domingo, 31 de enero de 2010

2ª carta desde Muanda.


Dejamos Cabo Blanco a cientos de millas tras de este cuerpo metálico que poco a poco  gracias a la calma que ofrece el Atlántico cuanto más cerca de paralelo ecuatorial ha ido renovando su cara, primero pintando su obra muerta que es la que  cualquiera  puede ver a simple vista y dejando para la varada que habrá de llegar mas tarde o mas temprano, la recuperación de la viva que bajo las aguas del océano mantiene entre sus formas y las leyes de Arquímedes este buque a flote y en suave andar.


Tras abandonar la rada con sus viejas imágenes que ahora figuran como un pequeño álbum de recuerdos sobre el puro pensamiento, fue en pocas jornadas clara la virada al sur verdadero, pues a este alma que transfigura en metálico buque le piden sus momentos recuperar las viejas rutas perdidas, aunque estas por una sola vez hubieran sido trazadas y recorridas. Fue así como la virada desde el rumbo oeste dio la proa hacia el sur hasta alcanzar la vista de Cabo Palmas en la primera tierra liberta de Africa, punta que anuncia el fin de esa barriga africana conformada a la inversa, dando paso a la profundas selvas en tierra, mientras nos  vamos encontrando pequeñas islas con nombre hispano o portugués.

Arbitrarios dioses con forma humana, a los que cualquiera en fuera el  que fuere el momento decide rezar para su venia obtener, provocaron quizá una terrible tormenta que de mal paso en su inicio dio postrer escala en el interior de este gastado corazón para quedarse. Debo reconocer en el fondo  de  mis adentros  que con cada relámpago de sentimiento, vomitaba su destello vida y aire fresco sobre mi que en esos momentos de ahogo sentía. Y es que cuando la luna no alumbra y la noche es tan cerrada como lo alcanza a ser en medio de una mar serena y sin tal astro, es cuando un relámpago se recibe como agua de oasis tras dura paso por el desierto sahariano.

De tal manera el buque daba sus nudos con natural rutina y sin interrupción. Cuantos más días ganaba con la tormenta pegada a  la popa como verdadero talismán, mejor y de mayor andar era la marcha y, un domingo como el de hoy otra punta se nos presentó por la proa. Su nombre era Padrao, otro viejo cabo si así quisiera llamarlo que con  varios destellos desde su faro nos saludó. A su vera el rio Congo nos esperaba con su caudal cargado de tantas historias guardadas  bajo sus aguas, turbias, revueltas aun en la calma de saber su final como gran vena de un mundo para pasar a ser un poco más del agua que sola entre la multitud hermana esperaría a ser tocada por los rayos del viejo sol , ascendida y empujada por otro también anciano dios hasta dejarla en algún lugar que nunca podría saber hasta estar practicamente en él, tal como tantas veces pasa  en esta vida que nos alienta .

Largué el ferro frente la interminable playa de Banana con Muanda por la amura de babor repleta de pequeños barcos, ágiles y al mismo tiempo frágiles que sin otro deseo dedicaban su vida a la pesca y algún que otro porte sin legal permiso. Un vistazo a su enorme boca líquida me devolvió otros sueños vividos allá en el mismo 90 del pasado siglo mientras el calor cargado de humedad o, expresado de otra forma, el agua caliente flotando en ese aire salvaje por su fluir libre se pegó a mi piel aún fría por la vida acondicionada a un termostato vital instalado desde no se sabe que tiempo para de tal forma limitar los  estados extremos, los fríos y los calores que tanto mal pueden acabar por producir en esa salud ordenada a la que nos empeñamos en adaptar nuestra piel animal.

Aclimatado a su clima, húmedo, con la piel pegada a la camisa y el pantalón sin saber hasta dónde llegaba mi sudor y acababa la humedad propia de aquel  clima me atreví a desembarcar a bordo de los mismos cayucos sobre los que nunca osé  pisar veinte años atrás por el perenne miedo a lo que se desconoce. Como linternas, sus sonrisas me acompañaron hasta Banana donde sin más me perdí entre sus arrabales.  En realidad no había más que eso, arrabales en un poblado que no aspiraba a más. Mi andar molestaba la quietud del lugar, loros de mil colores asustados saltaban de los frondosos árboles saludando con guturales sonidos de bienvenida. Parecía entenderles, quería entenderles cómo me  decía que llevaban esperando por alguien que cuadraba en gran parte con mi descripción.



Miré hacía el océano que sentí me miraba también, su horizonte se interrumpía  dibujando la silueta traslúcida de mi barco que al fin y al cabo difuminaba su cuerpo por ser yo mismo el que  miraba sobre mi propia imagen. La calma mantenía sin tacha todo en el orden que deseaba, solo aturdida y azuzada quizá por algún loro estridente que nada entendía y echaba a volar. Decidí caminar hasta la  margen del río, quizá  encontrase alguna  señal que me llevara al interior de aquella tierra sin moverme de allí.

Me senté apoyado sobre una vieja excavadora oxidada y dormidad bajo el barro contra el que murió luchando en el río y en este lugar donde la soledad se confunde con la calma mantengo mi buque fondeado a la espera de buscar la nueva etapa que defina la derrota de mi embarcación.

Frente al Rio Congo, (Zaire). 31 de enero de 2010

domingo, 24 de enero de 2010

Carta desde Cabo Blanco


Escribo estas letras desde el puente de  este gastado corazón mientras  esperan sus cuadernas la creciente que  libere su casco varado sin más.



"Es tu Corazón magnético como la magistral, cuyo rumbo magnético es el que siempre te hace arrumbar en función del imán que tu vida ponga por punto de referencia. Mas del norte magnético has de llevar siempre a la carta la corrección, pues siempre tendremos un rumbo magnético que es necesario transformar en verdadero dando al norte magnético la realidad del geográfico, que siempre tal cosa tus mayores indicaron como norma de irrenunciable cumplimiento, aunque pocos fueron los que llevaron tal cosa a la derrota vital de su evolución, confundiendo la atracción con la verdadera elección.


Deberás ser sabedor que sin tal corrección es de claridad meridiana que mil bajíos, retrasos, accidentes y errores en las recaladas llevarán la nave de tu vida a una posible colisión, o hundimiento, o varada sin otra solución que aceptar nueva corrección, esta mil veces mayor que la que de ley tu ánimo antes de zarpar debió considerar en aquel glorioso instante en el que interponías la estela de tu nave entre tu popa y las gradas paternales, mientras dejabas tal astillero orgullos como el brillante navío que mil olas habría de partir y encapillar.

