miércoles, 30 de septiembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (23)

… Pedro León llegó a Sevilla la tarde del viernes 27 de octubre de aquél año de 1722. Su rostro traía el gesto del cansancio tintado entre ríos de sudor oscurecido por el polvo del camino. Las dieciséis leguas que aproximadamente distaban Sevilla de Cádiz, como la última vez, se las habían devorado entre la noche y el día reventando caballos. Daniel llevaba el gesto del agotamiento camuflado bajo una tela de orgullo por saberse segundo de Don Pedro. No duró esto mucho, pues fue sentir el tacto de su madre y derrumbarse el falso andamiaje dejando la misma expresión de animal agotado que la que mostraba su señor.

- ¡Pedro! ¡Alabado sea el Señor! Bienvenido a casa. Siéntate mientras preparamos el baño y os aseáis ambos. María, trae la jarra de limonada para estas dos gargantas secas, que no sean excusa para no contarnos sus logros en Cádiz.


- Inés, sois la hermana mas malvada que pudo habernos regalado madre a Francisca y a mí.


- Pero también es la hermana que mas os quiere. Anda, callad y bebed que los dos os lo habéis merecido. Pero no te demores mucho en contar las nuevas que esperamos aquí sobre la partida mi querido hermano. Inés dejó a ambos descansar y recuperarse, cosa que fue interrumpida cuando ya el sueño los había invadido por Francisca que los avisó de su baño. Casi en estado de puro sonambulismo cada uno se dirigió a su respectivo barreño, que de mayor clase no había recipiente en aquel improvisado hogar. Mientras el uno se aseó en solitario, el otro por mucho que justificase su hombría no pudo evitar que las manos de su madre lo asearan como si de su hermano Miguel se tratase. Minutos más tarde que para las tres damas de la casa parecieron meses Pedro León apareció en la sala con el aspecto real de quien realmente era. la estampa de las tres mujeres con mirada de espera lo volvió a sorprender.


- ¡Veo que no dais tregua! Pues bien, un vaso de limonada con la jarra al punto y os pongo al día de las nuevas si de tal forma deseáis nombrarlas. En primer lugar deciros que en la Casa de Contratación de Cádiz nada nuevo encontramos salvo que están a la espera de que arriben navíos de la Real Armada a Cádiz para aprestar la flota. Este año no habrá ya flota hacia Nueva España, ni siquiera de galeones o de azogues, que en el caso esta última sería de agradecer no toparse. Tras confirmar lo que ya esperábamos recorrimos con presteza desde la Isla de León hasta el Puerto de Santa María y lo que encontramos fue una bahía de maravillosas vistas que si en otra situación sería la nuestra, buena razón fuera cualquiera para establecerse en semejante lugar. Mas cuando las gentes adivinaban nuestras intenciones todo eran buenas palabras, pero más altos los montantes a pagar, por mucho que les diéramos razón de pago solvente y supieran del largo tiempo en que se fiaba la nueva partida de las flotas no hacía sino aumentar todo. Traigo dos direcciones de algún cortijo en el que nuestro alojamiento podría ser asumible aunque, mis queridas hermanas, no esperéis grandes comodidades si como parece hay que alargar el caudal, que sin sumar siempre mengua.

Las tres lo miraban en silencio cómplice intentando contener las sonrisas por respeto a Pedro, desconocedor de la solución que tenían entre sus manos o que creían tener pues Diego Delgado aún no había desvelado su propuesta. Pedro, que tonto no era no esperó


- Vamos a ver, os estoy dando pésimas noticias. A vos María, a pesar de que ya os conozco algo puedo aceptar vuestra postura, pero tu mi hermanita Inés, hace rato que debías haberme interrumpido, y qué decir de ti mi leal hermana mayor que ya tendrías que haber apretado tus puñoshasta deformar sus formas. ¿Qué es lo que ha pasado en mi ausencia? ¿habéis encontrado algún arcón repleto de lingotes arrojado por el río a vuestros pies?



