…La plaza de San Juan de Dios volvía a abrir sus límites entre tantas casas de grandes familias. Una de ellas, la que se conocía como de Las Lilas iba a ser esta vez el nuevo frente de batalla sin pólvora y con la única metralla la decisión y bravura sobre el reto de rendir el castillo de alguna dama que osara retarlos. En este caso uno de los dos iba abierto a cualquier fuerte que lo hiciera sin menospreciar almena por prometida torre del Homenaje, que las batallas para este debían de contarse por victorias o retiradas honrosas, nunca derrotas por incomparecencia; sin embargo, el otro ya enfilaba sus huestes azuzadas por el ánimo que se encastra entre los deseos y la ilusión hacia el castillo más brillante según sus puras sensaciones, aunque éste aún no apuntara sus almenas en la línea del horizonte.
Doblaron las puertas volviendo a encontrar el gentío del día anterior en la casa de los Lasquetti. Esta vez habían enviado un mensaje a su compañero Antúnez en el que le decían que se verían en la misma fiesta para en lo posible evitarlo si el asedio se presentaba más pronto que tarde. No parecía que todo fuera a ir como lo habían previsto, pues las dos damas en cuestión no se hacían ver entre tanta máscara. Ellos lograron hacerse con un burdo antifaz que entregaban en la entrada a quienes no lo trajeran, era un mero formalismo pues los dorados de sus uniformes dejaban a las claras quienes eran con la duda para quienes no los conocieran de sus nombres.
- Capitán Fueyo, no hay fragata irlandesa a la vista. Creo que debemos otear nuevas embarcaciones de porte mas hispano que más gracia tendrán. ¡Mira, por ahí anda Antúnez y parece que bien acompañado! ¡Venga, que no se diga de vuestra merced que no se adapta a los mares tal y como presenten sus respetos!
Daniel no tenía ganas de nuevos escarceos donde ver lo que no deseaba, pues su deseo solo descansaba en la obsesión encontrada en una mirada, un aroma y una voz que ansiaba volver a sentir de nuevo sin más. Pero sabía que había que mantener al menos en mínimo las apariencias y siguió a su amigo. Como siempre, no muy lejos el primo lejano de Antúnez mantenía cercada la mesa de las viandas y vigilaba el acecho de competidores sobre los licores. Había que reconocer que sabía cumplimentar a quienes consideraba de los suyos y en menos que era capaz de trasegar un cucharón de ponche ya ofreció dos copas de buen jerez a los dos marinos recién llegados. Con las copas aferradas a sus manos se presentaron por las aletas de Antúnez.
- ¡Capitán Fueyo y teniente Cefontes! ¡Os echaba de menos! Pero dejadme que os presente a estas damas escondidas tras sus máscaras.
Las presentaciones dieron paso a las sonrisas siempre vigiladas por las damas de compañía que recelosas acechaban con no poco acierto ante dorados y entorchados sin mucho bagaje en caudales y edad. En eso estaban cuando una voz conocida, sin posibilidad de error por su acento, alcanzó el sentido de Daniel. Un giro fue suficiente para desarbolar y no poder contestar sin tartamudear. Mientras, por la otra banda la situación de similar comienzo fue de distinta respuesta. Las frustradas damiselas desinflaron sus mínimas risitas mientras las damas de compañía aprovechaban semejante ocasión para mostrarles lo que significaba todo aquello al alejarse, dejando a Antúnez derrotado frente a los bocaditos de comida como único consuelo momentáneo.
Ambos se separaron de forma tácita y sin mediar palabra con destinos inciertos.
- Veo, capitán, que no permanecéis mucho tiempo en la misma bahía, aunque sea esta la que os haya ofrecido abrigo…
Tan rojo como bandera de combate trató de contestar.
- ¡Oh! No se confunda señorita Macleod. Simplemente dábamos conversación a esas damas que en realidad acompañaban a nuestro amigo el teniente Antúnez mientras esperábamos encontrarnos con vuestras mercedes. En realidad es lo que esperaba con deseo… volver a veros.
- Os creo a vos, que no a vuestro amigo. Pero eso será un problema de Temperance y no mío. ¿Conocéis esta casa, capitán?
- Daniel, llamadme Daniel si os place, señorita Macleod. No conozco la casa, si eso querías saber de mi.
- Pues Daniel, acompañadme que yo, para vos, Dora, la conozco gracias a mi amistad con Mariana la menor de la hijas. Venid, os llevaré a los jardines donde escondernos de tanto ruido y nos permitirán ver la bahía desde su altura.
Daniel no daba crédito a su suerte. Sin casi hacer fuego la fragata parecía rendida y sin esfuerzo arrumbaba sin resistencia él mismo sus destinos al suave andar de aquella musa para sus deslumbrados ojos. Al fin, tras doblar un largo pasillo ascendente en dos escalinatas y sin cruzarse con nadie apareció un pequeño jardín elevado sobre la casa coronado por dos torres por las que acostumbraban los dueños de la casa y sus invitados a disfrutar de la vista de la bahía gaditana en todo su esplendor. Sentados entre las dos torres con el puerto y la bahía al fondo de la vista la tensión comenzó a ascender por el estómago de Daniel.
- Se por vuestra fama que os precede en la palabra de vuestros amigos que sois hombre de coraje y dotes de mando, aunque por vuestro comportamiento ante esta humilde dama recogida en vuestra patria pareciera lo contrario. Daniel, contadme de vos, de vuestros viajes y vuestra vida entre mares y guerras. Desde que atravesé el océano desde Roslare hasta esta villa mi amor por ese mágico elemento no ha parado de crecer.
Aquella cabeza de puente tendida por Dora dio pie a que Daniel abriese sus sentimientos vivos en agua y sal sobre aquella mujer que podía ver la pasión del capitán Fueyo en el fuego de sus ojos. Mas lejos el reflejo de la luna ya gibosa en fase creciente sobre la bahía permitía ver los palos de los navíos, algunos listos para virar sus anclas con la marea del día siguiente y otros, más lejanos tras el estrecho marcado entre Matagorda y el Puntal en puro desarmo por no haber caudales en los arsenales para pertrecharlos aún. Daniel no se detenía, disfrutaba describiendo las bondades de unos navíos frente a otros y sus sueños reales sobre aquella o esta fragata. La luna serena parecía observar desde el cielo sobre la bahía, sobre tierra su pasión encendida en volandas crecía, de pronto las yemas del índice y el corazón de Dora se posaron en su boca para sin vergüenza por ser dama y amparada por la luna que todo lo protege fundió sus labios entre los de Daniel en un beso tan largo como el placer de tal cosa puede hacer que parezca.
La eternidad se detuvo cuando de uno volvieron a ser dos y sus ojos se reencontraron sin saber lo que decirse entre más besos que deslumbraban la luz muerta de la propia luna ahora envidiosa.
- Daniel, sois caballero y marino audaz. Os deseo sin más preámbulos que la vida trata de imponer por no querer saber que ella misma tiene final. Mi casa esta no muy lejos de aquí, cerca de la puerta de La Caleta. Llévame hasta allí, seremos lo que deseemos sin más juez que nuestra propia pasión.
Nada mas tuvo que decirle a Daniel, que como si de combate penol a penol con el cuchillo de abordaje en la boca y la razón de la furia en su cerebro, arrastró a Dora Macleod a través de las callejuelas estrechas y sin el viento sempiterno de día hasta la casa donde decía alojarse…