jueves, 31 de enero de 2008

Malmö (7)

...
Amanecía con el mismo sol débil del día anterior por la amura de estribor. Creo que nadie consiguió conciliar las pocas horas de sueño que nos permitimos después de tomar una decisión sobre qué hacer ahora. Los pobres hombres que como verdaderas “cosas” iban en las bodegas 2 y 1 aún no eran conscientes de su situación. Decidimos que por la seguridad de ellos y la nuestra no liberarlos hasta que fuera de día.


El momento fue inolvidable, aún se me contrae la boca del estómago al recordarlo. Rianxo y yo bajamos a la bodega nº1. Cuando conseguimos abrir la compuerta el hedor era insoportable. Siendo como eran muchos mas que nosotros dos no optaron por enfrentarse, incluso se apartaban en la medida que podían con las miradas dirigidas al plan de la bodega. Me subí sobre los hombros de Rianxo conteniendo las ganas de vomitar por aquel calor hediondo y les comunique su liberación.

- Mi nombre es Joaquín, aunque no lo creáis soy el capitán de este barco. Hace unas horas hemos reducido y eliminado a los soldados que os custodiaban y sois libres. Necesito que alguien de vosotros se haga responsable de vosotros para poder organizar todo este lío en el que estamos, para repartir la poca comida que hay, curar como sea a los enfermos y... despedir a los que ya no vivan. Por favor, creedme, la situación ha cambiado, sois libres, pero seguimos en medio de una mar infestada de nazis y con pocas posibilidades de huida.

Hubo un silencio, largo y terrible, solo interrumpido por los quejidos lastimeros de hombres que ya no recibían, ya no sentían nada mas que el dolor previo a su propia descomposición como seres vivos. No sabía que hacer y decir más.
- ...¡pero somos libres! ¡Libres!
Un grito de júbilo hizo que el vómito aquel de olor a humanidad en descomposición, cambiase por un momento a el fresco olor de la libertad sentida.

De la misma forma, esta vez ayudado por los mismos liberados, lo hicimos en la bodega nº2. Por cada una se presentaron dos, digamos “responsables”, con los que organizamos el reparto de comida, las curas de urgencia y fuimos entregando al gélido mar los cuerpos de los que no llegarían a saber que murieron libres. Había que plantear el siguiente paso. Con Francisco en la Sala de Máquinas nos reunimos todos en el puente añadiendo a Levi y Aaron por parte de los judíos.

- Bueno, empecemos con esto; la situación es complicada y hay que decidirse por algo. El Báltico este en el que navegamos es un mar alemán. Si no me equivoco los suecos son los únicos que no están en guerra o invadidos por ellos. Una posibilidad es desembarcar en Malmö y confiar en sus autoridades, aunque seguramente, en cuanto se enteren los alemanes querrán recuperarnos. Otra es atravesar el estrecho hasta salir al mar del Norte de noche. No se me ocurren muchas ideas más.
Las caras eran de preocupación, José, como siempre tenía las cosas claras
- Vamos a ver. Los nazis estos si nos cogen no darán cuartel. Para mi está claro que lo suyo sería atravesar de noche el estrecho y salir a mar abierto. Mas vale el intento y su posible fracaso, que fracaso sin el intento. Malmö y todos los puertos suecos estarán controlados de una u otra manera por los nazis. En dos días más extrañarán nuestro retraso a Kiel, así que habrá que dar madera a este trasto y partir la mar hasta triunfar. Y si perdemos, aún somos unos cuantos que venderemos caro nuestro pellejo.

Todo el mundo sonrió al mismo tiempo, estaba claro que lo que nos estaba contando José era una de esas películas bélicas de tarde de sábado que tantas veces se inventaba de tanto verlas, desde luego no se parecía a nuestra situación y posibilidades. Aún así no solo no desechamos la propuesta nadie de los que allí estábamos, sino que nos pusimos todos manos a la obra como resortes tensados por sus manos en forma de voz. De un salto me acerqué a la mesa de cartas y me traje a todos de una señal sobre la carta de la salida del Báltico.
- La cosa pinta fea. O pasamos frente a Copenague por el este o barajando la península danesa por el oeste. No hay muchas opciones.
- Perdonad mi atrevimiento, en mi opinión será mejor la salida al oeste, pues es una zona menos vigilada por los alemanes al no hacer frontera con Suecia.
Era Aarón, unos de los condenados, mas tarde nos contó que había sido marino hasta que le echaron de su barco por ser judío. No había realmente argumentos contra aquella opinión así que decidimos ponernos en marcha con el plan. José ayudado por algunos voluntarios liberados puso al viejo carguero por encima de sus posibilidades. Había carbón suficiente para alcanzar Inglaterra si les dejaban. Su mirada alternaba entre las temperaturas de los cojinetes en el cigüeñal y el manómetro de la presión en la caldera. Mientras en el puente habíamos puesto rumbo Norte Noroeste. El buque hacía los diez nudos golpeando violentamente aquel mar agreste y huraño con nosotros. Convinimos en que la gente se mantuviera oculta ante cualquier patrulla o barco cercano que pudiera delatarnos.

Sali al alerón de babor, necesitaba sentir el empuje de viento salvaje y helado, bañar mi rostro con los rociones a cada golpe del barco al caer sobre la siguiente ola desde el vacio que dejaba la anterior. Todo aquello hacía que me sintiera purificado, como si necesitara redimir mis manos manchadas de sangre y mi alma de humano hermano de tales criminales convencidos. Poco a poco volví a sentir alegría dentro de mí, la lucha del “Alpdrücken” era ahora la lucha del bien contra el mal y nosotros luchábamos con él; no sé de quién fue la idea de llevarnos a aquel infierno pero se lo agradezco.

La noche fue entrando por nuestra popa según divisábamos las dos orillas del estrecho paso hacia la libertad, hasta el momento no nos habíamos cruzado con nadie…


miércoles, 30 de enero de 2008

Malmö (6)


... Ya libres de las dos orillas enfilamos con rumbo Este Nordeste hacia el mar abierto. El teniente me pidió el sobre con las instrucciones. Lo saqué del cajón en la mesa de cartas del cuarto de derrota donde lo había metido. Intenté que no percibiera el temblor de mis dedos al entregárselo. Sin pausa lo abrió y fue leyendo el documento de una sola hoja. No esperaba nada, pero deseaba ver sus gestos. Nada, ni sonrisas, ni gestos de desacuerdo, acabó su lectura y me lo pasó a mí. Como podéis imaginar, también entendía perfectamente el alemán, así que acabé de leerlo con desesperación a cada línea que pasaba. No me sorprendió aquello que ordenaba, así que intenté sobreponerme y comencé a dar las órdenes oportunas.

- Rianxo, nuevo rumbo 58º Este hasta nuevo aviso. Si me disculpa me retiraré un momento a mi camarote.

En cuanto me alejé del puente, bajé lo más rápido que permitían mis piernas hasta alcanzar el control de la Sala de Máquinas. José Luis, que llevaba allí encerrado casi desde que zarpamos se sorprendió al verme aparecer sin previo aviso.
- ¡José! ¡Ven, vamos fuera donde no nos vean!. ¡Necesito hablar contigo!