Se miraron, el ademán de aguantar solo fue eso, un ademán y prorrumpieron en una carcajada que retumbó sobre un Pedro que nada entendía. Inés, como se esperaba comenzó a relatarle lo ocurrido en los últimos tres días hasta que terminó con el ruego de Diego Delgado para que aguardara a que se vieran ese sábado, fecha que ya tronaba como temporal de esperanza a punto de romper. Pedro, joven comerciante que entre textiles y caudales sabía cómo mantener los rumbos inciertos, no acababa de centrar semejante golpe en principio de buena fortuna y no demostró apenas entusiasmo frente al que manifestaban sus hermanas, incluida María a la que él no sentía como hermana, aunque lejos estaba de presentar públicamente tales muestras ante las tres mujeres que marcaban las pautas de su devenir.


El día transcurrió sin más que anotar en esta historia arribando el sábado como nave capitana cargada de desconocidos tesoros por descubrir bajo la cubierta curtida, que era la piel de Diego Delgado. Este había mandado un mozo con una nota en la que anunciaba su llegada tras la hora de comer junto a Agustín para la reunión acordada tres días atrás.

Y llegó la tarde, la temperatura llevaba la calidez del otoño sevillano que permitía vestir sin agobios los ropajes que meses atrás hubieran derretido al más recio soldado del viejo tercio ya casi olvidado. Antes de que Agustín diera con la vieja aldaba, la puerta se abrió.


- Buenas tardes, Agustín y Diego. Sed bienvenidos a esta casa.

- Hola Inés. Nada me dijo Agustín de vuestros poderes adivinatorios, será un secreto entre nosotros.


Pasaron hasta la pequeña sala donde hacían su vida la familia de los León y los Fueyo Liébana que se había quedado pequeña con tanta gente reunida entre adultos e infantes. Francisca, diligente como hermana mayor y madre hecha a la fuerza tras la pérdida de la que de natural los tuvo sirvió limonada junto a unos dulces que enseguida cayeron eclipsados por los que Agustín obsequió a todos


- Son de las monjas de Santa Inés. Si algo hacen en el monasterio de verdad pecaminoso son estos dulces que al que los prueba una vez ya los transforma en reo de gula sin posible reforma.

Sin más preámbulos se dieron las presentaciones entre Diego, Agustín y Pedro.


- Mis hermanas y María me han relatado su historia, Don Agustín, y a fe mía que sois hombre sufrido y de probada resistencia moral que otro ha tiempo hubiera resignado su vida sin luchas por mantenerla. Mi respeto hacia vos y mi disposición para lo que vos demandéis de este mercader que pervive en impropia situación. Don Diego Delgado, no tengo palabras para vos sino las mismas dichas para vuestro tío. Le reitero a vos mi disposición y respeto en la misma medida.

- Gracias Don Pedro, nada se de vos, mas siendo familia de mujeres con la fuerza que han demostrado para ayudar a cumplir con el deseo de mi padre, siento hacía vos el mismo agradecimiento que para con ellas. Por ello y sin mediar mayor número de lisonjas entre nosotros deseo proponer a vuestras mercedes lo siguiente…



lunes, 28 de septiembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (22)

… El nuevo Diego dejó a Inés y María en las proximidades de su casa y prosiguió con Agustín el paseo hasta el convento de Santa Inés,donde éste vivía humildemente en un pequeño aposento escondido tras la trasera de la sacristía.

- Agustín, antes de que hable con Pedro León desearía verlo mañana en la taberna que hay junto a los tinglados de azogues. Su nombre es “La escudera”. Al mediodía pasad por ella y preguntad por Don Antonio Bernal, es buen amigo mío y te entregará un sobre. Léelo con calma y sin prejuicio, yo llegaré un poco después para que lo hablemos comiendo.


- Allí estaré Diego.
- Por favor, Agustín, tío mío, que así me place llamarte. No faltes y no te obstines de partida tras su lectura. Si a alguien todo lo debo, después de la vida a mis padres, es a vos como verdadero padre en la distancia y consejero propio de rey. Gracias por todo una vez más, tío.

