lunes, 1 de noviembre de 2010

No habrá montaña más alta... (91)


…Mientras Daniel Fueyo se mantenía al pie de Don Blas de Lezo entre la vorágine de los preparativos para la futura jornada de Orán, doscientas leguas de tierra más al norte en   dirección noroeste Segisfredo se hundía entre la incipiente burocracia de un arsenal que aunque joven y en construcción ya había desarrollado tales artes  sobre documentos, legajos y funcionarios  propios de gobierno que por poderoso tenga bien contemplarse, así habrá de comportarse. Como un enano frente a ese Gulliver de papel trataba de encontrar  permisos y materiales con los que reparar su verdadero gigante de cuerpo  de madera y alas de lona. Antes de todo este  infierno burocrático, los mensajes y   envíos ya fueron acomodados en otro aviso que partiría  a final del mes de abril con destino a la bahía gaditana para cerrar la misión hasta ese momento inconclusa.

Logró llevar el bergantín a un muelle de desarmo donde poder  hacer lo propio reduciendo su peso a la mínima expresión posible, para así vararlo sobre un lecho de arena cercano  y con la quilla al aire poder  reparar la grieta y carenar la obra viva al completo después. Trabajos que no asustaban a quien deseaba el bien de su enfermo, manteniendo a Segisfredo  tenso pero  con el ánimo elevado por ver que todo en la medida de sus posibilidades iba saliendo. Confiaba en su dotación para llevar la reparación a buen fin, en la ayuda de su Virgen del Buen Aire y la determinación propia, mimbres  todos que deberán ir siempre parejos si se desea triunfar. Mientras se procedía al desarmo a marchas forzadas por sus hombres  de la mano de Rafale Toscano su fiel piloto  y el Nostromo  como imprescindible mano derecha, decidió el joven comandante tomarse un respiro y pasear  entre los muelles del  Arsenal.

Caminaba  ágil aunque despistado, embutido sobre los cien problemas que lo acuciaban siempre sobre su   bergantín y con ello sobre su futuro como marino en activo, mientras recordaba entre cada fogonazo a su amigo y casi hermano Daniel con quien añoraba volver mantener las conversaciones sobre tantas cosas. Charlas que devolvían a uno a su ser  social, verdadera necesidad donde  descargar tanta tensión  cargada sobre unos hombros de alguna manera  inexpertos en semejantes lides, donde encontrar la liberación que supone saber que hay alguien con quien  compartir el triunfo y la derrota. Sin darse cuenta salió de los límites del arsenal continuando sobre los caminos que  unían la futura base con el Ferrol civil absorto en sus pensamientos. De pronto una polvareda con el crujir  de ballestas y piafar de  monturas derrumbó el andamio hecho de ideas   frente a problemas y soluciones que  se iban haciendo un pequeño edificio en su mente. Un hombre aún sin identificar vestido elegante aparentemente entre la borrosa visión que el polvo del camino permitía vislumbrar se plantó a  menos de  cinco yardas de su  figura sorprendida.

-          ¡¿Teniente Cefontes?! ¡Por Dios bendito  que lo es! ¡Vos por aquí!

Don Antonio de Mendoza y Montegón  como surgido de la nada se plantó a cuatro pasos de Segisfredo. Venía él  en un carruaje  cerrado desde el que  se  bajó en el mismo momento de verle y dar el golpe seco al cochero para detenerse. La reacción del teniente y comandante de bergantín fue la de la parálisis sin lugar a recuperación. Las imágenes de la travesía desde Cartagena a Cádiz, lo vivido y sentido entre las cuadernas de “Santa Rosa” junto a Mª Jesús, su promesa a Daniel sobre tal comportamiento, su reciente olvido forzado que tan bien le hizo aunque la verdad permaneciera oculta tras varias planchas de plomo y brea forzada sobre su  corazón se vinieron abajo conforme afloraban y se acercaba efusivo Don Antonio.