Me hizo un gesto claro, como todos los que se hacen allí abajo, sorteando así el muro de silencio en que uno acaba viviendo, sitiado por el ensordecedor ruido producido por máquinas y motores sin alma pero con vida. Lo seguí hasta un tambucho que daba a la aleta de babor. Había una pequeña plataforma que debía servir para meter piezas de repuesto directamente desde el muelle, “estos germanos piensan en todo” pensé.
- ¡Joaquín! Qué pasa, estas sudando como un pollo. Anda, respira un poco de la brisa que aquí no nos molestará ningún nazi de esos.
José me conocía, ya eran años navegando juntos, creo que había pasado mas tiempo con él que con mi mujer. Me senté, cerrando los ojos, sintiendo la brisa, el pequeño vaivén que llevaba la popa siempre a expensas de la sempiterna proa y sus manías, el sonido continuo del agua batida por la hélice y las burbujas del vapor rompiendo al emerger después de cavitar en esta. Por un momento olvidé donde estaba, había vuelto al “Almudena”, a su rutina diaria de guardias, a todo lo que parecía haberse perdido, olvidado para siempre. Desperté sin haber dormido y le conté todo a mi amigo.
- ¡¿Tenemos que lanzar vivos a esos hombre con una bola atada a sus tobillos?!. Están locos, Joaquín. Por mis cojones que me tiro yo antes que permitirlo. Son cinco soldados y el estirado ese del teniente. Hay que hacer algo. ¿Dónde dices que es el punto donde hay que arrojarlos?
- En la posición 54º 54´37´´ N 13º 22´05´´E, a unas cien millas de aquí. Creo que mañana por la mañana alcanzaremos el punto señalado.
- Pues esta noche nos los cargamos, y no me hables de que están armados porque tenemos aquí abajo suficientes cuchillos para los gaznates esos tan blancos.
Ese era José Luis, no le importaba las dificultades si creía en lo que hacía, tenía ese pequeño matiz de fanatismo que nos había salvado tantas veces en medio de un buen temporal. Busqué a Clavería y organizamos el plan para la noche mientras Rianxo mantenía el timón en el puente . Había una cosa clara, moriríamos con ellos en el peor de los casos, bueno siempre que todo no fuera una broma macabra del destino y ya lo estuviésemos sin saberlo.

Me relevó Clavería a las dos de la mañana en el puente. El tiempo se puso de nuestro lado con un temporal creciente que vapuleaba el viejo carguero de forma continua. Matar a los dos soldados que dormían en la toldilla de popa después de su turno de guardia fue fácil. Los dejamos a la vista del puente tumbados, sujetos por detrás para que todo aparentase normalidad. Quedaba acabar con los tres soldados que se mantenían a cubierto entre las cubiertas 2 y 3 en medio de la eslora.
Sin dilación, sin pensar lo que estábamos haciendo, aprovechamos la pésima luz que proyectaban las dos luminarias colgantes de los alerones y la protección del temporal. Francisco y José por babor, Rianxo y yo por estribor nos quedamos a pocos palmos de sus botas. Ellos no estaban para prestar mucha atención porque bastante tenían con acordarse de la familia de su teniente entre cada encapillada. No veían nada y nada iban a ver ya si de nosotros dependiera.

Como convenimos antes de llegar a ese punto, que con el primer cabeceo de la proa contra la ola nos apoyaríamos su impulso para acabar con los tres. En mi banda sólo había uno y fue casi instantáneo, por babor eran dos contra dos. Se produjo una lucha a muerte con el último que consiguió disparar al aire antes de caer a las heladas aguas del Báltico.

Clavería, tenso por la situación no perdía ojo a nuestros cuerpos en cubierta mientras vigilaba de reojo al teniente que dormitaba sobre la silla del capitán. El disparo fue como un resorte en el culo del alemán que lo puso firmes; antes de que desenfundara la Luger Clavería ya lo había tirado al suelo. Sus brazos, acostumbrados a las ásperas y pesadas maromas de cubierta, no tuvieron piedad de aquel fino cuello de asesino con uniforme. Su vida se esfumaba cuando de un golpe los cuatro hombres manchados de sangre y agua entraban en el puente.

- ¡Arrojadlo al mar con los demás!¡Lo conseguimos!
Nadie se abrazó para celebrarlo, habíamos matado a seis hombres. Dos días antes discutíamos por el futuro del planeta y las matanzas en Kenia, cuarenta y ocho horas después aún llevábamos las manos de sangre desteñida por el agua salada.

- Si, Joaquín, pero ahora, qué. Vamos en un barco alemán repleto de víctimas en medio de un mar nazi.

José Luis tenía razón, no teníamos muchas posibilidades. Había que decidir algo, teníamos toda la noche para ello. Mientras pensábamos y asimilábamos lo que habíamos hecho, mantendríamos el rumbo...


martes, 29 de enero de 2008

Malmö (5)

...
- José, Francisco, bajad ya a la máquina por el amor de dios. Cuantos menos seamos delante de esos hombres, menos errores podremos cometer.
Con rapidez desaparecieron los dos hombres mientras los demás nos quedamos en el puente a la espera de que aquel hombre oscuro y su ayudante entraran en el puente. Los sonidos metálicos y pausados de sus botas contra la escalera oxidada que daba acceso al alerón de estribor dieron vuelta a mi estómago. Si no fuera por la rebelión de mis piernas a causa del pánico creo que ya estaba corriendo a lanzarme por el costado babor contra las frías aguas del puerto.

- ¡Heil Hitler, Capitán Salke!. Coronel Openbach a su disposición.
- ¡Heil Hitler, Coronel!. Si no le importa acompáñeme al cuarto de derrota.

Como pude le llevé al pequeño cuarto de derrota justo a popa del timón que hacía las veces de camastro en navegaciones duras y sin opción de relevo. Me entregó de forma áspera un sobre lacrado con las instrucciones referentes a “la carga”.

- No debe abrir el sobre hasta no encontrarse a más de 10 millas al norte de Kiel. Esta vez la carga es algo más “molesta” y no queremos problemas de última hora. En su viaje les acompañarán para su protección el teniente Günter y cinco hombres de mi escuadrón, aunque no creo que este cargamento les de algún problema, ¡ja!, ¡ja!.
Su risa carente de alegría era un elemento más de la propia burbuja de terror en el que vivía aquel espectro humano. Con la misma se giró y con un gesto de su mano derecha enfundada en cuero me espetó un ¡heil Hitler! sin siquiera detenerse a que le contestara, sabía el miedo que desprendía hacía mi y eso le causaba placer.

