lunes, 17 de octubre de 2016

No lo Hagas



Nada que debas, pero no deseas,
nada que parezca, pero no sea.

No lo hagas. Quizá te duela,
pero después no habrá razón que te consuele.



Espera a verlo, a sentirlo,
sea entonces cuando no permitas perderlo.
Lucha, pelea, disfruta, llora, vive amándolo.



En tu mirada, en tu alma,
pleno será el motivo,
pleno el sentido,
eterna la sonrisa,
y deslumbrante el brillo.

Si no lo sientes, no lo hagas



sábado, 1 de octubre de 2016

El Templo


Oscurece. Mientras, la actividad del Templo bullía sin expectativa de  descanso. La tensión se demostraba con máxima ebullición. La batalla estaba fuera, el fuego en las mentes estaba a un grado más sobre la temperatura cerebral de sus dueños. Mesnadas de voluntariosos partícipes en aquella religión esperaban una señal que los cobijara en sus acciones. Realmente desconocían éstas, solo sabían que debían actuar, como siempre había sido o sus vidas carecerían de sentido.



Pero el Templo no era lo que fue cuando se conformó a partir de  luces divinas forjadas en la lucha frente a la oscuridad, tal y como rezaba en el libro de su creación;  aquellos tiempos, ahora a la vista verdaderamente lejanos, avistados desde la espera tensa se antojaban reales y verdaderos; por desgracia para todos estos solo parecían el continuo devenir de  un sueño interrumpido y por el que hay tratar de justificar su bondad frente a  la amenazante oscuridad.

Los mensajeros  atravesaban los destacamentos de cada mesnada tratando de mantener comunicado e informada a cada  catedral como reales representantes del Templo. Edificios enormes que trataban de simbolizar la grandeza de aquella religión verdadera. Desde el Templo aquellos mensajeros  hacían llegar sus mensajes a los portadores de mitras y báculos en diferentes colores. Nadie podía decir donde estaba ubicado el Templo,  era un secreto que, aunque  presente en cada  conciencia, nadie deseaba sacarlo a la palestra de la realidad por no descubrirse a su propia realidad funesta.


Habían sido ya casi cuarenta ciclos vitales en los que  habían regalado a sus mesnadas la justa  demostración de la bondad y la necesidad de su defensa ante oscuras intenciones. Pero  el acceso al poder, la capacidad de sentir su magnética sensación, con la que poder alcanzar lo que no son capaces siquiera las riquezas como último fin, hizo que  desde el Templo se abriera la capacidad a cada Catedral de su  propia  ambición.

En tanto  la ambición fue degradando mitras y báculos, las fieles mesnadas en guardia por defender  esa religión permitieron  de una manera semiinconscientes que su defensa constituyera el principio de lo que ahora parecía un indefinido fin.

No muy lejos de su reino, antes rodeado de plena jungla boscosa  como frontera a su ordenado verdor y comedido arbolado exento de la furia  selvática circundante se veía ahora rodeado  de un áspero desierto al que no aventurar sus vidas y haciendas por saber segura su pérdida total.

No había respuesta  que anteponer a los cambios avistados. En otros tiempos ya irrecuperables el espíritu del Templo o el mismo ánimo de sus mesnadas al mando de sus respectivos maestres hubieran bastado para partir  el  envite a sangre y fuego. Hoy no había reacción. Uno de los obispos trató de  acercarse a un  mundo anterior, de ganar el espíritu perdido. Desde el Templo, sobre las vestiduras rasgadas, se enviaron mensajeros a la catedral donde aquel obispo fuera de rumbo trataba de llevar  el báculo en un sentido ya perdido.

La reacción  no se hizo esperar. Los destacamentos  asignados  a su catedral asediaron esta, mientras, el resto de obispados mantenían alerta sus respectivos sagrarios, altares y casullas  al tanto de una posible caída. Su propia evolución no les permitía iniciativa alguna. Todo el reino aguardaba expectante.



El obispo, tan obispo como los que le observaban a distancia, se decidió por romper el cristal y recoger los restos de la espada  astillada que se ocultaba bajo el altar de su catedral. Deseaba  rearmarse ante pequeños arciprestes emergentes que iban  ganado el prestigio por ellos perdido, mostrar que él también había recuperado el arma   con la que combatir el desánimo.

Pero ya nadie era nadie, ya nadie fiaba. La suerte estaba echada, el Templo no permitiría cambios  que solo significasen destrucción de un modo de dominar y servir que había sido inoculado, de forma lenta pero efectiva, entre los que mandaban (o eso creían) y los mandados. Todo lo que podría venir amenazaba esto y, con mucha probabilidad, la labor concienzuda entre las conciencias de tanto súbdito para seguir siéndolo mientras   creía ser un verdadero dueño de su destino, llevaría a la atomización de un reino real y sobre todo a la destrucción del reino virtual existente en las mentes de todos.

Era ese reino virtual  la base del alimento del Templo. A través de él, todo el mundo  se sabía en el mejor de los reinos posibles, con la forma de vivir más justa y si eso caía de sus conciencias, la confrontación, la división y seguramente la  amenaza de destrucción de su sistema los llevaría a proclamar una liberación que no era otra cosa que   seguir el mismo sistema, pero por medios violentos, tal y como se había hecho hace más de cuarenta ciclos solares.

Tal situación no podría durar,  eso haría que de nuevo las mentes de sus mesnadas se abrieran al conocimiento, a la valoración, a la crítica, al estudio, a la participación. Las mentes ahora alienadas entre mil y un estímulos  embotados  a través de los medios  tan desarrollados en este momento, retornarían al origen humano de la búsqueda a partir de uno mismo y esto acabaría por  abrir  el templo. Y cualquier entrada de luz sobre su interior lo desintegraría.

El obispo oportunista  lanzó  su mitra desde la torre de la catedral mientras  transformó su báculo en un escudo. Trataba de demostrar su no agresividad, su cercanía y su presta acción a la defensa. Poco tiempo después bajo al exterior donde se arremolinaban las mesnadas. Antes de comenzar a arengar  a la multitud tan poco preparada como él a esas  cosas,  tuvo la suerte de que entre ellas y él su propia curia lo separase en actitud reaccionaria.

Fue conducido al salón de la libertad  que cada catedral disponía en su interior, sempiterno lugar donde nadie ajeno a cada curia podía saber que sucedía.


Desde el Templo solo deseaban una sucesión de pasos que devolviera la situación a sus términos apetecidos. En las mesnadas la situación se estaba volviendo peculiar, dado que la orden tajante era la de mirar siempre en la dirección de cada catedral nadie sabía lo que pasaba tras de sí.  Realmente el grueso de aquellos ejércitos cada hora transcurrida era mas y mas exiguo y eso podía suponer cualquier cosa…