-          Don Antonio, Que sorpresa ver a vos por este  lugar.
-          ¡Pero es que no os acordáis! ¡Este era mi destino! Su majestad  Don Felipe  tiene a bien confiar en mí el seguimiento y la inversión sobre la construcción de los astilleros que desean sean orgullo en todo el norte de  España. Llevan ya la construcción desde hace más de ocho años pero hace falta  caudales y quien los cuide y  está mal que lo diga este que delante de vuestra merced se planta, pero soy un buen valedor para su Majestad. Aún nos queda a mi familia a mí una buena temporada  en estas tierras donde lo que dicen de su lluvia como puro arte es tan cierto como que logrará al fin desplazar el tuétano de mis huesos por semejante humedad matándome al fin. Las obras se habían ralentizado y  esta costando bastante  volver a dar  brío a quienes lo perdieron. Pero no seguiré con mis pesadas historias, sed vos quién me   hagáis disfrutar con las vuestras que serán dignas de marino y  no darán tregua al suspiro. ¿Ibais hacia alguna parte que os pueda llevar?
-          No, Don Antonio, tan solo recuperaba un poco de aire mientras mis hombres aligeraban pesos  del “Santa Rosa” antes de varar para efectuar una delicada reparación cercana a su quilla.
-          ¿Nuestro “Santa Rosa”?
-          Si. Si  miráis hacia el muelle de desarmo  podréis verlo.
-          Pues no hablemos mas, subid a  mi carruaje,  tengo que despachar unos documentos en capitanía  que no llevarán más de una hora y si tenéis a bien acompañarme estáis invitado a mi   pequeña mansión  en las afueras de Ferrol  en dirección a La Graña que también allá hay  que  seguir con los encargos del Rey. No es  nuestra casa de Cartagena pero  la ensenada de La Malata y su vista de paz y naturaleza en puro verdor todo lo allana contra mi vieja ciudad  púnica.
-          No sé qué decir, he de avisar a mis hombres y los trabajos   aprietan si quiero recuperar la nave  antes de que me la quiten.
-          ¡Teniente! Vos nos  devolvisteis la vida cuando la tuvimos perdida frente a  esos malnacidos piratas. Dejadme a mí  al cargo de vuestros hombres y de que vuestra nave este  alistada y  a la espera de su comandante  antes de que  el primer viento  apropiado os de la excusa para dejarnos  sin vuestras aventuras a mi familia  y  a mí.

Segisfredo no tuvo, no quiso  decir más,  seguido de su entusiasmado  anfitrión subió al carruaje  consciente que  el impresionante cielo rojo del atardecer  pintado sobre nubes sosegadas esta vez no traerían buena mañana sino  pasiones  retornadas sobre promesas incumplidas.  Los sentimientos le agolpaban la sangre  como los golpes de la bomba de achique de navío en plena vía de agua inabarcable. Necesitaba ganar tiempo, replantearse una   táctica, pues la estrategia era algo ya de imposible planteamiento.

-          Don Antonio, permítame regresar al Bergantín para dar algunas órdenes y  adecentar mi estampa  que  no  es de buen caballero  presentarme ante vuestra familia  de esta guisa.
-          En verdad sois distinto a vuestro amigo   el teniente Fueyo que en poco tenía su presencia. Me agrada escuchar eso, pero os doy el tiempo de mi despacho en capitanía. Al regreso os  recojo para cenar en nuestra casa.

Tal y como lo  dijo Don Antonio, así se cumplió y  hora y media más tarde el carruaje se detuvo frente a la plancha de desembarco del bergantín  donde esperaba sobre cubierta un Segisfredo  tan nervioso como  guardiamarina ante un examen de navegación   en la escuela. Deslumbrante   desde los  catorce botones   hasta  la hoja de  su sable, subió al carruaje sabedor de que su dicha emparejada a  la oportuna desdicha lo esperaban  al final de ese corto viaje…


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