… La madrugada de la primavera de abril aún no portaba su luz tan pronto como en sus últimos meses pero la hora de la separación tocaba en el aún oculto reloj que ahora sí acompasaba el pálpito del teniente como pura navegación de un sentimiento ya “en conserva” arrumbado a la rendición de la realidad. Su sentimiento no comprendía la serena y decidida elección de quien decía amarlo como algo absoluto. No asumía la diferencia de significados de una misma palabra para diferentes pensamientos en teoría tan cercanos en todo lo demás. La persona, de nuevo oculta tras capa y embozo esperaba a Segisfredo al otro lado de la puerta entreabierta. Segisfredo entre tinieblas tanto reales como de pensamiento no atinaba a decir palabra temblándole la voz como el timón sobre las cabillas cuando la nave recibe buen viento y navega con buen andar. Era ella la que mantenía el tipo con sorprendente frialdad.
- Segisfredo, no sufras más de lo que te permita la vida como ese océano sobre el que mantenerte a flote. No permitas que esto te hunda. Nuestra vida va pareja a nuestras obligaciones por nuestra clase y destino en la sociedad. Tú has de alcanzar el grado máximo en la Real Armada, yo debo de llevar a mi familia con la honra de entroncar con los grandes del reino. Esa así, así ha sido y eso es lo que debemos aceptar. Será el futuro, el destino el que depare nuestros caminos y nos permita volver a encontrarnos.
- Pero Mª Jesús…
- No te esfuerces, aunque me creas fría y sin sentimientos, has de tener por cierto que eres la persona a la que amo, lo que llevo como sentimiento puro y sin posible cambio. Que nadie te podrá suplantar entre tanta mediocridad humana. Pero debemos separarnos. Ahora deja que te acompañe quien te recibió hasta la puerta y que nuestro Señor te guíe y te otorgue la estrella de la suerte y el triunfo por siempre.
Un último beso aún de pasión pero con andanadas cargadas con la pólvora de la tristeza unió sus bocas, sus labios donde el regusto salado de sus lágrimas les recordó como el amor es rosa de pétalos tempranos y eternos espinos que desangran por siempre. Lentamente la penumbra fue invadiendo el espacio entre ellos conforme Segisfredo se alejaba hacia la estancia de salida de la granja. El candil en la mano ahora de quien acompañaba a Segisfredo permitió distinguir una mirada de orgullo y pena en los ojos de esta mujer, que tal género tenía sobre la imagen estática y a cada momento más distante y altiva de Mª Jesús.
- Salga con sigilo y tras rodear la granja por el este, encontrará su montura en la parte trasera. Que Dios lo acompañe, teniente.
La voz le resulto familiar en aquél momento, quizá porque ya no forzaba su entonación.
- ¡Elvira, sois vos! ¡Por favor, rogadle a vuestra hermana que recapacite sobre su decisión!
- Teniente. Es esa la decisión por tal cosa precisamente. Ahora regrese a su barco y trate de hacer de la mar su destino. Estoy segura que habrá en cualquier derrota un refugio donde tratar de borrar lo que ya lleva grabado.
La puerta se cerró, la luz era escasa entre la fina lluvia pertinaz y sin clemencia a más de dos horas del alba. Mecánicamente siguió las indicaciones de Elvira encontrando su montura a cubierto y entretenida con buen pasto. Si mediar entre los mil vericuetos que le trajeron hasta allí, partió a uña de caballo hacia su otra vida, hacia su nave que debía reparar y alistar para seguir sobre su cubierta surcando la mar.
Pasó casi un mes entre duros esfuerzos que casi provocan un motín sin cubierta sobre la que protagonizarlo con el Santa Rosa varado sobre los guijarros próximos a muelle de desarmo. El comandante Cefontes se había cerrado en la reparación, su obsesión era reparar su nave como verdadero ejercicio para olvidar a Mª Jesús. Era tal su apartamiento de la realidad que mientras sus hombres descansaban en unos barracones cedidos por Don Antonio para ellos él prefería descansar en el bergantín sobre los mamparos ahora en funciónes de suelo por la varada. Entre sus límites y su silencio amortiguado por los sonidos del viento o la lluvia lograba dormir y ganar al tiempo un resquicio de olvido que valía su peso en oro real.
