viernes, 16 de diciembre de 2016

Chispas y estrellas

Golpe inesperado sobre la aleta de estribor,
un instante y todo cambia del delirio al dolor.
Golpes morales sobre alienadas conciencias
nunca para semejante derrota entrenadas.

Simple y complicado, todo del mismo lado,
singladuras sempiternas sin detener su andar.
Simple Lo que al cielo ya esta entregado,
complicado seguir porfiando en navegar.



Besos y raíces nacientes desde donde uno escribe,
Miradas  y sonrisas vueltas al vendaval liberto
donde la chispa titila en verdad ya liberada.

Sol que alumbra entre rendijas de necias compuertas,
olas derribando ignorantes puertas batientes,
frente a la pura mar, furiosa sobre los corazones
anegando, evitando distingos entre sus embates
provocando el refugio único, al que solo Ella te podrá llevar,
Sentir, sentir, sentir, sentir.

Rasgando la mar por orgullosa roda roja,
avistando Tu estrella en eterna compañía
desde lo alto mientras  proteges a estas dos almas,
Metálica una, de carne otra; tuyas, de nadie más.

Preciosa la noche, ganando milla avante a la Vida;
sin saber, sabiéndolo ya,  con el fin por derrota final.
Brega y combate por el que guiar  sentidos,
pliegues imaginados y con cada ola superados
como escala real de paso entre mis sueños y tus sentidos

Late el Corazón

Por Ti, por la Apuesta que de ello se traspone ante mi.
Corazón y andar, donde estas botas calzadas de quilla y rezón
dejen estela y sensato avantear por un verdadero latido sin razón.


viernes, 11 de noviembre de 2016

Sueños y Raices


Tantos sueños vivos entre vigilia,
tantas metas libres en permanencia
erguidas con tenacidad e inocencia,
combatientes frente a la homilía.



Sentido vigente si el corazón late
frente a voces negras, fútiles,
sempiternas entre excusas reales,
cobardes, sin fuste que así las delate.

Manos desnudas pintando el cielo
en colores vertidos desde mi alma
a cada instante de destello de calma.



No hay cenizas sin fuegos, ni meta sin destino,
definiendo cada piel en su tacto,

como cada sueño en su asombroso impacto.




sábado, 5 de noviembre de 2016

Desde mi atalaya

Luces de puerto que rielan en la ensenada oeste, calmas, silentes sin  interrupciones, dejando huellas imborrables por inexistentes. Un poco más al norte la negra oscuridad hierve ahogada entre los designios por lo que vendrá tras su telón. La calma  que  parece eterna, en pocas horas huirá a uña de caballo como quien no sabe mantenerse como tal ante  retos de furias y vendavales, sabedora de su alternancia sempiterna.

Reflejos de interior que se confunden en su éter salino mientras golpeas un teclado que todo lo acepta. Retos nuevos en las mismas cuadernas sobre viejos libros, viejos recuerdos vividos  que se vuelven a visionar en cada ventana, buques de acero entrando y saliendo ayudados por pequeños  mulos de carga que pese a su fuerza nunca se harían a partir mares más avante de unas pocas millas al norte. Recuerdos que se cruzan entre luces rojas  y verdes, blancos topes de popa, mientras recala un mercante, de una caja sale un manojo de viejas fotos a bordo de otros buques, padres sin apellido del que se  dispone a largar estachas y maromas sobre norayes cansados y resignados a  dar firma a cada nave.

Ventanas cerradas tratando de evitar la entrada de sus vientos, con su aroma  a sudor y hierro humedecido entre agua y sal. Ventanas que siguen queriendo aislar el seco y rutinario golpe de la maza sobre el futuro mamparo que dará alas  entre golpes de mar a almas contradictorias por el ansia de partir esos mares mientras se combaten en el ansia de regresar al brazo  donde el calor se siente.

Atalaya recuperada por la que poder recibir lo vivido sin  sentirlo abandonado, desde donde poder ver al pequeño navío  metálico ávido de viento que descansa a menos de  10 cables desde donde esto escribo. Hermanado con  lo recuperado, amaneciendo cada vez más pronto  entre estrellas reales  tras nubes de realidad.  

Trazando derrota como en cada nueva singladura,  virando el cable del ancla vital, calculando cabos a doblar, puntos de destino imaginarios desde la misma silla donde poder ver si hay rizos sobre las olas en la ensenada y así zarpar a cada amanecida desde la misma mar alcanzada y reencontrada a la vista. Tratando de sentir los caprichos de mi verdadera dama, independiente de los que mantiene vivos sobre su piel, ávida de vientos por los que elevar de suaves pliegues a salvaje piel erizada, sol por el que bullir con la pasión del huracán, del tornado pasional, que todo lo lleva por delante sin calcular daños o dolor ajeno.

