sábado, 30 de mayo de 2009

No habrá montaña mas alta... (10)

…Diez jornadas habían transcurrido desde que Plasencia los dejó más al norte. La villa de Santiponce a una legua escasa de Sevilla daba cobijo a la caravana de mercaderes del textil y la seda que buscaban Sevilla tras casi cien leguas de duro caminar por la meseta sur de la nueva España borbónica. En la cuna de Trajano decidieron recuperar las fuerzas y el resuello de hombres y animales antes de encauzar la entrada a Sevilla.

La guerra hacía pocos años que había terminado, el poderío naval de las Españas estaba resentido por tanto golpe fraterno apoyado de las interesadas amistades de los Francos y Britanos con Austriacos entre ambos. Aún y así el rescoldo incombustible del hemisferio hermano como imán permanente volvía a dar alas a la verdadera razón de reino. Razón que no era otra que la mar y su dominio a pesar de tantas espaldas dadas desde la misma corte. Gracias a gentes como Don Bernardo Tinajero como primigenio puntal y otros que llegarían después se dieron de nuevo alas a los aparejos aún en puro quebranto y de nuevo los mares volvieron a cantar sus versos en el cadencioso verbo castellano por cada uno de los meridianos en los que una brizna de viento osara soplar.


La situación de María y sus dos criaturas, que para ella así los sentía aunque ya ellos se veían como duros bergantes de camino capaces de embestir cualquier situación por brava que fuera, había cambiado gracias a Francisca e Inés. Mediante sus presiones ante Pedro lograron que este los aceptase. Pedro León no era hombre de gran sensibilidad, quizá la vida corrida desde que vieron sus ojos y puedo entenderla no le dio oportunidad de ser de otra forma. El trabajo sin descanso y un padre de dureza implacable eran lo que había forjado su carácter. Con poco tacto se encaró con María, mujer que ante lo dulce así era ella y ante lo frontal de la misma estampa era su respuesta. Aquella entrevista no dio grandes resultados. En realidad eso era lo que parecía pues entre ambos algo surgió como minúscula chispa de fuego. Sin acabar la conversación y con las espaldas dadas, los ojos inexistentes en esta parte humana parecían mantener miradas fijas entre ambos.



Fue la decisión de ambas hermanas lo que aparentemente logró el acuerdo aunque algo inexplicable fuera lo que realmente cerró el trato. Algo que cualquier alma sabe lo que es aunque este narrador no sepa expresarlo con la debida soltura. El pacto quedó cerrado como un contrato hasta tocar tierra americana en donde María sería una criada al servicio de los León incluyendo en este a sus hijos como parte inseparable. El pago quedaba establecido en un escudo de a dos por semana, la manutención y el pasaje hasta la Villa Rica de la Vera Cruz en el Virreinato de Nueva España o tierra católica bajo la soberanía de Su majestad Don Felipe V de España.



Este cambio de la situación propició que el contacto entre María y Pedro León se incrementase pues parte de las labores que sus hermanas tenían como cometido ahora pasaba a ejercerlas ella. Pedro poco a poco, casi de forma imperceptible se acercaba más al carro donde viajaban las tres mujeres. Era esa clase de reacciones que aunque se nieguen, el inconsciente de la voluntad ingobernable que todos llevamos en nuestro interior acaba por doblegar las mas férrea de las decisiones.



No era Santiponce villa de gran porte por lo que acamparon en sus cercanías y así descansaron varios días hasta enfilar Sevilla con decisión el primero de octubre de aquél año de 1722. La legua fue un recorrido parecido al de quien desfila triunfante por el logro de la meta tras el esfuerzo realizado. Silencios solo interrumpidos por muestras de asombro según las siluetas de la catedral, la Torre del Oro, la Giralda y los cada vez más numerosos transeúntes en el trayecto mostraban lo que era una verdadera metrópoli


Y entre las casas que formaban Triana la luz de sus gentes metidos en tantas industrias como oficios y mercados elevaron las sensaciones de María y sus hijos que recordaban los relatos de Juan Delgado a luz de la lumbre días atrás. Casi todo se mantenía como él lo había relatado. Doblando la senda que a Sevilla los llevaba apareció un tumulto de carros, bestias y personas en medio de un griterío aún lejano pero perfectamente audible.


- ¡El puente de Barcas!


El grito de quien comandaba la caravana junto a un gesto de parada hizo que el corazón de María se acelerase de forma inmediata, debía de cumplir su promesa y leer la carta que el “pater” le había entregado con el deseo de que lo hiciera junto al puente que medio siglo antes vio partir a su alma derrotada hacia el norte de la Españas de donde sus huesos ya nunca regresarían jamás.

- Don Pedro, si me permitís y como observo que aún quedarán largas horas antes de cruzar el puente me adelantaré unos minutos hacia el puente para cumplir una promesa que juré cumplir.
- No tengáis cuidado; que Francisca e Inés vigilen a vuestro hijos. Pero permitid que os acompañe y guarde mientras cumplís lo prometido, algo que en verdad honra a quien lo hace.

