- Hola Inés. Nada me dijo Agustín de vuestros poderes adivinatorios, será un secreto entre nosotros.
miércoles, 30 de septiembre de 2009
No habrá montaña mas alta... (23)
- Hola Inés. Nada me dijo Agustín de vuestros poderes adivinatorios, será un secreto entre nosotros.
lunes, 28 de septiembre de 2009
No habrá montaña mas alta... (22)
- Agustín, antes de que hable con Pedro León desearía verlo mañana en la taberna que hay junto a los tinglados de azogues. Su nombre es “La escudera”. Al mediodía pasad por ella y preguntad por Don Antonio Bernal, es buen amigo mío y te entregará un sobre. Léelo con calma y sin prejuicio, yo llegaré un poco después para que lo hablemos comiendo.
- Por favor, Agustín, tío mío, que así me place llamarte. No faltes y no te obstines de partida tras su lectura. Si a alguien todo lo debo, después de la vida a mis padres, es a vos como verdadero padre en la distancia y consejero propio de rey. Gracias por todo una vez más, tío.
sábado, 26 de septiembre de 2009
No habrá montaña mas alta... (21)
Mientras María le relataba, a veces en vibrante gesticulación y otras con tensión contenida por el lloro deseoso de brotar, las vicisitudes de su padre en la lejana Asturias Inés se perdía entre los murmullos del rio y la brisa de un aire cargado de historia. Al frente la Torre del Oro, orgullosa de un pasado defensivo ante los que hoy la cuidaban de no caer en el escombro que es la muerte de un edificio, a su izquierda el puente de barcas, único paso de Triana a la Sevilla que paciente y rendido ante los periódicos enfados del rio dejaba a este acariciarlo sobre sus barcas que nunca vieron mar como sus hermanas las naos de tanta flota que, entre olores lejanos permitían imaginar las tierras desde donde zarpaban. Más de dos horas habían transcurrido desde que dejara a María con Diego cuando esta la llamó junto a Agustín.
viernes, 25 de septiembre de 2009
La sangre perdida
y como lluvia planean sobre ti
tristeza que sonríes sin vergüenza en los ojos
que me aturden cuando miras expectante.
Cuerdas vibrando entre la ceguera real
que hierve sobre el río de la maldad
mientras recompones tu vida cuarteada
entre lunas y soles que la tejen ajenas a tu caminar.
que son mil besos imaginados en la vieja capilla
con San Antonio resignado por tu simple amargura
mientras bebes olvidada por tu propia voz.
Nada vive sin tu propia intención,
nada respira sin que invisible se pierda
entre los golpes de tu viejo corazón
ahíto y enfrentado por un sueño perdido antes de su creación.
Luces de vástago, sueños de infante
que no los destrocen un maldito instante.
miércoles, 23 de septiembre de 2009
No habrá montaña mas alta... (20)
- Ha sido una ceremonia sencilla pero en su esencia me ha traído recuerdos agrios y dulces, agrios pues hace poco tiempo mi marido Gaspar Fueyo fue tragado por la misma mar que bendijo el capellán de la iglesia, dulces por volver a ver su rostro en mi pensamiento.
- No soy marino, ni siquiera hijo de la mar, pero es este lugar algo sagrado el que representa la explicación y los porqués de mi vida tras aquellos momentos vividos. Como os dije, fue mi familia destrozada por aquella sentencia inhumana, que aunque salvara a mi hermano, llevada a la más terrible bancarrota a mi familia. No sólo perderíamos la presencia de Juan, sino que todos mis hermanos acabaría lejos de Sevilla para siempre menos yo. A mí me entregaron infante al convento de Santa Inés para servir a la clausura y con ello pagar mi manutención, amén de recibir de esta forma la mínima educación. Mientras todo eso ocurría, en Córdoba Isabel tuvo a su vástago de nombre Diego que sin piedad alguna por parte de sus “piadosas madres” fue enviado a Sevilla a la casa de Don Francisco por orden de él mismo. Isabel destrozada y a punto de perder el juicio entró en un estado de algo parecido a la catalepsia, nada sentía, nada le importaba. Pasó mas de dos años hasta que su recuperación ya patente permitió que la trajeran a Sevilla donde fue preparada para su ordenación en el convento. Mientras tanto su padre nada quiso saber de su hija.
lunes, 21 de septiembre de 2009
No habrá montaña mas alta... (19)
- Buenos días Inés, Francisca. Las luces del alba ya salieron y hay que empezar a ganarse el día. ¡Arriba!