Escribo esta carta desde este primer gran cabo que doblaste con la ilusión embarcada en la mirada, orgulloso alternabas la vista al cabo por la de la proa de tu nave sin comprobar cómo al costado contrario las naves amontonadas encharcadas entre arena y sal sus quillas, al principio allí recalaron rozando y al final ya clavadas en su fondo, quedaron ya para siempre en la vieja bahía en la que un cartel que todos conocían la anunciaban como las de las dos “erres” que llevan la rutina mezclada con resignación.

Tras él pasaron cien cabos que  doblaste frente a duros temporales, venciendo corrientes sin más que la fuerza del que es humano y lleva determinación en el convencimiento de su actuar. Recios temporales de viento y mar, pesadas encalmadas donde la niebla no te dejó más que la espera para volver a navegar. Siempre lograste sacar rumbo y posición para poder continuar sin siquiera permitirte una singladura donde lanzar el ferro sobre guardada rada que te permitiese la vida recomponer mientras reparabas y remendabas el gastado corazón.

Pero al final lo hiciste, causalidad o premeditación, fue el mismo cabo que primero doblaste con nombre sonoro a lejana distancia; rodeado de las arenas que desde el desierto sahariano recalan sobre él antes de saltar y perderse en el proceloso Atlántico que, arbitrario, las hará viajar hasta alguna playa de turístico perfil donde descansar otros mil años más. Descubriste al fin aquella rada que en la primera ocasión tras doblar el cabo no quisiste reparar. Miles de naves como vidas, o de vidas como naves ancladas sobre sí mismas, borneando según los vientos y las corrientes, sin otro deseo que el óxido en su lento avanzar tardase un día más en abrir vía de agua dando así por finalizada una vida que por muy anodina no deseaban perder.

Un golpe inesperado, sin avisar, por la aleta de babor llevó a tu nave sobre la duna que aun escondía su amenaza, varando sin más sobre ella. Sin saber cómo librarse de lo que en si mismo llevabas sin saberlo desde tantos días atrás tu nave no pudo salir. La bajamar de la vida que todo lo manifiesta, sus blancas arenas te mostró. El ánimo, como alma de quien condenado se siente, se oscureció hundiendo la mente en recuerdos y pensamientos que por no haberse tomado en valor antes, grave dolor causaban ahora.

Pero aún el óxido de la resignación no había alcanzado los costados de tu nave y había que hacer acuse de recibo de las circunstancias para tomar con la misma determinación tal situación ya corregida y con creces aumentada por antaño obviar la realidad en minúscula, que es la que hace de la otra verdadera con sus mayúsculas el horizonte al que mirar.

Tras mucho reflexionar, solo quedaba una cosa por intentar y no era otra que deslastrar culpas, pecados, malos tragos y momentos que olvidar, odios y venganzas, obligaciones creadas por una ficticia moral y así todo lo que había falseado el gobierno de tu embarcación hasta hacerla varar. El peso de tu nave casi en su mitad quedó tras ese duro esfuerzo y solo había que esperar a la creciente próxima que en pocas horas debía llegar.

Como prisionero que sin creerlo encontró el túnel por el que escapar, tu nave sintió la brisa de la libertad que se percibe cuando crees en ella y sacudes de tu pensamiento las ficticias cadenas de la decadente sociedad. Las suaves olas comenzaron a besar tu casco y lentamente fueron haciendo vibrar el cuerpo inerte sobre la arena hasta que con suaves balanceos el barco se sintió libre del fondo arenoso. Todo fue uno y mientras ciabas para después dar avante las naves que anodinas borneaban en su presidio autoimpuesto, emocionadas por ello, hicieron sonar sus sirenas como tifones mientras la popa de tu barco enfilaba mar abierta hacia el oeste con la corrección ya para siempre oportuna sobre la magistral y su magnético rumbo que de lo contrario podría volver a hacerte zozobrar. Cuatrocientas millas en sur suroeste hacían recalada en Cabo Verde, otras cuatrocientas con nor noroeste la misma con las Canarias, no era ese el momento, rumbo limpio hacia el oeste en solitario y sin más que sentir la libertad de elegir sin más…

 
 
Cabo Blanco, (Mauritania), a 24 de enero de 2010

miércoles, 20 de enero de 2010

De cuando el Sol deseaba temblar...

A veces el mismo Sol, desde su centro inmanente a la órbita sobre las que sus adoradores giramos, desea temblar sin que ninguna estrella por fugaz al pasarse a miles de años luz le pretenda afear la conducta. A veces sus erupciones tan científicas y naturales las preferiría en gritos y desahogos porque sí, porque él es así. Pero tantas veces como esas se decide a tratar de brillar lo máximo posible y dar al giro de tantos planetas sobre si un sentido agradable y cálido.



Mientras, desde este planeta que sin dudar mira hacía él sin buscar un porqué, sin saber si debería darle la espalda, se lo espera como siempre y se enfurruña cuando una masa de nubes planta sus reales aerosoles entre nuestro astro y su piel y ojos. Sin plantearse desde aquí otra esperanza que la de que el tiempo cambie o el viento se lleve semejante inconveniente. Entretanto el Sol observa y percibe que su calor, su luz y su calidez provocadora de buenos ánimos y mejores deseos es tan vital que reprime el grito y tensa su hirviente piel para que nadie sienta sus internos temblores.

Pero el tiempo que sin intermisión corre para todos también lo hace a diferente escala sobre el Sol dándolo cada vez argumentos de mayor peso para esperar de sus acólitos una brizna de comprensión y poder expandir sus pesares además de repartir sus alegranzas. Deseando ser esa Polar, o Merak, o cualquiera de las que brillan serenas en Casiopea, poder compartir la anónima oscuridad donde los ojos de quienes ahora sólo demandan entonces solo lo buscarían para su deleite visual, el astro busca sin tregua la manera de que el mundo gire doblemente para así alcanzar el otro lado de la vida.

Un día más el horizonte verdadero le busca y lo desnuda en infinitos paralelos que juntos suman los 360º vistiéndolo con el viejo batín que todos conocen como Alba y que uno a uno lo devuelven a la realidad de la que nunca renegó.

Desde su imaginación agitada en la propia y vital ebullición asume que tantos planetas a su alrededor significan, justifican su real situación, provocando que algunos de sus rayos que a lo alto apuntaban cimbreen como sacudidos por un fabuloso viento interestelar hasta quebrar y ser de nuevo absorbidos por la epidermis, que ácidamente algunos llamaron corona al tratar de hacer de él un verdadero rey cuando su deseo era ser mortal y que tal cosa al oído le contara alguna voz temporal.

