martes, 16 de noviembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(95)


… La madrugada  de la primavera   de abril aún no portaba su luz tan pronto como en  sus últimos meses pero  la hora de la separación tocaba en  el aún oculto reloj que ahora sí acompasaba el pálpito del teniente  como pura navegación de un sentimiento ya “en conserva” arrumbado a la rendición de la realidad. Su sentimiento no comprendía la serena y  decidida elección de quien decía amarlo como algo absoluto. No asumía la diferencia de significados de una misma palabra para diferentes  pensamientos en teoría tan cercanos  en todo lo demás. La persona, de nuevo oculta tras capa y embozo esperaba a Segisfredo al otro lado de la puerta entreabierta. Segisfredo entre tinieblas tanto reales como de pensamiento no atinaba a decir palabra temblándole la voz como el timón sobre las cabillas cuando la nave recibe buen viento y  navega  con buen andar. Era ella la que mantenía el tipo  con sorprendente frialdad.

-          Segisfredo, no sufras  más de lo que te permita la vida como ese océano sobre el que mantenerte a flote. No permitas que esto te hunda. Nuestra  vida va pareja a nuestras obligaciones por nuestra clase y  destino en la sociedad. Tú has de alcanzar el grado máximo  en la Real Armada, yo debo de llevar a  mi familia  con la honra de entroncar con los grandes del reino.  Esa así, así ha sido y eso es lo que debemos aceptar. Será el futuro, el destino el que depare  nuestros caminos y nos permita volver a encontrarnos.
-          Pero Mª Jesús…
-          No te esfuerces, aunque  me creas fría y sin sentimientos, has de tener por cierto que eres la persona a la que amo, lo que llevo como sentimiento puro y sin posible cambio. Que nadie te podrá suplantar entre tanta mediocridad humana. Pero  debemos separarnos. Ahora deja que te acompañe  quien te recibió hasta la puerta y  que  nuestro Señor te guíe y te otorgue la estrella  de la suerte y el triunfo por siempre.

Un último beso   aún de pasión pero con  andanadas cargadas con la pólvora de la tristeza unió sus bocas, sus labios  donde el regusto salado de sus lágrimas les recordó como el amor es  rosa de pétalos tempranos y  eternos espinos que desangran por siempre. Lentamente la penumbra fue invadiendo el espacio entre ellos conforme Segisfredo  se alejaba hacia la estancia  de salida de la granja.  El candil en la mano ahora de quien acompañaba  a Segisfredo permitió distinguir una mirada de orgullo y  pena en los ojos de esta  mujer, que tal  género tenía sobre la imagen estática y  a cada momento más distante y altiva de Mª Jesús.

-          Salga con sigilo y tras rodear la granja por el este, encontrará su  montura en la parte trasera. Que Dios lo acompañe, teniente.

La voz le resulto familiar en aquél momento, quizá porque  ya no forzaba su entonación.

-          ¡Elvira, sois vos! ¡Por favor, rogadle a vuestra hermana que recapacite sobre su decisión!   
-          Teniente. Es esa la decisión por tal  cosa precisamente. Ahora regrese a su  barco y  trate de hacer de la mar su destino. Estoy segura que habrá en cualquier derrota  un refugio donde tratar de borrar lo que ya lleva grabado.

La puerta se cerró, la luz era escasa entre la fina lluvia pertinaz y sin clemencia a más de dos horas del alba. Mecánicamente  siguió las indicaciones de Elvira  encontrando su montura a cubierto y  entretenida con buen  pasto. Si mediar entre los mil vericuetos que le trajeron hasta allí, partió a uña de caballo hacia su otra vida, hacia su nave que  debía  reparar y alistar para  seguir  sobre  su cubierta surcando la mar.

Pasó casi un mes entre duros esfuerzos  que casi provocan un motín sin cubierta sobre la que protagonizarlo con el Santa Rosa  varado sobre los guijarros próximos a muelle de desarmo. El comandante Cefontes  se había cerrado  en la reparación, su obsesión  era  reparar su nave como verdadero ejercicio para olvidar  a Mª Jesús. Era tal su apartamiento de la realidad que mientras sus hombres descansaban en unos barracones   cedidos por Don Antonio para ellos él prefería descansar en el bergantín sobre los mamparos ahora en funciónes de suelo por la varada. Entre  sus límites y su silencio  amortiguado por los sonidos del viento o la lluvia lograba dormir  y ganar al tiempo un resquicio de olvido  que valía su peso en oro real.