Llueve  de forma leve, poco a poco será la fuerza  mayor. No será nunca nada, pues agua sobre si misma nada empequeñece salvo su ansia por superar a su madre océana. Mucho sería si golpease con fuerza  en tierras baldías,  poco es o nada su suicidio entre mares. Pero escuchar su sonido sobre la ensenada en calma o sobre el trapo  de mi viejo navío no tiene parangón, no se puede explicar sin poder sentirlo habiéndolo vivido. Y tras haberlo vivido esta atalaya será la que permita revivirlo al poder ver su lento o rudo golpear sobre la ensenada.



Refulge el arco iris anunciando el frente que ya arriba a boga de combate por el oeste. Alguna luz blanca de embarcación insegura que se recoge se divisa entre el chubasco que, en pura nube a ras de mar, va  devorando el destello hasta convertirlo en la nada. La noche va entregando su destino sobre la derrota solar, por rutinaria  hoy resulta algo nueva como el frío que ya se ha instalado en nuestras vidas.

Trato  de memorizar, grabando en mi  futuro recuerdo las imágenes de las primeras nubes correosas marcando las líneas de ataque posicionadas por la división de  zapadores en forma de viento. No quiero olvidar este momento en calma a este lado de la atalaya, al otro la violencia del frío  entre humedades y vientos como recibimiento que hacen pleno este corazón tras  varios cabos doblados.


Avante de este momento mas cabos habrá que doblar,  desconocidos y  sin más acierto que la suerte de la decisión tomada, el labio mordido y la convicción plena de lo que hubiera de encarar dando máquina a este corazón.





lunes, 17 de octubre de 2016

No lo Hagas



Nada que debas, pero no deseas,
nada que parezca, pero no sea.

No lo hagas. Quizá te duela,
pero después no habrá razón que te consuele.



Espera a verlo, a sentirlo,
sea entonces cuando no permitas perderlo.
Lucha, pelea, disfruta, llora, vive amándolo.



En tu mirada, en tu alma,
pleno será el motivo,
pleno el sentido,
eterna la sonrisa,
y deslumbrante el brillo.

Si no lo sientes, no lo hagas



sábado, 1 de octubre de 2016

El Templo


Oscurece. Mientras, la actividad del Templo bullía sin expectativa de  descanso. La tensión se demostraba con máxima ebullición. La batalla estaba fuera, el fuego en las mentes estaba a un grado más sobre la temperatura cerebral de sus dueños. Mesnadas de voluntariosos partícipes en aquella religión esperaban una señal que los cobijara en sus acciones. Realmente desconocían éstas, solo sabían que debían actuar, como siempre había sido o sus vidas carecerían de sentido.



Pero el Templo no era lo que fue cuando se conformó a partir de  luces divinas forjadas en la lucha frente a la oscuridad, tal y como rezaba en el libro de su creación;  aquellos tiempos, ahora a la vista verdaderamente lejanos, avistados desde la espera tensa se antojaban reales y verdaderos; por desgracia para todos estos solo parecían el continuo devenir de  un sueño interrumpido y por el que hay tratar de justificar su bondad frente a  la amenazante oscuridad.

Los mensajeros  atravesaban los destacamentos de cada mesnada tratando de mantener comunicado e informada a cada  catedral como reales representantes del Templo. Edificios enormes que trataban de simbolizar la grandeza de aquella religión verdadera. Desde el Templo aquellos mensajeros  hacían llegar sus mensajes a los portadores de mitras y báculos en diferentes colores. Nadie podía decir donde estaba ubicado el Templo,  era un secreto que, aunque  presente en cada  conciencia, nadie deseaba sacarlo a la palestra de la realidad por no descubrirse a su propia realidad funesta.


Habían sido ya casi cuarenta ciclos vitales en los que  habían regalado a sus mesnadas la justa  demostración de la bondad y la necesidad de su defensa ante oscuras intenciones. Pero  el acceso al poder, la capacidad de sentir su magnética sensación, con la que poder alcanzar lo que no son capaces siquiera las riquezas como último fin, hizo que  desde el Templo se abriera la capacidad a cada Catedral de su  propia  ambición.

En tanto  la ambición fue degradando mitras y báculos, las fieles mesnadas en guardia por defender  esa religión permitieron  de una manera semiinconscientes que su defensa constituyera el principio de lo que ahora parecía un indefinido fin.

No muy lejos de su reino, antes rodeado de plena jungla boscosa  como frontera a su ordenado verdor y comedido arbolado exento de la furia  selvática circundante se veía ahora rodeado  de un áspero desierto al que no aventurar sus vidas y haciendas por saber segura su pérdida total.