Años después de tal relato, quizá millones, que del tiempo nadie sabe lo que este puede durar y ser capaz pues hasta del infinito capaz es de hacer un instante simplemente ser, un centauro con recio cabalgar y de gesto adusto ante él se detuvo. Con él, cercana a sus pies cuatro estrellas en forma de cruz venían con este.

- Gran estrella eres, pureza y calidez llevan tus rayos hacia quien te ve, quien te siente y quien te adora. Calor también das a quienes en falso te desprecian, mas observo que tu semblante no es de un príncipe sino el de quien ha perdido razón por ser lo que ya es.

- No sé de quién llegan tales verbos, pero a fe de mi vida que han dado en el núcleo ardiente de mi interior…

- ¡Mirad hacia abajo, que es desde aquí desde donde os hablo! El centauro no es sino mi montura aunque por la postura así no lo parezca. Somos cuatro hermanas que desde lejos te observamos y desde allí decidimos darte la luz que pareces para ti no disponer.

- Y ¿cuál sería mi buen hacer ante este mal sentir si a bien tenéis en mí confiar?

- Simpleza y sentido propio en el actuar, tan solo eso, unidas a tu propio ser. Que tal cosa te llevará a poder compartir luz con tus acólitos y soledad para ti con la propia libertad de sentir.





Sin más el centauro con el bufido propio de bestia de mal genio se llevó a sus cuatro confidentes mientras con pequeños brillos se despedían  estas del confundido astro. No pasó mucho tiempo, quizá el necesario para que una semilla germine, quizá la necesaria preparación para tal golpe de timón. Como digo un tiempo después, sin escala posible a definir, el sol se apagó, los planetas giraban, se encendió nuevamente y continuaban girando. Poco a poco se fue apagando y la vida continuaba. Quizá aquellos planetas no lo necesitaban, se preguntaba, quizá habrían respetado su decisión. Aún debería pasar el tiempo para logra tal respuesta, pero la luz que de él brotaba era ahora cálida como antes, reparadora como antes, pero además era real y en verdad radiante por sentirla como suya además de los demás.



Para quien lo desee,
para quien lo comprenda,
para tí.

domingo, 17 de enero de 2010

De rios, lluvias y neblinas


Ríos como mares entre mares enormes como océanos,

vidas que fluyen sin retornos posibles al origen añorado,

sueños partidos en la fe invertida por el mítico “El Dorado”.

Ríos mostrando que llegaremos al límite si en verdad amamos.



Cae la lluvia firme, apagando soles de viejas emociones,

que bajo el puente como neblina leve y traslúcida se refugian

mientras esperan temblando que mil gotas de dolor

terminen en su impío golpear tantas veces alcanzando

a la vida detener, la paz anular, las ilusiones romper.





Bajo ella el rio fluye, brotando del Alfa sin el Omega conocer,

sereno, con el leve arrullo de la paz inherente en su interior.

Ruido que no cesa, gotas que mueren sobre semejante caudal

demostrando que nada son si las dejas partir,

que nada serán y así quedarán como parte del rio que sigue sin más

con el destino tejido por el mismo en su finito avanzar.



Suave, serena y en paz la neblina leve se decide al fin,

como tal se siente y como tal se sumerge sin dolor

entre las aguas hermanas del rio reparador

que es la propia vida en su recorrer sin pudor

los meandros, remansos, rápidos y cascadas

formando la vida como rio liberador.

 

martes, 12 de enero de 2010

No habrámontaña mas alta... (51)



…las tres fragatas sin esperar a perder el dibujo su estela desparecieron con sus proas al rojo vivo por zafarse de la captura. La fragata apresada de nombre Adriana Catalina y sus servidores en igual condición fue enviada con tripulación de préstamo hasta Cartagena escoltadas por la Pingüe Volante que para desgracia de algunos los retornaría de nuevo a sus puestos en el “Estrella del Mar”. Mientras tanto, Daniel era felicitado por su actitud en salvar a su Sargento que tan torcido resultó ser al final en su resultado. Dada la cercanía de Cartagena Don Carlos tomó la decisión de enviarlo a la ciudad para ser allí ajusticiado por las autoridades de marina allí presentes. De esta forma la verga del trinquete se vio libre de portar un reo a la vista de todos, que más vistosas son velas engolfadas que muertos por muy reos de conducta fueran.


Con el alba del siguiente día y ya de manera definitiva con la capitana dando el rumbo oeste puro, la flota encaminó sus naves hacia la villa de Portobelo que esperaba su llegada con ansia gracias al “aviso” que había partido desde Cartagena hacia ya tres días devorando las casi 200 millas que separaban las dos orillas del mismo continente en menos de un par de singladuras. Poco a poco todo iba reencontrándose con la normalidad de la pura travesía por mar.

Mas al este, ya en Tierra Firme otra expedición, de menor porte pero no por ello con menos esperanzas entre sus componentes ya había dejado los primeros manglares que los recibieron tras vadear Pasacaballos en la misma rada de Cartagena. Tras tres días de intensa lucha contra la vegetación victoriosa sobre los caminos forzosos que trataban de imponer los habitantes de Tierra Firme sobre ella, alcanzaron el villorrio de San Juan Nepomuceno en plena selva. Habían sido diez leguas nada mas, faltaban más de veinte hasta sentir la cercanía de Magangue como se empeñaba Don Arturo en nombrar el pueblo al que iban y que de momento llevaba el nombre de Magangüey de Baracoa. En pocos años será Magangue su definitivo nombre, pero eso es de un futuro que habrá de llegar y no estamos en semejante tarea.

Dejaron San Juan con nuevos bríos tras dos jornadas de descanso en una pequeña casucha que intentaba ser fonda de viajeros. A caballo de las recias caballerías orgullo de Don Arturo siguieron el Arroyo del Palo en dirección este, aunque aceptando sumisos los sinuosos meandros que como la misma vida obligaba a serpentear para mantener en línea recta el sentido final de la existencia. Don Arturo cabalgando o a pie cuando esto era necesario mantenía su ánimo radiante pues una nueva luz se abría en su camino y era eso una razón más para seguir palpando la vida como él mismo la concebía.

- ¡Don Fabián! Si no tengo mal entendido vos sois originario de la Isla de Tenerife.

- Así es Don Arturo, de un pequeño pueblo al sur del Teide. ¿por qué lo preguntáis?

