sábado, 13 de noviembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(94)



…Y llegó, a lomos de un caballo alquilado y con la prisa mal pagado. Con sus mejores ropas escondidas tras una capa que acababa en embozo acudió media hora antes por caminos inverosímiles con tal de no toparse con quien pudiera descubrir el urdido encuentro entre ambos que lo dejaría ya sin posible avenencia respetable hasta el fin. La lluvia había desaparecido del inminente campo de batalla como por algún encanto, lo que permitió encontrar el camino a la granja sin la molestia del barro y la poca visión en plena nocturnidad. Tras alcanzar la granja comenzó un rodeo sobre esta para localizar algún punto que le diera razón de su búsqueda y como le había prometido Mª Jesús este apareció. Su chal estaba colgado sobre la puerta entreabierta bajo su dintel, el camino de entrada estaba claro y sin pensar más, sin analizar cualquier riesgo la voluntad pudo con la prevención y entró al espacio dominado por la oscuridad. Trataba de adaptar sus ojos a la exigua luminosidad cuando el cañón de una pistola se apretó sobre su espalda.

- ¿Teniente Cefontes?

- Segisfredo Cefontes. Comandante del bergantín “Santa Rosa”. ¿Quién sois vos?

- No es asunto vuestro. Ahora si deseáis cumplir con vuestro destino caminaréis despacio hacia donde yo le indique. ¡Tomad! Encended el candil que podréis encontrar sobre la mesa dos pasos más adelante.

La voz no parecía de hombre aunque las dudas permanecían sobre la mente de Segisfredo, pues podía serlo o simplemente ser la voz de una mujer tras un embozo sobre su boca. Decidió no plantear resistencia pues ya estaba perdido de todas formas y si acudió era prueba evidente de su rendición a los postulados comprometidos frente a su amigo Daniel antes de partir de Cádiz meses atrás, por lo que todo lo que no fuera encontrase con su amada le daba igual. Ante un sentimiento que brota sin llamada y sin posible freno cuando lo hace, no hay promesa que pueda detenerlo rompiendo así cualquier ligazón con lealtades, amistades o mundos verdaderos, motivos que en verdad son los que mantienen a flote el devenir continuado de la vida cuando el temporal de la pasión ha dejado el paso de su corta estancia a la sempiterna calma hasta su ocasional regreso. La persona a la que no pudo descubrir le condujo hasta una puerta de roble tosco por la que debía de entrar.

- Ahora entre allí y espere sentado por la señora. No tardará.

En silencio quedó la puerta tras el ruido propio del cierre dejando a Segisfredo sentado pendiente de cualquier lugar por donde pudiera aparecer lo que tanto deseaba sentir. Su corazón competía por acompasar su cadencia infructuosamente al tic tac de un reloj que palpitaba en algún lugar oculto de su visión. De pronto sin casi darse cuenta una caricia le volvió a derrotar mientras unos labios le besaban su cuello descubierto desde que entró en la granja de embozos y chaquetones.

- ¡Mª Jesús!

Un susurro le pidió silencio mientras esos mismos labios se posaron sobre los suyos sin apenas presión. La luz del candil permitió a Segisfredo vislumbrar su figura aunque no fueran necesarias comprobaciones visuales, el olor a ella lo impregnaba todo abrumando sus sentidos, devolviéndolo al Santa Rosa de aquellas noches entre Málaga y Cádiz. Corazones que incardinaban el mismo son, entrelazaban sus ritmos mientras sus brazos trataban de emular tales pálpitos. La silla sobre la que se encontraba Segisfredo se convirtió en prisión, los trajes en sudarios de intromisión. El día había servido para preparar aquella estancia en el verdadero estadio de lo inolvidable, de lo memorable, lo sublime por los sueños de Mª Jesús y la interpretación de su hermana Elvira.

Ella lo cogió de su mano y sin necesidad de luces que la guiaran lo llevó hasta el lecho que la débil luz del candil sugería como suntuoso bajo su dosel sin realmente importar semejante hecho. Como una sinfonía de verdaderos músicos, ellos mismos interpretaban las melodías sin temor, en silencio, con la fuerza de puros timbales que redoblaban al unísono entre pensamientos sin palabras que el puro amor permite dibujar sin lugar a definición. Ropajes de finos encajes sobre uniforme y dorados botones hechos para la guerra reposaban testigos desde el frio suelo del fuego interno que brotaba sin tregua entre poros y pieles pegadas, recorridas por bocas como fragatas sobre galeones cargados de tesoros a los que alcanzar en carrera mortal.

La lluvia quiso aliarse dejándose caer con fuerza sobre la pizarra que cubría la granja, arrullando y ocultándolos de los malos espíritus que tantas veces escuchan para dañar a esas almas que parecían querer darlo todo por ser el último día de la eternidad, instante que alcanzó en su cresta rozando la inmortalidad, haciendo que la inmanencia recíproca se tatuase para siempre en sus mentes mientras los llevaba en lento descenso al valle de una siguiente ola que se antojaba ya imposible por real.

La tempestad sucumbió a la calma, el candil flameaba suave reflejado en sus ojos abiertos al fin a la realidad rodeada de silencio arrullado por la lluvia que golpeaba sobre la cubierta de la granja.

- Mª Jesús, te amo. No lo puedo evitar. He tratado de retener ese sentimiento en la sentina mas oculta de mi alma pero sólo era una treta con la que esconder lo que no se puede ocultar. Tan solo la mar pudo con ello de forma vana.

- No hables más Segisfredo. Ya sabes que este momento es uno y solo eso será, infinito en el recuerdo pero sin lugar a más. En pocas semanas me casaré con el futuro duque de Monleón, mi vida será la de una duquesa en la corte junto a lo que siempre soñó mi padre al que debo respeto llevando a la familia de los Mendoza al estatus que todo buen hidalgo soñaría alcanzar.

- Pero, podríamos dejarlo todo. La renuncia a los sueños de medrar en la escala social junto a mi abandono de lo que he amado desde que la vida me mostró un aparejo y unos galones. Podemos embarcarnos a Nueva Granada. Allí mi amigo Daniel tiene familia que nos podrá abrir el camino a una nueva vida. ¡Dejemos todo esto, Mª Jesús!

A la luz de la débil llama el brillo de los ojos era más real si cabe. La mirada de Mª Jesús en aquellos momentos no era la de la que conoció sobre las aguas del Mediterráneo, ahora el cálculo, el futuro medido iban apareciendo en sus gestos casi imperceptibles por Segisfredo entre la penumbra del débil candil.

- Segisfredo, mi amado Segisfredo. No funcionaría semejante locura. Tu perderías lo que ha soñado tu corazón desde niño y quizá algún día comenzases a verme como la razón de tu desasosiego. Yo me debo a la obediencia de mis padres como así lo dice nuestra tradición. Solo tenemos lo que llevemos en el alma y te prometo que así te llevaré seguro siempre dentro de ella hasta que nos encuentre la otra vida juntos en la eternidad.

Segisfredo, no daba crédito a lo que escuchaba, más propio de lance novelesco que de pura vida en la tierra real, pero la seriedad y convicción con que brotó de sus labios selló en un trágico silencio los suyos. Ella, segura de sí misma, convencida irracionalmente de tal cosa decidió prender de nuevo el fuego de la tempestad escalando de nuevo el cuerpo de Segisfredo para una nueva singladura sobre los mares de la pasión…

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