Por fin abandonó el puente. Había que ponerse manos a la obra, los camiones ya estaban estacionados con su deprimente carga. Serían unos veinte camiones, todos iguales en cinco filas de cuatro.
- Rianxo, Clavería vamos a cubierta a esperar las indicaciones de los soldados a ver cómo metemos a esa pobre gente. Fortaleza y paciencia, no nos queda más remedio.
Como un ejército derrotado acudimos a recibir a otro cautivo, hundido y con cada mirada igual a la del siguiente, inexistente, perdida en algún lejano lugar abandonado a la fuerza. Sin miramientos, los soldados fueron empujando violentamente a aquellos muertos vivientes hacia las bodegas de nuestro pequeño carguero. Por cierto, perdón por no decir el nombre de tal barco, a popa llevaba escrito “Alpdrücken”, matricula de Rostock, ahora sé lo que significa, en aquel momento solo era eso, un mal sueño.
Su teniente se aproximó a mí para indicarme que permanecería en el puente hasta zarpar. Fue todo un detalle por su parte el no tener aquel sabueso husmeando a nuestras espaldas. Las bodegas uno y dos fueron agolpándose de gentes con una característica que difería de lo que estábamos acostumbrados a ver en documentales y películas. Eran todo o casi todo hombres, jóvenes y mayores pero hombres. La mezcla de los restos de carbón con el calor humano sin posibilidad de renovación del aire hacía de las bocas de las bodegas un cañón que no cesaba de exhalar un vómito de la vergüenza imposible de olvidar jamás como ser humano.

Comencé a hacer señas a los soldados para abrir la bodega nº 3. Se negaron obligando a introducirse los hombres restantes del último camión entre las dos bodegas.
- Esta bodega es para las bolas de acero, Capitán.
- ¿Bolas de acero? ¿Para qué?
- Estos hombres han sido los mas rebeldes en sus campos de trabajo y hemos de dar “ejemplo” para que nadie les siga.
- Pero, ¿qué clase de “ejemplo”? Nadie los verá allí donde vayamos.
- Se equivoca, Capitán. Varios de ellos, los mas “afortunados” volverán para contarlo.

No podía aguantar mas, su sonrisa a medias entre el sadismo y la ignorancia hizo que, con una excusa sobre la maniobra, saliera corriendo al castillo de proa. Allí, junto a las maromas, entre la cabullería vomité mientras lloraba de terror e impotencia por vivir semejante atrocidad. Qué maldito mal sueño nos había metido allí. Me faltaban tan sólo dos semanas para desembarcar en Lisboa, descansar con mi familia y sin embargo me encuentro en medio de la vorágine criminal más grande de la historia de la humanidad. “Resiste, Joaquín, es lo que te queda hasta encontrar el final”, me decía a mí mismo, necesitaba darme fuerza y dar seguridad a los demás.

Cuando volví a cubierta pude ver como Clavería junto a Rianxo hacían las indicaciones al estibador para la estiba de las “bolas” en la bodega nº 3. Me quedé con ellos, de José Luis y Francisco no sabía nada, pero era mejor que continuasen abajo hasta nuevo aviso.

Llegó la hora de zarpar. Con ayuda de un pequeño remolcador fuimos separando la proa lentamente de aquel muelle, tétrico para mi eterno recuerdo. Enfilamos la bocana de Kiel con rumbo inicial Norte hasta alcanzar las millas que permitieran abrir las instrucciones que me entregó el oficial de las SS. La salida de este puerto era larga aunque siempre había sido bella para mi, por ser como un pequeño simulacro de fiordo noruego o de una gran ría gallega. Esta vez no había espacio para la contemplación, solo deseaba que la vieja y oxidad proa de aquel carbonero alcanzase ya mar abierto y abrir la maldita carta, y ya se acercába el momento…

lunes, 28 de enero de 2008

Malmö (4)


…No estábamos a bordo del Spee, aquel buque era más pequeño y, no sé, ¿más clásico?, perdón por no explicarme mejor, pero en aquel momento los instrumentos de a bordo no eran ni de lejos los que yo llegué a manejar cuando comenzaba mis singladuras de imberbe marinero. No había ni siquiera un radar por viejo que fuera. El timón era una mezcla de rueda de madera con ribetes de bronce dorados, inmaculados y brillantes que deslumbraban a aquella hora de la madrugada con el amanecer empujando por el mismo y eterno lugar de nacimiento. Poco más podía encontrar al primer golpe en aquel puente estrecho como un pasillo.

- ¡Arriba todo el mundo! ¡Joder, arriba! ¡ya!

Mientras todos se incorporaban a la vida real o eso es lo que pensaban, yo me mantenía fijo pegado a los cristales del puente. Estábamos atracados en un puerto alemán, hacía poco que había dejado de nevar, nuestro nuevo barco era un pequeño carguero, sucio y negro de haber traido carbón en alguna singladura anterior. Si esto ya era extraño, aún mas era ver que en el puerto, escoltando toda la eslora del barco, había unos cuantos soldados alemanes con uniformes de la II Guerra Mundial.

- ¡Joaquín! Pero de qué vas vestido.

José Luis me miraba extrañado, tenía razón, ni yo mismo me había percatado. Llevaba uniforme de capitán de la marina mercante a la vieja usanza. Pero lo mejor es que él iba de la misma guisa. Creo que iba a volverme loco.
- Mírate tú, José. Vas como los de las películas de guerra que tanto te ríes.
- ¡Joder! ¡Qué está pasando!
- No lo sé, pero vamos a seguir este simulacro de obra de teatro hasta el final. Clavería, tu y yo vamos a salir a cubierta como si fuéramos a comprobar los amarres. Si todo es tan alucinante como parece seguro que hablamos un alemán con acento del mismo Berlin. José, tú y Francisco id a echar un vistazo a la sala de máquinas a ver qué pieza de museo os encontráis. Si no hay novedad no vemos aquí en veinte minutos. Rianxo, atento a todo desde aquí.

Salimos por el costado de estribor, el muelle se veía metro y medio mas abajo, los cascos relucientes de los soldados reflejaban con diferentes ángulos el incipiente amanecer. Hacía frío, pero nos ardía el cuerpo. Nos fuimos acercando a la plancha en la mitad de la eslora del barco y me decidí.
- Clavería, tu tranquilo que voy a comprobar si ya estamos muertos.
Metí mi mano en el bolsillo de la chaqueta, saqué un cigarro al que rasgue la boquilla y me lancé hacia la plancha.
- ¡Capitán!
Creo que nunca había oído que me llamaran así. “Después de todo no esta mal esto de vivir una alucinación”, pensé.
- ¡Soldado! ¿Tiene fuego?

Fueron segundos tan largos como la maniobra de atraque al llegar a casa. Aquel hombre no se giraba. A la segunda intentona se giró y con un gesto de disculpa se aproximó hasta la parte del muelle sobre la que descansaba la plancha. Bajé hasta allí y me jugué por segunda vez el pellejo y el de mis compañeros. Mientras me daba lumbre le pregunté.
- ¿Para cuándo tenemos la carga?
Me miró algo extrañado, “la he cagado”, pensé. Pero al segundo comenzó a reírse.
- ¿La carga? No sabía que ahora llamaban ustedes así a esa escoria. Esos malditos judíos los traerán al mediodía. La carga ¡ja! ¡ja!

Me quede blanco. Gracias a la poca luz que daba aquel sol incipiente no debió darse cuenta. Volví sobre mis pasos con Clavería pegado a mí como un sello, encaminándonos al puente. Allí les conté lo que había hablado con el soldado en perfecto alemán. Llegaron José y Francisco así que tuve que repetirme.
- Me lo creo, Joaquín. Las máquinas son como las que me contaba mi abuelo. Están en perfecto estado y será sencillas de manejar. Pero no entiendo que vamos a hacer con esos judíos en un barco de carbón.
- Pareces un poco atontado esta mañana. Pues haremos lo que hacían en esas películas que te hacen tanta gracia. Llevarlos a alguna parte o simplemente tirarlos al mar. Ya nos lo dirán, estos nazis lo deben de tener todo siempre escrito y tabulado.