El 14 de mayo el bergantín estaba alistado, pertrechos  completos, víveres para tres meses, todo gracias a Don Antonio, y por supuesto orden de salida hacia Cádiz  para la  mañana siguiente con la pleamar de las 11 del mediodía. Don Antonio llevaba mas de una semana sin visitarlo, el teniente sabía con claridad por qué, era la misma razón por la que  una presión del tamaño de su mano lo oprimía entre su esternón y su estómago.  la mañana siguiente, 15 de mayo, partirían  las mujeres de la familia por delante hacia a la villa y corte para preparar la boda que encumbraría su estatus social al nivel de sus caudales y prestigio ante el monarca. Aquella tarde el carruaje  de don Antonio se detuvo sobre el muelle de desarmo. La plancha  con sus candeleros y  lucía orgullosa por dar paso a un bergantín que en nada tenía que ver con el que arribó a Ferrol  un mes atrás.

-          Capitán, un civil desea subir a bordo
-          ¿Un civil? ¡Don Antonio!
Rompiendo ceremonias que sobraban entre ambos hombres fue Segisfredo quien  salió a recibirle.

-          Don Antonio. ¡Suba a bordo de su bergantín!
-          ¡Ja, ja! Gracias, capitán. Me encanta el olor a recién pintado.  Ha hecho usted un magnífico trabajo, teniente.
-          Nada de ello sin su apoyo, Don Antonio. Como sabe tengo las órdenes ya en mi poder. Mañana zarpamos con la pleamar hacia Cádiz.
-          Lo sé, lo sé y me  alegra mucho por vos aunque hubiera deseado  haber disfrutado de su presencia más a menudo en nuestro hogar. Pero acepto sus razones y su estricto celo por su barco. Me han pedio que os trasmita los mejores deseos para vos y vuestro  barco de parte de mi señora y mis dos hijas.
-          Deles las gracias y   haga lo propio además de mostrarle a su hija Mª Jesús mi mayor deseo de felicidad en su nueva vida como  señora de Marchena, futura de duquesa de Monleón.
-          Así lo haré. Y ahora  comandante, muéstreme su nuevo barco  de quilla a perilla.

Almorzaron a bordo con profusión de buenas viandas y mejores caldos alcanzando las casi tres horas largas   de ingesta  hasta que con bandazos propios de huracán  caribeño se despidieron  a pie de carruaje. Segisfredo se retiró como un verdadero  soldado abatido tras derrota  sufrida a su cámara donde la ayuda del orujo le permitió coger el sueño a la espera del alba de la mañana siguiente.

No le dejo llegar a la pleamar de las 11 para largar amarras de ese muelle amargo. Lentamente y en silencio el bergantín orgulloso comenzó a ganar en su andar abriéndose   al oeste en cuanto  salió de la ría. Un viento fresco del  noroeste cargado de humedad  encarriló su andar  rasgando de nuevo la mar que tan sencilla en su crudeza  permitía al alma humana  vivir en libertad. Segisfredo,  confiado en el  piloto Rafael Toscano mantenía su mirada en la boca enorme de la ría que poco a poco iba quedando difuminada por  la distancia, que era esta el único recurso que tendría para rehacerse  de nuevo mientras su pensamiento se perdía dentro las Tierras de Castilla…  



 

sábado, 13 de noviembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(94)



…Y llegó, a lomos de un caballo alquilado y con la prisa mal pagado. Con sus mejores ropas escondidas tras una capa que acababa en embozo acudió media hora antes por caminos inverosímiles con tal de no toparse con quien pudiera descubrir el urdido encuentro entre ambos que lo dejaría ya sin posible avenencia respetable hasta el fin. La lluvia había desaparecido del inminente campo de batalla como por algún encanto, lo que permitió encontrar el camino a la granja sin la molestia del barro y la poca visión en plena nocturnidad. Tras alcanzar la granja comenzó un rodeo sobre esta para localizar algún punto que le diera razón de su búsqueda y como le había prometido Mª Jesús este apareció. Su chal estaba colgado sobre la puerta entreabierta bajo su dintel, el camino de entrada estaba claro y sin pensar más, sin analizar cualquier riesgo la voluntad pudo con la prevención y entró al espacio dominado por la oscuridad. Trataba de adaptar sus ojos a la exigua luminosidad cuando el cañón de una pistola se apretó sobre su espalda.

- ¿Teniente Cefontes?

- Segisfredo Cefontes. Comandante del bergantín “Santa Rosa”. ¿Quién sois vos?

- No es asunto vuestro. Ahora si deseáis cumplir con vuestro destino caminaréis despacio hacia donde yo le indique. ¡Tomad! Encended el candil que podréis encontrar sobre la mesa dos pasos más adelante.