La fuerza de los sentimientos casi los llevan a la asfixia por la intensidad del abrazo con el que se despidieron. Lo hicieron en la promesa de cumplir con la cita tres días después. Al mismo timepo, las casi hermanas se quitaban la palabra la una a la otra para poner al día a Francisca mientras Miguel y Daniel entre las tres mujeres entremezclaban los sonidos propios de sus juegos con las voces alteradas de ellas. La noche transcurrió sin otro motivo que el procurar conciliar el sueño tras tanta excitación. Los brazos de Morfeo al final recogieron ánimos de todos y la paz durmiente campeó al fin la noche en aquél hogar sevillano.

Por la mañana tras el desayuno se repartieron las tareas, quizá esta vez con mayor normalidad pues no había donde ir a buscar y encontrar. Aún así María deseaba visitar a Agustín en el Convento de Santa Inés una vez más.

- Inés, Francisca, he terminado con las labores que tenía encomendadas y desearía pediros el favor de vuestro permiso para salir a ver a Agustín. Necesito hablar con él de nuevo. Para no causaros mayores molestias me llevaré a Daniel y a Miguel…

- ¡María, por favor! Si hay dos joyas en este pequeño reino que regentamos con el acierto que Dios nosha dado a entender son estos dos niños. Así que te vas, Inés y yo ya haremos porque aprendan, jueguen o lo que se tercie mientras ves al Sacristán.

- Gracias, Francisca. No me demoraré mucho.


Dos besos a sus hijos y de un giro enfiló la salida hacía el Convento de Santa Inés. Necesitaba hablar con Agustín de él mismo, durante los últimos fue descubriendo la clase de ser humano que escondía su humilde actitud. Cuando el pórtico de Santa Inés se presentó ante ella, María percibió una incesante actividad. No eran trabajadores sobre el retablo aún en plena fabricación sino actividad religiosa. Cuando se acercó pudo ver a Agustín recibiendo algún tipo de instrucciones de un religioso de porte y mando. María esperó hasta que quedo libre de tal personaje y se acercó entonces.

- Agustín, perdonad. Veo que estáis atareado. No sé si tenéis algún momento para que hablemos...
- Buenos días María. Perdonad por tanto ajetreo que tan raro se hace a pesar de los carpinteros y pintores del retablo, el próximo miércoles será el día de difuntos y estamos preparando las liturgias y ceremoniales. Si tenéis la bondad, esperadme en aquél banco y en cuanto todo esto acabe estaré con vos.

Con una sonrisa María se sentó y esperó hasta que Agustín con una suave sonrisa en su rostro se acercó.

- Como os dije no era mucho lo que debía esperar. Mi trabajo está ya terminado, así si os place podemos pasear y me contáis lo que traéis en vuestro mirar.
María se levantó y comenzaron el paseo
- Mi querido Agustín, hemos hablado estos días de su hermano Juan y no solo nos ha devuelto una parte de su historia sino que nos ha regalado a Diego, su hijo. Mientras todo eso sucedía nada hemos sabido de vos salvo lo que corriera de vuestra vida pareja a la de su hermano. Por lo que mi humilde saber percibe, habéis tenido una dura y solitaria vida con el único refugio de nuestro Señor que, permítame decirlo, no siempre hace patente su presencia cuando esta se demanda aunque allí se encuentre.

- Para eso nos regaló la fe querida María, para esos momentos en los que no se revela. Decís bien, pues mi vida ha sido todo menos agradable a pesar del buen trato que tuve en el convento. La soledad tras la muerte de mi padre y la marcha de mis hermanos fue el castigo más terrible que un ser carnal pueda soportar.

Caminaba Agustín quizá más encorvado de lo normal, como si los lastres de la vida estuvieran todos ahora sobre su espalda para poder mostrárselos a María. Ella no quiso verlo de aquella forma más y le espetó lo que su corazón le llevaba diciendo desde el día anterior.