No había respuesta  que anteponer a los cambios avistados. En otros tiempos ya irrecuperables el espíritu del Templo o el mismo ánimo de sus mesnadas al mando de sus respectivos maestres hubieran bastado para partir  el  envite a sangre y fuego. Hoy no había reacción. Uno de los obispos trató de  acercarse a un  mundo anterior, de ganar el espíritu perdido. Desde el Templo, sobre las vestiduras rasgadas, se enviaron mensajeros a la catedral donde aquel obispo fuera de rumbo trataba de llevar  el báculo en un sentido ya perdido.

La reacción  no se hizo esperar. Los destacamentos  asignados  a su catedral asediaron esta, mientras, el resto de obispados mantenían alerta sus respectivos sagrarios, altares y casullas  al tanto de una posible caída. Su propia evolución no les permitía iniciativa alguna. Todo el reino aguardaba expectante.



El obispo, tan obispo como los que le observaban a distancia, se decidió por romper el cristal y recoger los restos de la espada  astillada que se ocultaba bajo el altar de su catedral. Deseaba  rearmarse ante pequeños arciprestes emergentes que iban  ganado el prestigio por ellos perdido, mostrar que él también había recuperado el arma   con la que combatir el desánimo.

Pero ya nadie era nadie, ya nadie fiaba. La suerte estaba echada, el Templo no permitiría cambios  que solo significasen destrucción de un modo de dominar y servir que había sido inoculado, de forma lenta pero efectiva, entre los que mandaban (o eso creían) y los mandados. Todo lo que podría venir amenazaba esto y, con mucha probabilidad, la labor concienzuda entre las conciencias de tanto súbdito para seguir siéndolo mientras   creía ser un verdadero dueño de su destino, llevaría a la atomización de un reino real y sobre todo a la destrucción del reino virtual existente en las mentes de todos.

Era ese reino virtual  la base del alimento del Templo. A través de él, todo el mundo  se sabía en el mejor de los reinos posibles, con la forma de vivir más justa y si eso caía de sus conciencias, la confrontación, la división y seguramente la  amenaza de destrucción de su sistema los llevaría a proclamar una liberación que no era otra cosa que   seguir el mismo sistema, pero por medios violentos, tal y como se había hecho hace más de cuarenta ciclos solares.

Tal situación no podría durar,  eso haría que de nuevo las mentes de sus mesnadas se abrieran al conocimiento, a la valoración, a la crítica, al estudio, a la participación. Las mentes ahora alienadas entre mil y un estímulos  embotados  a través de los medios  tan desarrollados en este momento, retornarían al origen humano de la búsqueda a partir de uno mismo y esto acabaría por  abrir  el templo. Y cualquier entrada de luz sobre su interior lo desintegraría.

El obispo oportunista  lanzó  su mitra desde la torre de la catedral mientras  transformó su báculo en un escudo. Trataba de demostrar su no agresividad, su cercanía y su presta acción a la defensa. Poco tiempo después bajo al exterior donde se arremolinaban las mesnadas. Antes de comenzar a arengar  a la multitud tan poco preparada como él a esas  cosas,  tuvo la suerte de que entre ellas y él su propia curia lo separase en actitud reaccionaria.

Fue conducido al salón de la libertad  que cada catedral disponía en su interior, sempiterno lugar donde nadie ajeno a cada curia podía saber que sucedía.


Desde el Templo solo deseaban una sucesión de pasos que devolviera la situación a sus términos apetecidos. En las mesnadas la situación se estaba volviendo peculiar, dado que la orden tajante era la de mirar siempre en la dirección de cada catedral nadie sabía lo que pasaba tras de sí.  Realmente el grueso de aquellos ejércitos cada hora transcurrida era mas y mas exiguo y eso podía suponer cualquier cosa…




lunes, 26 de septiembre de 2016

“El tiempo no es más que una ilusión que nos hace respirar”


Mientras, el náufrago en el inmenso mar de la sociedad trataba de subsistir desde el centro de su misma razón como justificación del por qué, del motivo de su supervivencia.

Por más que oteaba  en las 32 cuartas  la inmensa vida dibujada por infinitas vidas paralelas que  atravesaban su indolente derrota no avistaba un punto al que hacer  rumbo de su ánimo.  Días luminosos, otros de terribles temporales, días que lo apabullaban  pudiendo ver en derredor, hasta rozar con otras embarcaciones, sin encontrar razón clara por la que navegar en conserva con algún grupo que no parecía tener más certeza que la suya. Noches en las que no existía nada más que sus propios pensamientos en el silencio tétrico de la inseguridad por el objeto de su existencia.



La radio en sus múltiples canales no aportaba ideas que enfocasen sus terribles dudas, tan solo  informaciones útiles para mantenerse con vida, pero nada que permitiese que esa misma vida fuera útil por sí misma.

