viernes, 26 de febrero de 2010

No queda sino batirnos



¡Maldito seáis destino aciago que asi me tengáis!

Vos no sois mas que quien os hizo que así os pese fui yo

por nacer vivo y con ganas de tal verbo en aguas romper.



Maldita sea la negra bola que viejos corsarios de muerte

traen sin otra maldad que su propia verdad

por batallar contra la cruda realidad resistente

sitiada, aferrada y maniatada.

Pero firme desde el viejo fuerte

que por su vida no caerá sin antes dar paso a la muerte.




Maldigo vuestras condiciones míseras por linsonjeras

pues la Verdad, con su aliada la real Voluntad habrán de triunfar.

Aunque la pica en coste y servicio

sea tan grande como la vieja hermana puesta en Flandes.




No haréis de mi, jodido Destino, un viejo héroe abatido,

vive el cielo que antes del motín sin bandera

pierdo en la contienda la vida entera,

Que siendo en buena lid, buen combate presento

mas a traición la vida contra la que mi pecho se plante

No será ya más que un viejo lamento.



Muerte sin vida es la propia vida de la muerte.

Vacío sereno y sin otro camino que el viejo pozo

amargo por el arrojo de mil piedras

ahítas por demandar tantos deseos conscientes

seco lo ha dejado, atrapado en su fútil deseo de ser gratuito gozo.



"Donde no hay justicia es un peligro tener razón." 
 (Francisco de Quevedo y Villegas)

miércoles, 24 de febrero de 2010

Última carta. El Viejo Dragón vuelve a la mar...



Ya parecen como si las hubiera vivido desde el mismo alumbramiento. Viejas islas de Sawabi o los siete hermanos. Os dejo en calma, pues sobre mi buque con nombre propio de los viejos mares donde el sol siempre esta brotando, vomitando el fuego propio de Dragón a través de su guardacalor metálico que contenía los 21.000 caballos entre pistones, bielas forzando tal potencia sobre el rotundo eje ya rendido a su sino de ver la vida en 360º navego. Como digo el Sea Dragon recobrada su vida, daba con el ancla de estribor firme en el escobén de la misma banda.

Un golpe del tifón como saludo a quien me acogió estas días en los que el ánimo de mi nave no estaba para partidas o retornos, fue todo lo que mi exterior hizo por despedir a las islas que cuidaban el acceso o la salida al enorme Indico donde, tras un intermedio que tedioso se plantaba entre ansias llamado Golfo de Adén, al fin la mar abierta y sin límites se plantó ante mis ojos casi tan salados como el agua donde la quilla de mi corazón surcaba sin escatimar en consumos o autonomías, que eterno es el combustible de la libertad cuando esta reside en el interior de los viejos corazones por muy jóvenes que estos pretendan sentir.

Maldivas, Lanquedivas, vieja ciudad de Cochin o puerto aciago de Bombay, donde en otros tiempos algún hermano de mar perdió su vida, que no su alma, entre fuegos y explosiones mordientes sobre su piel sin derecho a recuperarla. Sol implacable que la toldilla orgullosa y aliada entre mil parches y reparaciones sobre si misma, cerraba el paso de sus temibles rayos que en semejantes latitudes a cualquier piel podrían destruir.

Calma en la mar, calma en el corazón y de tal guisa la resistencia ceja ante lo que de lo contrario de tenacidad traspasara sin permiso necesario a necia tozudez. Como digo, como siento, la nave va y se regocija ante vientos de mil orígenes que le saben a nada cuando el mismo sabe a dónde desea llevar su alma, como en claro y meridiano sentido un viejo filósofo germano escribió, solo hay vientos buenos para quien sabe a donde quiere llegar.

Sol, viento, mar y tierras lejanas imaginadas pero sin deseo alguno por pisar sus orillas. Imaginarlas es bastante pues es la misma mar la que trasmite su sabor lejano y de idílico sentido. Recuerdos de derivas al sur de Cabo Dondra, casi tres singladuras sin gobierno hasta sacar al viejo Dragón de su letargo entre dolores y  continuos temores para  poner proa hacia Malaca cruzando el Golfo de Bengala de nombre fantastico, al que las imágenes leidas  dejan a uno clavado entre los versos de la pura prosa de Conrad. La temporada de lluvias nos quiere coger en sus  cortinas opacas de aguas y malos  vientos, pretendiendo hacer de todo ello grises a  los tiempos, más sin miedo atravesaremos y por más que mar encapille nuestro buque, la nave saldrá.