- Porque mientras permanezcáis en esta tierra no creo que echéis de menos vuestra tierra. Hay aquí muchos paisanos de vuestro mismo origen y os aseguro que cuando alcancemos el cauce del Rio Magdalena y Magangue nos reciba, un buen presagio será lo que le golpee a vos en vuestra mirada.




Con gesto de sorpresa y sobre todo de incredulidad continuaron el andar hacia el cauce del rio mientras Fabián con su carácter sufrido y reacio a mas ilusiones que las que por claras mas parezcieran realidades, decidió esperar a ver lo que encontrarse al llegar a Magangué. Después de casi ocho leguas recorridas con aplomo en otras dos jornadas, que en recta no hubieran sido más que la mitad, la vista les presentó aquella enorme vía de agua, que parecía desangrar las montañas lejanas de aquella parte del virreinato sin posible final.

- ¡El rio Magdalena ante nosotros, caballeros! Verdadero camino real que nos llevará hasta Magangué con la venia de nuestro Señor.

- Es enorme, pero ¿Cómo subiremos rio arriba? Llevamos caballerías y no distingo nave que pueda embarcarlas a ellas y a nosotros.

- Don Pedro, siempre en la intendencia lleváis vuestros pensamientos, en esta ocasión no habréis de preocuparos. Una parte de mis hombres retornarán con las caballerías a Cartagena, mientras con la otra nos dirigiremos hacia una enorme ciénaga que se comunica con el rio de forma subterránea, que desde aquí hasta el mismo Magangué podremos ver multitud de lagunas, ciénagas y humedales. Allí dispongo de una barcaza bien escondida que nos dará la manera de hacernos rio arriba hasta alcanzar Magangué.

Casi 12 leguas fueron las que debieron ganar contra la suave corriente del río sobre la barcaza que a pesar de su aspecto deslucido por el tiempo y la humedad en la que se había visto durante largo tiempo, un lavado de cara, acertados refuerzos y ajustes de carpintería puso de nuevo su quilla plana como la vieja castilla de Pedro León sobre el cauce. Cuatro días de duro bregar contra corriente y cuatro noches de descanso en las húmedas orillas dieron su fruto hasta alcanzar la ciudad de Magangué.

- ¡Al fin señores, Magangué nos aguarda!

Casi sin ganas de celebración por el cansancio del mal dormir, en silencio vararon sobre la orilla los tres hombres, junto al séquito de criados de Don Arturo que bajaron el equipaje. Tan solo deseaban tomar respiro y descansar en algún jergón que caritativos dejara algún lugareño, pero Don Arturo era hombre de recursos y con un gesto y una escueta frase puso en marcha estos.

- ¡Domingo, sin dilación busca a Don Ramiro! ¡Entrégale este sobre mientras nosotros aseguramos la barcaza!

Domingo, uno de los seis hombres que componían el séquito de los criados que habían venido con los tres hombres, corrió raudo hacia la pequeña iglesia que se distinguía a poca distancia de donde se encontraban. Pocos minutos después, un hombre que claramente vestía de religioso se acercaba a pasos cortos pero muy rápidos con los brazos unas veces en alto y otras cerrando estos sobre su pecho a modo de abrazo casi convulsivo. Casi se desploma sobre el embarrado suelo mezcla de tierra y río en el que esperaba Don Arturo orgullosos de saberse bien recibido.

- ¡Loado sea el Señor por dejarme veros una vez más, Don Arturo! ¡¿Cuánto hace que nos vimos la última vez, seis mese?!

- Un año mi querido capellán, una año que los tiempos corren para todos sin demora y con más prisa para vos y para mí que nos cuesta dejar que lo haga. ¡Pero, cuénteme, Don Ramiro! Cuénteme cómo le ha tratado la vida estos meses mientras vamos llevando el equipaje a sitio más seco.

La mirada del capellán se fue oscureciendo conforme intentaba comenzar a vocalizar. Don Arturo se percató.

- No me digáis mas, Beltrán de Garralda sigue en sus trece

- Peor, Don Arturo, peor…



sábado, 9 de enero de 2010

No habrá montaña mas alta... (50)


…Tuvo el combate dos partes en verdad claras por su meridiana diferencia, en la primera los flamencos a pié firme y por sus vidas y haciendas a bordo plantaron cara la venta de su derrota. También desde sus vergas los tiros de mosquete intentaron diezmar a los nuestros cuando a tiro se encontraron y tras el postrer asalto sobre la fragata. Esto no duró demasiado pues el mayor porte de nuestro navío daba superioridad a nuestros infantes que redujeron la capacidad de los contrarios hasta obligarlos a retornar sobre cubierta donde la lucha se mantenía cruel y violenta sin tregua posible. Los unos por saberse superiores en número y ánimo, los otros por no perder sus vidas y con ellas el ánimo de supervivencia que a ellas se aferraba.


Daniel había abordado la fragata sobre la toldilla de popa junto con varios marineros bajo el mando del sargento Alonso Serrano como jefe de ese flanco del trozo de abordaje. El objetivo no era otro que el control del timón y sus defensores. No fue esto cuestión de gran envergadura, pues el fragor del combate y el grueso de los defensores se encontraban sobre el combés, donde la sangre ya empapaba la cubierta que indolente ante la carnicería entremezclada sus humores sin hacer asco alguno de la que provenía de hispanos con la que lo hacía de flamencos, que esa es la realidad a la que mil velos vestidos de acero o de viejas creencias no podrán nunca ocultar a quien desee ver sin pudor que es el puro pensamiento humano el que fabrica las diferencias, odios y estertores de violencia por defenderse de quien es un igual.

Sangre sobre filos que abrían brechas en carnes curtidas por la lucha fueron abriendo paso entre las filas numantinas holandesas. Resquicio que se derrumbó como inmensa apertura cuando desde la “Adriana Catalina” se pudo confirmar el hecho terrible del abandono de sus hermanas en la real necesidad por la propia supervivencia.

- ¡¡¡Huyen!!! ¡Las tres fragatas escapan!

Así era, sabedoras de su inferioridad para salir vencedoras vieron la ocasión propicia con la maniobra sobre su hermana para tatar de zafarse del bloqueo del navío “Catalán” y ganar millas mar adentro hasta desparecer de la vista de la flota. Con riesgo y sin otra opción, arrumbaron sin pensar en varar o dejar parte de sus cuadernas en algún traidor bajío de la bahía  sobre la desembocadura del Sinú que formaba un pequeño delta al que allí llamaban de Tinajones. La capitana volvió a perseguirlas hasta donde su prudencia le contuvo dando algunos cañonazos sin excesiva convicción sobre las que huían.