Todo nos quedamos mudos después de aquello. Nadie acertaba a pellizcarse para comprobar si realmente estábamos en algún intermedio antes de morir, quizá era esa ya la verdadera muerte o habíamos descubierto un nuevo triángulo de las Bermudas en pleno Mar del Norte. No dio para mucho tiempo tal disquisición, pues comenzaron a llegar camiones cerrados de color gris escoltados por motoristas de las SS. Un mercedes SSKL de los que yo coleccionaba de niño se detuvo en la plancha. Un oficial con su ayudante se acercó al soldado y seguidamente tras el gesto del soldado aquel hombre enfundado en un amenazador color negro se encaminó hacia la plancha…


domingo, 27 de enero de 2008

Contigo al Andar

La vida es un trueque, una venta, una transacción.
donde en el cambio saldrás siempre ganador.
Aunque tu vida sea un saldo,
aunque tus encantos no valgan ni en oferta,
cuando no se pegan por ti en la subasta,
aún así serás siempre ganador.

Tienes la vida entera al nacer,
mas tuya no es.
La vendes en trozos de amor, comprensión, ardor,
o la malvendes en envidias, celos y dolor.
Siempre te dan algo por ello sin tuya haber llegado a ser.

Nos guardamos lo que eleva nuestro caché
no lo damos siquiera a quien no nos ve
nos vestimos de galas que aturden al que las ve
para en vano subir lo que ya derrumbó.

Es a la vida a la que le debo lo que soy
es al amor a quien encargo la guía, el plan,
la manera de dar sin vender, de querer al amar.
Es al amor al que le pido buscar y encontrar,
es a la risa a la que pido volver a llorar
con lágrimas de felicidad, sollozos de tranquilidad
mientras quien a mi lado está me impregne de sí,
mientras aprendo a mirar para poder enseñar
la verdad de la Vida que deseo soñar...





...encontrando el infinito contigo al navegar.

sábado, 26 de enero de 2008

Malmö (3)

... Aún sorprendidos todos, menos José Luis y su engrasador que hacía años que no trabajaban en una sala de máquinas con tanto brillo y esplendor, comenzamos a preparar la pequeña travesía de unas quince millas de tornaviaje a Hull. Realmente aquello era una lotería para los cinco que íbamos a bordo. Navegar unas cuatro horas si la mar no empeoraba más, entregar el buque y quedar a la espera que la consignataria nos enviase en avión a Bremerhaven, es decir, varios días sin hacer nada por el mismo sueldo.

Todos estaban contentos menos yo, que no cuadraba aquel mensaje en mi lógica, aunque creo que no cuadraría en la de nadie. En eso sonó el teléfono del puente
- ¡Preparados aquí abajo, capitán!
- Menos coñas, José. Arrancamos en cinco minutos. ¿Algún problema en los controles?
- Nada que no se le de bien a un profesional. Anda, dedícate a pilotar y deja lo difícil a los maestros, ¡ja! ¡ja!
La maniobra fue sencilla, no había muelles ni otros buques próximos que sortear. Rianxo iba conmigo, mientras Clavería se mantenía en cubierta ojo avizor por cualquier novedad, “walkie” en mano. El Spee era rápido, dábamos los 16 nudos sin esfuerzo, algo que nunca se me hubiera pasado por la cabeza en nuestro pequeño “Almudena”.

- Joaquín, aquí pasa algo con el servo[1]. No consigo enfilar los 270º.

Comparé la orden desde el timón, el repetidor de la pala del mismo y el rumbo real comprobando que Rianxo estaba en lo cierto. El rumbo era 350º, casi Norte. Llamé a José Luis que, después de comprobar el equipo, me llamó para decir que desde allí todo estaba bien y que iba a subir a comprobar si había algún defecto en la trasmisión de la señal.

- Nada Joaquín, esto está todo correcto, la orden que llega abajo es la correcta y lo mismo aquí arriba. No entiendo nada.
- Yo tampoco, el caso es que vamos con rumbo norte a 16 nudos y sin posibilidad de avisar por radio. Hay que parar.

José Luis bajó para hacer la parada, fue imposible. Cortaron el suministro de combustible, pero aquellas máquinas mantenían sus 80 revoluciones sin ningún atisbo de agotamiento. Me llamó y en menos que el motor dio otras ochenta vueltas estábamos todos, incluido Clavería, en el puente. Las caras de todos eran poemas de distinta métrica, los había de rima consonante y cuadriculada como los de Rianxo y José Luis, o los de libre y asonante como los de los demás. Les conté lo que había visto, justificando mi mutismo a que el mismo Don Mauricio se rió de mi. No sabíamos qué hacer, ni qué decir hasta que a Rianxo se le ocurrió algo de lo más oportuno.

- Clavería, bajemos a la cocina que he visto allí unos buenos vinos y las cámaras estaban repletas. Ya que tenemos la cabeza vacía de ideas, vamos a llenar los estómagos.

Aquél arranque de Rianxo nos tranquilizó un poco a todos. Comimos y bebimos siempre pendientes de algún buque a la vista, a quien hacer señales con la pistola de bengalas. Pero aquel momento no llegaba, mientras, José Luis y Francisco, el engrasador, habían dejado de bajar a la sala de máquinas. De vez en cuando bajaba el segundo a comprobar que todo estaba en orden esperando una parada, pero desistió de hacerlo pues carecía de sentido bajar a comprobar si todo estaba en orden en una máquina que funcionaba sin combustible.

Llegó la noche y ninguno quisimos ir a cualquiera de los camarotes de la tripulación o del pasaje. Con unas mantas encima nos repartimos las horas de guardia y nos echamos a dormir en el mismo puente. Necesitábamos mantenernos juntos, unidos ante lo imposible, lo increíble, lo inexplicable.

Me costó dormir, pero lo hice profundamente. Aquella noche soñé con mi familia mientras disfrutábamos de las últimas vacaciones el año pasado en Huelva. Un golpe ronco y violento me despertó, sacándome de mis sueños reales a la irreal realidad en la que flotábamos. El primer disgusto fue comprobar a Clavería dormido como un niño en la silla del Capitán. Dos tortas sin piedad le fueron suficientes para ponerse firmes creo que sin haber despertado aún. El segundo fue mayor, fue peor, fue ver la raya que su cruce puede hacer que ya no retorne uno nunca mas a la consciencia...




[1] Motor que con las indicaciones desde el puente gobierna el enorme timón de la embarcación

viernes, 25 de enero de 2008

Malmö (2)


...Con el café que había dejado en mi carrera todavía fluyendo por el gaznate de Don Mauricio se percató al fin de la situación y me miró.
- Bueno supongo que estamos en maniobra de aproximación y todo eso.
- Si, en cuanto estemos...
- Si, si, si, me llamas al comedor.
Como siempre hacía con todo el mundo cuando estaba incómodo me dejó con la palabra en la boca, dándome la espalda mientras se encaminaba escaleras abajo a tomar “su medicina” en forma de dos copas de Tio Pepe. Hacía ya años que estaba alcoholizado, aquellas dos copas matutinas de fino andaluz era para el lo que para otros el antidepresivo o similar recetado por el médico.