La mirada de Pedro mezcla de la seriedad de un general y el de un fiel mastín por quién parecía sentirse se cruzó con la de otra mezcla de sorpresa y placer encubierto por una agitada búsqueda de la misiva en su equipaje.



Quedaron los niños con sus ya casi tías mientras al principio a caballo y más tarde a pie entre el gentío que deseaban acceder a la ciudad se plantaron en el pequeño malecón que rodeaba la cabeza del puente a este lado del Guadalquivir. Con el puente a su izquierda y el suave sonido del fluir del río María extrajo el sobre abultado que le había entregado Juan Delgado que ya parecía decir:




Querida María:

Cuando esto leas por frente a ti verás la Sevilla de mis recuerdos. En ella fui hombre y sueño vivo de los mayores proyectos que en el alma de un joven puedan caber. Pero como ya sabrás si has leído mi larga historia era aquella una sociedad de almas recelosas de quien deseaba lo imposible y creía en ello. Sociedad de envidiosos "destilantes" de humores como verdadera sangre letal, acusadores ante mi de ser un loco entre tanto cuerdo, de abrir esperanza entre los que ya no esperaban nada más que la misma vida como esta fuera. Pero sobre todo de amar con inocencia y pasión y de ser correspondido por quién destinada estaba a otras regalías en la sociedad donde la clase era la marca y el sello de destino vital de cada quién.

Encontrarás en esta misiva un anillo y un colgante con la imagen de San Telmo y la fecha de 1673, año en el que mi hijo vería como yo lo vi el cielo sevillano, con los nombres Juan e Isabel, su madre, Isabel de Mallaina y Trujillo. Sé que mientras el Castillo de San Jorge, que tan cerca de ti tendrás al leer esta carta, esperaba a mi cuerpo maltrecho para ser rematado, a ella sólo le quedaba tener nuestro hijo y desaparecer de la vida terrenal para pagar su pecado entre las rejas de alguna de las órdenes que daban forma a los edificios más señoriales de la ciudad.


María sólo te pido que sepas de mi amada Isabel y le des cuenta de mi, que encuentres a la criatura que llevará mi sangre y le entregues este colgante mientras le relatas la vida de su padre. Sé que harás lo que en tu voluntad humana y en tu ánimo celestial quepa que es infinito. No me quedan muchos amaneceres más, quizá cuando esto leas mi espíritu te ronde y te ampare; ha sido mi vida un cúmulo de cimas alcanzadas y descubiertas en las que la verdad revelada no es más distinta a la encontrada en el amor sincero que profesé por mi dulce Isabel.


Que el Señor os guarde a ti y a tus hijos y que en el otro lado de este mundo inmenso os devuelva la vida lo que en este os quitó.


Juan Delgado, Santa Cristina de Lena
5 de agosto de 1772.”






Casi sin terminar las últimas letras de la carta del pater unos tenebrosos tambores anunciaban el paso de los condenados que cruzaban su destino desde el castillo de San Jorge al quemadero de San Diego a través del Puente de Barcas. Desde la orilla tan sólo se podáin distinguir la cruz que abría el paso sobre el puente y los ruidos entremezclados de los caballos y las cadenas de bestias y condenados escoltados por otras cuyos hábitos y almas del mismo color portaban. María se derrumbó junto a Pedro con la imagen de Juan Delgado entre aquel espectáculo de injusticia y dolor…

jueves, 28 de mayo de 2009

No habrá montaña mas alta...(9)

…Los meteoros fueron amables y propios de un verano que tornaba a su fin durante la ascensión a la meseta castellana. A partir del coronamiento y conforme se internaban en la extensa llanura la visión se fue ampliando hasta limitar y dibujar una línea de horizonte hermana a la de la propia mar océana que los aguardaba más al sur. El caminar fue calmo y sin sobresaltos, María cedió su yegua a uno de los pastores que a cambio enseñó el arte de su manejo a sus hijos. Mientras, ella se acomodó en uno de los carromatos que avanzaba junto al resto de la expedición camino de mejores temperaturas invernales.




Así pudo leer aquellos legajos que Juan Delgado le regaló como si fuera aquél su deseo postrero. Poco a poco fue conociendo la historia que acabó por llevar al anciano a las tierras cantábricas desde la rica y pujante Sevilla. Una historia de pasiones sin freno, de generosidad al límite de lo humano entre lances por un honor que sin perderlo había desaparecido como vil robo. Encontraron sus ojos en los impulsos ansiosos por devorar la historia las pequeñas motas amoratadas por la tinta disuelta en agua y sal, tal y como le avisó el anciano. En alguna de estas motas lágrimas nuevas de quien ahora las leía decidieron descansar para siempre con las antiguas.


Pasaron los días; León, Zamora y Salamanca se anunciaron, se presentaron y les dejaron sin siquiera darse a conocer, pues la ruta tan solo las rozaba de forma accidental. Más de setenta leguas distaban hasta Sevilla, la velocidad de los pastores era en exceso lenta y en previsión de los tiempos decidieron que se adelantarían en cuanto encontrasen alguna caravana que se dirigiese hacia la ciudad del Guadalquivir. Varias jornadas después la suerte les condujo a la caravana de mercaderes de seda y textiles que apuraban la compra y venta de los mismos en el mercado de Plasencia a unas doce leguas al sur de Salamanca en pleno Camino Real de la Plata.