El viejo Dragón vuelve a la mar mientras el polvo del viento huye a otro lugar…



Sueños tronando sobre el desierto de arenas
trenzadas entre mil cables como tentáculos
cerrados a la espera de la explosión temida,
liberación brusca desde el ínfimo hueco
en el que por tanto tiempo penó guardada.


Puente de interminables brazos sensibles por humanos
aferrado a la tierra que lo sostiene ignorante
que del mundo inverso sobre el que como arcano soportaba
él era el sostén sin sentir por tal tropel en risas y algaradas.



Vieja escota de paciente y oriental tempo
con su roto y gastado as de guía
que al puente aferrado lo mantenía.
Desciende tu alma libre sin conocer su destino
sobre tal valle lejano al que siempre temiste caer.



Tiempo agrio por lo sentido,
luto por lo perdido entre lo ganado,
pues la gota en la lluvia es como el rio en la mar,
lo malo es mínima veta en la mina del bien.



Así el recuerdo aturde lo negro del mal
devolviendo lo humano, lo sentido, lo vivido…



Donde lo Bueno será lo que siempre permanecerá.

jueves, 18 de febrero de 2010

No habrá montaña mas alta... (52)


"Mientras  esperan mis huesos en una de las islas de los siete hermanos, Islas de sawabi para los que allí habitan, vuelvo con la venia de los que esto leen a relatar lo que había quedado interrumpido entre la separación los dos hermanos. El uno a borodo de la flota del tesoro hacia Portobelo, mientras su hermano menor esperaba en Cartagena las buenas nuevas de Pedro león y Fabíán que en Magangue encontraron tierra de pormisión aunque  con un ligero entreverado de malos sentimientos  junto a orgullos desmedidos.

Como les digo, con vuestra venia mis respetados y deseados lectores continua con esta  historia..."

…Don Beltrán de Garralda no era un colono más de aquellos que arribaban a las verdaderas tierras de promisión que en aquellos años fueron las tierras de Nueva Granada, desde Puerto Cabello, Santa Marta y la misma Cartagena con ganas de labrarse un futuro vedado en la vieja España de la vieja Europa donde los viejos modos mantenían los estratos de la sociedad petrificados como viejo magma frio e inmóvil. Don Beltrán llegó desde el sur, desde Santa Fé y antes desde el puerto de El Callao donde no pudo hacerse el sitio que él a sí mismo se consideraba merecedor por ser caballero e hidalgo español sin más honra que esa, con la que quizá centurias atrás hubiera sido más que suficiente su ascenso a las alturas sociales de la pequeña sociedad del virreinato, pero en los albores del siglo XVIII con la nueva dinastía deseosa de dar alas a un ave Fénix que no encontraba cielo que surcar, hacía falta algo más que un apellido de teórica ilustre ascendencia para medrar en la España del otro hemisferio.

Fracasados sus intentos en ambas villa, a duras penas logró del gobernador de Santa Fe una vieja encomienda ya en desuso por la que establecer “hacienda agrícola e ingenio textil” entre las tierras de Santa Fe y Cartagena con el objeto de atraer y crear nuevos lugares donde fundar villas y crear riquezas para el reino y sus súbditos. Don Beltrán no era hombre instruido ni despierto para tal misión, cosas que compensaba, si de tal forma se puede expresar tal argumento, con su enérgica y despótica forma de gobernar almas y haciendas a su servicio. Tal cosa fue lo único que pudo encontrar de “útil” en su carácter el gobernador de Santa Fe, que con él y tras él endosó a un visionario jesuita de nombre Benigno Arriaga; personaje de fanático carácter que comenzaba a “molestar” entre las conciencias de las gentes de la alta sociedad criolla y peninsular que allí controlaban la ciudad y sus territorios.

