lunes, 28 de noviembre de 2011

No habrá montaña mas alta... (123)



…La velada fue  magnífica por mil razones, por ser inesperada, por  ser un regalo sin siquiera poner un doblón por  disfrutar, pero sobre todo por descubrir el palpito del propio corazón por motivos tan alejados al que  siempre acaba por generar el inminente abordaje  contra los enemigos del Rey o la interminable espera del inmediato golpe de mar contra las amuras de tu  fragata. Esta vez el pálpito era por el sentimiento hacia otra piel, hacia otro corazón desconocido sin razón que lo explicase. La señorita MacLeod había tomado una cabeza de playa en el arenoso corazón de Diego donde a cada pleamar  este trataba siempre de devolverle su fuerza en la segura bajamar, pues  no confiaba en nada que  no temiese a los vientos, que no se  postrase ante  la absoluta inmensidad del océano frente al seguro e impropio orgullo humano por  arrojarse al vacio sin saber  si tras él quien se comparó con sus vientos se lanzó con él. Nunca se sintió tan seguro como sobre la propia cubierta de su nave donde la zozobra era para todos y él se sentía capaz en su dignidad de  llevar a todos consigo en sus  padecimientos, dolores, penas, alegrías y pasiones. Pero todos los escenarios se dan en la vida y al fin en el momento más inesperado y con quien no contaría jamás acabó por darse.   

La velada terminó  con el alba por rayar en menos de una hora. El futuro Vizconde de Azcárraga  como mero chofer,  de postín  eso si, se llevó  a las dos señoritas mientras Cefontes y Fueyo con mas euforia por lo sentido que por lo bebido se largaron como penitentes hacia el muelle donde esperaban encontrar  barra libre en tabernas donde fondear para poder deliberar  de lo vivido aferrados a la frasca de vino, que semejante artefacto siempre  es capaz de sugerir mil y un sentidos a quien los desea encontrar en su fondo.

-          Segis, creo que me han rendido sin siquiera presentar resistencia. No había estado cerca de nadie tan dulce. Es suave en su hablar a pesar de su acento tan poco  agradecido, su mirada parece como si devolviera a uno a  las primeras  mareas y su tacto, su tacto.
-          Bueno, bueno. Creo que  habíamos hablado de  fiesta y  capitanía al amanecer. Lo demás con cuidado y sin cometer errores. Mi amigo, no estás en esto. Realmente no sabemos  nada más que son  bellas y agradables. Quién sabe  de dónde han salido con el  afeminado ese con ínfulas de consorte del rey. Igual son medio monjas, que para que las echen de  Irlanda igual están en la legión de misioneros  por Cristo o vete a saber. No me gustan  amigo y habrá que andarse con tiento.  Deja ver si  Antúnez nos busca otra fiesta para esta noche y las encontramos o mejor, igual aparecen unas verdaderas bellezas de negros cabellos y sonrisa hispana que  las volatilicen   como  si volase la santabárbara  escondida que deben portar entre las fajas que   las rodean como sarraceno a castillo cristiano. 
-          ¿y tu, qué? ¿Acaso no era de merecer la belleza de esa Temp… Temper
-          Temperance, que hay que ser complicado para buscar nombre. Si, podríamos decir que  era de buen ver, pero mas bien me parece que rondaba mucho y poco centraba. Como si fiara en largo el encuentro entre  ambos.  Te lo repito, mi amigo, no parecen  de rumbo claro en ningún sentido. Mejor esperamos. Y mejor que eso, brindamos. ¡Por el embarque que nos van a dar esta mañana que despunta! ¡Y por las que  se ofrezcan que aquí nos tendrán!
-          ¡Por ello!

Como pudieron  llegaron al Hospedaje donde  podría decir que  su dueña pareciera  que los estuviera esperando, aunque en realidad   simplemente no era capaz de dormir muchas horas seguidas pues tan limpio mantenía su  hospedaje como incapaz se sentía de borrar los recuerdos cargados de manchas que la atormentaban  si no encontraba con quien olvidarlos.

-          Buenos días, Doña Ana. 
-          Buenos días, caballeros. ¿desean que les prepare el desayuno?
-          Nos vendrá bien. En menos de una hora   estamos listos. Gracias.

Ágiles por la promesa de un buen desayuno con el que no contaban  subieron para asearse y cambiar sus ropas para presentarse  como debían por su rango  ante la Capitanía.

-          ¡Dios mío que me mantenga estos ojos en dicha perpetua! Da gusto  ver  a caballeros tan distinguidos en mi humilde hospedaje.
-          ¡Déjese de bromas, Doña Ana! Tenemos que acudir a la capitanía y  no era nuestra mejor imagen la que trajimos de la fiesta de los Lasquetti.
-          ¡¿Estuvieron en su palacio?! Cuéntenme por favor, hace tanto que nadie me lleva a esos lugares. ¿Quiénes acudieron? ¿Y los trajes de las damas, cómo eran? ¿Y vuestras mercedes, encontraron con quien conversar?

No pudo más y entre suspiros ni siquiera esperó a la respuesta que no llegaría pues no iban a contar nada aquellos dos hombres que  la hacían sentirse ya  el objeto invisible que  nunca creyó podría a llegar a ser durante los buenos momentos de  su reinado de vanidad. Desayunaron  y con premura  y en un silencio propio ante la niebla que ya presentían frente a la visión de un embarque real, caminaron   entre el frescor de la mañana que pronto se tornaría en  puro calor.

No hubo sorpresas, la espera iba a continuar, aquella niebla se disipó, mas relajados alquilaron un coche descubierto que los llevara a la Hospedería para tomar el descanso de la noche y esperar el aviso de Antúnez para nuevas fiestas a las que acudir.  Pero lo que les aguardaba no era la nota  del teniente de la “Minerva”, sino dos notas en las que  aquellas sirenas de mares más fríos les invitaban a una fiesta que se daría  aquella noche en la Casa de las Lilas. Sería un baile de máscaras. Esta vez no esperarían a Antúnez. La noche prometía de nuevo…






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