Hacía ya varias leguas que los pastores habían abandonado el camino para recogerse cada uno en sus tierras de pasto a la espera de la nueva estación en la que repetir de nuevo la senda desandando lo andado. Por respeto y lealtad a Juan Delgado designaron de todos ellos a dos pastores que acompañasen a María y sus hijos hasta que lograsen integrarse en algún grupo que se dirigiera a Sevilla y Plasencia de la Extremadura fue el lugar donde aquello se logró.



No era casualidad que las gentes a las que María se unieran fueran del gremio de los telares y los textiles pues con pastores de ganado lanar como eran sus guías no les era difícil contactar con tales grupos. El grupo era uno de tantos que se beneficiaba del monopolio del comercio con las Indias por parte del reino de España. Una situación que a pesar de los momentos críticos en los que había quedado el reino tras la cruel guerra de Sucesión, mantenía prácticamente un muy elevado porcentaje del comercio textil entre otros gremios más en manos españolas. Tan sólo el contrabando de los britanos y holandeses y el "navío de permiso" concedido de forma legal desde Utrech a los britanos hacían que este volumen no fuera total.




María y sus hijos fueron integrados junto a los carros de un grupo de mercaderes que provenían de las tierras de Cuenca, tierra de textiles, paños, burieles y bordados. Todos eran hombres salvo dos mujeres de una edad pareja a la de la propia María que en buena hermandad la acogieron en su carro mientras Daniel y el pequeño Miguel ya dominaban el arte ecuestre sobre las dos yeguas de porte señorial, propio de quien fuera anterior dueño y alto servidor de Dios en el viejo reino asturiano. Así, los niños con la facilidad que posee la infancia en tales menesteres se hicieron con la aceptación y confianza de los hombres de aquella parte de la caravana. Al fin y al cabo eran los más pequeños de todo el peculiar séquito que caminaba en dirección sur.



Francisca e Inés eran los nombres de las dos mujeres, cuya tez morena como el barniz de maquillaje de un sol recio castellano se concentraba en los ojos de un marrón claro y brillante por la juventud insultante que competía con la propia de María, aunque para ella el sosiego de los golpes vitales sufridos hacia de la tres parecer la mayor. Con el andar, el comer y el compartir lecho alrededor de hogueras nocturnas fue sencillo unirse entre confesiones de respectivas historias en el tránsito desde Plasencia hasta la Mérida romana, árabe y castellana.


- Ahora que hemos alcanzado confianza, pues así lo percibo entre las leguas recorridas a vuestro lado os he de contar algo más de lo que aún no os he confiado y que me atormenta conforme la distancia a nuestro destino se reduce. Mi objetivo, el mío y el de mis dos criaturas no es otro que el de partir a las Indias en busca de lo que se me ha negado en mi propia tierra.
- ¡Dios sea alabado! María, nosotras, junto con nuestro hermano mayor, Pedro, también deseamos arribar al Nuevo Mundo. En Beteta, que tal nombre lleva nuestro pueblo y su comarca, se hace complicado cumplir el sueño de crecer como mercader sin dueño o señor que ahogue tu ilusión. Es nuestro motivo, bueno el de mi hermano y nosotras con él establecer nuestra industria y saber de los paños en la Nueva España o donde nos lo permita el Virrey. Dicen que desde Veracruz es posible encontrar tierras de pasto y cultivo y con ayuda de Dios y de nuestra fe podemos hacer una realidad de un deseo. Pero, ¿qué razón os lleva a temer tal intención?


Con algo de temor y la voz entrecortada acabó por relatar lo que tuvo que pasar en sus últimos meses

- Por esto que os relato, es mi vida casi la del que huye aunque no tenga pecado ni culpa. Es por ello también que no tengo permiso de autoridad alguna para embarcar en navío del rey y me encuentro con el temor por no saber cómo conseguir tal prebenda real.




Nuevos sollozos comenzaban a brotar cuando los brazos femeninos de Francisca e Inés ahuyentaron tales demonios del ánimo. Mientras, las voces de los niños trajeron consigo aire fresco con qué liberar tal atmósfera pobre y de pura asfixia para que las palabras unidas a los verdaderos sentimientos no cayeran en el saco roto de la frustración. Las hermanas sabían que aquello tenía solución y esta se encontraba en su hermano mayor, Pedro, hombre siempre pendiente de la mercancía que una vez María y los niños quedaron embarcados bajo su responsabilidad en Plasencia, los olvidó en los brazos seguros de sus hermanas...

martes, 26 de mayo de 2009

No habrá montaña mas alta... (8)