El gobernador mataba de esta guisa dos pájaros de un tiro de mosquete, y en verdad que podemos pensar que el beneficio para sí era también potencialmente válido para quien topase Don Beltrán más al norte, pues Benigno Arriaga era digno miembro de la orden religioso militar, y no se iba a amilanar ante cualquier desmán contra los hijos de esa tierra tantas veces maltratados por quienes decían ser sus protectores. Así, el orgulloso Beltrán de Garralda partió con su séquito humilde y sumiso hacia el norte del todavía virreinato del Perú mientras su enhiesta espalda apuntaba a los cielos que trataban de apartarse de tal señal. Su pelo tan rojo como la ira profunda que destilaba su mirada, piel blanca más propia de hijo de flamenco, castigada por el sol inclemente sin exclusiones de clase, firme una mano a las riendas y otra al rebenque con el que castigar a la vieja usanza los “errores” de sus encomendados, dibujaba la punta de lanza del séquito acompañado del guía que comenzaba su marcha, mientras el jesuita cerraba tal comitiva tal y como lo dispuso el gobernador.

Benigno Arriaga era un jesuita que tras casi diez años en las misiones más al sur, junto al rio Paraná, fue expulsado diríamos que de forma amable por sus superiores de la orden al haber provocado enfrentamientos indeseados con terratenientes que tal cosa buscaban sin éxito, pues hasta que Benigno Arriaga no se tomó la justicia por su mano confundiéndola con la de Dios nada habían logrado sobre la Misión de San Ignacio Miní o pequeña. Fue gracias a que, tras tantos años de sufrimientos provocados por los bandeirantes que llegaban en hordas impías desde Sao Paulo, lograban mantener un estricto orden militar en las reducciones jesuíticas como consiguieron mantener a raya a semejante coalición de terratenientes y bandeirantes. En cuanto la situación quedo estable decidieron enviar a Benigno al sur siguiendo el rio Paraná hasta dar con la estancia recién fundada por la orden en San Nicolás donde se haría con el duro trabajo de mantener la granja que daba el sostén al colegió de La Inmaculada de la misma orden. Fanático y sobre todo tan orgulloso como Don Beltrán de Garralda, no tuvo más remedio que aceptar tal destino de primer envite, mas en cuanto el Paraná le permitió perder la vista de la reducción fue su destino y decisión el de ganarle leguas al sur y con su innegable y particular modo de verter el bien donde tan falto se hallaba fue ganándose una nueva vida que su hábito de jesuita y la lejanía con los poderes de su orden le permitió hacerle un sitio respetable en su camino por encontrar la que consideraba su divina misión, que en el reflejo de Don Beltrán había dado por encontrar.

Así pues, el gobernador de Santa Fé, quitábase un problema doble enviado una doble andanada a la inocente hasta entonces villa de Magangue. Fue en esta villa donde Don Beltrán se estableció mientras encontraba los terrenos que estimaba de su propiedad y que nadie supo oponer argumento cuando así lo hizo público. Tan solo Don Arturo acudió a marcar terrenos y libertades sobre los terratenientes que habían sido avisados por el párroco Don Ramiro. Viejo vicario de Cristo que veía peligrar el inestable equilibrio mantenido en aquella sociedad verdaderamente desigual en su trato, aunque para su momento histórico defendible con solo hacer una leve comparación saltando el viejo Caribe y topando los pies de cualquiera en las tierras del mismo rey Jorge II de Inglaterra.

Don Ramiro recogió con fraterna camaradería al jesuita con el que deseaba hacer buena compaña y elevar las condiciones morales y materiales de sus feligreses pero Benigno Arriaga no casaba con los deseos de su temporal protector y en pocas semanas el temporal se desató sin lugar a refugio. Benigno dejó a Don Ramiro en su pequeña parroquia con el temor de saber que no es bueno entrar por el frente al poderoso pues es causa futura de dolor segura y de cien el ciento sobre el débil. Benigno Arriaga comenzó la construcción de un pequeño edificio a modo de monasterio de reducidas dimensiones y en verdad basto en su pulimento. Más bien asemejaban sus muros y techumbre a refugio de bestias con la suciedad y el cochambre propio de tales lugares. Pero su forma pasional de defender la igualdad de los hombres, su tenaz y fanática voluntad alcanzó a reclutar a muchos de los indios que en verdad tenían razones para asumir los postulados por sus desgracias y sufrimientos “otorgados” por quienes decían encomendar su guarda y bienestar. Don Arturo dejó hacia casi una año en tal estado que no predecían nada que a buen puerto llevara almas, ilusiones y en definitiva vidas…



lunes, 15 de febrero de 2010

5ª carta. En Sawabi


Viejos desiertos que grandes bocanadas de agua imaginaria tuvieron a bien otorgarme mientras desbrozaba tus sueños reales vividos entre los jerifes frente a enemigos como el turco, este real, o a tu hermano europeo oculto tras su vieja y falsa cara de civilizado sobrado de deseos por hacer “lo mismo” en los demás, eso sí, sin perder el "ápice", que siempre mantiene distinto lo que nunca deseaban que fuera igual.