- Agustín, ha sido vuestra vida terrible en su condena por el arbitrio de un hombre ofuscado en su orgullo, ciego por la pérdida de un honor que demostró no tener, y a fe del Cielo que ha de tener un colofón que os devuelva la sonrisa perdida. Mi querido sacristán, lo que yo le propongo es que venga con nosotros a donde nos lleve la flota. Ni siquiera sé si tendremos plaza en alguna cubierta, pero creo que en ese intento debíerais estar vos. Todos, o al menos mis hijos y yo lo sentiremos como de nuestra familia. Los Alisios nos empujaran sin mano humana que logre detenerlos y quizá al arribar a Tierra Firme o a las Islas de Barlovento acabemos por saber de vuestra familia.
- María…
- No me conteste sin reflexionar, piense que es de su vida de lo que hablamos, no sabe cuando lo llamará el Señor y mientras esto suceda es de justicia recuperar la sonrisa que le robaron. No me conteste, sólo piénselo; la flota no sabemos cuándo será ni lo que Don Diego nos vaya a ofrecer. Solo piénselo. Agustín, he de marchar, me esperan mis hijos a los que mas pronto que tarde les contaré con orgullo de la vida hermano de Juan y de su sacrificio. Nos veremos el próximo sábado con Diego y espero que vos esté allí.

sábado, 26 de septiembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (21)

…Inés en aquella ocasión con una prudencia irreconocible hasta ese momento se recogió en un discreto segundo plano dejando todo el protagonismo a María y Diego. Era ella la que tenía un mensaje que entregar, Inés sólo la había acompañado hasta ese momento imposible de imaginar semanas antes, cuando Sevilla parecía un enorme cúmulo de gentío entremezclado por gentes de mar, mercaderes, embaucadores, soldados, jugadores, santos de capa que se arrodillaban ante las mil imágenes que brotaban en cada pared, esquina o portal. Aún así desde su fuero interno deseaba estar con ellos por sentirse ya parte de María y su avatar.



Mientras María le relataba, a veces en vibrante gesticulación y otras con tensión contenida por el lloro deseoso de brotar, las vicisitudes de su padre en la lejana Asturias Inés se perdía entre los murmullos del rio y la brisa de un aire cargado de historia. Al frente la Torre del Oro, orgullosa de un pasado defensivo ante los que hoy la cuidaban de no caer en el escombro que es la muerte de un edificio, a su izquierda el puente de barcas, único paso de Triana a la Sevilla que paciente y rendido ante los periódicos enfados del rio dejaba a este acariciarlo sobre sus barcas que nunca vieron mar como sus hermanas las naos de tanta flota que, entre olores lejanos permitían imaginar las tierras desde donde zarpaban. Más de dos horas habían transcurrido desde que dejara a María con Diego cuando esta la llamó junto a Agustín.



- Inés y Agustín venid, os lo ruego. Deseo que estés conmigo ahora que ya Diego conoce la historia de la vida de su padre aún de manera quizá algo gruesa, pero que podremos afinar en el transcurso de nuestra estancia en Sevilla hasta el arribo de las Flotas. Me gustaría que fuérais testigos de la entrega de algo que sólo soy portadora por deseo de Juan Delgado, padre de Diego. Aquél buen hombre que por su mirar sentía ya próxima su visita al Altísimo me hizo entrega poc antes de despedirnos de estos dos objetos que vivieron colgado el uno sobre su pecho y el otro ceñido en su anular con la esperanza de que la vida lo hiciera portar de quién fue el fruto de su amor. Tomad Don Diego Delgado y Mallaína, que este debiera ser el nombre y apellidos que debierais portar con orgullo y sin temor. Con esto que os hago entrega el círculo queda cerrado y los viejos fantasmas que atormentaran vuestras vigilias ya han vuelto a los infiernos de donde nunca debieron haber venido.

Con ternura María le puso el colgante sobre su cabeza postrada. En la medalla una imagen de San Telmo y en su reverso los nombres en tosco grabado de Juan e Isabel con una fecha que de terrible pasaba al fin a ser algo que recordar con orgullo, 1669. El anillo grabado con cruces y la fecha de nuevo en su interior, un anillo que nunca pudo tener su gemelo pues su madre jamás supo de Juan, ni pudo ver tal símbolo logrado tallar por él de un pequeño montoncito de oro que con ímprobo esfuerzo fue haciendo en su destierro. Un abrazo largo, sin espera por su final remató de forma sencilla aquella íntima ceremonia a la que las cuatro almas fundieron recuerdos para forjar luz del pasado olvidando dolores sin fundamento.