… La claridad con calma pero sin pausa alguna fue dominando los ya cansinos tonos grises de los cielos que acogotaban el viejo reino de Asturias, dando paso a momentos de verdadera sensación de libertad en un azul que hermanaba el cielo liberado con la mar eterna. La primavera echó el resto y dio ratos de cálidas veladas frente a la chimenea. Mientras, Juan Delgado en una segunda vida regalada por la providencia, les intentaba describir como era la Sevilla grandiosa que él abandonó alrededor del año de 1672. Las miradas de los niños creaban el estímulo perfecto para que el anciano no deseara terminar cada esquina de su historia. Conforme el verano se aproximaba el calor dio el paso franco para disfrutar de cortos paseos desde la cabaña hasta la Capilla de Santa Cristina. Desde el verde promontorio la vista era grandiosa en cualquier dirección. Al sur, un muro de roca parecía crecer a cada mirada lanzada como una amenaza silenciosa contra su determinación. Eran aquellos momentos cuando María perdía su aplomo pensando lo que habría de aguardarle tras la línea quebrada que ocultaba su destino.











Los pastores y las buenas gentes bien enseñadas por el capellán acogieron a la familia con la discreción que siempre demandaba Juan Delgado para todo, pero con la dulce sensación de sentir tal situación como la de un regalo cuasi póstumo para aquel hombre santo para ellos al que todos conocieron con la misma sotana y casi las mismas arrugas, como si hubiera sido siempre parte del viejo paisaje agreste, húmedo y fértil de aquellas tierras. Al fin y al cabo era la persona más vieja de la comarca y la más cargada de bondad.



Agosto entró por derecho tras el mes de julio soleado y vistoso dando paso a las vísperas de una marcha que comenzaba a hacerse por necesaria desgarradora. Hasta entonces nadie había preguntado por ellos ni se habían detectado partidas en su búsqueda. Seguramente Don Román tragaría su dolor y rabia por pecado cometido y con los días de paso darían otro objetivo a semejante gañán de la mentira. De tal manera llegó la fiesta de la Virgen y con ella las despedidas.


- María, hijos míos, el día esta ya aquí. Como veis todo acaba por arribar sin más acción que la pura espera. Mañana habréis de partir hacia vuestro destino; por ello antes del alba os uniréis a los pastores que retornan por las cañadas al sur del viejo reino de León. No habréis de temer mientras con ellos caminéis pues son personas de ley, hermanos míos que me han demostrado en mil y una ocasiones lo que significa la lealtad y el sentido del compromiso. Una vez cerca de la villa de Salamanca os pondrán de camino a Sevilla a través de la Cañada Real de la Plata y continuar así hasta la Sevilla que me vio nacer.


Los tres, casi como uno sólo con sus manos aferradas entre sí a duras penas cerraban el paso a las lágrimas por lo vivido y conocido




- Pater, así lo haremos y con la ayuda de Dios a Sevilla arribaremos sin dilación. Mis hijos y yo, con mi marido que desde la mar nos siente, no sabremos jamás calibrar lo que vos nos habéis dado en estos maravillosos días. Sus relatos de la gallarda Sevilla, sus fiestas, duelos a espada y bullicios a golpe de espuela tras noches de taberna nos ha hecho sentir ya como de tal ciudad en la que vos nacisteis. No sé qué mas os puedo decir salvo daros de nuevo las gracias.


Los tres, cada uno en su tamaño coparon la minúscula corpulencia para fundirse en un abrazo de carne, agua y sal amalgamado todo ello con el puro amor que resulta del franco agradecimiento.


- ¡Basta, basta, por Dios! Vais a lograr lo que no ha conseguido el correr de años, el frio y la soledad. Mis gracias os doy a los tres por hacerme posible revivir mis orígenes y justificar esta extraña espera antes de morir, algo que no comprendían mis entendederas pues no conozco a nadie de mi edad que se mantenga con vida. Ahora se porque nuestro señor tuvo a bien darme algo más de fuerza que a los demás, que todo ha de llevar su porque entre los viejos renglones torcidos de nuestro Señor. Pero volvamos a casa que agosto ya es preludio del frío y hay que dejar todo listo para la partida.


Así en silencio dejaron los soportales de la capilla donde aún quedaba algún romero reacio a terminar el festejo. El andar, aun siendo tan lento como el que iniciaron en los inicios de aquella primavera tenebrosa por los augurios, se sentía sin esfuerzo y en un estado de verdadero trance por los motivos. Ya dentro Juan Delgado se retiró a su pequeño camastro separado de la sala común por un rudo cortinaje de lana basta. Hasta la anochecida el Pater no salió de su pequeño reducto de intimidad. Los niños dormitaban y María se mantenía despierta y pensativa junto al equipaje listo y con la mirada perdida en la hoguera que aún en agosto se hacía necesaria cuando el sol abandonaba el cielo. Con algo de torpeza pero sin ruido Juan Delgado sorprendió a María con un pequeño susto que la sacó de sus tribulaciones frente al reto del siguiente día.


- María, perdón por asustarla, no era esta mi intención.