Así os dejé a Feysal y a los tuyos en la lucha por unir la dicotomía entre la lealtad a unas reglas establecidas y esa misma hacia el ser interior que no es más que el propio yo con sus sueños y sus esperanzas. Mientras tanto la lluvia seca de la realidad impuesta iba calando sin sentir entre los poros de esta piel cuarteada y desgastada por lo pasado, por lo vivido y por lo machaconamente recordado en cada instante que la guardia del momento, agotada en su vigilar, daba paso a las mesnadas del pasado sobre sus ponzoñosas cabalgaduras de resentimientos y herrumbrosas heridas. Con tus trajes prestados en los que me pude hacer pasar de árabe dedicado al comercio neutral me fue sencillo alcanzar la ciudad santa. Desde esta, un transporte me dio el paso franco hasta Jedda, donde con los respetos mantenidos a fuego, en completa tensión sobre la visión del señor imaginario de los que allí acudían ahítos de lo que tantas almas llaman fe a lo que significa no querer saber la verdad, me planté en su puerto donde aguardaba mi navío en labores de carga escondido tras su rutinaria actividad para permitir mi acceso sin sospechas de los guardianes, AK-48 en mano, que flanqueaban la escala real por la que subir a bordo.

Sin graves problemas logré presentarme en el viejo carguero de nombre puro de mar exótica y oriental, Sea Dragon llevaban las amuras y su popa, contrastando su exótico nombre con el origen legal de mi hogar flotante, pues Panamá era este aunque el frescor de la pintura permitía aún distinguir el anterior nombre que no era otro que Cádiz, tampoco este era oriental, pero si algo más cercano al corazón que con ritmo suave bombeaba en mi interior. Cargados hasta los topes de contendores, nos esperaba el estrecho de Bab-Al Mandab por el que salir a mar abierto previo permiso de quienes reinan en su inicio, personajes a los que mejor no nombrar por si se daban por llamados y mil cadenas sin piedad cayesen entonces sobre nuestras ansias de libertad sentida.

Nuestro dragón marino, viejo cascarón que en otros tiempos portó el nombre de recia virgen aragonesa en su matrícula, daba los 20 nudos sobre un Mar llamado Rojo, que en realidad llevaba el azul celeste como tinte en sus infinitas gotas moteadas por intermitentes trazos de blanco que el pincel de los vientos gustaba de trazar desde los sures libertarios encañonandos sus soplidos a través del estrecho 600 millas mas al sur. Años atrás superaba los 25 nudos sin pudor con la temeridad de la juventud y la inexperiencia que te regala la convicción adornada por el ideal y la ilusión. Ahora aquellos 20 nudos eran muchos nudos, pues aunque los antiguos 25 pudiera dar nunca lo hará ya porque  es el trayecto lo que en verdad importa y la llegada tan solo es el final.

Amanecer del siguiente día y el estrecho  se mostraba claro sobre la proa, como siempre en semejante embudo natural, decenas de hermanos en ambos sentidos trataban de alcanzar los unos la libertad de no tener límites y los otros la seguridad de sentirlos próximos a sus costados como referencia y freno con el que sus dudas neutralizar. Con precaución tomamos el canal mayor, que es el que al oeste se encuentra besando sus aguas el África de los desiertos, donde cuentan las leyendas sagradas o populares que reinaba la mujer que embelesó a Salomón. Otros niegan esto y la ubican al este, es esto algo que no me importa pues es mi imaginación la que gobierna y creo imaginar en sus costas africanas a esa mujer que como tantas supo encontrar en el hombre lo que el mismo no es capaz de distinguir sin más.

Aire húmedo, aire cálido que en andanadas nos anunciaba el inminente Indico, el enorme mar de cuadrantes ignorados con la única opción que la de atravesarlos para detenernos sin objeto establecido en cualquier isla, playa, puerto, o simplemente para vivir entre sus olas y sus vientos la propia experiencia de vivir sin otra espera y meta que tal momento infinito.

