre me enseñó que el amor nunca desparece, es algo indestructible. Si amor fue lo que sentiste en aquel momento, amor sientes cada vez que a él vuelves. No sufras por lo que no es real. A veces el amor civilizado es el amor fracasado, algo que demuestra que el amor no tiene que ver con distancias, separaciones o vida en común para siempre. Quédate con el recuerdo, con los momentos que te dieron calor cuando el frío atenazaba, fuerza para cabalgar cuando estabas reventado, empuje cuando los vientos del ánimo plantaba cara para doblegarte. Tello, no te pido nada, ni siquiera que de ello me cuentes. Solo te pido que encuentres amor donde lo hay y tornes los ojos tristes en los que yo conocí brillantes y gallardos, como ese faro que tanto le gustaba a mi padre allá en Egipto

- Se llamaba Alejandría, Zahía. Perdona por este pequeño golpe que me da el destino…

Zahía le hizo un gesto de silencio, y con un suave golpe lo condujo hacía la tienda, el resto de la gente ya estaba borracha o dormida, así que escondidos tras los bueyes del Septentrión se colaron en la tienda. El olor a la canela que lo recibió horas antes lo envolvió de nuevo a Tello mientras Zahía se despojaba de aquellos ropajes que desfiguraban sus curvas de mujer en otro espacio de la tienda. Al poco Zahía lo llamó y Tello, aún algo aturdido entre sus recuerdos, las estrellas, los olores a canela e incienso, se quedó paralizado mientras observaba embelesado a Zahía envuelta en vaporosas telas que dejaban entrever sus bellezas mas íntimas. Ella, mas segura que nunca lo hubo estado, con un leve gesto le indicó que se sentara sobre los mullidos cojines
- Tello, cierra tus ojos y escucha. No has de abrirlos hasta que termine de hablar. ¡Prométemelo!
- Pro… prometido


Así comenzó a acercarse con lentitud Zahía mientras recitaba


“Ya que el amor ha desmoronado mi corazón
a las ruinas del amor debe de llegar la luz del sol.
Me hundo de vergüenza ante tal generosidad,
que el rey elevó para mi una súplica y el mismo la acogió
¡Tantos rostros me mostró y en tantos lugares!
Yo decía, he visto el rostro, mas veía la máscara.
Si la luz de este antifaz hace arder el universo,
¡Oh Dios!, ¡Cómo será el rey sin máscara!
El amor pasó por delante de mí y yo lo seguí.
se volvió, me hizo su presa y me trago como un águila.
Del universo me liberé cuando el me tragó.
Me hundí en el mar del gozo y me liberé del dolor.
El que no goza con el manjar del dolor,
Es que nunca ha probado el sabor de este vino…



(Poema de Yala ud Din Rumi)

2 comentarios:

Alfonso Saborido dijo...

Hoy que todo el mundo busca la estrella de oriente, nos regalas esa imagen del carro. Uf, maravilloso. Girando ahí siempre como un reloj... felices fiestas.

MATISEL dijo...

Hermoso relato de amor y hermoso poema.

Espero que estés disfrutando estos días en compañía de los tuyos y que el año nuevo te sea favorable.

Muchos besos