…La velada fue magnífica por mil razones, por ser inesperada, por ser un regalo sin siquiera poner un doblón por disfrutar, pero sobre todo por descubrir el palpito del propio corazón por motivos tan alejados al que siempre acaba por generar el inminente abordaje contra los enemigos del Rey o la interminable espera del inmediato golpe de mar contra las amuras de tu fragata. Esta vez el pálpito era por el sentimiento hacia otra piel, hacia otro corazón desconocido sin razón que lo explicase. La señorita MacLeod había tomado una cabeza de playa en el arenoso corazón de Diego donde a cada pleamar este trataba siempre de devolverle su fuerza en la segura bajamar, pues no confiaba en nada que no temiese a los vientos, que no se postrase ante la absoluta inmensidad del océano frente al seguro e impropio orgullo humano por arrojarse al vacio sin saber si tras él quien se comparó con sus vientos se lanzó con él. Nunca se sintió tan seguro como sobre la propia cubierta de su nave donde la zozobra era para todos y él se sentía capaz en su dignidad de llevar a todos consigo en sus padecimientos, dolores, penas, alegrías y pasiones. Pero todos los escenarios se dan en la vida y al fin en el momento más inesperado y con quien no contaría jamás acabó por darse.
La velada terminó con el alba por rayar en menos de una hora. El futuro Vizconde de Azcárraga como mero chofer, de postín eso si, se llevó a las dos señoritas mientras Cefontes y Fueyo con mas euforia por lo sentido que por lo bebido se largaron como penitentes hacia el muelle donde esperaban encontrar barra libre en tabernas donde fondear para poder deliberar de lo vivido aferrados a la frasca de vino, que semejante artefacto siempre es capaz de sugerir mil y un sentidos a quien los desea encontrar en su fondo.
- Segis, creo que me han rendido sin siquiera presentar resistencia. No había estado cerca de nadie tan dulce. Es suave en su hablar a pesar de su acento tan poco agradecido, su mirada parece como si devolviera a uno a las primeras mareas y su tacto, su tacto.
- Bueno, bueno. Creo que habíamos hablado de fiesta y capitanía al amanecer. Lo demás con cuidado y sin cometer errores. Mi amigo, no estás en esto. Realmente no sabemos nada más que son bellas y agradables. Quién sabe de dónde han salido con el afeminado ese con ínfulas de consorte del rey. Igual son medio monjas, que para que las echen de Irlanda igual están en la legión de misioneros por Cristo o vete a saber. No me gustan amigo y habrá que andarse con tiento. Deja ver si Antúnez nos busca otra fiesta para esta noche y las encontramos o mejor, igual aparecen unas verdaderas bellezas de negros cabellos y sonrisa hispana que las volatilicen como si volase la santabárbara escondida que deben portar entre las fajas que las rodean como sarraceno a castillo cristiano.
- ¿y tu, qué? ¿Acaso no era de merecer la belleza de esa Temp… Temper
- Temperance, que hay que ser complicado para buscar nombre. Si, podríamos decir que era de buen ver, pero mas bien me parece que rondaba mucho y poco centraba. Como si fiara en largo el encuentro entre ambos. Te lo repito, mi amigo, no parecen de rumbo claro en ningún sentido. Mejor esperamos. Y mejor que eso, brindamos. ¡Por el embarque que nos van a dar esta mañana que despunta! ¡Y por las que se ofrezcan que aquí nos tendrán!
- ¡Por ello!
Como pudieron llegaron al Hospedaje donde podría decir que su dueña pareciera que los estuviera esperando, aunque en realidad simplemente no era capaz de dormir muchas horas seguidas pues tan limpio mantenía su hospedaje como incapaz se sentía de borrar los recuerdos cargados de manchas que la atormentaban si no encontraba con quien olvidarlos.
- Buenos días, Doña Ana.
- Buenos días, caballeros. ¿desean que les prepare el desayuno?
- Nos vendrá bien. En menos de una hora estamos listos. Gracias.
Ágiles por la promesa de un buen desayuno con el que no contaban subieron para asearse y cambiar sus ropas para presentarse como debían por su rango ante la Capitanía.
- ¡Dios mío que me mantenga estos ojos en dicha perpetua! Da gusto ver a caballeros tan distinguidos en mi humilde hospedaje.
- ¡Déjese de bromas, Doña Ana! Tenemos que acudir a la capitanía y no era nuestra mejor imagen la que trajimos de la fiesta de los Lasquetti.
- ¡¿Estuvieron en su palacio?! Cuéntenme por favor, hace tanto que nadie me lleva a esos lugares. ¿Quiénes acudieron? ¿Y los trajes de las damas, cómo eran? ¿Y vuestras mercedes, encontraron con quien conversar?
No pudo más y entre suspiros ni siquiera esperó a la respuesta que no llegaría pues no iban a contar nada aquellos dos hombres que la hacían sentirse ya el objeto invisible que nunca creyó podría a llegar a ser durante los buenos momentos de su reinado de vanidad. Desayunaron y con premura y en un silencio propio ante la niebla que ya presentían frente a la visión de un embarque real, caminaron entre el frescor de la mañana que pronto se tornaría en puro calor.
No hubo sorpresas, la espera iba a continuar, aquella niebla se disipó, mas relajados alquilaron un coche descubierto que los llevara a la Hospedería para tomar el descanso de la noche y esperar el aviso de Antúnez para nuevas fiestas a las que acudir. Pero lo que les aguardaba no era la nota del teniente de la “Minerva”, sino dos notas en las que aquellas sirenas de mares más fríos les invitaban a una fiesta que se daría aquella noche en la Casa de las Lilas. Sería un baile de máscaras. Esta vez no esperarían a Antúnez. La noche prometía de nuevo…
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