Como la vida continuaba antes y ahora y con ella ese sentir hambre, que en pocas dosis es aceptable Diego los invitó a comer en una de las tabernas que cercaban la cava de los gitanos, la Iglesia de San Jacinto los vigilaba en su caminar hasta entrar en la taberna de corte marinero de nombre “La victoriosa” donde ambas mujeres pudieron comprobar la popularidad y el respeto que le tenían a Diego.

- ¡Tabernero, la mejor mesa para este que la pide y su séquito que lo acompaña!

- ¡Buena hora la de entrar a esta gloriosa taberna, Don Diego! ¡ Ya mismo tenéis mesa!

- Mis queridas Inés y María, seguidle la corriente a José el Tabernero que es de buena ley aunque muy pesado. En cuanto sepa que sois forasteras no cabrá un segundo entre tal noticia y su relato sobre el origen de esta taberna y su nombre.

- ¿Y vos, nos adelantará algo de ello?

- Sin favor, mi señora. Nada más y nada menos que fueron el mismo Magallanes y sus pilotos los que sentaron aquí sus reales mientras preparaban su proeza inmortal alrededor del globo. Ni más ni menos y no duden vuestras mercedes de su entusiasmo y créanlo como si escritos de las Santas Escrituras fueran.

Las sonrisas campeaban en la mesa, el tabernero cumplió con creces con el relato histórico y sobre todo con los buenos caldos y las viandas excelentes que presentadas sobre la mesa duraron lo justo para su vista. La vida en aquél momento en el que los vapores del vino difuminaban tristezas y los estómagos sentíanse llenos parecía otra, María sin saber porqué parecía haber recuperado una alegría que había devorado la mar tiempo atrás frente a la bahía de San Lorenzo. En aquellos momentos todo parecía tener solución aunque las certezas solo eran sentimientos momentáneos producidos por un reencuentro imposible de explicar.

La sobremesa fue dilatada pues Diego quiso saber de cada una, así fue como se enteró de su situación tras la pérdida de la flota que zarpó de Cádiz antes de su llegada a Sevilla, de las peripecias y adversidades por las que pasó María hasta encontrar, quién sabe por qué designio a su padre en Santa Cristina de Lena. Fue quizá esa parte la que ensombreció el alegre momento en el que se encontraban, María le confió su deseo de arribar a las Indias, no le importaba donde fuera pues sabía que al otro lado las oportunidades existían para quién quisiera luchar por ellas.

- Diego, el problema es que mis dos hijos y yo no disponemos de la autorización de la Casa de Contratación para cruzar el Océano. Inés, Francisca y se hermano Pedro León nos han aceptado como criados a su servicio para intentar de esta manera ayudarnos a embarcar, aunque sabemos que todo depende del número de pasaje que ya este designado y en consecuencia lo que determine la Casa de Contratación en relación a los límites de cada familia a llevar como servicio.

Diego Delgado de eso sabía, pues no en vano era miembro de la Universidad de Cargadores de las Indias.

- María tenéis razón en preocuparos pues esta eso muy perseguido y cualquier persona no autorizada que desembarcara en los puertos de arribada sin reembarcar para el tornaviaje es causa de pena y cárcel sobre nuestro maestres, pilotos y capitanes que arriban desde allí. Pero no os preocupéis que estáis ante quien os puede hacer llano tal proceso. Permitidme que os acompañe hasta vuestra casa. ¿Decís que vuestro hermano Don Pedro llegará a Sevilla en dos días, Inés?

- Si, si no existe contratiempo así debería ser.

- Pues decidle que nada haga hasta que no hablemos. Dentro de cuatro días pasaré por vuestra casa para mantener una conversación y proponeros algo que quizá sea del agrado de todos…



viernes, 25 de septiembre de 2009

La sangre perdida

Si, los he roto, en mil pedazos
y como lluvia planean sobre ti
tristeza que sonríes sin vergüenza en los ojos
que me aturden cuando miras expectante.


Cuerdas vibrando entre la ceguera real
que hierve sobre el río de la maldad
mientras recompones tu vida cuarteada
entre lunas y soles que la tejen ajenas a tu caminar.