El pater se sentó junto a ella como tantas veladas ya pasadas


- Mi querida María, has sido como una hija que pude haber tenido y no sé si tendré allí donde vais. Me habéis devuelto a mis viejas raíces, mis viejos sueños que ya tenía olvidados. Sueños que por sentirlos por bien cuando aquí llegue, tan pronto como me fue posible dejé escrito en este viejo rollo de pergaminos que no estoy seguro de su estado y su facilidad para su lectura. No solo se debe a la calidad del pergamino y la tinta que era lo mejor que pude encontrar, también encontrarás trazos de letras difuminadas por algo que no son más que mis propias lágrimas, hasta que se secaron mis ojos de tanto leer para no olvidar.

- Pater…
- Maria, no soy un Pater como tal nombre define al hombre que lo es. Mi vida hasta dejar Sevilla fue la de un joven que quiso hacer trampas al Destino, pero el Destino no se dejó y me castigó con el olvido. Pero no deseo relatar tal historia que es algo triste y larga. Solo te ruego que durante las largas jornadas hasta mi Sevilla leas lo que allí escribí y antes de pasar el puente de Triana abras este sobre, nunca antes. Lo que hagas entonces tan solo será fruto de tu conciencia y para mi será siempre lo justo.

Le entregó los pergaminos enrollados con un cordel y el sobre lacrado. Con suavidad le besó la frente y se retiró a su camastro en silencio. María, muda y agotada por aquella ultima confesión por la conversación se durmió allí mismo con el fuego apurando sus llamas en el último y agónico tocón que ya se agotaba.









El alba abrió las carnes de unos y otros en la despedida. En silencio comenzaron la cabalgada hacia Sevilla. Campomanes y el duro puerto de Pajares asomaban con los primeros rayos del día...

sábado, 23 de mayo de 2009

Cádiz Imaginario



Hace ya vientos que los zapatos abandonaron su andar
retirados por la sincera pérdida del humor que acarrea la mentira
en mañanas que aturden cuando ciega su vista una arenga perecedera
sin vergüenza, de la propia o ajena, todo sea por la plaza tomar.

Sin más espera que la de un puñado de razones cual barniz bastardo
que coloquen su mentira como verdad ambulante ante sus propios reflejos.
Banderas sin lucha y entrega, flameantes sin brillo ni reflejo de sueños,
pues no hay sentido cuando el combate es ya televisado a horario prefijado.

Vagan los viejos caballeros de lanza en astillero y adarga antigua,
tozudos en su fe pues aún portan los sueños sobre su galgo corredor,
alrededor de paredes derruidas aún dibujantes del castillo del pundonor
abatido por las balas negras vomitadas desde cañones de gris indoloro.

Buscando sin encontrar un bosque oculto siempre por si mismo
mil peones deambulan como olas bravas cuando el viento lo exige
arrumbando su propia fuerza sin dudar en el coma profundo
que es dar alas a quien busca su vuelo como burdo narciso.

Doblé el cabo de Poca Esperanza, mas no arrié mi bandera.
Guardé las lágrimas bajo la vieja carta de nombre vulgar
que en otro tiempo aliento dio a una nación enferma y casi sin vida.
Y así me dormí con un sueño brotando en silencio:
el de un viejo Cádiz imaginario de nuevo resistente y libertario.




… Titulo I
De la nación Española y Los españoles
Capítulo I
De la nación Española

Artículo 2
“La Nación Española es libre e independiente, y no es ni puede ser patrimonio de ninguna familia ni persona.”...

...ni partido político, ni grupo de comunicación, ni prelado con mitra y/o báculo, ni progre salvador de tu infantil ignorancia, ni de retro que ora por tu alma perdida, ni de cejas con mirada vacía y palabras cada día mas huecas, ni de barba canosa con ex ministro de defensa bajo sus alas como cobarde sin techo, ni de...

(Cadiz, 1812)




miércoles, 20 de mayo de 2009

No habrá montaña mas alta (7)

Deciamos ayer...
- ¿Os encontráis bien, señora?
María tornó su rostro hacia el lugar de donde provenía aquella voz suave y algo envuelta en tos. Un hombre, encorvado y de raída sotana arrastraba su espalda cargada por los años mientras apoyaba sus pasos en un bastón de dura madera de roble. Sus temores pareció borrar aquél hombre de un soplo cuando sus miradas se hicieron visibles en la cercanía. La limpieza de aquello ojos y la paz que su semblante transmitía alcanzó a liberar en aquellos momentos el corazón de María…

...y de tal guisa continuamos

…María se incorporó del apolillado reclinatorio mientras el viejo capellán la seguía con la mirada. El vaho que exhalaban sus bocas se podía adivinar entre la semioscuridad lograda por las tres velas que a duras penas mantenían su terreno frente a la oscuridad recelosa de mostrar los tesoros de aquella capilla milenaria.


Atribulada por la sorpresa de la aparición del “pater”, pero serena al cruzar su mirada con la de él hizo ademán de plantar sus cansadas rodillas frente al encorvado hombre de Dios.