Después de poner nuestro costado de babor a unos dos cables de aquel extraño buque, Don Mauricio me envió a mí junto a Rianxo y otros dos marineros a inspeccionar la nave. Los compañeros libres de guardia nos seguían con la vista desde la cubierta del “Almudena”, mientras el suave ruido del motorcito de nuestra lancha rompía el silencio entre nosotros durante el tránsito entre los dos barcos.

Empezando por mí, creo poder afirmar que nadie se había encontrado semejante “cosa” flotando a la deriva; quizá algún contenedor, o incluso alguna lancha de pesca con problemas, pero nunca eso.
Nos abarloamos intentando que la mar no rompiese el bote contra su costado. Rianxo largó el cabo enganchando éste en una bita que sobresalía de la cubierta. Me encaramé con no cierta tensión por lo que me iba encontrar y por esa sensación tan familiar en mi, algo que siempre me recorre el cuerpo cada vez que pongo pie en la cubierta de un barco. Es como si percibiera que estoy “pisando” sobre un ser vivo, con su pulso constante, sintiendo sus movimientos independientes de los del lugar desde donde pasé hacía él.

Estaba claro, sin necesidad de más detalles que ver sus cabezadas y su nula vibración procedente de sus entrañas que aquel buque navegaba a la deriva. En aquel momento parecía estar sobre un pelele en manos de algún inquieto bebé, aunque este bebe fuera ni mas ni menos que la mar. Todo se encontraba perfectamente alistado, las bodegas con sus tapas cerradas, la cubierta inmaculada, tan solo inquietada y molestada por la espuma de las encapilladas de una mar que se había dado cuenta que disponía de una presa fácil para devorar; no había rastro de marinero alguno.
- ¡Está desierto!
Los dos marineros, Rianxo y Clavería acababan de subir a bordo, mientras, Castillo se quedó a bordo de la lancha manteniendo a esta a la expectativa un poco alejado del buque.
- Rianxo, Clavería, entrad en las habilitaciones, cocina y demás, yo subiré directamente al puente, nos vemos allí si no hay novedad. Nos hablamos por los “walkies”.
Subí atropelladamente primero, aunque reduciendo el ímpetu conforme mis piernas se quejaban cargadas de razón. Y es que la edad y el poco entrenamiento que concede el pequeño “Almudena”, eran argumentos sobrados para relajar el ascenso de las cuatro cubiertas. La verdad es que todo se encontraba verdaderamente impoluto, la iluminación sin una falta, mamparos como salidos de dique, era como si el barco del que aún no conocíamos su nombre estuviera a punto de ser visitado por el armador.


Llegué arriba al fin, era un puente amplio, la luz ya entraba procedente de un sol en plena faena. Supongo que las pulsaciones eran muy fuertes o el silencio ensordecedor de aquel amplio puente hizo que sintiera el puro pálpito de mi sangre golpeando mis sienes. No había nadie. Todo estaba en orden, eso sí, los indicadores de máquinas, el piloto automático, todo estaba desactivado. Busqué la radio pero me fue imposible encontrarla. Mientras lo hacía escuchaba los pasos apresurados de Riaxo y Clavería golpear sobre las escaleras metálicas.

- Nadie Joaquín, no hay nadie. Pero esta todo como si estuviéramos saliendo de dique.
- Ya veo, Rianxo. Bueno todo menos los que te estás comiendo.

Me comuniqué con Don Mauricio, que quedó a la espera de la situación en la Sala de Maquinas a la que bajamos, esta vez desde el montacargas que salía de la cubierta del Jefe.

La respuesta encontrada fue la misma, una máquina de seis cilindros en la que se podía comer en el propio enjaretado, la sala de control con la climatización al punto y los dos auxiliares en marcha generando toda aquella luz y energía para el barco. En el control sólo pude leer varías temperaturas y presiones escritas en un lápiz de trazo grueso. Por fin pude ver el nombre del navío en la pantalla del ordenador del motor, M/T “Spee”. KIEL. Rianxo y Clavería continuaban revisando, tanques de combustible, salas de depuradoras, todos los recovecos que se iban encontrando sin éxito. Comencé a manipular el controlador de la máquina para comprobar el estado y la posibilidad de puesta en marcha. Fue al pinchar con el ratón sobre el icono de “Condiciones de arranque” cuando una pequeña deflagración me sorprendió, quedando la pantalla parpadeando con el texto “Salvadlos, Salvadlos”.


En ese momento entraron los dos marineros sin percatarse de nada más que la expresión de mi cara. Sin preámbulos, sin parar a explicar nada, subimos a cubierta y le explique todo a Don Mauricio a través del “walkie”.

- Vale, vale, Joaquín. Pero aquí el que bebe soy yo. Si el buque está como dices te mando a José Luis y su engrasador y lo lleváis a Hull. Desde aquí comunicaremos el asunto tanto a las autoridades como al armador nuestro. Vete preparando el buque para salir.

Estaba claro que explicar aquello desde un “walkie”, a Don Mauricio no serviría de mucho. Al menos mi amigo José Luis vendría conmigo...

jueves, 24 de enero de 2008

Malmö

Nevaba, las condiciones de la mar no eran tan duras para aquellas fechas posteriores al año nuevo recién disfrutado en los tugurios de Hull. La cubierta desde el puente de mi pequeño barco llevaba un disfraz precioso. Un aparente mullido manto blanco que, de vez en cuando, una ola mal encarada se encargaba de transformar en agua con destino a la inmensa y aún oscura mar mas abajo expectante ante aquel goteo de copos sobre su piel.

Con rumbo Este puro nos alejábamos del puerto inglés de Hull. La maniobra de salida con tanta esclusa y corrientes traidoras había sido agotadora. Habíamos rebasado las doce millas de soberanía y con el barco cargado de coches japoneses construidos en Inglaterra para Alemania, (¡puf! Que lío de países), enfilábamos con prevención decididos a atravesar de Oeste a Este aquel Mar del Norte tan duro a veces. BremenHaven nos esperaba enfrente, como quien dice, sin mucha ansia por vernos de nuevo.

En esta travesía de no mas de tres días, con el cambio de mes me tocó a Rianxo como timonel, no me gustaban sus formas pero era bueno y firme a la rueda y eso era lo que hacía falta en aquel lugar, en aquel tiempo y en mi turno de guardia de 4 a 8 de la mañana. Un turno en el que los cambios de luz dan señales engañosas que un ojo experimentado es capaz de desenmascarar a tiempo.

De un portazo entre con decisión y bastante frío al puente de gobierno.

- ¡Brrrr! Con ese viento y semejante nevada no hay quien pare en el alerón. ¿Un café Rianxo?
- Gracias, Joaquín. Me sentará bien porque he dormido mal esta noche.
- La verdad es que yo también. Supongo que esta mar de través la debe poner aquí Poseidón para que nos olvidemos de los pubs de Hull.
- Y de sus chicas alegres
- Rianxo, Rianxo, que ya no estamos para esos trotes
- Y usted que lo diga, trotes. ¡Ja!, ¡Ja!