Mientras sobre la “Adriana Catalina” la resistencia comenzó a reducirse hasta que su capitán viendo la pérdida inútil de vidas entregó su sable dando por asumida su derrota. Nueva era la victoria en la flota de Don Carlos, aunque este con su habitual avidez por no dejar nada que pudiera ser suyo no devolvió gesto alguno de celebración, que una sobre cuatro sabía a poco en su paladar. Una vez entregada la fragata el Sargento Serrano con cinco hombres entre los que se encontraba Daniel encaminó sus pasos hacia la cámara del comandante con este a su lado abatido por lo que sabía le esperaba entre las rejas del castillo de San Felipe de Barajas, y es que el contrabando se pagaba con la máxima pena sin lugar a retracto.

Era la cámara pequeña y repleta estaba de mercancías dejando una mísera mesa para los instrumentos de navegación y las cartas, que con rapidez hizo enviar el sargento al “Estrella de Mar” por si en ellas se podía descubrir escondite en isla o islote donde cazar sin misericordia a las que escaparon.

- Bien cargados iban vuestras mercedes. Mucha ganancia pretendías obtener con semejante género aunque esta vez las cosas han salido traviesas. ¡Venga bajemos ya a los sollados que todavía tendremos sorpresas que encontrar. ¿No es así, capitán?

- Señor, bien decís, que buena cantidad de oro es la que llevábamos en el pique de proa, quedaos con ello y dejadme escapar. Solo se yo como acceder a este sin hundir la nave.

Los ojos del sargento iluminados por la vieja avaricia dieron alas a las esperanzas del capitán holandés. El sargento entraba por males mientras el ánimo del holandés se abría por sueños de libertad. Las voces se tornaron en crueles susurros

- Si es verdad lo que decís, podréis escapar por el castillo de proa, más si esto es una treta sois hombre muerto.

Un hilillo de sangre manaba del gaznate del comandante de la fragata en respuesta de la presión con la que el sargento apretaba su sable contra éste

- ¡Vosotros, subid a cubierta y ayudad con los cautivos, yo seguiré con el holandés hasta las sentinas!

- Pero, sargento, podría tener problemas y …

- ¡Fuera de aquí! ¡Problemas serás los que tú tengas cuando menos lo esperes como no subas y cumplas mi orden! ¡¡¡Arriba de una vez!!!

De un golpe ninguno miró atrás mientras el sargento con el holandés se fueron hacía proa a través del sollado tan oscuro como pintaban los presagios de cualquiera que razonase sin el brillo del oro turbando la mente.

El pique de proa tal como debía se encontraba perfectamente sellado que tal función tenía por si un golpe mal dado abría una letal vía en tal lugar. Esto lo convertía en perfecto escondite para tesoro o envío de riguroso secreto.

- Muy bien holandés del infierno, tienes menos de cinco minutos para abrir por donde tus retorcidos instintos te lleven y sacar ese oro o te juro que aquí quedarás tu junto a tus hígados que antes te los habré sacado por mentiroso.

- Pero necesito una palanca para poder retirar la plancha que veis a estribor de la encajonada.

Le tendió una barra de hierro terminada en un filo que a duras penas mantenía una recta entre los brotes de óxido y mugre de brea con agua aceitosa.

- Aquí tienes lo que pides y mucho cuidado con bromas de las que puedas arrepentirte


Comenzó a separar la plancha con una sospechosa lentitud disfrazada de esfuerzo. El ansia por saber y ver el brillo del tesoro prometido derrumbó la poca serenidad que residía en los sesos del sargento abalanzándose sobre el holandés para empujar sobre la plancha. Frio como el hielo con un juego estudiado trabó el cuello del sargento entre la barra y su pecho apretando hasta descoyuntar como fuera el cuello de su apoyo. El sargento era terco como su avaricia y no se dejaba, pero el aire si falta, la vida comienza a consumirse y poco a poco la batalla iba decantando sobre el holandés, hasta que una detonación detuvo el tiempo de los contendientes.

Antes de que la tensión de uno se esfumara y el aire del otro retornase con la vida de nuevo Daniel  arrojaba la barra sobre la sentina y el teniente Grifol de una patada separaba a los dos contendientes. El holandés, víctima de su deseo había caído para siempre y el Sargento Serrano víctima del suyo colgaría antes del alba sobre la verga del trinquete. La batalla había acabado con una víctima más de las esperadas y un traidor por avaricia inesperada...


jueves, 7 de enero de 2010

No habrá montaña mas alta... (49)


…Eran cuatro fragatas todas de distinto porte las que se aparecieron a sotavento de la flota como fruta en dulce inesperada, la encalmada las había dejado mas cerca de Tierra Firme de lo esperado y en aquél momento doblaban con más miedo que precaución los bajíos que precedían a las Islas de San Bernardo. No eran naves con el porte suficiente para atacar una ciudad como Cartagena, por lo que estaba claro que sus intenciones eran menos violentas y de naturaleza más cercana a la pura crematística.


- Don Carlos, a la vista se confirma que son naves de contrabando, van muy cargadas para ser parte de alguna flota que pretenda atacar.


- Tenéis razón, Don Miguel, que las portas de sus cañones casi embarcan agua y con tal rumbo de seguro que buscan en la orilla oeste de la isla de Barú a sus contactos con quien hacer sus malditos negocios. No son rivales tales fragatas por muchos cañones que presenten que sin maniobra acertada la victoria estará de nuestro lado. ¡Orden de combate! ¡Que la capitana entre por el oeste cerrándoles la huida mientras nuestra fragata las hostiga y nosotros les cortamos la proa!

- ¡A la orden! ¡Don Carlos viran en redondo!

- ¡Con más razón, pues!¡A ellos sin tregua!

Las cuatro fragatas aún no habían izado su pabellón aunque no quedaba duda que sus intenciones eran la de escapar pues entre sus cuadernas era más mercadería que pólvora lo que portaban  con lo que la pérdida era mayor que la posible ganacia entablando combate. El negocio del contrabando había sido una constante durante la última mitad del pasado siglo, pero tras la guerra de sucesión se vió incrementado por la debilidad de España frente a Holanda e Inglaterra. Poco a poco el poderío naval se fue incrementando y el contrabando sin lograr su total exterminio fue reducido de forma progresiva con el esfuerzo y el tesón de las autoridades que no de los comerciantes a los que el monopolio de las flotas impuesto desde la misma España ahogaba en sus legítimas aspiraciones de progreso.