Barrotes fundidos por cañones de mantequilla
que son mil besos imaginados en la vieja capilla
con San Antonio resignado por tu simple amargura
mientras bebes olvidada por tu propia voz.


Nada vive sin tu propia intención,
nada respira sin que invisible se pierda
entre los golpes de tu viejo corazón
ahíto y enfrentado por un sueño perdido antes de su creación.
.

Luces de vástago, sueños de infante

que no los destrocen un maldito instante.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (20)

… la misa terminó y los tres salieron en silencio hasta que maría lo rompió

- Ha sido una ceremonia sencilla pero en su esencia me ha traído recuerdos agrios y dulces, agrios pues hace poco tiempo mi marido Gaspar Fueyo fue tragado por la misma mar que bendijo el capellán de la iglesia, dulces por volver a ver su rostro en mi pensamiento.


- No soy marino, ni siquiera hijo de la mar, pero es este lugar algo sagrado el que representa la explicación y los porqués de mi vida tras aquellos momentos vividos. Como os dije, fue mi familia destrozada por aquella sentencia inhumana, que aunque salvara a mi hermano, llevada a la más terrible bancarrota a mi familia. No sólo perderíamos la presencia de Juan, sino que todos mis hermanos acabaría lejos de Sevilla para siempre menos yo. A mí me entregaron infante al convento de Santa Inés para servir a la clausura y con ello pagar mi manutención, amén de recibir de esta forma la mínima educación. Mientras todo eso ocurría, en Córdoba Isabel tuvo a su vástago de nombre Diego que sin piedad alguna por parte de sus “piadosas madres” fue enviado a Sevilla a la casa de Don Francisco por orden de él mismo. Isabel destrozada y a punto de perder el juicio entró en un estado de algo parecido a la catalepsia, nada sentía, nada le importaba. Pasó mas de dos años hasta que su recuperación ya patente permitió que la trajeran a Sevilla donde fue preparada para su ordenación en el convento. Mientras tanto su padre nada quiso saber de su hija.

- ¿Y qué fue de su hijo, Diego?

- No os apresuréis, Maria que todo llega. Antes os contaré cómo mi madre murió de tristeza, tal que una vela cuando la cera se consume y el pábilo exhala su humo definitivo en el silencio y sin molestar a nadie en su despedida. Mi padre resistió, creo que eran las veces en las que me visitaba cuando el levantaba el poco ánimo que mantenía en su interior, pero en pocos años la pobreza, las privaciones materiales y de espíritu lo fueron reduciendo a un cúmulo de dolores cada vez más numerosos que lo postraron en el jergón que aún tenía en su hogar. Isabel, aún no había sido ordenada y entre ella y yo la relación era cada vez de mayor calado. Sabía que una cosa podía hacer a pesar de ser ello lo más doloroso que saliera de sus manos, decidida escribió una carta a su padre en la que le exponía la situación de su antiguo amigo y le demandaba la piedad que no había tenido con ella.
- ¿Funcionó?

- Increiblemente si. Días después varios cofrades de la hermandad de la Virgen del Buen Aire fueron a recogerlo y, aunque mi padre no fuera hombre de mar, por la influencia de Don Francisco lo internaron en el Hospital. Así fue como mi padre sin salvarse, al menos tuvo una muerte más digna de la que le esperaba en la soledad de su hogar. De la mano de Isabel iba cada jueves y sábado a visitarlo hasta el último día en el que por la gracia de nuestro Señor tuve el privilegio de despedirme de él para siempre. Desde entonces acudo aquí todos los últimos jueves de cada mes para seguir de alguna forma en el recuerdo de mi padre.
- ¿Supo vuestro padre que Isabel tuvo a Diego?

