…La llegada fue reparadora tras el viaje desde Cádiz en el que habían dejado parte de su vida fondeada entre maromas y anclotes con la esperanza que esta los reclamase más pronto que tarde de la mano del viejo general Lezo y volver a partir mares en nuevos cometidos bajo el pabellón real. Ahora eran mares de viñas los que los circundaban, viñedos que fermentados tras la cosecha irían al mismo destino que sus propios sueños como parte integrante del tercio de frutos que permitía el monopolio agonizante ahora controlado desde Cádiz hacia el resto del imperio.
Diego García era su tío adoptivo quien más bien se había convertido en su padre real desde que la familia de Daniel había partido hacia la Cartagena del otro hemisferio. Cuando Daniel regresó, este lo recogió, protegió y ayudó hasta lograr verlo orgullosos sobre la cubierta del Santa Olaya. Todo lo demás lo hemos visto y vivido con él mismo ya como capitán de fragata a bordo de la fragata “Minerva” al mando provisional de una pequeña escuadra de bloqueo en Orán y en la caza del navío del Bey, algo que quedó en cierta manera frustrada por no estar el sarraceno a bordo tras su captura.
Ahora era el tiempo de la calma y la espera por mejores tiempos y su tío los acogió como verdaderos hijos en semejante trance. Diego García había pasado por una larga enfermedad que casi lo vence de forma cruel y definitiva, pero el destino no lo escribe nadie, tan solo uno mismo sin siquiera saber su caligrafía y renglón. Con dolor salió adelante venciendo parcialmente la enfermedad ya en el inicio del año en que vivimos esta historia de 1733. La llegada de su sobrino alumbró su mirada y puedo decir que la de todo el servicio que lo tenía por perdido tras la pírrica victoria vital presente en aquellos momentos.
Su mayordomo, Francisco Alcalá, tras acomodar los equipajes con la premura empujada por la ilusión de su amo preparó un refrigerio acorde con los calores incipientes que Mayo apunta siempre en las tierras gaditanas. Así, al atardecer con las frascas del mejor vino fresco fruto de sus viñedos acompañados de platos fríos y calientes como en las mejores recepciones del reino fueron Segisfredo Cefontes y Daniel Fueyo desgranando sus peripecias, bien es verdad, un poco desordenadas y sin profundizar en cada acción y combate que ya quedarían jornadas por avante en las que relatar con todo lujo de detalles que poco a poco devolvieran el brillo en la mirada de Diego imaginando en directo mares, combates y furia a mayor gloria de su rey cual si fuese infante al que no hay noche sin cuento que lo ilumine para poder dormir.
- ¿Y de vos, qué me contáis, tío?
- De mi hay poco que relatar frente al brío y la fuerza de vuestras vidas. Cuando te embarcaste quedé de nuevo metido hasta el fondo de mis facultades en mi hacienda y sus viñedos, las flotas no salen con la debida cadencia hacia el otro lado del océano y se me acumulaban las barricas de vino sin poder darles salida. La presión por mantener las cuentas y la pelea con otros compañeros del negocio en el tercio de frutos que no sabría si devolverles tal nombre a estas alturas hizo que enfermase hasta hace unos meses. Las mercancías salieron al fin en uno de los convoyes de la flota de Nueva España hacia Veracruz, la calma volvió y creo que con ella podría decir arribó mi curación asociada, por mucho que se empeñase Don Carlos, matasano afamado de la zona, que insistía en la bondad de sus boticas y ungüentos mientras me pasaba el recibo por tales maravillas. De buen señor es ser buen pagador así que pagué y doblemente descansé. Nada más tengo para contar. La industria en la Hacienda como ves ha crecido y espero dejar un buen legado a quien se digne en heredarme.
- Vamos, tío. No sea cenizo, que entre Segisfredo y yo le vamos a hacer recuperar ese ánimo en lo que nos deje. Olvide al matasanos que nada bueno traen aunque mucho se les ruegue cuando duele, deje el trabajo en sus capataces y tratemos de disfrutar este presente, puro regalo por ser lo que nos da el Señor, pues el pasado ya lo cobró y el futuro no sabemos cómo nos lo presentará, tan solo hemos de estar preparados por lo que se muestre en el horizonte vital mientras navegamos cada segundo que nos regala de vida.
Diego lo miraba y escuchaba embelesado por semejante regalo encadenado de palabras.
- Hijo, este año largo te ha regalado buen lastre en el doble fondo de tu alma como tú mismo dirías de cualquier nave que comandases. Has hablado con la sabiduría de quien ha vivido y sin embargo tus años aún te permitirán vivir mucho mas, Dios lo permita.
- Gracias, tío. Quizá ver a hombres como nosotros rayando, cruzando el umbral del fin de sus propias vidas, el sentir que mañana puedes ser tu quien dejes todo para reunirte con tus antepasados hace que reflexiones sobre lo que en verdad vale la pena y lo que simplemente es pura organización sobre la rutina para que no sea ella quien te domine mientras vives el presente en sus dos significados de tiempo real y de obsequio vital. Pero dejemos estas disquisiciones que a nada nos llevan. Ande, muéstrenos a Segisfredo y a mí este tesoro entre viñas y bodegas antes de que anochezca.
Lentamente, pero con una fuerza que solo la ilusión y la pura alegría por algo infunden a una persona, Diego se incorporó y escoltado por sus dos huéspedes dieron un paseo por la Hacienda “El Soberano” hasta que la noche cubrió el cielo de luna nueva en el que parecía no haber lugar para una estrella más pujando por ser vista gracias a la falta del satélite que en semejantes noches sin nubes egoista siempre pretende reinar.
La velada trascurrió con una corta cena, al fin y al cabo Diego necesitaba el descanso y Daniel y Segisfredo habían hecho el trayecto desde la Isla de León hasta allí en el mismo día; tan solo habían sido cinco leguas escasa pero todo agota cuando los cambios se agolpan y los tres se merecían un descanso. Los días siguientes irían marcando poco a poco el rumbo de sus vidas mientras permanecían a la espera de noticias del departamento Marítimo y de Don Blas…
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