Un golpe de viento, una corriente inesperada y mi dragón marino se vio frenado en su acompasado andar con rumbo sur justo al encarar el estrecho, se podían distinguir a la perfección los destellos de los faros y balizas de tráfico a ambas bandas del buque que inesperadamente se detuvo. El zumbido de las máquinas dejó de sonar, la arrancada del dragón marino fue poco a poco perdiendo su poder y quedamos a merced del viento, las corrientes y el viejo arbitrio de nuestro señor y divino Dios Poseidón. Desorientado por la parada inesperada, disperso por no saber qué decisión habría de ser la correcta y con el temor de tomar en aquél momento la que fuera fatal barco y alma fuimos poco a poco abatiendo hacía un pequeño grupo de islotes e islas sin otra vida que la que los pescadores les otorgaban como lugar de descanso en las largas jornadas de su trabajo.

En la carta dos nombres las definían, Sawabi era uno de ellos, mas el que a mí me dio razones para hacer de aquel lugar un apostadero donde dejar mi buque y el ánimo fondeado durante algún tiempo hasta que las corrientes y vientos ahora paralizados volvieran a su natural fluir no era otro nombre que las islas de los siete hermanos. Con pericia y percibiendo quizá algún que otro auxilio desde el juguetón Eolo y sus vientos logramos, mi barco largar su ferro a sotavento en la isla mayor y mi ánimo guardarse sobre la misma ladera a sotavento desde la que ver las blancas arenas de las playas y las montañas brillantes al sol del Djibouti en el que esperar nuevos vientos y mejores corrientes para continuar esta partida por el momento interrumpida.



Islas Sawabi (de los siete hermanos). 15 de febrero de 2010.

jueves, 11 de febrero de 2010

A tí,

A ti,

Soñoliento mortal de actitud escuchante

mientras el tiempo solitario transcurre

como gacela en volandas del viento frio y cortante.

Tú que abres los ojos para cerrarlos de nuevo

entre los silencios abruptos como regios acantilados

erguidos frente a desafiantes mares rebosantes de ruido.



Vivimos sin otro sentido que el de rendirnos

para avanzar sobre el escombro vertido

tras la leve, casi ingrávida interna conflagración.



A ti,

Que tímido te acercas sin atreverte a llamar

por los umbrales de puertas que sin dintel abarcan tu vida

hollando caminos tortuosos que en su rectitud anodina

no dejan mas salida que la de retornar

a la vieja curva cerrada,

dueña siempre del secreto

de quien conoce lo que sabe

mientras circunspecta espera del arbitrario azar

alcances tu correcta decisión.



A ti que buscas,

Miradas de ojos que no ven,

pasos de quienes desean parar,

gritos que te permitan escuchar.

A ti que pretendes sortear

el Dolor entre ríos de incomprensión

mientras la nave se aleja lenta y grave.

Gris desde su amura,

señalando el oeste por su proa incapaz

por no saber lo que ya intuye

en las viejas nubes que perennes abrigan

con sus lágrimas la decisión tomada sin más.



A ti, simplemente a ti.

lunes, 8 de febrero de 2010

4ª carta. Entre Tebuk y Aqaba

Viejo teniente que viviste mil y una situaciones en las que mantenerte en tus trece mientras en tu interior tantas veces tu lealtad se sabía en cuestión por tu propia conciencia. Seguir con quien empeñaste tus ilusiones y que con el debido respeto su bandera besaste dejando jeroglíficos, ruinas y restos de gloriosas civilizaciones tras de ti, por creer en algo aún más grande, o seguir, sin perder tal honor, abanderando el camino de otros en su propia libertad contra poderosas naciones que, como niños malos ante pastelería sin guardián, la tarta entera deseaban engullir.

Creyendo en ti lograste que los demás creyeran primero en ti y tras ello en sí mismos, la batalla quedaba por ganar pero la guerra ya era un trofeo que llevaba tu nombre. Creyendo en que lo justo era luchar por lo que uno sentía como bueno  en aquél desierto de la Arabia aún no saudí, decidiste cruzarlo frente a los gestos de quienes, aferrados a lo escrito, nunca habrían gastado una sola gota de su preciado sudor en forzar a su camello sobre tal erial hacia el inhumado y solitario norte donde esperaba lo que no se podía saber si no se afrontaba.