Así, mientras hacíamos chistes el aroma del café recién hecho invadió toda la caseta del puente. El tiempo era el mismo desagradable de unos minutos antes, mis huesos seguían igual, calados hasta el tuétano, pero debe haber algo verdaderamente animal propio del instinto, pues la sensación agradable del aroma hizo que despareciera la sensación de frío ya antes de tomarlo. Hablábamos de lo que se habla casi siempre con una taza apoyada en el ventanal frente a proa durante una guardia nocturna; la familia, la última noticia del boletín de Radio Exterior, los días que faltan para llegar a casa y lo que haremos al llegar, algo que casi nunca se cumple. En todo eso estábamos cuando Rianxo, a quien nada se escapaba, se adelantó al Radar.

- ¡Joaquín!¡A babor! Parece un barco con problemas.

Cambié el café por los prismáticos. Rianxo estaba en lo cierto era una barco de poca obra muerta. Parecía un barco de pasaje de esos que navegan por entre el Báltico y el Mar del Norte.
- Rianxo, máquinas en atención, mientras llamaré a José Luís en la sala de máquinas.
- Moderamos José, parece ir a la deriva, no hay señales de la tripulación desde aquí.
- Muy bien mi primero, si es que no hay una guardia que no dejes tranquila. Régimen a veinte vueltas y cambio de FO a DO[1].
Don Mauricio, mi capitán, algo avejentado ya para navegar por estas latitudes entraba por la caseta con su clásico mal gesto mientras se rascaba la barba dura de cuatro días.
- ¡Qué coño pasa Joaquín! Me has jodido el sueño perfecto, en medio del puerto de Mahón con dos hembras a cada lado mientras se enfriaba la paella.
- Mira a babor. Parece que no estuviera nadie a bordo.





[1] Cambio de combustible pesado a ligero para las maniobras

miércoles, 23 de enero de 2008

Volved

Terribles, añorados vientos que ya no sopláis,
tormentas que habéis abandonado vuestro tronar.
Tregua rota, dejándole a la calma en soledad
inundar el espacio yermo para esperar
todo sin vibrar, sin gritar, sin llorar, sin pelear.





Volved, vientos de mar, de sal entreverada
volved, suculento yantar
a sus alas que al infierno van,
arrastrando escotas y palos en su marear.

No será un epílogo, una gaza al amarre sin más
será la nueva singladura que reclama su mar.
La del gran bramante que le espera llegar
donde la lucha final será la unión
entre carne, agua, madera y sal.






Fin verdadero del que lo sueña,
fin eterno ser bala del cañón sobre cureña
que sale disparado hacia donde habita su dueña.
La océana mar, salada y serena que de él se preña.



martes, 22 de enero de 2008

Hay Miedos

Mi estimado censor:

Hay miedos que aturden, ciegan la condición humana. Muchos pensarán que estoy hablando de miedo a la muerte, de miedo a la guerra, a la cárcel, etc. No son estos, el miedo al que me refiero no está tan lejos, ni es tan enorme. No persigo la muerte, ni la cárcel, ni siquiera la injusta guerra. Me refiero al miedo hacía algunas personas por el simple hecho de lo que éstas puedan representar, del papel que ejercen. Miedo a que sus aduladores se confabulen contra ti, miedo en definitiva de segunda clase, miedo frente a algo verdaderamente irreal.

Paseas por la vida diaria encontrando algunos personajes por el camino, los pasillos, la fábrica, unos con algo de poder sobre ti, otros simplemente con el brillo irreal del que se cree tocado por la mano de su dios menor. Te cruzas con ellos, sientes miedo y te plegas a sus deseos, los adulas e incluso un enfermizo “síndrome de Estocolmo” te invade si no te mantienes vigilante. Llega un día en que te das cuenta de quién eres, te repites a ti mismo tu nombre y apellidos, ves lo que eres capaz de hacer por ti, que ellos sólo son limitaciones vanas de su propia sombra y comienzas a caminar.
Tu brillo aumenta en la medida que su sombra disminuye, ¡sus limitaciones aumentan! Son cada vez menos, aunque siempre les quede un resquicio de veneno para dañarte de forma letal. Que eso no te amilane pues el veneno ya lo tenían, (es su naturaleza) y no les temblaría el pulso por mucha que gastaras en adulación si ellos decidieran condenarte.


Me dirás, querido censor, que el cementerio esta lleno de valientes. Es cierto, de valientes que estuvieron vivos, los cobardes siempre estuvieron muertos, pues sus almas fueron verdaderos anfitriones de quien les amedrenta. Te lo dice un candidato al cementerio en la colina de este augusto Caserón.

Por eso, porque hay razones, motivos y luz al final del túnel, no cabe otra opción que seguir a tu conciencia entre los vericuetos, entre los angostos senderos que dibujan las retorcidas mentes de tanto humano enfermizo, pretendiendo imponer su miedo en tu mirada.

domingo, 20 de enero de 2008

Santiago, su Caballero

Cojeando camina del brazo del Capitán,
sabe que corto en el tiempo está su final.
Liberto en conciencia, liberto en lealtad.

Sus amores y odios en su puño se van
acercándose al amigo,
despreciando al ganapán
con un verso sin pena como miga de pan.

Hombre sabio que al débil se aferra,
pues en él busca lo que en otro no existe.
La semblanza de la verdad sin tapujo y despiste
Eso que el fuerte solventa siempre como en cruel guerra.

Sueños tiene, sueños de verdad,
sueños de cielos, sueños de infiernos,
con escribanos, vinateros, majaderos,
que andando van por el camino del mal.
Otra gente hay, poca pero de bien, luchando sin tregua
dando al sueño su respuesta final:
sea tu conciencia la que te guíe sin miedo al andar
así a encontrar salud, vida y un feliz caminar.

jueves, 17 de enero de 2008

Mi Vida

Arrecia un fuerte viento del oeste cargado de humedad. Hasta esta mañana nos golpeaba disfrazado de suroeste correoso hasta que al fin se ha hecho con el cetro del rey de los mares, como escribía Conrad en su “Espejo del Mar”, transformándose en el duro oeste. Como él nos contaba, es el oeste un viento duro y decidido, poderoso en competencia triunfante con el otro rey, el viento del Este.

Hasta ayer machacó la costa gallega, haciendo de la mar una enfurecida mujer con olas de más de 10 metros carentes de cualquier atisbo de piedad. Los dos juntos, viento y mar, se han cobrado su deuda eterna en sangre humana. Ha devorado un pesquero que raudo y de dura empopada intentaba alcanzar uno de los puertos de abrigo. Nunca será suficiente, Poseidón, a veces azuzado por Eolo, es de nervio fácil, cambiante sin premeditación. Tránsitos de humor que vuelan entre inermes y calmas aguas plateadas sobre un sol enamorado de su fluidez, a vómitos de espuma blanca que contrastan con una oscuridad grisácea, una negrura propia de una fabrica devorando carbón.

Es entonces cuando tu barco pasa de surcar de forma suave, rápida, cortando delicadamente la piel líquida como si de bisturí se tratase, a ser zarandeado, a incrustar la proa en el muro de agua que se planta delante queriendo detener tu marcha. En ese momento, desde el puente de gobierno te agarras donde puedes, flexionas tus piernas mientras notas como se detiene el buque un instante eterno por el golpe y lentamente va introduciéndose sobre la masa de agua. La ola va deshaciendo su terrible y mortal embate según recorre la cubierta y tú, tres cubiertas mas arriba esperas el temblor final que tarda en llegar.