Los infinitos náufragos como él mismo cruzaban las derrotas, pequeños golpes entre cada embarcación permitían la relación, los comentarios, pero nada  hacía presagiar  que podría descubrir la ruta acertada hacia el Shangri-La, hacia el lugar por el que cualquiera puede imaginar acometer el supremo esfuerzo y la mayor apuesta vital frente a mares y vientos. Cada quién se la imaginaba de una manera, aunque en muchas ocasiones era la misma vestida por mantos de tradiciones, mitras, o viejas ansias tintadas de avaricia. En cada intercambio de información la respuesta era siempre un fracaso. En muchas ocasiones eran grupos numerosos de náufragos los que  navegaban agrupados en pos de alguna luz extraña o destello imaginario sin razón, tan solo azuzados en sus ánimos por la suma de los que en el mis rumbo y demora trataban de ganar millas.

Las noches en su oscuridad impenetrable hacían de la soledad algo terrible, solo encontraba consuelo por las lunas antojadizas que de vez en cuando se  permitían aparecer para trazar estelas de plata rielando en combates de orgullo por brillar con mas hermosura.  En aquellos instantes sin nada que alterase los pensamientos era cuando sus deseos se conseguían alinear, cuando las mil y una razones por la que dudar y tratar de encontrar motivos inexistentes, desaparecían y solo el silencio mezclado de los destellos entre cada luna le devolvían a su profundidad interior mientras sonreía. No sabía exactamente  qué  rumbo tomaría  al alba, no encontraba el motivo de cada  minuto con vida, ni el momento en el que dejaría de funcionar su razón, sus pensamientos, sus deseos.

Pero ese silencio, esa paz lo devolvía a sí mismo, donde reside la verdad de tu ser, donde puedes descubrir si dispones de verdades propias por las que  mantenerte cuerdo. El náufrago fue reencontrando primero una verdad, después tres, mas tarde encontró  más y fueron tantas  que acabaron transformándose en una  enorme.  Como una aguja imantada esta verdad comenzó a marcarle rumbos desde su propio ser, una energía magnética que era él mismo quien la aportaba sin saberlo, sus nervios, músculos, huesos en cada  paso hacia esa única verdad parecía alegrar el cuerpo en su totalidad, terminado en la parte más hermosa del hombre, que no es otra que la boca en sonrisa verdadera.

Amanecía y en cada alborada sus rumbos eran ya propios, alcanzando en pequeñas dosis  ese Shangri-La que todos buscaban en bruto. Esas dosis eran puertos de recalada  tales como  el  humilde y recogido puerto,  con su rada casi siempre libre, llamado “Prescindir”; mas avante, entre palmeras que lo ocultaban,  se aprovisionó en el puerto escondido de nombre “Sorprender”. Otra singladura  le llevó a un puerto sobre las alturas de una montaña de agua en continuo fluir de nombre “Generosidad”. En cada puerto su ser era cada vez más grande y sin embargo era siempre el mismo. Eso creía él, pero en realidad ya no era un punto en medio de un mar de soledad repleta de otras almas. Ahora su brillo, molesto para algunos,  gracias a su libertad interior y su capacidad por leerse entre cada renglón torcido de su razón, le permitía estar con los demás náufragos sin buscar en cada uno algo que le permitiera explicarse lo que ya sabía.

Así, de día marcaba rumbo y demora   en demanda de puertos maravillosos que en realidad estaban ya en su interior, mientras deseaba las noches para encontrase con las lunas caprichosas que lo hicieran disfrutar entre sus combates por ser la más bella.




Sin llamarla, la Felicidad, selecta y caprichosa, se decidió por pasar de vez en cuando por su embarcación…


viernes, 9 de septiembre de 2016

Corsarios. (y fin)


...Cada miembro de la dotación ya estaba lista en su puesto, tras más de tres años eran uno solo, todo sabían su cometido, no habría en todo el Caribe navío de la Real Armada que tuviera una mejor compenetración, nada como el  saber hacer equipo, el liderazgo verdadero sobre tu propia gente. Con el Bergantín al pairo fueron desembarcando en las dos lanchas  sobre una pequeña playa hombres  armas y munición. Arpeos para el abordaje, zunchos y sables, frascos de fuego. A través del largomira, Don Diego pudo comprobar la existencia de una escala de potente factura sobre las que estaban ellos acostumbrados a disponer colgada de la amura de babor sobre la que descansaba abarloada una chalupa. No habían dispuesto cuerpo de guardia, el acceso no parecía complicado. En aquel silencio solo acariciado por el rumor de las hojas al viento ahora suave se podía escuchar ruidos metálicos en su interior. Nadie estaba tranquilo, el temor a algo tan desconocido dominaba cada corazón;  sabía que debía  reforzar en el ánimo a su tripulación y se dispuso a ello.