La voz no parecía de hombre aunque las dudas permanecían sobre la mente de Segisfredo, pues podía serlo o simplemente ser la voz de una mujer tras un embozo sobre su boca. Decidió no plantear resistencia pues ya estaba perdido de todas formas y si acudió era prueba evidente de su rendición a los postulados comprometidos frente a su amigo Daniel antes de partir de Cádiz meses atrás, por lo que todo lo que no fuera encontrase con su amada le daba igual. Ante un sentimiento que brota sin llamada y sin posible freno cuando lo hace, no hay promesa que pueda detenerlo rompiendo así cualquier ligazón con lealtades, amistades o mundos verdaderos, motivos que en verdad son los que mantienen a flote el devenir continuado de la vida cuando el temporal de la pasión ha dejado el paso de su corta estancia a la sempiterna calma hasta su ocasional regreso. La persona a la que no pudo descubrir le condujo hasta una puerta de roble tosco por la que debía de entrar.

- Ahora entre allí y espere sentado por la señora. No tardará.

En silencio quedó la puerta tras el ruido propio del cierre dejando a Segisfredo sentado pendiente de cualquier lugar por donde pudiera aparecer lo que tanto deseaba sentir. Su corazón competía por acompasar su cadencia infructuosamente al tic tac de un reloj que palpitaba en algún lugar oculto de su visión. De pronto sin casi darse cuenta una caricia le volvió a derrotar mientras unos labios le besaban su cuello descubierto desde que entró en la granja de embozos y chaquetones.

- ¡Mª Jesús!

Un susurro le pidió silencio mientras esos mismos labios se posaron sobre los suyos sin apenas presión. La luz del candil permitió a Segisfredo vislumbrar su figura aunque no fueran necesarias comprobaciones visuales, el olor a ella lo impregnaba todo abrumando sus sentidos, devolviéndolo al Santa Rosa de aquellas noches entre Málaga y Cádiz. Corazones que incardinaban el mismo son, entrelazaban sus ritmos mientras sus brazos trataban de emular tales pálpitos. La silla sobre la que se encontraba Segisfredo se convirtió en prisión, los trajes en sudarios de intromisión. El día había servido para preparar aquella estancia en el verdadero estadio de lo inolvidable, de lo memorable, lo sublime por los sueños de Mª Jesús y la interpretación de su hermana Elvira.

Ella lo cogió de su mano y sin necesidad de luces que la guiaran lo llevó hasta el lecho que la débil luz del candil sugería como suntuoso bajo su dosel sin realmente importar semejante hecho. Como una sinfonía de verdaderos músicos, ellos mismos interpretaban las melodías sin temor, en silencio, con la fuerza de puros timbales que redoblaban al unísono entre pensamientos sin palabras que el puro amor permite dibujar sin lugar a definición. Ropajes de finos encajes sobre uniforme y dorados botones hechos para la guerra reposaban testigos desde el frio suelo del fuego interno que brotaba sin tregua entre poros y pieles pegadas, recorridas por bocas como fragatas sobre galeones cargados de tesoros a los que alcanzar en carrera mortal.

La lluvia quiso aliarse dejándose caer con fuerza sobre la pizarra que cubría la granja, arrullando y ocultándolos de los malos espíritus que tantas veces escuchan para dañar a esas almas que parecían querer darlo todo por ser el último día de la eternidad, instante que alcanzó en su cresta rozando la inmortalidad, haciendo que la inmanencia recíproca se tatuase para siempre en sus mentes mientras los llevaba en lento descenso al valle de una siguiente ola que se antojaba ya imposible por real.

La tempestad sucumbió a la calma, el candil flameaba suave reflejado en sus ojos abiertos al fin a la realidad rodeada de silencio arrullado por la lluvia que golpeaba sobre la cubierta de la granja.

- Mª Jesús, te amo. No lo puedo evitar. He tratado de retener ese sentimiento en la sentina mas oculta de mi alma pero sólo era una treta con la que esconder lo que no se puede ocultar. Tan solo la mar pudo con ello de forma vana.

- No hables más Segisfredo. Ya sabes que este momento es uno y solo eso será, infinito en el recuerdo pero sin lugar a más. En pocas semanas me casaré con el futuro duque de Monleón, mi vida será la de una duquesa en la corte junto a lo que siempre soñó mi padre al que debo respeto llevando a la familia de los Mendoza al estatus que todo buen hidalgo soñaría alcanzar.

- Pero, podríamos dejarlo todo. La renuncia a los sueños de medrar en la escala social junto a mi abandono de lo que he amado desde que la vida me mostró un aparejo y unos galones. Podemos embarcarnos a Nueva Granada. Allí mi amigo Daniel tiene familia que nos podrá abrir el camino a una nueva vida. ¡Dejemos todo esto, Mª Jesús!

A la luz de la débil llama el brillo de los ojos era más real si cabe. La mirada de Mª Jesús en aquellos momentos no era la de la que conoció sobre las aguas del Mediterráneo, ahora el cálculo, el futuro medido iban apareciendo en sus gestos casi imperceptibles por Segisfredo entre la penumbra del débil candil.

