Oscurece. Mientras, la
actividad del Templo bullía sin expectativa de
descanso. La tensión se demostraba con máxima ebullición. La batalla
estaba fuera, el fuego en las mentes estaba a un grado más sobre la temperatura
cerebral de sus dueños. Mesnadas de voluntariosos partícipes en aquella
religión esperaban una señal que los cobijara en sus acciones. Realmente
desconocían éstas, solo sabían que debían actuar, como siempre había sido o sus
vidas carecerían de sentido.
Pero el Templo no era lo que
fue cuando se conformó a partir de luces
divinas forjadas en la lucha frente a la oscuridad, tal y como rezaba en el
libro de su creación; aquellos tiempos,
ahora a la vista verdaderamente lejanos, avistados desde la espera tensa se
antojaban reales y verdaderos; por desgracia para todos estos solo parecían el
continuo devenir de un sueño
interrumpido y por el que hay tratar de justificar su bondad frente a la amenazante oscuridad.
Los mensajeros atravesaban los destacamentos de cada mesnada
tratando de mantener comunicado e informada a cada catedral como reales representantes del
Templo. Edificios enormes que trataban de simbolizar la grandeza de aquella
religión verdadera. Desde el Templo aquellos mensajeros hacían llegar sus mensajes a los portadores
de mitras y báculos en diferentes colores. Nadie podía decir donde estaba
ubicado el Templo, era un secreto que,
aunque presente en cada conciencia, nadie deseaba sacarlo a la
palestra de la realidad por no descubrirse a su propia realidad funesta.
Habían sido ya casi cuarenta
ciclos vitales en los que habían
regalado a sus mesnadas la justa
demostración de la bondad y la necesidad de su defensa ante oscuras
intenciones. Pero el acceso al poder, la
capacidad de sentir su magnética sensación, con la que poder alcanzar lo que no
son capaces siquiera las riquezas como último fin, hizo que desde el Templo se abriera la capacidad a
cada Catedral de su propia ambición.
En tanto la ambición fue degradando mitras y báculos,
las fieles mesnadas en guardia por defender
esa religión permitieron de una
manera semiinconscientes que su defensa constituyera el principio de lo que
ahora parecía un indefinido fin.
No muy lejos de su reino,
antes rodeado de plena jungla boscosa
como frontera a su ordenado verdor y comedido arbolado exento de la furia selvática circundante se veía ahora rodeado de un áspero desierto al que no aventurar sus
vidas y haciendas por saber segura su pérdida total.
No había respuesta que anteponer a los cambios avistados. En
otros tiempos ya irrecuperables el espíritu del Templo o el mismo ánimo de sus
mesnadas al mando de sus respectivos maestres hubieran bastado para partir el
envite a sangre y fuego. Hoy no había reacción. Uno de los obispos trató
de acercarse a un mundo anterior, de ganar el espíritu perdido.
Desde el Templo, sobre las vestiduras rasgadas, se enviaron mensajeros a la
catedral donde aquel obispo fuera de rumbo trataba de llevar el báculo en un sentido ya perdido.
La reacción no se hizo esperar. Los destacamentos asignados
a su catedral asediaron esta, mientras, el resto de obispados mantenían
alerta sus respectivos sagrarios, altares y casullas al tanto de una posible caída. Su propia
evolución no les permitía iniciativa alguna. Todo el reino aguardaba
expectante.
El obispo, tan obispo como los
que le observaban a distancia, se decidió por romper el cristal y recoger los
restos de la espada astillada que se
ocultaba bajo el altar de su catedral. Deseaba
rearmarse ante pequeños arciprestes emergentes que iban ganado el prestigio por ellos perdido,
mostrar que él también había recuperado el arma con la que combatir el desánimo.
Pero ya nadie era nadie, ya nadie
fiaba. La suerte estaba echada, el Templo no permitiría cambios que solo significasen destrucción de un modo
de dominar y servir que había sido inoculado, de forma lenta pero efectiva, entre los que mandaban (o eso creían) y los mandados. Todo lo que podría venir amenazaba esto y, con mucha probabilidad, la labor concienzuda entre las
conciencias de tanto súbdito para seguir siéndolo mientras creía ser un verdadero dueño de su destino, llevaría a la atomización de un reino real y sobre todo a la destrucción del
reino virtual existente en las mentes de todos.
Era ese reino virtual la base del alimento del Templo. A través de
él, todo el mundo se sabía en el mejor
de los reinos posibles, con la forma de vivir más justa y si eso caía de sus
conciencias, la confrontación, la división y seguramente la amenaza de destrucción de su sistema los
llevaría a proclamar una liberación que no era otra cosa que seguir el mismo sistema, pero por medios
violentos, tal y como se había hecho hace más de cuarenta ciclos solares.
Tal situación no podría
durar, eso haría que de nuevo las mentes
de sus mesnadas se abrieran al conocimiento, a la valoración, a la crítica, al
estudio, a la participación. Las mentes ahora alienadas entre mil y un estímulos embotados
a través de los medios tan
desarrollados en este momento, retornarían al origen humano de la búsqueda a
partir de uno mismo y esto acabaría por
abrir el templo. Y cualquier
entrada de luz sobre su interior lo desintegraría.
El obispo oportunista lanzó
su mitra desde la torre de la catedral mientras transformó su báculo en un escudo. Trataba de
demostrar su no agresividad, su cercanía y su presta acción a la defensa. Poco
tiempo después bajo al exterior donde se arremolinaban las mesnadas. Antes de comenzar
a arengar a la multitud tan poco
preparada como él a esas cosas, tuvo la suerte de que entre ellas y él su
propia curia lo separase en actitud reaccionaria.
Fue conducido al salón de la
libertad que cada catedral disponía en su
interior, sempiterno lugar donde nadie ajeno a cada curia podía saber que
sucedía.
Desde el Templo solo deseaban
una sucesión de pasos que devolviera la situación a sus términos apetecidos. En
las mesnadas la situación se estaba volviendo peculiar, dado que la orden
tajante era la de mirar siempre en la dirección de cada catedral nadie sabía lo
que pasaba tras de sí. Realmente el
grueso de aquellos ejércitos cada hora transcurrida era mas y mas exiguo y eso
podía suponer cualquier cosa…