-        - Caballeros, no levantaré la voz, así que escúchenme lo mejor que puedan. Muchos de ustedes desearían desplegar trapo y huir hacia otra latitud donde no se encuentre lo que tenemos frente a nosotros a menos de tres cables de distancia. El origen de nuestro temor. Eso solo serviría para mantener tal estado de miedo a partir de ahora ante cualquier cabo que doblar, cualquier puerto donde recalar en el que pudiera encontrarse semejante especie de monstruo que como recuerdan nada nos hizo al pasar cerca de nuestro bordo. A pesar de que nada nos hizo, su incógnita, su extraña forma, su diferencia sobre nuestra forma de ver esta vida nos llevó al miedo. Bien, pues este es el momento, nos enfrentaremos al miedo de lo desconocido, descubriremos su poder o su miseria y tras ello podremos avantear sin temer  que aparezca, pues ya sabemos lo que  hemos de hacer frente a una situación así. Confío en ustedes como siempre lo hice con el huracán más grande o en el combate más feroz. ¿Qué puede significar esto? ¿Muerte, dolor, incertidumbre? ¿Qué significa nuestra brega diaria?¿lo mismo? Si, lo mismo, así que vamos a descubrir la cara a ese desconocido.

      Nadie dudó un instante las razones, y el respeto por quien las exponía fueron suficientes.

     Mientras el bergantín se posicionaba remolcado por una de las lanchas  a babor del extraño navío con su artillería preparada a una señal de Don Diego para abrir fuego, los hombres  en la playa reembarcaron en la lancha restante para acercarse sobre la escala metálica. Una vez posicionado el bergantín la otra lancha recogió al resto de los hombres de la playa y lentamente subieron a través de aquella escala.

    Aquel extraño abordaje se fue convirtiendo en algo más parecido a otros hechos antes sobre goletas, mercantes britanos y otras víctimas, fondeados en otros puertos a los que  cazar y marinar a lugar seguro. Pero aquí la cubierta era de metal,  el vibrar desde su interior acababa por retumbar en cada corazón. Con la intuición por motor de búsqueda Don Diego alcanzo el puente de mando del mercante aunque él no podía saberlo. El olor a la pólvora de sus dos pistolones cerca de su rostro mientras apuntaba para protegerse, lo mantenía sereno como tantas veces.

Bandera de corsario español en 1748
      De pronto una explosión a proa los despistó mientras el destello los cegó a todos. Tras la parálisis se vieron rodeados de  más de una cincuentena de hombres que los cerraban el paso desde la escala real hasta el puente mientras varios los apuntaban con unos mosquetes finos  y de una factura extraña para su acostumbrada vida violenta.

-       -   ¡¡¡Quietos, quienes seáis!!! ¡¿¿¿De dónde habéis salido con esta estampa???!

       Don Diego bajó sus armas mientras se presentaba.
-         
       - Señor. Mi nombre es Diego de Córdoba, corsario al servicio de las armas del Rey Católico, estos son mis hombres. Nos cruzamos en mar abierta hace tres días, el 1 de febrero de 1739, y no supimos qué eráis. Tras el temporal corrido que nos llevó más al este de nuestro destino decidimos arribar a esta pequeña isla, por tranquila y  en ella os encontramos. Nada queremos sino saber qué sois y qué hemos de temer  sin por ello renunciar a morir combatiendo si no hubiera otra elección.

  El rostro de Ramón Ugarte, capitán del Mercante “Butron” con matrícula de Bilbao era  indescriptible. Ordenó bajar las armas a sus hombres.

-         - No sé qué clase de broma es esta, no sé qué paso con esa explosión y con ustedes aquí. Mi nombre es Ramón Ugarte, capitán de este barco  de nombre “Butrón”. Vamos cargados de mineral de hierro. En realidad nuestro destino es Liverpool en Inglaterra, pero la guerra, los submarinos alemanes y un tremendo temporal cargado de rayos y tremendas explosiones nos arrastró hasta la mitad del Océano. Perdimos el gobierno de la nave y los vientos, más las duras corrientes nos plantaron en medio de las Islas Martinica y Santa Lucía. Nuestro rumbo una vez reparados de fortuna era Cartagena de Indias donde reparar y tratar de volver… aunque.¿ Y dice que 1739?

   Don Diego no entendió la mitad de lo dicho aunque si la esencia, no estaban en su ruta, eran compatriotas aunque trataban con ingleses y estaban en problemas.

-         - Si, capitán Ugarte, 1739

-         - Pues si me permite el año en el que estamos será del Señor, pero de 1917.

     La situación grotesca y sin sentido los llevó a la calma y con ello un leve acercamiento. Se dio aviso al Bergantín para fondear cerca del mercante. Con el paso del tiempo fueron  encontrando razones para conocer sus respectivas historias, de ahí a comer juntos… a beber juntos y a tratar de encontrase en tiempo y lugar.