- Segisfredo, mi amado Segisfredo. No funcionaría semejante locura. Tu perderías lo que ha soñado tu corazón desde niño y quizá algún día comenzases a verme como la razón de tu desasosiego. Yo me debo a la obediencia de mis padres como así lo dice nuestra tradición. Solo tenemos lo que llevemos en el alma y te prometo que así te llevaré seguro siempre dentro de ella hasta que nos encuentre la otra vida juntos en la eternidad.

Segisfredo, no daba crédito a lo que escuchaba, más propio de lance novelesco que de pura vida en la tierra real, pero la seriedad y convicción con que brotó de sus labios selló en un trágico silencio los suyos. Ella, segura de sí misma, convencida irracionalmente de tal cosa decidió prender de nuevo el fuego de la tempestad escalando de nuevo el cuerpo de Segisfredo para una nueva singladura sobre los mares de la pasión…

miércoles, 10 de noviembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(93)


… la cena fue propia de grandes anfitriones; sin aparente esfuerzo crearon un clima cálido que rodeó a Segisfredo como una espesa bruma ante sirenas en forma de sueños reales que podrían hacer zozobrar semejante equilibrio inestable de ánimos. Entre tanta calma algodonada una mujer trataba de dar distancia mediante la altivez propia de princesa aunque a lo que iba a llegar fuera a duquesa con el futuro enlace con Ramiro de Marchena, próximo conde de Monleón cuando su padre tuviera a bien dejar este mundo perdido de convencionalismos y etiquetas vanas. La lluvia golpeaba en aquellos momentos con fuerza las cubiertas de pizarra arrullando los silencios breves entre cada acción relatada y subsiguiente pregunta interpelada por Elvira, o don Antonio o su señora esposa, pero nunca por Mª Jesús.

- Debió sufrir enormemente vos y vuestra dotación tantos días sin más resuello que la oración cuando nada mas quedaba.

- Así de dura es la vida en la mar donde como dice la frase tan sabia, que el que por ella anda aprende seguro a rezar. Duros los días sin un hueco de luz a través de nubes como el metal escupiendo agua sobre el viento que nos devolvía tales gotas como picas en medio de una carga de infantería. Sin poder calcular posición alguna con el miedo de vernos sin más destripados sobre las costas afiladas de Portugal. Pero esa intensidad nos da lo que deseamos, las ganas de valorar la vida y disfrutarla sobre una pequeña cubierta de madera donde todo se hace tan sencillo como eso, sin mas quimeras por las que soñar que los buenos recuerdos dejados o los que de alguna manera soñamos los volveremos a encontrar.

Trataba de no hacerlo pero lo hacía mirando en furtivas andanadas el rostro de Mª Jesús, que con cada palabra parecía suavizar su semblante por el de la mujer que Segisfredo encontró la primera vez. Fue agradable disfrutar de la calidez de una familia atendiendo a un hombre solo, cada vez más solitario por el doble rasero de la bala que se quiere y se sabe ya  sin poder alcanzar. La hora de marchar como todo lo que tiene un comienzo alcanzó con su señal a los presentes por lo que con la misma cadencia y el mismo trato de anfitriones acompañaron a Segisfredo hasta el vestíbulo donde las mujeres despedirían al teniente. Mary Dogherty fue la primera a la que siguió Elvira con su tacto y calidez, mientras todos observaban la despedida de Mª Jesús esta se dejó besar la mano de la que como verdadero prestidigitador dejó caer un pequeño rollo de pergamino no más grande que el de su propio meñique al que con maestría logró alojar entre las mangas grandes del chaquetón de paño marinero que portaba Segisfredo. Los nervios quisieron aflorar en ambos pero al final cada cual con sus propias artes los retuvieron entre el armazón propio que carenaba sus corazones. Don Antonio acompañaría a su invitado hasta el “Santa Rosa”.

- Don Antonio, os agradezco vuestra gentil invitación y sobre todo el empuje que habéis comprometido para la reparación de mi bergantín.

- ¡Que no es suyo, teniente pues también lo siento como mío y por supuesto de su majestad a quien Dios guarde! ¡ja, ja! ¡Teniente Cefontes, vos cumplisteis, dejadme hacerlo a mí!

Se despidieron en medio de una tregua de la incesante lluvia. Segisfredo con los pasos acelerados por alcanzar su cámara a bordo de aún a flote bergantín se lanzó en pos de la plancha de embarque mientras acariciaba con sus manos el diminuto rollo que tanto prometía sin más razón que la propia sinrazón de la pasión. Saludos y permisos de rigor, la noche tan tranquila como húmeda al abrigo de semejante fortaleza natural  que formaba la ria daba alas a leer aquello mil veces sentado en el catre de su cámara a la que llegaban  los destellos de algún fanal que alcanzaban a cruzar los ventanales  confiriendo prestancia a la popa de cualquier navío, fuera el tamaño que fuera.