Pero quien te conoce no necesita nada más que eso pues desde ese instante ya cree en ti. Podría llamarse Feysal, podría ser el jerife de cualquier pequeña tribu enemiga de otra. Da igual, tu poder desconocido en ti mismo te llevará en volandas y donde había mil ya solo habrá uno. Como en aquella cabalgada donde le enseñaste a Auda mientras tenaces contra el viento ganabais al fin los Kaseim de Sirhán  con sus colinas de tamariscos, las paradojas entre la tribu y la ciudad, la fraternidad del grupo del desierto en contraste con el aislamiento y la vida competitiva de las ciudades tan pobladas y aparentemente tan poco propensas a la soledad. Allí de manera simple y clara en medio de la soledad solo compartida por arenas golpeando tu rostro intentando tapar el enrojecido crepúsculo la unión se siente  sin pensar.


Como negar la mayor cuando alguien dice lo que ha vivido, por eso bien me enseñaste en tu decir, “En un triunfo seguro no puede haber honor alguno, pero puede sacarse mucho de una derrota segura”. Palabras como Omnipotencia o Infinito a las que diste el valor de los verdaderos adversarios por estar dentro de uno mismo y, por tal circunstancia, con el permiso de poderles plantar cara aunque la derrota estuviera grabada a fuego en tu propia piel. Es a veces la derrota la mejor forma de vencer al miedo y de encontrar razones para seguir. Victorias habrá muchas, pero serán sobre cosas a las que uno puede vencer pues su altura será siempre menor aunque tantas veces nos parecieran inalcanzables. Son las derrotas sobre metas invencibles las que nos dan las razones para sentir nuestra alma más joven que nuestro cuerpo siempre y en todo lugar. Ejercitando la libertad, no haciendo lo que está en nuestro mano por poder hacerlo, pues perderíamos la vida tras dominar lo que en realidad ya teníamos dominado.

Mil proyectos y otro milenio de sueños vertidos por el manantial de la imaginación humana que nos da las alas para comenzar un movimiento, una salida o zarpar  desde el puerto de algún recogido lugar. Ideas, sueños y proyectos que sólo de tal manantial han de valer la pena, boca de agua mágica alimentada por el saber, la tradición, el escuchar y la reflexión. Manantial de ideas propias que rehusen a las impuestas por tantas virtuales fuentes del saber falso y mezquino que tan sólo buscan engarzar tu Voluntad con sus intereses para transformar a esta en servidora en el aborrecible régimen de la esclavitud moral. Ideas de gentes que son pequeñas, mentes confinadas entre altas paredes que de seguro conocieran cada adoquín de tales muros. Como tú hablabas de ti mismo así me gustaría hacer de mi pudiendo decir que yo mismo podría saber en qué cantera habían sido talladas tales adoquines y hasta el salario del cantero. Piedras rechazables por saber uno mismo donde encontrar rocas de mil tipos, colores y texturas siempre útiles para servir a un propósito al que con su Voluntad, con su actitud llevarían en su proa la guía segura para el alcanzar el propósito de la ejecución.

Cualquiera de nosotros llevamos en nuestro interior un haz de poderes con el que enfocar y marcar nuestro destino escrito en las estrellas que nos miran cada noche despiertas, atentas a nuestro devenir y siempre sorprendidas por la misma inseguridad que a ellas las mantiene inmóviles a nuestros ojos. Solo se me ocurre decir que adelante por lo que nos queda que no es más que el infinito inabarcable y por ello interminable que nos dará para siempre razones por las que seguir.

“…Nos agradaba estar juntos a causa de la amplitud de los lugares abiertos, del sabor de los fuertes vientos, de la luz del sol de las esperanzas por las que trabajábamos. El frescor matinal del mundo que iba a nacer nos embriagaba. Nos sentíamos excitados por ideas inexpresables y nebulosas, pero por las que valía la pena luchar. Vivíamos muchas vidas en aquellas turbulentas campañas sin cuidarnos nunca de nosotros mismos; sin embargo, cuando llegamos al final y el nuevo mundo amaneció, los hombres viejos reaparecieron y tomaron nuestra victoria para rehacerla a imagen del mundo antiguo que ellos conocían. La juventud podía ganar, pero no había aprendido a conservar, y resultaba lamentablemente débil ante la vejez…”               
                                   T.E. Lawrence



A 100 Km. De Tebuk en dirección a Aqaba. 8 de febrero de 2010

sábado, 6 de febrero de 2010

3ª carta. Muanda - Azores - Filadelfia


Más de 2.500 millas me separan de Filadelfia y sus campanas. Viejo bronce que cantó a fuego vivo por la libertad de quienes lograron sentirse así sin necesidad de bendición paterna por britana y poderosa que esta fuera. Fáciles parecieron las millas desde Muanda al otro lado del paralelo ecuatorial donde viejas sensaciones con suavidad se fueron encastrando de nuevo entre los pliegues de mi alma,  poco a poco perdiendo el tacto de pergamino para ganar humedad y frescor con cada golpe de mar que se ha ido abrazando a mi barco en cada jornada de navegación.