Pedro León se levantó con la intención de llamar a Gonzalo, pero María lo interrumpió.
sábado, 19 de septiembre de 2009
No habrá montaña más alta (18)
… - “¡Daos preso en nombre del Santo Oficio!” Gritaba el alguacil flanqueado por sus corchetes mientras apuntaba hacia la figura de mi hermano tras el escudo paterno que deseaba interponerse entre ellos y Juan. Sin contemplaciones lo maniataron y casi a rastras se lo llevaron en dirección a Triana. Ni los forcejeos de mi madre, ni los gritos de mi padre, ni siquiera la mirada de pasmo que debía tener el niño que yo era frente a sus ojos fríos como el acero que portaban hizo mella en aquellos hombres acostumbrados a cumplir las órdenes casi como verdaderos designios de Dios. Corrimos tras ellos hasta que a una orden del alguacil dos corchetes nos cerraron el paso, con lo que no nos quedó otro remedio que volver por nuestros pasos y encaminarlos en la primera esquina hacia nuestra casa. Nada supimos en aquellos días de mi hermano, Don Francisco no nos recibió en ningún momento y de la pobre Isabel nada sabíamos tampoco. Pasaron las semanas mientras nos turnábamos frente a la maldita “cárcel perpetua” a la espera de alguna señal de Juan, pero nada se sabía. Tan solo sabiamos algo que era del dominio público y era que no había espacio para tanto penado en aquellos momentos de recién comenzado el reinado de tan nefando rey que tantos coincidieron en definir como hechizado. Los arduos esfuerzos por parte de mi padre por llegar al Alguacil Mayor, incluso al procurador fiscal fueron inútiles y hubo de esperar sin esperanza alguna, pues no sería llamado al juicio salvo si este interesase al procurador. Esto hizo que nada supiésemos de lo que dentro de aquel castillo sucedía. Meses más tarde de que todo pasara logramos información e incluso algún documento que luego les mostraré.
“Visto por los inquisidores contra la herética pravedad y apostasia en la ciudad de Sevilla y su partido por autoridad apostólica, juntamente con el ordinario del dicho arzobispado de Sevilla, un proceso de pleito criminal que ante nos ha pendido y pende entre partes, de la una el promotor fiscal de este Santo Oficio actor acusante y de la otra reo defendiente don Agustín Delgado, vecino de esta ciudad, que está presente, sobre las causas y razones en el proceso del dicho pleito contenidos:
Fallamos atentos los autos y méritos del dicho proceso que por la culpa que de él resulta contra el dicho don Agustín Delgado si el rigor del derecho hubiéramos de seguirle pudiéramos condenar en grandes y graves penas, mas queriéndolas moderar con equidad y misericordia por algunas causas justas respecto que a ello nos mueven en pena y penitencia de lo por ella hecho, dicho y cometido, la debemos de mandar y mandamos que en esta nuestra sala de la audiencia le sea leída esta nuestra sentencia y sea reprendida gravemente y que hoy, día de su pronunciación, oiga la misa que se dijere en la capilla de este Santo Oficio en forma de penitente en cuerpo y una vela de cera en las manos y no se humille salvo desde los Santos hasta haber consumido el Santísimo Sacramento y acabada la misa ofrezca la vela al clérigo que la dijere. Y le condenamos en destierro perpetuo de esta ciudad y su gobernación. Más le condenamos en dos mil ducados de Castilla para gastos extraordinarios de este Santo Oficio, con que acuda al receptor de él y por esta nuestra sentencia definitiva juzgando así lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos. El licenciado Pedro Tejado de Ubrique, el licenciado Fernando Ortega, Fray Severo de Montilla.