“Segisfredo: os amo como os amé desde que os encontré frente a mis ojos. No tengo tiempo, pues me lo han robado ya para siempre. En pocas semanas me casaré y despareceré de vuestra vida aunque vos nunca lo haréis de la mía, os lo juro por los mártires sagrados sobre los que me enseñaron a rezar en mi niñez. Dejadme veros antes de que todo se cumpla. Solo veros y oíros en quietud y silencio por última vez.

Si aceptáis  el encuentro mandad a mi padre nota de falta de algún material a nuestra casa por error. De lo demás solo habéis de dejarme actuar a mí. Vuestra. Mª Jesús”

No creía lo que leía, por más que seis veces fueron sus lecturas y a pesar de la ingesta de casi media frasca de orujo que le diera razón para entender lo que vivía, solo soñaba en todo lo que alguien turbado por el sentido más amenazante en el corazón de hombre sereno podía hacer. Sentir su piel y su sabor, la voz en suave susurro con el calor del aliento de la mujer prohibida entre sus brazos sin más que lo que la vida en ese instante le otorgase, sin mayor planteamiento, sin preguntar el por qué cuando no hace falta respuesta sino la pura acción cubierta al ciento por la pasión generada por el sentimiento que aturde a la razón venciendo el corazón.

Pasó la noche sin dormir entre bandazos imaginarios sobre su nave nunca tan quieta en las últimas semanas amarrada en el muelle de desarmo. En cuanto la hora se mostró aceptable para el envío del mensajero a Don Antonio, partió este hacia su mansión. La suerte estaba echada y solo deseaba ver pasar el tiempo que se hace eterno cuando lo que esperas con ansia desconoces cuándo aparecerá.

El día corría como el viento empuja por la aleta a corbeta ligera, la febril actividad sobre el “Santa Rosa” dio alas a los pensamientos tormentosos de Segisfredo que le permitió olvidar por instantes la cita sin fecha pendiente. Al fin el bergantín estaba listo para enseñar su quilla al sol gallego y con la ayuda de Don Antonio en menos de una decena de jornadas la quilla de nuevo rasgaría triunfante los mares que mantenían unidos ambos hemisferios hispanos. La tarde cerraba su toldilla de sol mientras todo el mundo tomaba su respiro sobre la penumbra incipiente al abrigo de unas buenas viandas también suministradas por quien como daga Segisfredo sabía que iba a traicionar.

Y la daga en forma de infante mensajero alcanzó el muelle donde un escueto escrito le decía el lugar y hora donde poder encontrarse. Algo que decía:

“Esta noche tras las once campanas habrá una luz en la granja tras el pazo. MJ”


Todo el mundo respiraba y se preparaba para la jornada dura del día siguiente sobre el bergantín en su varada. Segisfredo había varado ya su corazón dejando al aire su derrota consentida…



domingo, 7 de noviembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(92)


…Cortinas de lluvia formando capas onduladas dibujando esas mismas ondas sobre el pavimento inundado fueron las bambalinas que aguardaban a abrirse bajo su paso. Los caballos empapados detuvieron su andar con la portezuela de la calesa cubierta justo enfrente de la puerta robusta de aquella mansión pétrea al puro estilo de la región donde se encontraba. Muros que simulaban murallas terminadas en pequeñas torres con su esfera de granito grisáceo al final, dando a la pequeña mansión el aspecto de los grandes pazos que dominaban los viejos siete reinos gallegos como muestra del poder que aún se mantenía y pugnaba contra el poder real aunque fuera de mínima palabra. Nadie sabía en el interior de la casa la sorpresa representada en la figura del comandante del “Santa Rosa”.

- Capitán, la lluvia nos persigue y nos recibe. Solo espero que dentro las chimeneas le den su merecido a humedades y fríos mortales que arquean huesos sin piedad. Lástima de uniforme que se le va a empapar, aunque estoy seguro que bien sabréis vos de tal cuestión, pues para eso es el de un oficial de mar.

No atendía Segisfredo Cefontes al tono y estado de su uniforme, sino a lo que la puerta como cabo por doblar presentaría  frente a su desarbolada nave de ánimo por la tensión del reencuentro inesperado.

- Don Antonio, demos avante pues. Que su familia espera sin saberlo.

