…Mientras Daniel Fueyo se mantenía al pie de Don Blas de Lezo entre la vorágine de los preparativos para la futura jornada de Orán, doscientas leguas de tierra más al norte en dirección noroeste Segisfredo se hundía entre la incipiente burocracia de un arsenal que aunque joven y en construcción ya había desarrollado tales artes sobre documentos, legajos y funcionarios propios de gobierno que por poderoso tenga bien contemplarse, así habrá de comportarse. Como un enano frente a ese Gulliver de papel trataba de encontrar permisos y materiales con los que reparar su verdadero gigante de cuerpo de madera y alas de lona. Antes de todo este infierno burocrático, los mensajes y envíos ya fueron acomodados en otro aviso que partiría a final del mes de abril con destino a la bahía gaditana para cerrar la misión hasta ese momento inconclusa.
Logró llevar el bergantín a un muelle de desarmo donde poder hacer lo propio reduciendo su peso a la mínima expresión posible, para así vararlo sobre un lecho de arena cercano y con la quilla al aire poder reparar la grieta y carenar la obra viva al completo después. Trabajos que no asustaban a quien deseaba el bien de su enfermo, manteniendo a Segisfredo tenso pero con el ánimo elevado por ver que todo en la medida de sus posibilidades iba saliendo. Confiaba en su dotación para llevar la reparación a buen fin, en la ayuda de su Virgen del Buen Aire y la determinación propia, mimbres todos que deberán ir siempre parejos si se desea triunfar. Mientras se procedía al desarmo a marchas forzadas por sus hombres de la mano de Rafale Toscano su fiel piloto y el Nostromo como imprescindible mano derecha, decidió el joven comandante tomarse un respiro y pasear entre los muelles del Arsenal.
Caminaba ágil aunque despistado, embutido sobre los cien problemas que lo acuciaban siempre sobre su bergantín y con ello sobre su futuro como marino en activo, mientras recordaba entre cada fogonazo a su amigo y casi hermano Daniel con quien añoraba volver mantener las conversaciones sobre tantas cosas. Charlas que devolvían a uno a su ser social, verdadera necesidad donde descargar tanta tensión cargada sobre unos hombros de alguna manera inexpertos en semejantes lides, donde encontrar la liberación que supone saber que hay alguien con quien compartir el triunfo y la derrota. Sin darse cuenta salió de los límites del arsenal continuando sobre los caminos que unían la futura base con el Ferrol civil absorto en sus pensamientos. De pronto una polvareda con el crujir de ballestas y piafar de monturas derrumbó el andamio hecho de ideas frente a problemas y soluciones que se iban haciendo un pequeño edificio en su mente. Un hombre aún sin identificar vestido elegante aparentemente entre la borrosa visión que el polvo del camino permitía vislumbrar se plantó a menos de cinco yardas de su figura sorprendida.
- ¡¿Teniente Cefontes?! ¡Por Dios bendito que lo es! ¡Vos por aquí!
Don Antonio de Mendoza y Montegón como surgido de la nada se plantó a cuatro pasos de Segisfredo. Venía él en un carruaje cerrado desde el que se bajó en el mismo momento de verle y dar el golpe seco al cochero para detenerse. La reacción del teniente y comandante de bergantín fue la de la parálisis sin lugar a recuperación. Las imágenes de la travesía desde Cartagena a Cádiz, lo vivido y sentido entre las cuadernas de “Santa Rosa” junto a Mª Jesús, su promesa a Daniel sobre tal comportamiento, su reciente olvido forzado que tan bien le hizo aunque la verdad permaneciera oculta tras varias planchas de plomo y brea forzada sobre su corazón se vinieron abajo conforme afloraban y se acercaba efusivo Don Antonio.
- Don Antonio, Que sorpresa ver a vos por este lugar.
- ¡Pero es que no os acordáis! ¡Este era mi destino! Su majestad Don Felipe tiene a bien confiar en mí el seguimiento y la inversión sobre la construcción de los astilleros que desean sean orgullo en todo el norte de España. Llevan ya la construcción desde hace más de ocho años pero hace falta caudales y quien los cuide y está mal que lo diga este que delante de vuestra merced se planta, pero soy un buen valedor para su Majestad. Aún nos queda a mi familia a mí una buena temporada en estas tierras donde lo que dicen de su lluvia como puro arte es tan cierto como que logrará al fin desplazar el tuétano de mis huesos por semejante humedad matándome al fin. Las obras se habían ralentizado y esta costando bastante volver a dar brío a quienes lo perdieron. Pero no seguiré con mis pesadas historias, sed vos quién me hagáis disfrutar con las vuestras que serán dignas de marino y no darán tregua al suspiro. ¿Ibais hacia alguna parte que os pueda llevar?
- No, Don Antonio, tan solo recuperaba un poco de aire mientras mis hombres aligeraban pesos del “Santa Rosa” antes de varar para efectuar una delicada reparación cercana a su quilla.
- ¿Nuestro “Santa Rosa”?
- Si. Si miráis hacia el muelle de desarmo podréis verlo.
- Pues no hablemos mas, subid a mi carruaje, tengo que despachar unos documentos en capitanía que no llevarán más de una hora y si tenéis a bien acompañarme estáis invitado a mi pequeña mansión en las afueras de Ferrol en dirección a La Graña que también allá hay que seguir con los encargos del Rey. No es nuestra casa de Cartagena pero la ensenada de La Malata y su vista de paz y naturaleza en puro verdor todo lo allana contra mi vieja ciudad púnica.
- No sé qué decir, he de avisar a mis hombres y los trabajos aprietan si quiero recuperar la nave antes de que me la quiten.
- ¡Teniente! Vos nos devolvisteis la vida cuando la tuvimos perdida frente a esos malnacidos piratas. Dejadme a mí al cargo de vuestros hombres y de que vuestra nave este alistada y a la espera de su comandante antes de que el primer viento apropiado os de la excusa para dejarnos sin vuestras aventuras a mi familia y a mí.
Segisfredo no tuvo, no quiso decir más, seguido de su entusiasmado anfitrión subió al carruaje consciente que el impresionante cielo rojo del atardecer pintado sobre nubes sosegadas esta vez no traerían buena mañana sino pasiones retornadas sobre promesas incumplidas. Los sentimientos le agolpaban la sangre como los golpes de la bomba de achique de navío en plena vía de agua inabarcable. Necesitaba ganar tiempo, replantearse una táctica, pues la estrategia era algo ya de imposible planteamiento.
- Don Antonio, permítame regresar al Bergantín para dar algunas órdenes y adecentar mi estampa que no es de buen caballero presentarme ante vuestra familia de esta guisa.
- En verdad sois distinto a vuestro amigo el teniente Fueyo que en poco tenía su presencia. Me agrada escuchar eso, pero os doy el tiempo de mi despacho en capitanía. Al regreso os recojo para cenar en nuestra casa.
Tal y como lo dijo Don Antonio, así se cumplió y hora y media más tarde el carruaje se detuvo frente a la plancha de desembarco del bergantín donde esperaba sobre cubierta un Segisfredo tan nervioso como guardiamarina ante un examen de navegación en la escuela. Deslumbrante desde los catorce botones hasta la hoja de su sable, subió al carruaje sabedor de que su dicha emparejada a la oportuna desdicha lo esperaban al final de ese corto viaje…
No hay comentarios:
Publicar un comentario