-        - Capitán De Córdoba, estoy impresionado, es cierto que desde que amaino el duro temporal con aparato electrico no hemos divisado tráfico alguno de mercantes, esta es en una zona donde es ruta regular entre Caribe y África Central. Quizá seamos nosotros los que hayamos pasado a su tiempo y no al revés. Nuestra emisora de onda media nada recibe. La verdad es que la paz nos lleva acompañando varios días, sin noticias de armadores sedientos de flete, de guerras de las que huir, de descargas en puertos grises repletos de mineral disuelto entre lluvias perennes y de familias con sus problemas de subsistencia ante nuestra angustia por alimentar. La miseria en nuestro país es  cada día más dura, nos explotan mientras no paran de enriquecerse por la ventura de una guerra a cargo de nuestras desventuras vitales. Si no fuera por nuestras familias le aseguro que no habría una mínima razón por regresar.

-         -No se crea vuestra merced que en esta época la situación es similar, la vida vale poco si no tienes buen padrino, eres de origen con pedigrí o dispones de caudales  en exceso. Eso sí, le puedo decir que gracias también a otra guerra, la que mantienen nuestro país con los ingleses actuamos al corso desde hace tres años; ha sido desde ese instante cuando nuestra vida se rige por nuestro propio devenir, dependemos de nosotros, de los vientos y del miedo que podamos infundir a quien se aviste  en las 32 cuartas. Nos regimos por reglas propias originarias de la temible piratería del siglo pasado y a pesar de la violencia, la paz reside a bordo de nuestro pequeño bergantín al lado de vuestra extraña nave. Os ofrezco nuestra vida a bordo, podremos combatir de donde sacamos ese sustento muchas veces amplio aunque estos britanos poco  de valor llevan en sus bodegas; pero eso ya lo hacen ustedes por lo que entiendo aunque con poco rédito. Aunque el triunfo es casi nuestro si le quitamos dos diezmos para su majestad, el deleite y el sufrir también es nuestro, ese sin diezmo real. La vida puede ser tan corta como se pueda imaginar, pero intensa y plena por lo mismo. Creo que en vuestro mundo esto último no es así, sus vidas parecen grises y sin más futuro que  los minúsculos diezmos que os entregan vuestros señores. Podemos acogeros, estoy seguro que con vuestra nave podremos capturar una buena fragata que nos permita hacernos al corso unidos y con espacio. Os podremos enseñar buenas tácticas y forma de lucha y por vuestra parte métodos y sistemas de navegación de mas garantías que las nuestras.

El capitán Ugarte mientras escuchaba, observaba las miradas de sus hombres, los gestos cansinos,
derrotados, vencidos por la costumbre y la falta de expectativas. En cambio en los rostros  asombrados de los hombres de Córdoba la imagen era la contraria, podía descubrir en sus miradas el gesto de quien es dueño de su destino, de quien se sabe perdedor en el final de la partida, pero hasta esa, que es la de todos, todo se jalona de victorias frente a la mediocridad de lo vivido por ellos.
El alba les despertó con la voz del vigía en el bergantín.

-        -  ¡¡¡Vela al sur!!!

- Los dos capitanes se miraron y ya en pura sincronización la sonrisa se abrió entre ambos. La presión en la caldera con el carbón existente era mas que suficiente para interceptar la nave, en aquellas latitudes podría ser fragata britana, una buena presa a despecho del inglés.

-       -   ¡¡¡Zafarrancho!!!

Todos a una, unos manejando el monstruo de acero y remaches, los otros preparados para abordar si es que fuera necesario  se movilizaron al unísono...

“3 de febrero de 1917. Agencias. El mercante Butrón con 2.600 toneladas de registro bruto ha desparecido en aguas del Cantábrico. Se sospecha su hundimiento por las patrullas submarinas alemanas. Que Dios, nuestro señor se apiade de las almas de sus tripulantes”

“9 de septiembre de 2016” Agencias.  Unos buceadores pertenecientes al club de buceo de Puerto España (Trinidad y Tobago) han encontrado los restos de un mercante hundido frente a la Isla de Patos. Al parecer podría ser un tipo de vapor de principios del siglo XX y su nombre,   tras varias inmersiones se ha identificado como Butrón, mercante de bandera española. Este buque se registró en la lista de los 84 buques hundidos por los submarinos Alemanes durante la gran guerra en el Cantábrico y no se encuentra explicación alguna de su situación en estas latitudes. Una comisión de la marina Mercante Española junto con el embajador de España en Venezuela acuden…”



Mas de 2 siglos antes dos navíos al corso hicieron el terror entre la flota britana durante el resto de aquella guerra y sus celebraciones eran conocidas en todo el Virreinato de Nueva Granada. Dos temibles comandantes eran los que llevaban en volandas aquella pequeña flota  conocidos como De Córdoba y Ugarte. Dos años después de su encuentro frente a la Isla de Patos en el Golfo de Paira, se batieron el cobre junto a Don Blas de Lezo en Cartagena de Indias haciendo que el culo de Vernon fuera por delante de su espalda en la derrota mas grande que tuvo la pérfida Albión.