La seriedad del teniente al hacer el cometario dejó en silencio el camino hasta la puerta donde ya el servicio mantenía la puerta entreabierta para dar paso a don Antonio y el teniente Cefontes. El calor golpeó sin éxito los rostros húmedos de los dos hombres como fieles reflejos de la humedad encastrada y que en aquellos climas tardaba más de lo esperado en retirarse. Doblaron el acogedor vestíbulo presidido en su frontal con una escalera casi escalinata que daba paso a las estancias superiores. Como digo doblaron sus pasos a la derecha donde una enorme chimenea mantenía alejado el frio entre verdaderos muebles más propios de la corte que de una pequeña villa cercana a un futuro Arsenal del Rey. En aquél salón una mujer sentada, leyendo seguramente algún libro en lengua de britanos, recibió a Segisfredo con gesto de sorpresa casi anulando la excitación de Don Antonio. Segisfredo percibió con claridad que la señora Dogherty estaba al corriente de alguna forma de lo que hubo entre Segisfredo y Mª Jesús varios meses atrás. Pero la cortesía, la falsedad propia de las buenas costumbres y lo que nuestro buen Quevedo definía en sus Sueños como la calle principal por la que nos movemos las almas mantuvo la tensión contenida y el encuentro fue todo lo podían esperar las normas y el decoro de una sociedad de principios del XVIII.

- ¡Teniente Cefontes! No esperábamos semejante visita a nuestra humilde casa. Perdonad el estado de desorden, si hubiéramos sabido de su presencia habríamos preparado un recibimiento como el que merece un marino de la Real Armada. ¡Luisa, vaya a avisar a las niñas que tenemos visita!

- No os preocupe tal cosa Señora, que tampoco yo esperaba encontrar a vuestro marido en medio de este arsenal. Por vuestra casa os ruego no os avergüence lo que es del todo una verdadera mansión en su elegancia y puedo decirle sin ser adulador que podría llegar el mismo virrey y no ser necesario mejorar su presencia.

- ¡Bueno, bueno! Dejemos los cumplidos. Tenemos aquí a nuestro salvador frente a esos malnacidos argelinos y le debemos el agasajo propio de nuestra clase. Sentaos por favor y contadnos ahora el motivo de vuestra estancia en este puerto tan al norte de vuestra base. Me habéis adelantado algo en el trayecto pero no me importaría volver a escucharlo con detalle y sin prisa. Mientras comenzáis creo que con un poco de este orujo hermano del cazalla murciano estoy seguro que daremos jaque al fin a tanto frío grabado sobre la osamenta.

Don Antonio, enérgico como siempre le presentó el buen trago de orujo con la botella a su vera, deseoso de escuchar historias que le hicieran olvidar tantos disgustos sobre los que mantenía su día a día en el Arsenal. Segisfredo comenzó a explicar las razones de su recalada en Ferrol tras reparar frente a Vigo y el duro trance vivido en medio del Océano. Las olas eran enormes, los gestos a la zaga de su tamaño iban parejos de la emoción de quién relata lo que de verdad siente o ha sentido. El barco estaba a punto de zozobrar con dos personas viéndolo casi como si el propio suelo del pazo llevara la escora del “Santa Rosa”, cuando un tremendo rayo de luz como puro fuego de San Telmo embutido en talle femenino deslumbró el temporal arrebatando los mares  su furia por calma y silencio sin lugar a retorno. Dos eran los talles y fue el de Elvira Mendoza el que rompió el encantamiento. El talle de quién relumbraba en la mirada del teniente  luchaba por mantener la estricta distancia y dignidad de prometida de un conde  frente al amor que se comprime mientars pelea por ser real.

- ¡Teniente Cefontes! ¡Qué alegre sorpresa vuestra persona en nuestro hogar! Pero por favor, continuad con ese relato al que no me perdonaré haberme perdido su inicio.

Segisfredo repuso su compostura y con el porte propio ante dama besó sus manos y esperó a que ambas se sentaran junto a su madre. Mª Jesús no podía ocultar su color en unas mejillas que meses atrás habían sentido los labios de quién trataba de evitar su mirada. Don Antonio, perdido en aquella niebla artificial fruto de su propia ingnorancia era el que mantenía al menos la normalidad con su jovialidad.

- Teniente. No continúe con el relato pues vamos a cenar en breve y seguro que mis hijas están deseando que nos relate lo pasado y sus nuevos rumbos a bordo del Santa Rosa. Ahora si no les molesta a las damas de esta casa me gustaría conversar con el teniente Cefontes, comandante de un bergantín al que le debemos atención.