El 14 de mayo el bergantín estaba alistado, pertrechos completos, víveres para tres meses, todo gracias a Don Antonio, y por supuesto orden de salida hacia Cádiz para la mañana siguiente con la pleamar de las 11 del mediodía. Don Antonio llevaba mas de una semana sin visitarlo, el teniente sabía con claridad por qué, era la misma razón por la que una presión del tamaño de su mano lo oprimía entre su esternón y su estómago. la mañana siguiente, 15 de mayo, partirían las mujeres de la familia por delante hacia a la villa y corte para preparar la boda que encumbraría su estatus social al nivel de sus caudales y prestigio ante el monarca. Aquella tarde el carruaje de don Antonio se detuvo sobre el muelle de desarmo. La plancha con sus candeleros y lucía orgullosa por dar paso a un bergantín que en nada tenía que ver con el que arribó a Ferrol un mes atrás.
- Capitán, un civil desea subir a bordo
- ¿Un civil? ¡Don Antonio!
Rompiendo ceremonias que sobraban entre ambos hombres fue Segisfredo quien salió a recibirle.
- Don Antonio. ¡Suba a bordo de su bergantín!
- ¡Ja, ja! Gracias, capitán. Me encanta el olor a recién pintado. Ha hecho usted un magnífico trabajo, teniente.
- Nada de ello sin su apoyo, Don Antonio. Como sabe tengo las órdenes ya en mi poder. Mañana zarpamos con la pleamar hacia Cádiz.
- Lo sé, lo sé y me alegra mucho por vos aunque hubiera deseado haber disfrutado de su presencia más a menudo en nuestro hogar. Pero acepto sus razones y su estricto celo por su barco. Me han pedio que os trasmita los mejores deseos para vos y vuestro barco de parte de mi señora y mis dos hijas.
- Deles las gracias y haga lo propio además de mostrarle a su hija Mª Jesús mi mayor deseo de felicidad en su nueva vida como señora de Marchena, futura de duquesa de Monleón.
- Así lo haré. Y ahora comandante, muéstreme su nuevo barco de quilla a perilla.
Almorzaron a bordo con profusión de buenas viandas y mejores caldos alcanzando las casi tres horas largas de ingesta hasta que con bandazos propios de huracán caribeño se despidieron a pie de carruaje. Segisfredo se retiró como un verdadero soldado abatido tras derrota sufrida a su cámara donde la ayuda del orujo le permitió coger el sueño a la espera del alba de la mañana siguiente.
No le dejo llegar a la pleamar de las 11 para largar amarras de ese muelle amargo. Lentamente y en silencio el bergantín orgulloso comenzó a ganar en su andar abriéndose al oeste en cuanto salió de la ría. Un viento fresco del noroeste cargado de humedad encarriló su andar rasgando de nuevo la mar que tan sencilla en su crudeza permitía al alma humana vivir en libertad. Segisfredo, confiado en el piloto Rafael Toscano mantenía su mirada en la boca enorme de la ría que poco a poco iba quedando difuminada por la distancia, que era esta el único recurso que tendría para rehacerse de nuevo mientras su pensamiento se perdía dentro las Tierras de Castilla…
3 comentarios:
Oiga.... me sigue gustando lo que leo...Me aventuro a decir que mucho, y no miento.
No sé cómo regresarte tanta belleza.
Un simple "Gracias" no alcanza.
Que tengas una excelente vida.
Un abrazo.
Alicia
He pateado el fuerte de San Sebastián y el baluarte de Isabel II,... he rodeado la línea de costa por la Caleta hasta el Castillo de Santa Catalina,... luego,... por el parque Genovés hasta llegar al baluarte de Candelaria, desde donde toda la bahía se ve,... me dicen en Cádiz, mi Señor, que suba a Torre Tavira, que es la torre más alta de la ciudad,... me dicen que mire al Oeste, que si algún Bergantín viene de Galicia, es por ahí por dodnde ha de aparecer,... miro a poniente, mi Señor,... y espero.
Gestos confiando en el piloto variados.
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