- ¡Al fin, capitán! ¡Son del holandés las cuatro!

Sabedoras de su imposibilidad de desembarazo ante aquella tenaza era el orgullo lo que no habrían de perder, por lo que el vencer o morir es en la mar una cuestión de honra el hacerlo en pie y sin negar su origen. La batalla  así comenzó cuando nuestra fragata de renombre “Pingüe Volante” y de matrícula en la Real Armada “San José” plantó su mayor andar ante las pesadas homónimas una andanada sobre las cuatro de sus 18 cañones de babor mientras estas sin encogimiento alguno largaron desde sus más de cincuenta cañones entre todas sucesivas andanadas que poco daño causaron por la buena maniobra además de veloz respuesta. Durante dos horas el combate se fue dando a partes iguales en el desacierto, pues el “Catalán” que estaba más cerca de ellas no entraba a matar al temer encallar sobre alguno de los bajíos que amenazaban, mientras las cuatro fragatas aprovechaban sus calados menores para mantener las distancias sobre la capitana. Sólo la fragata española lograba hacer algún impacto, mas al instante del fogonazo debía escapar pues sus 18 cañones de cada costado eran poco para los más de cincuenta que presentaba entre todas como antes relaté. Tras esas dos horas en tales escarceos donde poco pudo hacer el “Estrella del Mar” mas que cobrar cables de distancia en su aproximación al fin doblaron las islas de San Bernardo con la inmensa bahía que presidía la villa de Santiago de Tolú  abierta  y luminosa sobre sus arenas en calma. La furia en Don Carlos bramó como la de uno de sus cañones de la 1ª batería.

- ¡Malditos sean esos herejes que la mar se los lleve! ¡De orden a la capitana de su caza!

Mientras las fragatas se adentraban sobre la bahía el “Catalán” negó su entrada por temor a varar virando hacia el otro extremo de la bahía para cerrar el paso.

- ¡Capitán! La capitana teme varar y considera mejor bloquear el paso de la fragatas más hacia el sur. ¡¿Mantenemos la persecución nosotros?!

Una mirada de furia atravesó al teniente Grifol

- ¡Quien se para a pensar está perdido! ¡Nada son y tras la islas el calado es fiable al ciento! ¡¡¡ Rumbo oeste suroeste y sin tregua hasta que Dios lo permita!!!

Con el viento a un largo el navío daba más velocidad que las fragatas, mientras  éstas se preocupaban de sortear las andanadas del “Pingüe Volante”. Así los cañones de caza, a proa del “Estrella” al fin dieron con la popa de la fragata mas rezagada. Un grito de júbilo corrió por el combés al que el eco en las dos baterías siguió como el trueno al rayo en la tormenta. Mientras el “Catalán” trataba de bloquear el paso, desde el “Estrella” se dio orden de caza a esta fragata tocada con lo que la nuestra encaró ya claro el rumbo sobre ella. Mientras, a bordo del “Estrella” se dio orden de aprestar el abordaje en el que Daniel no había parado en sus labores como paje de pólvora; fue en ese momento en el que con un gesto en su mirada y un chuzo de abordaje en su mano derecha pidió permiso para ser parte del trozo de abordaje. El teniente Grifol sin más que rebatir ante el gesto  de indudable convicción no tuvo más remedio que darle venia en un ligero tono condescendiente y rimbombante  con el que le espetó tal responso.

- Mucho deseáis recorrer en una sola travesía y tal cosa solo acabara llevando a vuestro ánimo a la indigestión, más os concedo el privilegio de abordar la fragata. Antes bien no olvidéis que vuestra vida es no sólo de valía para vos, sino para vuestra madre y nuestro rey quien espera de vos un buen oficial de su Armada. Tened cuidado y ante el arrojo valorad antes vuestras posibilidades de triunfo. ¡Suerte y que Santiago os guarde!

Se podía observar el nombre ya de la fragata en su balconada de popa. Desde las vergas del Estrella los infantes de marina que apuntaban esperaban a la orden de Don Miguel para abrir fuego sobre la que se hacía  llamar "Adriana Catalina". Y esta orden llegó.

- ¡¡¡Fuegooo!!!

A su orden los mosquetes en su repiqueteo se vieron ahogados por los pedreros en su sordo cañoneo con grafios de abordaje como andanada. Los frascos incendiarios no se lanzaron por desear recuperar la nave que se veía ya como nueva presa.

- ¡Adelante, caballeros! ¡¡¡Santiago y cierra, España!!!




Con un grito que a cualquiera que se viera en tal terrible posición paralizaría sus miembros, más de trescientos hombres se plantaron sin otro presente que los chuzos de letal punta o de las bocas mordiendo los cortos sables de abordaje que así permitieran percibir al enemigo el aliento mortal de quien su vida pretende cobrarse. Media victoria significaba el garfio anclado en la contraria nave si era el pabellón del Rey Católico el que orgulloso flameaba en la popa, que famosos y temibles fuimos siempre cuando la brega se plantaba a “tocapenoles” y así provocamos que britanos acabaran por buscar en la artillería su ventaja. No era este el caso que el combate estaba claro y la victoria parecía en las manos…

martes, 5 de enero de 2010

No habrá montaña mas alta... (48)



…21 de febrero del año de nuestro señor de 1723, las salvas desde los castillos de San Luis y San José daban patente el paso al retirar el enorme cable de cadena que hacía infranqueable para cualquier agresor que deseara penetrar en el sigilo de la noche a la ciudad. Quedaban pocas horas para que la flota zarpase sin demora. Los vientos buenos a barlovento de punta Canoa daban permiso para enfilar con seguridad la ruta a las tierras del Darién con Portobelo y el Castillo de Chagres cerrando esa costa por el norte, en el que este último aspiraba al control del acceso de quienes desearan alcanzar Panamá ya en el mar del Sur sin el permiso de nuestro rey, virrey o gobernador que se preciaba de mirar con interés hacia tal lugar, algo que muy pocos de tales dirigentes tuvieron a bien con las fatales consecuencias que años avante de este momento podremos conocer.