Buen bergantín de nuevo, que dio tregua a miradas con sus cruces, como andanada de 36 libras de bala al rojo capaz de incendiar el más duro metal humano. Mientras el comedor se completaba y los olores a buen cordero se hacían con los rincones del hogar temporal de los Mendoza, Segisfredo y Don Antonio se encerraron en la biblioteca donde crepitaba otra hoguera de menor tamaño que la del salón. Don Antonio sentía que debía algo más que lo puro material por haberlos salvado en aquél combate al salir de Cartagena. En realidad le habían demostrado tanto Daniel Fueyo como Segisfredo que en la mar las banderas, los intereses tan frustrantes y rateros que perviven en tierra se reducen a la pura insignificancia cuando te mantienes sobre un suelo móvil de frágil maderas por el que un grupo de humanos con diferentes sueños reducen sin esfuerzo la existencia de estos al mismo ideal que es la unión frente a lo tenga a bien presentar su cara más terrible. Era consciente que eso no iba con él en los procelosos mares de la política en la que “bandeaba su nave”, pero lo que había aprendido le había “tocado” en su corazón.

Así llegaron en la conversación guiada y casi mantenida por Don Antonio al final más deseado por cualquier marino con el mando de un barco maltrecho y con escasas posibilidades de salir a flote.

- Teniente, como le digo. Vuestro bergantín tendrá a disposición los materiales necesarios para su correcta reparación ya sea por parte del Arsenal o de mis propios recursos si fuera necesario, pero vos y vuestra dotación merece volver a zarpar orgullosos con rumbo a Cádiz.

- Gracias, Don Antonio. No tengo palabras que puedan definir mas mis sentimientos hacia vos en este momento.

- No las tengáis. Veros a bordo sin pasar por las miserias y las limosnas de materiales que debían ser de obligada entrega es lo menos que puedo hacer por vos. ¡Un abrazo, teniente!

Un abrazo rotundo, sin palmadas que distorsionen los sentimientos a transmitir selló aquella reunión propia de alguna divinidad que caprichosa decidió posarse en el hombro de ese teniente, cuyo corazón se debatía en la contradicción de saber su respeto y a la vez su traición por el amor prohibido hacia su hija que en breve tendría cerca durante  la cena…




lunes, 1 de noviembre de 2010

No habrá montaña más alta... (91)


…Mientras Daniel Fueyo se mantenía al pie de Don Blas de Lezo entre la vorágine de los preparativos para la futura jornada de Orán, doscientas leguas de tierra más al norte en   dirección noroeste Segisfredo se hundía entre la incipiente burocracia de un arsenal que aunque joven y en construcción ya había desarrollado tales artes  sobre documentos, legajos y funcionarios  propios de gobierno que por poderoso tenga bien contemplarse, así habrá de comportarse. Como un enano frente a ese Gulliver de papel trataba de encontrar  permisos y materiales con los que reparar su verdadero gigante de cuerpo  de madera y alas de lona. Antes de todo este  infierno burocrático, los mensajes y   envíos ya fueron acomodados en otro aviso que partiría  a final del mes de abril con destino a la bahía gaditana para cerrar la misión hasta ese momento inconclusa.

Logró llevar el bergantín a un muelle de desarmo donde poder  hacer lo propio reduciendo su peso a la mínima expresión posible, para así vararlo sobre un lecho de arena cercano  y con la quilla al aire poder  reparar la grieta y carenar la obra viva al completo después. Trabajos que no asustaban a quien deseaba el bien de su enfermo, manteniendo a Segisfredo  tenso pero  con el ánimo elevado por ver que todo en la medida de sus posibilidades iba saliendo. Confiaba en su dotación para llevar la reparación a buen fin, en la ayuda de su Virgen del Buen Aire y la determinación propia, mimbres  todos que deberán ir siempre parejos si se desea triunfar. Mientras se procedía al desarmo a marchas forzadas por sus hombres  de la mano de Rafale Toscano su fiel piloto  y el Nostromo  como imprescindible mano derecha, decidió el joven comandante tomarse un respiro y pasear  entre los muelles del  Arsenal.

Caminaba  ágil aunque despistado, embutido sobre los cien problemas que lo acuciaban siempre sobre su   bergantín y con ello sobre su futuro como marino en activo, mientras recordaba entre cada fogonazo a su amigo y casi hermano Daniel con quien añoraba volver mantener las conversaciones sobre tantas cosas. Charlas que devolvían a uno a su ser  social, verdadera necesidad donde  descargar tanta tensión  cargada sobre unos hombros de alguna manera  inexpertos en semejantes lides, donde encontrar la liberación que supone saber que hay alguien con quien  compartir el triunfo y la derrota. Sin darse cuenta salió de los límites del arsenal continuando sobre los caminos que  unían la futura base con el Ferrol civil absorto en sus pensamientos. De pronto una polvareda con el crujir  de ballestas y piafar de  monturas derrumbó el andamio hecho de ideas   frente a problemas y soluciones que  se iban haciendo un pequeño edificio en su mente. Un hombre aún sin identificar vestido elegante aparentemente entre la borrosa visión que el polvo del camino permitía vislumbrar se plantó a  menos de  cinco yardas de su  figura sorprendida.