Dada y pronunciada fue esta sentencia por los señores inquisidores y ordinario que en ella firmaron sus nombres en la audiencia de la mañana de esa Inquisición a primer día del mes de octubre de mil y seiscientos y sesenta y nueve años estando presentes el doctor don Manuel Rodriguez Bazán fiscal de él y don Agustín Delgado, a los cuales se le notifique en sus personas.”
miércoles, 16 de septiembre de 2009
No habrá montaña mas alta (17)
…Como les fue relatando el Sacristán, al principio Don Francisco se avino a razones pues la principal de todas que no era otra que su hija había dejado clara con su determinación. Pero aquella situación solo era la de un hombre dolido, con el ánimo golpeado y desarbolado por su propia sangre; estaba claro que Don Francisco no iba a dejar que la aparente clara derrota de su vida cambiase su andar por muchas cuartas que haya virado el metal de la aguja en la vieja rosa de su navegar. Así continuaba relatando la historia Agustín a Inés y María cuando la otra orilla del Guadalquivir los recibió junto al recio castillo de San Jorge, justo allí María se aferró al brazo de Inés, un temblor se apoderó de sus reflejos mas primarios.
- Cuan... cuando entramos en Sevilla una comitiva de penados nos recibió interrumpiendo el paso y dejándome el corazón sin la sangre propia…
- Señora, lo que vio eran los penados que iban al quemadero de Tablada. Infelices y desgraciadas almas de las que, Dios y la Santa Inquisición me perdonen, dudo que sus males a la cristiandad fueran merecedores de tal pena y castigo. Pero continuo con vuestro permiso, como iba diciendo Don Francisco recapacitó y dio marcha atrás en sus deseos de condenar a mi hermano a la pena más terrible en tiempo y dolor. Así, al día siguiente retiró los cargos ante el Alcaide que dio orden de levantar estos sobre los grilletes de Juan. Mi madre me permitió ir de su brazo a las puertas de la Cárcel donde la imagen de Juan en el dintel de aquella enorme puerta, titubeante en su mirada perdida, con el paso tembloroso por la incomprensión ante todo hizo que acabara siendo empujado, casi echado por los corchetes de la cárcel sobre el sucio lodazal que se abría frente a la puerta de hierro del edificio. Un grito con el nombre de Juan casi invisible entre el estertor agónico producido por los gritos de mi madre me hizo reaccionar y seguirla mientras esta se abalanzaba sobre el cuerpo de mi hermano. Los tres días siguientes fueron una procesión imaginaria de abrazos de mis hermanos y padres sobre mi hermano intercaladas en los preparativos para la marcha de Juan a la villa de Sanlúcar donde esperaría el tiempo pertinente a que la flota que partiese hacía el otro lado del mundo zarpase. Mientras la flota no zarpase no debían sus pasos quebrar los límites de aquella villa ni nadie de nosotros tomar contacto con él salvo por carta.
- Pero…
- Pero las velas del ánimo se atinan al viento que sopla y este decide en su arbitrio cuál será su próximo rumbo sin consultar al que templa el aparejo de la vida. No pasaron los tres días cuando unos desmayos y la sabiduría de las ancianas criadas que Don Francisco tenía le confirmaron el terrible desgarro en la honra de los Mallaina con el filo venenoso que era y aún es el deshonor de una hija mancillada. Esta vez la procesión sería la del silencio, el veneno que ya corría por la venas de don Francisco había anulado cualquier razón que no fuera la de hacer mal de manera fría y sin lugar a retracto. A Doña Isabel como vos la llamáis o a la hermana Piedad, que así será para mí hasta el fin de mis días, Don Francisco mandó escoltada tal que futura reina de España por el propio servicio de Don Francisco a la ciudad de Córdoba. Con el permiso de la madre del convento de Sevilla y la autorización de la misma en el de Córdoba fue internada en el más absoluto secreto para la mayor atrocidad que alguien de la misma sangre pudiera hacer con su hija.
Las lágrimas ahora brotaban lentas y casi sin deseos por fluir sobre el arrugado rostro de Agustín Delgado. Revivir aquél trance vivido mil veces en las palabras que Isabel le tatuó en su pensamiento tantas veces en las que ella necesitaba encontrar en él a Juan Delgado le devolvió a la vida.