- No lo hagáis, mujer. No os veo en condiciones de poder levantaros después y yo sé lo que eso significa. Prestadme vuestro brazo y acompañad este cuerpo ya rendido a calentar su osamenta ante los rayos que parece van a horadar al fin tanta nube de nieve y hielo.




María cogió su brazo sintiendo la fuerza viva que desprendía el antebrazo nervudo de hueso y piel. Salieron frente al sol que parecía brillar sin fuerza. Daniel jugaba con Miguel mientras las caballerías se daban un festín sobre los prados cercanos a la capilla de Santa Cristina. Se sentaron sin que niños y animales apercibieran su presencia.


- Mujer y dos niños, buenos caballos, todos alejados del Camino Real. Algo me dice que vuestra merced tiene problemas.
María lo miró, su semblante volvió a tranquilizar la ansiedad alimentada por el miedo, pero no se atrevió a pronunciar palabra. Tan sólo bajo la mirada al empedrado suelo que dibujaba el soportal de la capilla. Su ánimo rayaba el límite de aquellas piedras engastadas, no sentía nada y en aquél instante no le importaba casi nada.
- Mi nombre es Juan Delgado, llevo en esta pequeña parroquia más de cincuenta años cuando me trajeron unos vientos malnacidos en algún corazón pobre de amor y espíritu desde la lejana Sevilla donde vieron la luz mis huesos. Por razones que ya no importan me quisieron castigar dejándome en esta bendita tierra sin saber que los castigos no se logran si sólo te cambian de paraíso. Mujer, no os aflijáis mas delante de este anciano. Nada os hará, podéis estar segura y lo que os azuce el alma de tal manera no puede ser tan fuerte como esas dos almas que corren entre risas y relinchos.

María no retuvo mas sus compuertas ante tanto empuje y desbordó la tensión contenida desde que abandonó la villa de Gijón relatándole al “Pater” sus peripecias, sus desgracias y su meta en aquél momento de apariencia inalcanzable.
- María. No me cabe la menor duda que vuestro corazón es noble y leal. Percibo en vos la fiereza y la decisión más propia de varón en estos mundos en los que nos movemos, algo que desde luego se hace necesario si esa meta soñáis alcanzar. Y mi credo, que nuestro señor guarde por siempre, me dice que ese sueño por el vos lucháis ha de ser no sólo por vos sino por esos corazones en crecimiento que os deben llevar como verdaderas alas del propio Dédalo.
- Pero, Padre. ¿Con qué mimbres hemos de lograrlo si lo que nos persigue es la vieja historia humana de la arbitrariedad sobre los semejantes más débiles y del sueño sólo concedido a los elegidos por los poderosos?
- Con los que tú misma recojas bajo la atenta mirada de nuestro Señor. Ahora deja de lamentar esa suerte que no conoces en verdad su verdadero valor y llama a tus hijos. Acompañadme a mi humilde morada muy cerca de aquí donde podréis descansar y recuperar vuestra calma.


En un lento andar el Pater, Maria, sus hijos y las caballerías encaminaron sus pasos hacia la vieja cabaña del capellán.
La vista no era muy reconfortante desde fuera pues mas se parecía a un pequeño refugio de pastores. Se adivinaba una pequeña construcción de madera de recio roble abundante en los alrededores pegada a una enorme roca granítica. Ataron los caballos bajo un roto tendejón al que arrojaron paja fresca con la que entretendrían sus estómagos y entraron al hogar del buen cura. La sorpresa fue total al encontrar un enorme salón con varias estancias hacia el interior de la roca. No costó mucho avivar las brasas de la chimenea mientras, entretanto, los niños ya habían recorrido todos los huecos que dibujaban su interior. Juan Delgado sonrío ante la mirada de sorpresa de María.
- A todo el mundo que por aquí pasa le ocurre lo mismo. Cuando llegué a La Pola de Lena hace ya medio siglo el viejo cura que allí administraba las almas de los lugareños me expulsó a este sitio con la orden de orar por todos tal y como en la orden manuscrita del obispo de Sevilla decía, haciendo la vida propia de los antiguos eremitas que poblaban las tierras de la vieja Castilla mil años atrás para la "forja de mi arrepentimiento y logro de un seguro perdón por mi gran pecado". Esta roca fue el hogar hasta que los años y la muerte de aquel hombre enterraron con él su sentencia. Poco a poco, con la ayuda de las buenas gentes del lugar construí este hogar donde el cobijo es la norma y el calor la medicina. Las gentes me quieren y ayudan, yo hago lo mismo y el actual capellán de La Pola no hace ascos a quien le aligera de los problemas dejándole libre el cepillo y la misa de domingo.
- No sé cómo podré pagar lo que nos ofrecéis, padre. Le prometo que no seremos una carga para vos y en cuanto recuperemos el resuello perdido nos haremos al camino para ganar la Meseta.
- Si sabéis cómo se ha de pagar tal cosa que no es otra que haciendo lo mismo ante quién lo necesitare. Respecto a lo que decís sobre abandonar este lugar, vos y vuestros hijos os quedaréis aquí al menos hasta que abra el verano en ciernes. Hasta que la caravana de esos a quienes casi dejáis vuestro primogénito que de seguro embarcarán en la Flota de La Nueva España dejen el camino libre, pues a vos no os conviene tal encuentro. Valdrá por ello mas disfrutar de un verano en este lugar y partir tras la festividad de nuestra Señora para así lograr embarcar en la Flota de los Galeones que parte hacia Cartagena.