Como les decía el alba ya abierta en carnes de luz y con el calor de aquellas latitudes en franca ascensión el momento de la partida había llegado. Pero antes de relatarles tal suceso he de decirles que como bien suponía el teniente Grifol, ni la Furiosa, ni su hermana de nombre Tenaz iban a acompañar a la flota en su periplo entre las ferias de Portobelo, la posterior recalada en San Juan de Ulúa mas de mil millas al norte, que grande es el mundo hispano de nuestro rey católico, para al fin arribar a la perla del Caribe donde con todos los navíos del rey hacer el tornaviaje a España. Ambas fueron declaradas "en trámites" para su definición por el tribunal de presas y seguramente irían a engrosar el número que en lento pero continuo crecimiento formaba la armada de barlovento con la misión de eliminar la piratería y el contrabando de britanos y flamencos. Pues al fin la incógnita se desveló y como comandante de la Furiosa quedó el bueno de Artime, que bien vendría un experimentado hombre bragado en la construcción naval para aquellas gentes mientras que más de la mitad de la dotación de ambos bergantines trasbordaron a los navíos y fragata de la flota. Nuestros Miguel y Daniel trasbordaron al Estrella de Mar; Miguel Grifol como segundo del Marqués de Grillo y Daniel esta vez como paje de pólvora de las baterías en la cubierta principal para de esta forma seguir también como criado de Miguel y poder acceder a la toldilla de popa donde no le estaba permitido el acceso a nadie que no fuera oficial o tuviera sus quehaceres en tal recinto. Como siempre se logra cuando en verdad se empuja por ello, Daniel consiguió hacer saber su nuevo destino a su madre y Hermano por que al menos supieran a qué nave encaminar sus miradas cuando su ancla virase para partir.

Poco a poco las naves fueron abandonando la protección de la rada cartagenera, quedando la última la Almirante “Estrella del Mar” que casi con el atardecer a punto de morir parecía intentar zafarse del inminente golpe de efecto que le cerrase su salida al entrar la noche. María miraba la evolución del navío mientras rezaba por el bien de su hijo entre lágrimas que a duras penas secretaban ya desde sus lagrimales, pues no hacía más de cuatro horas que Pedro y Fabián, junto a Don Arturo y un buen séquito de criados habían partido para hacer antes de la anochecida el paso de la impedimenta por el lugar de tan propio nombre como Pasacaballos, y librarse de los manglares que cierran el paso al interior para comenzar la mañana siguiente el angosto camino hacia Magangue. Aferrada ahora ella a su hijo Miguel, que no era aquél infante que casi dos años antes desde el cerro de Santa Catalina en Gijón se aferraba él a ella con la misma fuerza mientras la mar devoraba el patache de su padre para siempre, así se clavaba a la vida mientras dos desgarros la sacudían sin piedad aunque siempre con la esperanza de la voluntad nunca rendida.

La noche entraba cerrando la visión y dejando a la imaginación la estela de la flota para quién deseara imaginar su evolución. María en silencio descendió a la estancia donde se encontraban Inés, Doña Aurora y las demás que la recogieron en su tristeza, respetando su silencio y arropando su dolor. Mientras, a bordo del Estrella del Mar los ánimos hacían  ya un buen tiempo que habían amainado en tristezas por la despedida y ya rolaban como vientos de sueños hechos realidad. Daniel tuvo que doblar su turno de guardia pues debía situarse de nuevo en su puesto de paje de pólvora, reponer y aprestar el balerío mientras Miguel descansaba antes de entrar en el cuarto de guardia que alguien con la mar en la venas pueda soñar hacer siempre, que no es otro que el que tiene el privilegio de dar paso al alba.


El viejo Eolo tuvo a bien en su caprichoso y divino devenir de su ánimo dejar de soplar aquella brisa suave del nordeste, con lo que la flota se detuvo a unas diez millas al norte de la costa que en aquél instante no eran otras que los salientes de las Islas del Rosario. Con esfuerzo se ordenó fachear a la flota, mientras la fragata en su constante patrullar no tuvo más remedio que robar como pudo el poco aire que movimiento llevase para ganar millas al norte y proteger un posible ataque en tan desfavorable situación. Mientras, en el resto de la flota se había tocado a “zafarrancho y prevención para el combate” que nunca se sabe donde esconde el diablo su tridente.

Las horas bajo la luna y su escolta celeste de viejos soles de lejana presencia no planteó problema alguno, salvo la tensión de serviolas y la prevención sobre las mechas prendidas por si la demanda de abrir fuego se hacía presente. Al almirante Don Carlos, nada le gustó aquella situación por no haber sido prevista y en consecuencia retrasada la salida. Era en muchos casos inevitable, pues la sabiduría y en otros casos superchería de viejos pilotos y no mas jóvenes nostromos acertaba cuando lo hacía, no como esos artilugios tan maravillosos de nombre barómetros que para la navegación portarían naves muchas décadas por avante de la presente con ese nombre tan misterioso que los científicos gustan de dar a sus cachivaches para darse importancia ante el vulgo de sopa vieja, arado, espada y cruz.

Arribó el alba con el Teniente Grifol como segundo del navío al mando de la guardia y Daniel con él a seis horas de rendir su guardia más que doblada. El calor del astro rey dio alas a las mejillas de Eolo en forma de cosquilleo de sus rayos y este transigió con su fuerza sobre el sur de aquél Caribe abierto a mil posibles circunstancias. Las velas con un suave aleteo inicial comenzaron a tensar escotas y cabos. No pasó mucho tiempo para que las señales desde la almiranta y su confirmación desde la capitana dieran a la formación de nuevo el rumbo oeste hacia Portobelo. Durante la encalmada el teniente permitió a Daniel subirse al pequeño castillete entre los juanetes del trinquete para hacer con el serviola las mismas labores de vigía, que no hay mayor placer que ser el primero en sentir despuntar el alba cuando el silencio en cubierta propio de la todavía noche ya en agonía, le hace sentir a uno la calma y el poder de saberse objeto de la tonsura de sus rayos primeros mientras la dotación descansa

La flota ya daba los 270 de rumbo en la aguja magnética y las escuálidas 200 millas serían como un pequeño salto sobre ambas orillas del mismo continente. Pero un gritó desde el trinquete dio al traste con aquella dulce previsión.

- ¡¡¡Velas por babor!!! ¡¡¡Una cuarta a popa de la amura!!!

Un cañón de aviso desde el “Catalán” corroboró tal avistamiento, mientras la Fragata desde barlovento ya volaba hacia ellas que no debían esperar tal tumulto y desprevenidas sobre sotavento de la flota se encontraban.


- ¡¡¡Cuatro, capitán, son cuatro velas!!!