Desde el cristal de mi despacho, espejo de un mar que se pierde en la negrura contigua al horizonte, puedo ver como un inmenso rebaño de pequeñas crestas a modo de borregos pastando rodean a un pequeño mercante que apurado larga sus anclas frente a la bahía de Gijón. Corazones turbados envueltos de pieles empapadas de agua y sal se esfuerzan por que no garree el navío, para poder dar así descanso a sus mentes, músculos y sentidos al abrigo del cabo de Torres, testigo de tantas maniobras similares.

Me pregunto qué hay detrás de aquella línea mágica que une cielo y mar. No hay nada, pero pervive un todo inalcanzable. La soledad de quien navega paciente millas hacia ella, la paz interna de saber que es un viaje con la meta en falso pues brotará el mundo terrenal de nuevo, poblado de gente físicamente como tú pero sin la caricia del mar bajos su pies. Las estelas son eso, estelas que solo las puedes dibujar una vez, la siguiente será distinta en tiempo, forma y lugar. Tu mirar sobre cada una será distinto, tanto como cada una.



Subes al castillo de proa donde las anclas esperan el turno de fijarte a la tierra de donde viniste. Su herrumbre las da el aspecto de mágicos monstruos prehistóricos que ahora descansan de su terrible vida luchando bajo la mar. Asomas tu cabeza sobre la punta de proa, el viento producido por los 14 nudos de tu mercante hacer que sientas frío y tus dedos se agarren con fuerza a la amura. Desde allí no se oye el run run sordo de las máquinas, solo el romper del agua como si de un acantilado mecánico se tratara. A veces una ola más fuerte que sus hermanas eleva la proa, descubriendo el bulbo sumergido que se vuelve a sumergir de forma lenta, intentando emular de forma vana a los delfines que tantas veces acuden a jugar con nosotros

Maravilla, simplemente maravillosa es la mar que nos une. Un efecto hipnótico inevitable, sus ruidos, sus movimientos libres del capricho humano. Su atracción por indomable, por azul, por verde, por gris, blanca, por guardan tanta vida, por dar tanta vida.

miércoles, 16 de enero de 2008

Polvo, sudor y hierro... (A mi padre)

.





Velando armas, arrodillado ante el altar,
la noche en vela mientras su dama suspira,
Jimena, la de los condes de Asturias, por él,
hijo de noble caballero en la vieja y seca Castilla
donde la tierra yerma se preña para quien la aprecia.

¡Montes de Oca por el Cid! gritaban los libertos.
Rodrigo fiel a Castilla, a ellos,
del brazo, “Tizona”, su acero y razón,
la que un mal reflejo dio a quien lo desterró.

¡Yo os Maldigo mil veces a vosotros, reyes
porque él no, pues ¡oh, Padre!
qué buen vasallo si tuviere buen señor.

Cabalga Babieca, hazlo sin temor
tus riendas templa mientras digno avanza
hacia el destierro, hacia la desazón
por sentirse abandonado siendo fiel a su señor

Espíritu libre que a sí mismo se encadena
Lucha, servicio, lealtad, ¿a quién? ¡vive dios!
Mejor brazo, mejor par, ¡caballero sois vos!

Campeador fuisteis en justo duelo mortal,
sidi seréis ya siempre en justicia mundial
respeto y justicia con el débil encarnaréis
en vuestra hora y en la llegada del juicio final.


Tantos como él siguen velando armas desde alguna esquina de nuestra conciencia. Soñando con que la evolución humana cambie su sentido. Que retorne al lugar donde decidió perderse, entre los caminos de la ambición injusta y la negación del amor como único motivo por el que mover la mano, por el que detener el golpe, por el que entregar la vida sin morir, por el que vivir.

Rodrigo Díaz, Francisco de Quevedo, Inés Suarez,
Daoiz y Velarde, Juan Martín, Blas de Lezo, Ignacio Jiménez,
Mazarredo, Miguel Servet, José Rizal, Rafael Riego...


martes, 15 de enero de 2008

Buenas Noches, Buenos Sueños

Es casi medianoche, en la radio rechina el programa informativo de rigor. Qué más da la emisora que sea, no hace falta saber su nombre, escuchando a los periodistas “opinantes” de turno te puedes hacer una idea de quién les paga y, por ende, el nombre de esta. El caso es que van ya dando su despedida y bendición en sus respectivas líneas políticas, para dar paso a los programas deportivos que dirán si aquello fue penalti, si los árbitros tal o si los árbitros cual...
A mi lado, entre la penumbra que genera mi pequeña lámpara sobre el portátil, regalo de los magníficos Reyes Magos de Oriente, escucho la respiración rítmica y suave de un niño. Quiso quedarse conmigo y cayó conmigo. Bueno yo caeré en breve. La calma se ve multiplicada por él, que parece así domar los embravecidos golpes que azotan mi pensamiento. Sus ojos cerrados me permiten distinguir entre la misma penumbra dos líneas homogéneas, simétricas que anuncian la clausura de estos.

¿Qué estará sucediendo tras de ellos? Quizá el insondable capitán Jack Sparrow, ese niño malo convertido en pirata al servicio de sus deseos, este dando su merecido a algún pirata legal con bandera de país civilizado, mientras el gran holandés los despide desde su eterno peregrinar. O puede que desde una enorme caravana de camellos, sobre un brioso corcel árabe vaya guiando la caravana a punto de entrar en Samarkanda. ¿Y si nos colásemos entre sus pestañas? ¿Pero cómo? Podríamos despertarlo en medio de una terrible persecución y hacer que cayese atrapado entre la temible tribu de los bandidos Al Jaibin, famosos por comerse a sus prisioneros después de invitarles al festín de la victoria. No, no debemos entrar.

Dejémosle soñar, vivir su propia aventura. Nosotros tan sólo debemos cerrar nuestros ojos, apagar la luz artificial y dejar que la oscuridad natural de esta hora nocturna, junto con la imaginación nos permitan entrar de verdad en el sueño deseado.

Buenas noches, buenos sueños.

domingo, 13 de enero de 2008

Náufragos

Náufragos que navegan sin destino alguno
entre mares oscuros en plena luz.
Polizones de algún corazón inconsciente
de dar lo que no tiene porque le sobra.

Ideales que mantienen el alma dormida
entre laureles de batallas perdidas
que quitaron alegría en sonrisas de infante
por un color que no duele pero mata.

Amores que movieron elevadas montañas
rompieron eternas fronteras cerradas
mientras la comprensión ajena los negaba
y los encerraba entre paredes opacas.

Náufragos que murieron entre olas
de enormes ideales heredados
por antiguos amores olvidados.
Ellos son los que nos demuestran con humildad
la Vida y Obra de la verdadera humanidad,
creer, amar y navegar entre la cambiante realidad.


viernes, 11 de enero de 2008

Dignidad liberta. (Dardanelos, abril 1915)

Es la llamada un grito sin voz desde el Estrecho alargado
donde alegre cantaba el pirata su canción, “Asia a un lado..
Resuenan canciones de antiguos imperios olvidados
que los nuevos al emerger rechazan asqueados,
por sus vicios declarados, sus cuitas aun sin devolver
sus sueños destruidos a gentes muertas y ya olvidadas.