María, abrumada por aquél regalo de alguien que vestía los mismos ropajes que el que había dejado en Gijón se arrojó a los pies del anciano, rompiendo a llorar sin palabras que superasen tal expresión.

- ¡Gracias, padre, gracias!...




lunes, 18 de mayo de 2009

Frente al Cabo de Poca Esperanza...

Frente al Cabo de Poca Esperanza...






Quién dijo de correr cuando no tenías piernas.
Quién lloraba entre gritos silenciosos sobre la infame traición
de fatales mentiras cruzadas por carnes sin magro pudendas.
No fuiste tú, no fui yo, quizá fue él quien rompió el fuego al cañón.

Caños entre veredas de pasos ya por vividos olvidados,
obstáculos que atoran el viejo camino marcado por la costumbre
con el destino del propio desánimo sólo roto por una mano a los dados
que corten de un tajo la costumbre como frágil vida de estambre.

Desdichas que se vuelcan quilla arriba sol en ristre
olas que imaginan calvarios donde arriar tu bandera
tinta en gotas rayando el papel con verso triste.

Sueños que se van cuando vuelven tras su enésima derrota
ocultos bajo las luces mudas frente a un silencio rancio y soltero
que a nadie desea, que de nadie procede, pero que a todos agarrota.





...arrié mi bandera.

domingo, 10 de mayo de 2009

Horas Perdidas.

(Crónica de un sentir bajo la común terciana que nos invade)

Eliminar formato de la selección

Es como el sueño en el viejo verano de las noches perdidas
peleando entre luces ciegas plenas de un falso resplandor.
Son las vidas falsas,
como estolas en negro que flamean al ser recordadas
sobre un viento humano por terrible y asimismo trepanador.

Ciega sordera embutida entre su inerte deformidad,
grosero dibujo que solo provoca la desidia de lo nunca comenzado
por ser fruto de vidas anidadas entre mil lazos aprisionados con maldad
por siempre noqueadas entre lamentos sobre lo inacabado.

Vuelven los vientos perpetuos por el recuerdo de su propia melancolía
en fiebres tercianas que retraen la respiración libre de quien la desea;
que aturden miradas mientras renacen viejas frustraciones ya sin salida.


Cierras las ventanas mientras apagas las luces sin conseguirlo bajo tu mente.
Sólo queda aislarse, esconder y esperar a que se detenga la tensa calma,
para así dejar que los fantasmas reales retomen su hogar mas al este.
Para que al fin retornen el Deseo, la Ilusión y la Vida como el verdadero frente
que sin tregua, duda o temor planten de nuevo su bandera vehemente

sobre la bendita torre de tu Alma.







domingo, 3 de mayo de 2009

No habrá montaña mas alta (6)


…Un nordeste de pura primavera hacia volar sobre la mar al pequeño falucho en el que Daniel bregaba junto a sus compañeros de faena por extraer de la red abarrotada los jureles que subastarían en la pequeña rula del muelle cuando arribasen a Gijón. Juan Somoza, el patrón del falucho, concluyó que aquella última izada de jurel copaba la capacidad de su embarcación por lo que ordenó proa a casa. El corazón de Daniel volcó sobre sí mismo, estaba a punto de iniciar la acción más arriesgada desde que su vida consciente en medio de la realidad había comenzado a dar cuenta y registrar cada evento ocurrido.

Con el nordeste por el través de estribor el falucho volaba sobre la mar tendida del noroeste tozuda y fiel como siempre, que de forma cadenciosa golpeaba la madera del casco por las amuras. Faltaban al menos una hora para doblar el cabo de San Lorenzo y no menos de otra más haría falta para completar las escasas dos millas y media entre este y el muelle de Cimadevilla. La fácil navegación permitió a Daniel observar la costa cercana a la ciudad que lo vio nacer. Ese invierno y la primavera vivida hasta entonces habían sido extremadamente lluviosos por lo que la rasa costera parecía un verdadero manto de verde brillante hasta los acantilados, que con su gris claro daban la transición del vegetal terrestre al líquido y saldado elemento.


Doblado el cabo de San Lorenzo, la bahía del mismo nombre mostraba la villa en su extremo derecho hacía la que se distinguían acudir hombres y mujeres desde la desembocadura del rio Piles por el otro lado con sus carros y animales de carga vaminar lentamente sobre la playa que unía ambos extremos. Los cañones defensivos que vigilaban desde el Cerro de Santa Catalina sintió Daniel que saludaron a sus ojos como anunciándole futuros venideros junto a semejantes almas metálicas, sin poder saber en qué lugar del mundo tales bocas de fuego harían compañía a sus impulsos.
- ¡Subasta!