-          ¡¿Teniente Cefontes?! ¡Por Dios bendito  que lo es! ¡Vos por aquí!

Don Antonio de Mendoza y Montegón  como surgido de la nada se plantó a cuatro pasos de Segisfredo. Venía él  en un carruaje  cerrado desde el que  se  bajó en el mismo momento de verle y dar el golpe seco al cochero para detenerse. La reacción del teniente y comandante de bergantín fue la de la parálisis sin lugar a recuperación. Las imágenes de la travesía desde Cartagena a Cádiz, lo vivido y sentido entre las cuadernas de “Santa Rosa” junto a Mª Jesús, su promesa a Daniel sobre tal comportamiento, su reciente olvido forzado que tan bien le hizo aunque la verdad permaneciera oculta tras varias planchas de plomo y brea forzada sobre su  corazón se vinieron abajo conforme afloraban y se acercaba efusivo Don Antonio.

-          Don Antonio, Que sorpresa ver a vos por este  lugar.
-          ¡Pero es que no os acordáis! ¡Este era mi destino! Su majestad  Don Felipe  tiene a bien confiar en mí el seguimiento y la inversión sobre la construcción de los astilleros que desean sean orgullo en todo el norte de  España. Llevan ya la construcción desde hace más de ocho años pero hace falta  caudales y quien los cuide y  está mal que lo diga este que delante de vuestra merced se planta, pero soy un buen valedor para su Majestad. Aún nos queda a mi familia a mí una buena temporada  en estas tierras donde lo que dicen de su lluvia como puro arte es tan cierto como que logrará al fin desplazar el tuétano de mis huesos por semejante humedad matándome al fin. Las obras se habían ralentizado y  esta costando bastante  volver a dar  brío a quienes lo perdieron. Pero no seguiré con mis pesadas historias, sed vos quién me   hagáis disfrutar con las vuestras que serán dignas de marino y  no darán tregua al suspiro. ¿Ibais hacia alguna parte que os pueda llevar?
-          No, Don Antonio, tan solo recuperaba un poco de aire mientras mis hombres aligeraban pesos  del “Santa Rosa” antes de varar para efectuar una delicada reparación cercana a su quilla.
-          ¿Nuestro “Santa Rosa”?
-          Si. Si  miráis hacia el muelle de desarmo  podréis verlo.
-          Pues no hablemos mas, subid a  mi carruaje,  tengo que despachar unos documentos en capitanía  que no llevarán más de una hora y si tenéis a bien acompañarme estáis invitado a mi   pequeña mansión  en las afueras de Ferrol  en dirección a La Graña que también allá hay  que  seguir con los encargos del Rey. No es  nuestra casa de Cartagena pero  la ensenada de La Malata y su vista de paz y naturaleza en puro verdor todo lo allana contra mi vieja ciudad  púnica.
-          No sé qué decir, he de avisar a mis hombres y los trabajos   aprietan si quiero recuperar la nave  antes de que me la quiten.
-          ¡Teniente! Vos nos  devolvisteis la vida cuando la tuvimos perdida frente a  esos malnacidos piratas. Dejadme a mí  al cargo de vuestros hombres y de que vuestra nave este  alistada y  a la espera de su comandante  antes de que  el primer viento  apropiado os de la excusa para dejarnos  sin vuestras aventuras a mi familia  y  a mí.

Segisfredo no tuvo, no quiso  decir más,  seguido de su entusiasmado  anfitrión subió al carruaje  consciente que  el impresionante cielo rojo del atardecer  pintado sobre nubes sosegadas esta vez no traerían buena mañana sino  pasiones  retornadas sobre promesas incumplidas.  Los sentimientos le agolpaban la sangre  como los golpes de la bomba de achique de navío en plena vía de agua inabarcable. Necesitaba ganar tiempo, replantearse una   táctica, pues la estrategia era algo ya de imposible planteamiento.

-          Don Antonio, permítame regresar al Bergantín para dar algunas órdenes y  adecentar mi estampa  que  no  es de buen caballero  presentarme ante vuestra familia  de esta guisa.
-          En verdad sois distinto a vuestro amigo   el teniente Fueyo que en poco tenía su presencia. Me agrada escuchar eso, pero os doy el tiempo de mi despacho en capitanía. Al regreso os  recojo para cenar en nuestra casa.

Tal y como lo  dijo Don Antonio, así se cumplió y  hora y media más tarde el carruaje se detuvo frente a la plancha de desembarco del bergantín  donde esperaba sobre cubierta un Segisfredo  tan nervioso como  guardiamarina ante un examen de navegación   en la escuela. Deslumbrante   desde los  catorce botones   hasta  la hoja de  su sable, subió al carruaje sabedor de que su dicha emparejada a  la oportuna desdicha lo esperaban  al final de ese corto viaje…