Quizá el nacido en ese Estrecho crea en los que vengan
como el cubano años antes, como el iraquí años después.
Quizá la nueva sangre traiga paz por la sangre vertida
pero me inunda la duda y la turbación, no confío en un nuevo salvador.

Es la dignidad frágil como el viento,
caprichosa como la luna y sus octantes.
Amante de su primer amor hasta el final
de él bebió sus sueños como del Santo Grial,
ya nunca se supo separar, fue uno con ella
sin la que su rumbo se perdía sin final.
La Libertad.

Solo serás digno si eres libre pues dos son uno,
solo serás libre si tú solo lo eres, no esperes.
No creas que otro te devolverá lo tuyo
pues él desea ser libre a tu costa, sin deuda para contigo
Sé libre, deja el andén donde espera el tren de los salvadores.
Sólo entonces su eterna amante acudirá presta a ti.





miércoles, 9 de enero de 2008

Alma Atormentada


Los pasos cansados de aquel alma atormentada
susurraban sueños rotos por la decepción.
Los enigmas se sucedían en su mente causando dolor,
dolor punzante, dolor ardiente por la derrota no planificada.

Su pelo entrecano dibujaba esa barba tierna y acogedora
como la del anciano que en su alma fue naciendo
lenta y delicadamente, sin sentir apenas el cambio
hasta tupir su alma de hojas caducas y sin retorno.

Cuando observaba la vista en derredor nada veía,
nada que no fueran las imágenes de su propio terror.
Disfrazando el ánimo con esmero al menos mitigaba el dolor
algo inexplicable pues todo era un mundo mejor.

Mientras el sol brillaba en su mágico esplendor
generoso y valiente entregando su calor
a quien lo quisiera a quien lo deseara .
Mientras la hierba crecía, las almas sonreían
este alma no aceptaba, no recibía, no compartía.
No se lo enseñaron, no lo aprendió.

Despacio se apagaba mientras su cuerpo reía,

Despacio su alma se moría…

domingo, 6 de enero de 2008

Seguir Soñando

Tantos sueños sin cumplir en el lento cruzar de los días no hacen sino que la espera por el verdadero sueño se haga un triste regalo de lejana realización. Las pocas ventanas abiertas te ahogan sin rubor la poca respiración que requieren tus gastados pulmones. Escucho el forcejear del viento contra las ventanas posadas sobre el tejado. No es tanto un golpear como el pasar de forma brusca convirtiendo la caricia suave de la brisa en un golpeteo brusco y constante que aturde y desacompasa el sentimiento.

En el día de los sueños por excelencia que ya toca a su fin, sólo deseo que continúe cumpliéndose que cada día que termine con la meta de un sueño, algo que no tenga su valía en su valor material, en su tamaño real o en su importancia externa. Que tengamos sueños toda la vida, un sueño cada día. Pequeño, sin demasiadas aspiraciones, pero plantearse cada mañana al afeitarse, al maquillarse o al ducharse un sueño para ese día, con tu mujer, hombre o con el espejo, no hay que agobiarse por la situación personal, pues es suficiente para ello estar vivo y de pie.

Quién sabe, quizá cada noche al esconderte bajo las sábanas tu almohada te susurre al oído, “¡lo lograste, lo lograste!”, o “ánimo el de mañana te saldrá fijo”. Soñar es creer y creer ya es vida, no importa tanto en lo que creas pero sí que lo hagas.

viernes, 4 de enero de 2008

Están Llegando




Ya están cerca, con paso lento pero continuo se aproximan. Sin demoras alcanzarán la cita eterna con la mente y el puerto de la ilusión. Melchor con su perfección hasta en la respiración, su seriedad y extrema bondad, Gaspar que todo lo alumbra del dorado color de la mágica alegría, mientras intenta convertir sin éxito tantas piedras en oro, Baltasar leal defensor de las causas perdidas, de las almas débiles y atormentadas. Los tres encabezan la larga caravana de camellos que desde el viejo oásis, en la vieja Arabia, cuna de las tres religiones, nos devuelven la verdadera paz vestida de ilusión infantil.

Ancianos, niños, hombres y mujeres
en ellos creemos, en ellos esperamos.
Soñando que llegue el día de su llegada,
la noche de su arribada.
Nervios de duda, de feliz desesperación
ojos vidriosos ante su majestad lejana
la que este día se hace simple y cercana,
simplemente nervios por tanta ebullición.

“Cree en mi y existiré” me dijo en un sueño
mientras me perdía en la desesperación.
Creo en vos, en vos descargo la verdad de la ilusión
Pues vos sois la verdadera y real ensoñación
De mi mente, de mi vida, de mi ser

Desiertos inhóspitos que aturden la razón
la nuestra, supervivientes en la desazón
diaria de una rutina cruel y despiadada
repleta de dunas traicioneras y sigilosas
ocultado vuestra vida e ilusión certeras.
¡Arribad a nuestro sueño en la noche mágica!


Allí os esperamos, con el ansia de la ilusión,
con la ilusión de un niño.

jueves, 3 de enero de 2008

No Apagar Nunca ( a Marina)

Acudo a mi puesto de combate diario,
allí donde apuro el esfuerzo del día,
ese que me lleva al otro lado de la ría,
donde reside la razón de tanto retorno no deseado.

Leo en letras mayúsculas una orden tajante
no apagar nunca parece que mande,
parece que ordena, parece que ahí se plante.
¿No apagar nunca? ¿No apagar qué?

Mi corazón tal vez, el tuyo quizá, el de él tal vez,
las ansias por salir, los deseos de entrar.
La ilusión por creer en la realidad imaginada,
La sonrisa encontrada en el reflejo de tu cara.

¿No apagar nunca? ¿por qué?

Por ser tu la que silenciosa me esperas,
entre hilos y madejas, acurrucada entre las mantas.
Porque siempre hay luz pendiente de ser encendida
que quiere serlo mientras se oculta detrás de tu mirada



miércoles, 2 de enero de 2008

Tímido al Nacer

Asoma tímidamente la proa por el embarcadero,
su limpio olor a brea lo delata como infante imberbe
a la espera de infinitos golpes de mar que sin piedad lo desteten
de Kronos, señor silencioso y eterno que generoso lo entrega
sin dudar entre enormes brazos crueles de hombres sin nombre,
entre brazos con armas, entre brazos con poder,
entre brazos que aman, entre brazos que sueñan con poder.
Alcanzar ver su caída y su fin sin que a ellos les duela
su alma por perder, por morir, por no llegar al final.

Nacido fuiste en la noche que mató a tu hermano,
muerto serás en similar hora por el que inexorable te sigue.
Mas los días serán igual y las noches solas llegarán
solo nosotros quedaremos entre tanto esperar
entre tanto bregar, entre tanto llorar, luchar
entre reir, trabajar, amar, volar, dormir, cantar.
Solo nosotros tenemos la clave del día, la llave
que nos demuestra que cada uno muere cuando despierta
pues de nuevo nace cuando eso sucede,
cuando despierta.







No hay años, no hay días, solo vida que vivir entre propósitos que cumplir