La campana de la rula hacía ya tiempo que sonaba llamando al los comerciantes a esta, pues había pescado recién entrado de la mar. Una vez descargado Juan Somoza dio vía libre a Daniel para que marchara a ayudar a su madre. Daniel con gesto rápido dejó el falucho y echó a correr a través de Cimadevilla, era este el camino más corto para llegar a su hogar en la otra parte de la villa donde tenían su hogar cerca de la capilla de San Bernardo en pleno barrio de Bajodevilla. Casi en lo más alto se detuvo para observar a los que en los últimos meses habían sido sus hermanos de mar. Podía oir sus voces desde su pequeña atalaya al lado de la capilla de San Pedro, el mástil del falucho con su balanceo parecía despedirse también de sus ojos. Daniel se giró y frente a la imagen de la capilla se santiguó y rezó un Padrenuestro como le había enseñado su madre.

El puerto de Gijón en el XVIII



Aquella parada le hizo darse cuenta de forma consciente la verdad de lo que significaba todo, la separación para siempre de todo lo que había significado su vida. Como si de un adulto ya se tratase, Daniel decidió recorrer el camino a su casa de una manera más sosegada como deseando quedarse con cada lugar y cada rostro que cruzara para así guardar en el registro de su memoria sus orígenes, los lugares que estaba a punto de abandonar para siempre. Bajo la mirada severa de la vieja torre del reloj donde se hacinaban los criminales de la villa un escalofrío le recorrió el cuerpo como si se viera pronto dentro por lo que iban a hacer. Corrió, casi sin mirar volvió a santiguarse al pasar al lado de la Iglesia parroquial sobre la muralla que la defendía de los embates de la eterna mar junto a la bahía alumbrando su mirada. El palacio de los Jove Hevia con su piedra desgastada por la misma perenne y paciente mar que todo lo cubría en aquella villa le dio paso a la calle donde vivía.
Con tensión, tribulación, emoción, sentimientos encontrados teniendo enfrente el viejo miedo al fracaso fueron pasando las horas frente a la lumbre, entretenidos a ratos con las preguntas inocentes de Miguel, cuidando y limpiando las dos yeguas que los debían abrir paso a la ansiada libertad que no se avistaba entre las angosturas provocadas por las propias desgracias y por las almas de algun desgraciado que pregonaba lo que tras de su sotana no era capaz de cumplir. Al fin dieron las once de la noche en el campanario de San Pedro.
En el más absoluto sigilo, con la noche traidora como aliada abandonaron la villa a través de los humedales que daban paso al camino real a Oviedo. Cabalgaron sin descanso, Daniel con cuero de varias bolsas para el trasporte de cargas había construido una pequeña mochila a medida del cuerpo de su hermano pequeño, y así lo llevaban a turnos su madre y él. En cuanto vadearon el Rio Cutis pasaron al trote hasta perder por fin sensación virtual de retención sobre su casa. Cabalgaron las cuatro leguas y lograron pasar la capital del viejo reino astur hasta despertarles el alba entre ésta y Mieres.
Así, descansando al abrigo de miradas indiscretas y algún que otro escudo que logró aplacar voces ligeras alcanzaron la vieja capilla de Santa Cristina de Lena. Exhaustos y sin aliento se refugiaron bajo los soportales de madera que sus muros sostenían. Los cielos no traían buen presagio, bolsas de grises abotonados sobre un continuo manto de blanco crudo, todos ellos cargados de agua que aún en nieve se podrían transformar paralizaron sus voluntades y miradas. Mientras tanto, las cabalgaduras recuperaban el resuello sobre la hierba fresca que rodeaba a la capilla casi milenaria.


- Miguel, cuida de tu hermano mientras entro a rezar.


María penetró en el pequeño recinto que se adivinaba entre la penumbra, la humedad interior atenazó sus articulaciones aferrando más, si ello fuera posible, la capa que portaba sobre su agotado cuerpo. Un viejo reclinatorio parecía esperar sus rodillas frente a la imagen de la Virgen y el Cristo. Se arrodilló, aunque fuera mas como si se derrumbara frente a las imágenes divinas con sus ya desgastados colores milenarios rompiendo a llorar en medio de aquel silencio casi sepulcral. Sus ánimos, recios ante su propio futuro, se desmoronaban cuando observaba sus hijos y la ascensión que aguardaba pocas leguas más al sur. ¿Debía continuar o rendirse? Un verdadero dilema en su ánimo paralizaba su voluntad. Entre sollozos buscaba frente a su dios la forma de hallar el camino.
- ¿Os encontráis bien, señora?
María tornó su rostro hacia el lugar de donde provenía aquella voz suave y algo envuelta en tos. Un hombre, encorvado y de raída sotana arrastraba su espalda cargada por los años mientras apoyaba sus pasos en un bastón de dura madera de roble. Sus temores pareció borrar de un soplo cuando sus miradas se hicieron visibles en la cercanía. La limpieza de aquello ojos y la paz que su semblante transmitía alcanzó a liberar en aquellos momentos el corazón de María…

Santa Cristina de Lena