Don Blas de Lezo y Olavarrieta

jueves, 8 de septiembre de 2016

Corsarios (1ª)


Brumas necias, tozudas en su movimiento, nada que se moviera era avistado por los hombres de su capitán. Don Diego de Córdoba, corsario al servicio de su Majestad Católica. Corre el año del señor de 1739, la guerra al inglés prosigue en todo el Caribe.  Las previsiones de los  britanos no se venían dando como ellos preveían. Tras mas de cinco años de guerra  el dominio del mar y sus acciones corsarias no rentaban lo mismo que las del bando de nuestro capitán. Las flotas de su Majestad Don Felipe estaban cada vez mas prestas,  mejor dispuestas y  sobre todo la acción corsaria sobre las colonias del norte sufrían lo indecible para sacar alguna mercancía con un mínimo seguridad  hacía la Isla de Albión.

Don Diego, hombre ya bragado en mares y tormentas, en persecuciones sobre metas inalcanzables con la misma fe del  converso,  apostó con su bergantín en ganarse el futuro al corso frente al inglés en esta maldita guerra de la oreja de Jenkins. Que ya lo dijo el refrán “quien roba a un ladrón, cien años de perdón”. Y si de ladrones hubiera que hablar, nada mejor que la raza britana en su extensión con la b de botín en el lema de su escudo

Disponía de un veterano Bergantín hecho para el comercio entre Cartagena, Puerto Cabello y Cádiz.  Vida dura con buenos caudales  en medio de riesgos y venturas sobre la incierta mar, dama al punto caprichosa  que como tal, nunca serías vencedor, sino humilde superviviente sobre los cambiantes pliegues de su húmeda piel. Al inicio de esta guerra entre rivales  oceánicos la oportunidad presentada fue clara y  Don Diego invirtió parte de su pecunio en afinar y alistar su bergantín como rápido corcel con el que trepar sobre los panzudos mercantes britanos. Mercantes que  fuera cual fuera su bandera siempre llevarían su nave hasta los topes y hasta en una persecución con clara derrota, jamás largarían una arroba de mercancía la mar.

Armó la nave de 12 cañones,  8 de 12 libras y el 6 de 8 libras, ganó espacio  en sus bodegas para  aumentar la dotación de hombres, arnas y munición con seguridad, reforzando el aparejo, afirmó y aseguró la jarcia firme y de labor, aumentó en altura ambos palos y con ello la superficie vélica, todo ello en lo que le garantizara de seguridad a la navegación. Don Diego era un hombre  organizado, planificador y muy serio; ante semejante proyecto escogió a sus hombres por su lealtad, sus ganas de cambiar de vida sobre su propio esfuerzo y desventura, sus conocimientos y el paisanaje  que esto último une mucho en las adversidades, si  añadimos que estas son causadas por paisanos unidos por otras banderas.

Tres años ganando barlovento a cualquier mercante britano, la mayor parte de las veces vencedor, cargado de buenos botines y mercantes de todos los tamaños a justipreciar en el comité de presas de Cartagena, otras no tan buenas huyendo  con alas y rastreras desplegadas, chamuscados y doloridos, pero siempre libres, a Don Diego y sus hombres aquella vida les había devuelto la propia y la razón por la que estaban vivos que no es otra evitar la muerte  física o virtual que tantas veces , esta última, se nos cuela por no resistirnos a la rutina trepanadora.

De un soplo traidor, como un golpe de ola inesperado la bruma se abrió. El sol a punto de alcanzar su máxima elevación  deslumbró ojos a babor y estribor  sobre cubierta. Un grumete fue el que lo avistó.

-        -  ¡Navío! ¡A dos cuartas sobre la amura  de estribor!

Don Diego, enfiló su largomira, mientras varios de sus hombres escalaron sobre los flechastes para avistar con seguridad y distinguir la silueta aun lejana.

-      -    ¡Velas! ¡¡¡¿Es de los nuestros?!!!



Nadie sabía responder. Aquello parecía algo desconocido.

-         - Capitán, no lleva velas, despide un humo negro como si quemara algo, podría ser un ballenero desarbolado, aunque no es lo normal por estas latitudes. Parece aproximarse aunque no puedo decir qué lo mueve.

Don Diego observaba y escuchaba sintiendo pues era lo mismo que podía deducir él.

       -Toque a zafarrancho. Que los hombres estén preparados pero que no se aprecie  nada. Ice la bandera de nuestro rey. La artillería lista pero las portas cerradas.

-       -  ¡A la orden, capitán!