Pero la calma disfrazada entre golpes de mar y soplidos irredentos de los sempiternos alisios se percibe ya pronta a fugarse con algún viento casquivano que, con falsas promesas logró engatusarla para ya nunca volver a llamarse así. Así surgieron vientos de poniente desde el viejo reino del oeste, poderoso como su contrario, tal y como el viejo Conrad decía que eran y son dos, el rey de los vientos de este y su enemigo del oeste, mientras los principitos del norte y sur nada podrían jamás con ellos en su pequeñez de miras y deseos. Vientos del oeste que rudos y feroces con el frio propio recogido del Ártico mezclados de las humedades recogidas en su periplo por el océano, como hordas salvajes en bocanadas de aire se plantaban ante mi proa reduciendo la marcha, logrando retener el objeto de camino que no es otro que ganar millas sobre la partida con la misma decisión.


Viento que en su rugir arrastró al fin a la mar haciendo de la mar tendida un juguete de la mar de viento en verdad esta de peligro y prevención. La Vida no va en la llegada sino en la travesía tras la partida y con tal argumento el pálpito de mi gastado corazón dio por moderar en su cadencia para como junco permitir que la furia se calmase a si misma entre huracán y tornado, entre espuma y roción  inundando al mismo tiempo  mis ojos que, como verdadero puente de gobierno mantenían guardia y atención sin otra espera que la calma mientras continuaba sin demora la navegación, quizá insegura, quizá temblorosa pero al fin y al cabo camino vital que sin millas por ganar deseaba recuperar al menos la correcta orientación.

Duros golpes de mar, silenciosos y expectantes  en su pasivo golpear, ayudados por un viento continuo y tan falso como virtual que no es otra cosa que creer en lo que le parece bien al que allí no está. Golpes que retumbando sobre un corazón arrastrando en su andar al enorme barco como cuerpo completo sin el que era imposible su navegar iban dañando el cuerpo de mi nave, temblores desde el interior que a las grúas como manos hacia vibrar por verse faltos de mar sobre la que navegar. Maniobraba cada diez horas para dejar en facha la nave y así poder los daños calibrar, maniobra que sentía vacía sin otra nave aliada que confirme lo que uno mismo podía valorar. En silencio los golpes de la misma mar pasivos continuaban en su lento golpear, mientras su viento cada tiempo más flojo se percibía en fuerza y verdadero soplar.

Señales de otros barcos en auxilio escuchaba en mi  equipo de transmisión más mi propia vida a flote debía de mantener y tan sólo su escucha y recepción era posible. Mientras tanto, tubos, máquinas, regalas, escalas, y mil cosas más que brillantes habían hecho de mi nave ser orgullo en mil puertos, era devorado por la furia del viejo mar de la incomprensión. A cada maniobra para salir sobre la piel de mi metálico cuerpo y ver,  que suele ser también sentir, los daños un punzón corría más cerca del corazón sin poder hacer ya otra cosa que mantener rumbo destino y avanzar lo posible en la posición. Claras parecían las condiciones  para conservar a salvo el rumbo con la vida clavada sobre la máquina para mantener gobierno sobre la embarcación. Mientras la mar, pacífica tantas lunas en otras latitudes con buenos soles y mejores puertos de abrigo, no cedía en su esfuerzo tenaz y sin valor,  de silencioso  combate sin otro aliado que un viento que moría en la propia extenuación de saber baldío tal esfuerzo por detener para siempre a mi embarcación.

Sobre el alerón de babor, mi alerón, sobre el que tantas veces soñé con ese mar cálido en el que poder humedecer mi piel, mantenía absorto la mirada sobre la naturaleza trasformada en su propio ser. Había que seguir, había que aguantar y sufrir. Todo por sobrevivir.



Océano Atlántico, 40º 16´N  32º 54´W, 6 de febrero de 2010