- A pesar de la orden expresa de Don Francisco acerca de esto, en los últimos días de aquella agonía se lo revéle. Creo que fue una de sus últimas sonrisas espontáneas que me regaló. Aquél niño fue cuidado en casa de Don Francisco con el nombre de Diego y el apellido de uno de sus criados. Todo el mundo en Sevilla sabía de la ascendencia del mozo, aunque nada se dijera delante de su abuelo, que todos sabemos cómo la hipocresía es esa calle principal donde residen la mayoría de nuestros portales y ventanales como escribió el inmortal Quevedo. Así pasó el tiempo y de mozo entró a trabajar en uno de los arriendos de la casa de Alba como aprendiz de contador. Zagal listo y honrado enseguida ascendió y con los años acabó siendo propietario de un pequeño trozo de tierra que le cedió el contador del Duque a cambio de una renta. Con su capacidad unida a la suerte, que de todo es juez al final del esfuerzo, acabó siendo un miembro de la Universidad de Cargadores de Indias como comerciante y productor del buen vino de Jerez, pues consiguió hacerse con un buen pedazo de tierra fértil en viñas y aguas.

Al oir esto María sintió que todo aquel sufrimiento virtual, como río enredado por meandros interminablesal fin desembocaba en el deseo de su primer protector Juan Delgado. Tenían que encontrar a esa tal Diego
- ¡Alabado sea nuestro Señor, Don Agustín! Al final de los renglones torcidos la luz del buen final parece como una explosión de felicidad. ¿Cuándo podremos ver al hijo de Diego? ¡Tengo tanto que decirle y entregarle de su padre!

Con una sonrisa de placer y un suave gesto de su brazo Agustín le mostró a un hombre sentado hacía algunos minutos cerca de la orilla sobre una roca que las manos humanas habían dado forma de tosco banco de redondeados brazos por tantas manos que lo acariciaron en el transcurso milenario desde la Sevilla musulmana, la castellana hasta la imperial. Con pausa en su andar tras incorporarse se acercó a los tres.
- Con humildad me presentaré ante vuestras mercedes. Mi nombre es Diego García de Trujillo, hijo de Juan e Isabel a quienes no conocí en sus pieles, pero sí en las imágenes de mi segundo padre Agustín que ha hecho de mí lo que ahora ven. Hace ya años que supe de mis padres por su voz y desde entonces mi dolor nunca había podido sosegar por no saber nada de mi padre a quien como hijo me hubiera gustado estrecharlo en mis brazos. Ha pocos días Agustín me mandó llamar y creo que aún mi corazón no es capaz de dar crédito a los que mis ojos y oídos perciben frente a vuestras mercedes.

La imagen era la de un hombre entrado en la madurez, sus sobrepasados cincuenta años al sol gaditano habían pintado su piel un tono de bronce que junto a su semblante serio le daba aspecto de viejo cadí en la Sevilla Almohade. Hombre ya sin pelo en su cabeza, unos ojos de negro profundo escrutaban sin crueldad a María que lo miraba como si habría descubierto a Juan de nuevo. María, solo acertaba a enjuagarse unas lágrimas fruto de una emoción por aquél reencuentro inesperado con quien la sacó de su más profunda derrota tras la salida de Gijón, pues era la viva imagen de su padre.



- ¡Juan!… perdón, Don Diego permítame presentarme...



lunes, 21 de septiembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (19)

… Sin apenas horas que llevar al sueño por tanto escuchado y recreado el día anterior, la vigilia se impuso dando permiso al alba para entrar en los ojos abiertos de María. Había escuchado la historia de forma quizá más moderada de voz y letra de Juan meses atrás, y acababa de escuchar la misma en su más cruda expresión de boca de su hermano Agustín. María en aquella vorágine de pasiones, odios, castigos y frustraciones casi había olvidado el por qué de su situación. Su marido tragado por una mar que nada daba sin reclamarlo antes o después, su vida como sueño prometedor en su villa de Gijón roto por aquella muerte y la carroña que tantas veces espera hacerse con los despojos sin que estos hubieran llegado a serlo. Todo aquello tras los últimos días reviviendo los azares de Juan Delgado y su amada Isabel le parecían lejanos dolores que había de dar paso y continuar adelante. mientras esto pensaba, los primeros ruidos de una ciudad que despertaba la incorporaron del camastro que compartía con sus dos hijos y comenzó a preparar el desayuno para sus hijos y los que iban poco a poco alcanzando tal sentir en su propio interior, que muchas veces es la que sientes como tal la que en verdad es pariente y la que lo es de sangre, no es más que lo que te trae el sufrir por no poderla asi sentir.