- Agustín, nos os aflijáis, dejad el relato por hoy si no os sentís con fuerzas para continuar. Vuestro hermano estará orgulloso desde donde os esté escuchando pues nadie como vos pudo haber ayudado a Doña Isabel en su ausencia…
- Gracias querida María, que así me place llamaros, pero deseo continuar con este; aunque no lo creáis hacía años que de mis ojos no brotaba lágrima alguna. La soledad los había secado; ahora parece que los fantasmas han vuelto para darme un soplo de sus vidas mientras revivo sus memorias ante vuestras mercedes. Mientras Isabel quedó presa en Córdoba, Juan se preparaba para partir hacia Sanlúcar, la mañana del tercer día, como así había sido pactado fue la de la despedida. En silencio acompañamos a Juan hacía el embarcadero próximo a la Torre del Oro pues allí esperaba una pinaza que entre los fardos, unos legales y otros de contrabando, se dirigía hacia Sanlúcar y tras su barra enfilaría el Estrecho para perderse en el viejo mar romano. Mi madre con el llanto contenido se aferraba al brazo de mi hermano mientras mi padre cargaba el hatillo a modo de pena impuesta por algo que aún no era capaz de comprender. El mismo olor que ahora percibimos a humedad y brea mezclada por el calor de un sol que entonces parecía querer ser castigo con todo lo demás nos decía que los muelles estaban a pocos pasos, la pinaza apenas si se movía al paso de cada hombre y fardo que como uno sólo subían por la plancha de la nave, fue en ese momento cuando una voz como un trueno tenebroso, que aún me enfría la sangre ahora que casi no hay calor dentro de mi viejo cuerpo, nos paralizó a todos casi como si el mundo nos hubiera abandonado en su lento girar.
- ¡¿Qué ocurrió?! ¡¿Qué fue lo que oíste, Agustín?!
- ¡ Alto en nombre del Santo Oficio!...
lunes, 14 de septiembre de 2009
El tornaviaje como sueño real
Un viejo deseo brota mientras caminas sobre viejos caminos de arcilla y basalto a través del valle de las mil palmeras en el que escucho canciones de otras décadas tocadas por un músico al borde la carretera sin otro salario que una gorra llena de monedas y su propia libertad. En sus arrugas se perciben los lustros pasados con la gloria y la pena de un imparable Cronos siempre presionando por ganar un segundo más a su propio reloj. Entre todo los sempiternos volcanes extintos aunque presentes en cada mirada imaginaria deseosa de darles vida, de verse en los ojos Don Andrés Lorenzo, el viejo cura de Yaiza cuando los temblores pasaron a explosiones de fuego y cenizas.
Mientras, a pocas leguas más al este de las que recorría el viejo padre los castillos de San Gabriel y San José, tan mimados por el mismo Cronos, se cuidan de que la historia los contemple. Quizá esto sea lo que sus piedras crean al verse en el reflejo del mismo océano, pero es otro castillo pasto del salitre del mismo océano en el que la herrumbre ha dado paso ya al mismo aire cuando la marea lo permite el que campea solo con sus glorias al viento.
Mis ojos lo encontraron sin esperar hacerlo, igual que al hombre que revivía viejas canciones en medio del más puro turismo trepanador de postales y paella. Dos golpes de vida en los que la propia fuerza de sus pulmones en el humano y la del mismo Eolo cortándose a si mismo entre los cables ya solo suspendidos sin tensión en el marino daban vida con sus canciones a mi imaginación.
El mismo tubo metálico que allí me dejó es ahora el que me devuelve al pulso vital que la misma tierra es volver a pisar, tierra a la que le acaricia un mismo mar por el que algún día poder regresar sin otro billete que el de puro deseo, sin otra provisión que la del aliento por escuchar el viejo eco que dejó mi grito silencioso entre aquellos dos seres que por un momento anularon mi voz por sentirme su hermano menor presto por su ejemplo.
42º 03´Norte, 5º 19´oeste, ya falta poco, el sol que brilló durante la “condicional” se despide ya. Mis ojos se cierran, mañana comienza ya...