No existía terror o miedo,  pero si sorpresa y la ansiedad por no saber la forma de encarar semejante actuación. El navío no tenia forma de tal y su tamaño era más de  diez veces el de su bergantín, un tubo enorme despedía humo propio de hoguera de tierra, y la velocidad de mantenía.  En menos de una hora estarían bordo con bordo sin poder evitarlo.

La hora pasó tan deprisa como la navegación de aquella cosa. Tanto avante el uno del otro y de vuelta encontrada se divisaron. Desde una prominencia de la extraña nave un hombre saludo con normalidad al bergantín y Don Diego no hizo otra cosa que corresponder mientras la dotación mantenía los gatillos y las mechas a un grito de la voz de fuego para su disparo, sin imaginar la respuesta de aquel monstruo. Nada sucedió y como se acercó, así se fue alejando. El silencio dio paso a murmullo alimentado por la inacabable superstición que todo lo explicaba entre retazos de santos y monstruos de la antigüedad. Don Diego tomo una decisión. Sobre el castillo de popa convocó a sus hombres y con todos ellos en pie en el combés

-      -  ¡Caballeros! Llevamos más de tres años juntos, hemos visto de todo, nada se nos ha puesto a proa que no hayamos sabido enfrentar. Lo que hemos visto, solo nuestro Señor sabe que es y no nos corresponde tratar de entenderlo. Estamos a tres días de Isla Margarita. Tomaremos rumbo a la Bahía de Guamache a reponer fuerzas y un poco de paz. Allí, protegidos y una vez pertrechados de nuevo saldremos a por nuestros enemigos  eternos que nos darán nuestro futuro cargado de oro.
- 
          -¡A la maniobra!

La calma fue poco a poco ganando el espacio perdido,  con rumbo Sur sureste el Bergantín ganaba millas  con un buen viento por  su aleta de estribor. Fu a la vista de la isla Blanquilla cuando la mar empezó a cambiar de humor, desde los cielos podría atisbarse que el temporal entraba en ciernes. 

-         - ¡Nostromo! ¡Prepare el aparejo de capa!

-         - Ya esta, capitán, hace dos horas  que está listo. Mandare aferrar de mayor y mesana. Esto apunta a momentos inolvidables. Tendremos para contar en nuestra próxima escala al calor de una buena botella de ron.

Aun por la mañana, parecía que la noche estaba  entrando. Dos horas después no había donde guarecerse, cualquier asidero era un lugar donde aferrar los brazos.  La exigua vela de capa mantenía la proa del bergantín en el punto más o menos deseado para poder gobernarlo con alguna sensación de seguridad.   La noche se unió al temporal, los vientos llevaban al bergantín  unas veces sobre la misma mar para después  dejar al navío  en una caída mortal a los infiernos donde el bauprés,  como ariete sobre puerta de muralla sarracena, horadaba espuma y mar  como si el fin  se hubiera encontrado con el árido principio de la muerte. Es  ahí donde se sabe de la fe en tu  interior por la vida, donde se conoce la solided de tu nave, cuando entre los gemidos de sus cuadernas y el cimbrear de los mástiles compruebas orgulloso entre el miedo persistente como   emerge orgullosa la proa escupiendo el agua tragada a babor y estribor; es cuando eres consciente que  ese barco es parte de tu ser que lo sabes parte de tu existencia.

      El alba rayó aunque no se pudiera apreciar, pues la negrura de los cielos se mantenía. Sobre el mediodía comenzó a descargar la lluvia, siempre reparadora y mensajera del fin de las hostilidades. La mar pasó lentamente de sus enormes crestas y valles a una mar tendida gruesa  con un viento cada vez  más suave que acabó por dejar  a la dama caprichosa en un estado de relajada marejada a marejadilla. Comprobados daños, los cuales no fueron de envergadura, trataron de posicionarse.

-        - Capitán hemos corrido el temporal más de 150 millas al este durante la noche. A estribor tenemos las Bocas del Dragón.

-         -¡La Isla Trinidad!.  Piloto, enfile para atravesarlo y larguemos el ferro  a sotavento de la Isla de Patos.

-         -¡A la orden, capitán!

A    Así con el leve, cada vez viento mas flojo, convertido en brisa del noroeste el Bergantín enfiló las Bocas del Dragón.  Tras entrar y bordear la alargada pero pequeña isla por el oeste  decidieron fondear en la primera ensenada al atardecer. La sorpresa fue  mayúscula, el extraño navío sin aparejo estaba allí, su humo lo delataba. Rápidamente  abandonaron la entrada de la bocana, al parecer sin ser avistados.

-        - ¡¡¡Zafarrancho!!! ¡¡¡Todos los hombres a sus puestos!!! ¡Piloto, maniobre para mantenernos al pairo, ocultos hasta que anochezca!

      La decisión de  Don Diego estaba clara, había que acometer los propios miedos sobre su origen. Morir con él o salir vencedores, quien sabe si cargados de riquezas. Esa noche sabría de su destino…