- ¡¡Preparados para combate!!! Britanos no me cuadra navegar pegados a la costa, más bien corsarios o flamencos en busca carroña fácil, pero no es eso con lo que se han topado…

domingo, 3 de enero de 2010

No habrá montaña mas alta... (47)

(Arrancamos el 2010 con la misma ilusión. Un beso a todos)


…Mientras la ilusiones mezcladas de miedos y esperanzas desbordaban los límites de las familias León y Bracamonte, más abajo, sobre las aguas calmas que parecían dormir en la protegida rada de Cartagena la flota se aprestaba para partir en 48 horas hacia Portobelo. Daniel ya hacia horas que se había presentado ante su comandante y en cierta manera protector, teniente de navío Miguel Grifol, y sin saber de su futuro ya estaba en faenas propias de a bordo. El comandante de la Furiosa lo había recibido con alegría pues se había hecho a su presencia, a regalarle con sus conocimientos que siempre le retornaban en la recompensa del rápido entendimiento e incluso algún comentario de interés que enriquecía su propia experiencia, y es que tan diáfano como la luz del sol al mediodía es el que uno solo tiene lo que entrega sin permitir a la eterna ganancia como búsqueda acechar por su través.


El comandante lo destinó a labores de apresto de la corbeta aunque no tuviera claro el destino de esta

- Mi capitán, ¿entonces La Furiosa continua siendo nuestra?

- Marinero de aguas tempranas eso quisera saber yo, mas no hay confirmación ni denegación de tal cosa hasta el mediodía de mañana, es po eso por lo que no me puedo permitir el lujo de abandonar el apresto de la nave a veinticuatro horas justas antes de la partida a Portobelo. Nada sabemos de nuestro futuro, ni siquiera quiénes serán los que con esta corbeta se queden y los que a las demás se reembarque.

Lo dijo con el regusto de la contradicción, pues nada hay más espeso que vivir sobre este sentimiento en el que desearía uno tanto el babor como el estribor de la vida sin argumentos en contra que superen a cada banda vital.

- Pero, mi capitán. ¿podrá ser posible que nos separen a usted y mi humilde persona?

La pregunta así lanzada no tuvo más gesto que una sonrisa lánguida desde Miguel Grifol mientras le espetaba con suavidad.

- No esperes nada más que mantener a flote el barco de tu vida. A bordo de navío del Rey nada seguro encontrarás más que la brega y el duro marear, pues ni el viento ni la mar te darán en diferentes momentos las mismas respuestas. Ahora ve con Artime y queda a su disposición que buena sombra es sobre la que poder cobijarse.
Mientras tanto el resto de la flota iba recibiendo la provisión que las ordenanzas estipulaban y tanto dolían en las arcas de la economía del gobernador. Y es que se establecía que habían de proveer de víveres y munición a la flota para tres meses. Esto hacía que el arribo de la flota que tanto alegraban los negocios y la entrada de dinero a los comerciantes de la comarca, dolieran al gobernador pues no disponía él de caudales con el mas que centenario “situado” que llegaba a duras penas desde Santa Fé y Quito, con los impuestos que eran bien sorteados por los mismos comerciantes a los que era el mismo gobernador el que acababa solicitando préstamos para mantener lo convenido. Entre todo esto que les relato permanecía en el sentido del teniente Grifol la circunstancia de no estar en lista para quella jornada su corbeta ni la Tenaz entre las que avituallar aquella tarde, cosa que le permitía suponer que no serían ambas parte de la flota en la salida dos días después.

Por otro lado, ya en la ciudad unas calles más arriba, en la casa de Don Arturo De las Heras la actividad era también frenética. Pedro y Fabián habían relatado a sus esposas y hermanas la propuesta de  su anfitrión a lo que la respuesta fue unánime con las dudas esperadas de Francisca, a la que cualquier cambio la resultaba una nueva cuesta en prolongada pendiente a la que se resistía a encarar.

- Pero Hermano, ¿cómo sabremos que no es esa propuesta una artimaña para dejarnos en medio de la nada y quedarse con todo lo que tenemos?

- Mi querida Francisca, no lo sabemos. Sólo conocemos a Don Arturo por lo que nos ha ayudado y  apoyado en su generosidad. Puede como bien dices que tal cosa sea, mas nos ha permitido hacer un documento que nos asegura una compensación en caso de fraude además de certificar la validez de todo el contrato con sus ventajas que muchas son y sus obligaciones ante el escribano mayor del gobernador. Creo que esta es una oportunidad que no debemos dejar pasar.

Como siempre la luz de la ilusión en forma de impulso incontrolable se presento en la voz de Inés

- Hermana, no temas por lo que suceda. Duro ha sido todo el camino arrostrado hasta aquí, piratas incluidos que casi nos acaban vendiendo en cualquier sucio mercado de almas, asi que por muy duro que se nos presente el futuro somos nosotros tan duros como la tierra que nos vio nacer a cada uno y estoy segura  que podremos salir adelante. Estaremos juntos todos y unidos  es posible todo. Y además tengo yo un deseo que no tengo inconveniente en deciros a todos en este instante.

Todos se quedaron expectantes, que de Inés cualquier cosa se podría esperar y además todos deseaban que así fuera.

- Debemos trabajar y levantar en ese paraje de nombre extraño para mi, Magangue, un lugar donde hagamos presente la riqueza de la tierra en grandes cultivos donde cosechar el algodón y con el ingenio que trajimos de nuestra tierra logremos producir los mejores paños de la región, que luego las flotas y los comercios los lleven más allá de Punta Canoa allende la mar. Pero mi deseo será pleno cuando María le regale a Daniel su uniforme de oficial de la Real Armada hecho dentro de las lindes de nuestro sueño al que ya conocemos su nombre, Magangue y que un nombre propio le habremos de dar.

María con lágrimas en los ojos se dejó abrazar por Pedro que miraba con gesto de admiración a su hermana Inés, de la que estaba seguro que si hombre hubiese sido en aquellos tiempos no habría pirata o corsario que osara acercar sus manos donde su gallardete ondease.

- Bien dicho, hermana. Ahora pongámonos a la obra para que Fabián y yo partamos en cuando Don Arturo nos lo comunique.

Transcurrió la noche en cada lugar de forma diferente pero con los mismos pensamientos en cada mente. A bordo de la furiosa esperando tenso su futuro mientras observaba Daniel las casas altas de la ciudad donde su sangre palpitaba; en la azotea de la casa de Don Arturo la misma tensa espera por el futuro prometedor mientras observaban abajo en la protegida rada esa misma sangre palpitar sobre la cubierta de la Furiosa. En pocas horas todo volvería a comenzar…