jueves, 28 de mayo de 2009

No habrá montaña mas alta...(9)

…Los meteoros fueron amables y propios de un verano que tornaba a su fin durante la ascensión a la meseta castellana. A partir del coronamiento y conforme se internaban en la extensa llanura la visión se fue ampliando hasta limitar y dibujar una línea de horizonte hermana a la de la propia mar océana que los aguardaba más al sur. El caminar fue calmo y sin sobresaltos, María cedió su yegua a uno de los pastores que a cambio enseñó el arte de su manejo a sus hijos. Mientras, ella se acomodó en uno de los carromatos que avanzaba junto al resto de la expedición camino de mejores temperaturas invernales.




Así pudo leer aquellos legajos que Juan Delgado le regaló como si fuera aquél su deseo postrero. Poco a poco fue conociendo la historia que acabó por llevar al anciano a las tierras cantábricas desde la rica y pujante Sevilla. Una historia de pasiones sin freno, de generosidad al límite de lo humano entre lances por un honor que sin perderlo había desaparecido como vil robo. Encontraron sus ojos en los impulsos ansiosos por devorar la historia las pequeñas motas amoratadas por la tinta disuelta en agua y sal, tal y como le avisó el anciano. En alguna de estas motas lágrimas nuevas de quien ahora las leía decidieron descansar para siempre con las antiguas.


Pasaron los días; León, Zamora y Salamanca se anunciaron, se presentaron y les dejaron sin siquiera darse a conocer, pues la ruta tan solo las rozaba de forma accidental. Más de setenta leguas distaban hasta Sevilla, la velocidad de los pastores era en exceso lenta y en previsión de los tiempos decidieron que se adelantarían en cuanto encontrasen alguna caravana que se dirigiese hacia la ciudad del Guadalquivir. Varias jornadas después la suerte les condujo a la caravana de mercaderes de seda y textiles que apuraban la compra y venta de los mismos en el mercado de Plasencia a unas doce leguas al sur de Salamanca en pleno Camino Real de la Plata.





Hacía ya varias leguas que los pastores habían abandonado el camino para recogerse cada uno en sus tierras de pasto a la espera de la nueva estación en la que repetir de nuevo la senda desandando lo andado. Por respeto y lealtad a Juan Delgado designaron de todos ellos a dos pastores que acompañasen a María y sus hijos hasta que lograsen integrarse en algún grupo que se dirigiera a Sevilla y Plasencia de la Extremadura fue el lugar donde aquello se logró.



No era casualidad que las gentes a las que María se unieran fueran del gremio de los telares y los textiles pues con pastores de ganado lanar como eran sus guías no les era difícil contactar con tales grupos. El grupo era uno de tantos que se beneficiaba del monopolio del comercio con las Indias por parte del reino de España. Una situación que a pesar de los momentos críticos en los que había quedado el reino tras la cruel guerra de Sucesión, mantenía prácticamente un muy elevado porcentaje del comercio textil entre otros gremios más en manos españolas. Tan sólo el contrabando de los britanos y holandeses y el "navío de permiso" concedido de forma legal desde Utrech a los britanos hacían que este volumen no fuera total.




María y sus hijos fueron integrados junto a los carros de un grupo de mercaderes que provenían de las tierras de Cuenca, tierra de textiles, paños, burieles y bordados. Todos eran hombres salvo dos mujeres de una edad pareja a la de la propia María que en buena hermandad la acogieron en su carro mientras Daniel y el pequeño Miguel ya dominaban el arte ecuestre sobre las dos yeguas de porte señorial, propio de quien fuera anterior dueño y alto servidor de Dios en el viejo reino asturiano. Así, los niños con la facilidad que posee la infancia en tales menesteres se hicieron con la aceptación y confianza de los hombres de aquella parte de la caravana. Al fin y al cabo eran los más pequeños de todo el peculiar séquito que caminaba en dirección sur.



Francisca e Inés eran los nombres de las dos mujeres, cuya tez morena como el barniz de maquillaje de un sol recio castellano se concentraba en los ojos de un marrón claro y brillante por la juventud insultante que competía con la propia de María, aunque para ella el sosiego de los golpes vitales sufridos hacia de la tres parecer la mayor. Con el andar, el comer y el compartir lecho alrededor de hogueras nocturnas fue sencillo unirse entre confesiones de respectivas historias en el tránsito desde Plasencia hasta la Mérida romana, árabe y castellana.


- Ahora que hemos alcanzado confianza, pues así lo percibo entre las leguas recorridas a vuestro lado os he de contar algo más de lo que aún no os he confiado y que me atormenta conforme la distancia a nuestro destino se reduce. Mi objetivo, el mío y el de mis dos criaturas no es otro que el de partir a las Indias en busca de lo que se me ha negado en mi propia tierra.
- ¡Dios sea alabado! María, nosotras, junto con nuestro hermano mayor, Pedro, también deseamos arribar al Nuevo Mundo. En Beteta, que tal nombre lleva nuestro pueblo y su comarca, se hace complicado cumplir el sueño de crecer como mercader sin dueño o señor que ahogue tu ilusión. Es nuestro motivo, bueno el de mi hermano y nosotras con él establecer nuestra industria y saber de los paños en la Nueva España o donde nos lo permita el Virrey. Dicen que desde Veracruz es posible encontrar tierras de pasto y cultivo y con ayuda de Dios y de nuestra fe podemos hacer una realidad de un deseo. Pero, ¿qué razón os lleva a temer tal intención?


Con algo de temor y la voz entrecortada acabó por relatar lo que tuvo que pasar en sus últimos meses

- Por esto que os relato, es mi vida casi la del que huye aunque no tenga pecado ni culpa. Es por ello también que no tengo permiso de autoridad alguna para embarcar en navío del rey y me encuentro con el temor por no saber cómo conseguir tal prebenda real.




Nuevos sollozos comenzaban a brotar cuando los brazos femeninos de Francisca e Inés ahuyentaron tales demonios del ánimo. Mientras, las voces de los niños trajeron consigo aire fresco con qué liberar tal atmósfera pobre y de pura asfixia para que las palabras unidas a los verdaderos sentimientos no cayeran en el saco roto de la frustración. Las hermanas sabían que aquello tenía solución y esta se encontraba en su hermano mayor, Pedro, hombre siempre pendiente de la mercancía que una vez María y los niños quedaron embarcados bajo su responsabilidad en Plasencia, los olvidó en los brazos seguros de sus hermanas...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Creo...bueno, no....afirmo, que voy a imprimirme todos tus posts, graparlos y tener mi propio libro.......¿Me lo firmarás?