- Buenos días Inés, Francisca. Las luces del alba ya salieron y hay que empezar a ganarse el día. ¡Arriba!

Con suavidad despertó a sus protectoras y estas hicieron lo propio con Pedro, mas este ya estaba en pie y aseado, solo esperaba la llamada para salir. Desayunaron, el tema de conversación volvió a ser la vida de Juan y Agustín.


- Hermanas y Maria, procurad acabar con esta historia que comprendo en su totalidad, pero necesitamos concentrar nuestras fuerzas en la mejor manera de aguantar hasta la próxima flota que se apreste en Cádiz. Hoy saldré con Gonzalo hacía Cádiz para buscar un lugar donde establecernos mientras la flota aparece. Tenemos los caudales que tenemos y hay que templar por lo que suceda, que solo Dios y la Casa de Contratación lo saben.
Pedro León se levantó con la intención de llamar a Gonzalo, pero María lo interrumpió.


- Pedro León, perdonadme de nuevo mi atrevimiento pero os pediría que llevarais con vos a mi hijo Daniel. Gonzalo podrá así estar al tanto de la mercancía y caballerías y estoy segura que Daniel será capaz de serviros sin tacha y con la presteza a la que estáis acostumbrados

Pedro la miró y después cruzo sus ojos con Inés y Francisca .

- Dicen que como hombre soy la cabeza de esta familia, pero vive Dios que solo soy un muñeco y vosotras mis dulces hermanas las por algún arte que esperemos no sepan en el santo Oficio me manejáis con invisibles hilos. ¡Sea como pedís, María Liébana, pero darle aviso que no transijo en nada por mucho que venga a través de vos! En una hora los caballos y provisión para tres días!


- Gracias Don Pedro.

Marchó el cabeza de aquella familia tan extraña y singular, una hora mas tarde Daniel tras Pedro León se despidió de su madre con aquella mezcla en la expresión de su rostro entre el miedo a lo nuevo y el orgullo por ser el elegido para tal acción. Aquello era un espaldarazo a su incipiente hombría y para su madre la primera separación de un pedazo de su vida.



Comenzaron las tres con las labores de limpieza de aquel hogar de prestado, mas tarde se harían con viandas en el mercado para dejar todo preparado. Habían quedado en verse con Agustín poco antes del medio día frente al Castillo de San Jorge. Francisca, casi como la verdadera madre de aquella familia volvió a ser la que se quedara en la casa con Miguel y los criados mientras Inés y María acudirían a la cita convenida con el sacristán.



Una hora antes ya listas se despidieron de Francisca con la promesa de relatarle a esta todo los detalles a la vuelta. Francisca les entregó un pequeño saco con fruta y pan para el hambre que sin permiso acabará colándose entre tantas sensaciones humanas. Caminaron con paso ágil hasta alcanzar el puente de Barcas donde pudieron distinguir a Agustín Delgado al otro lado apoyado sobre un viejo barril roto y abandonado, con la mirada perdida entre los navíos que cargaban al otro lado del río junto a la torre del Oro.


- Buenos días tengáis vos, Don Agustín. Aquí nos tiene de nuevo para escuchar sus recuerdos. Aunque antes de que continúe hemos de agradecerle con toda sinceridad su gran esfuerzo y la grandeza que demuestra por dedicarnos este tiempo a dos personas como nos que nadie somos y poco merecemos.


- Las gracias soy yo mismo quien ha de darlas pues gracias a vuestro interés por mi hermano, poco a poco mi vida que ya era un dejar pasar, al menos ahora ese estado se hace llevadero pues tal reencuentro con su origen me devuelve el sentido por la vida vivida y por la que vivo. Si les parece bien a vuestra mercedes hoy, último jueves de mes siempre acudo a Triana a la Iglesia de Nuestra Señora del Buen Aire. Allí todos los días celebran misa por los hombres de la mar que ya no están con nosotros. Os preguntaréis la razón por la que un sacristán acude a tal ceremonia…



Mientras hablaba Agustín la Iglesia aparecía serena al final de la calle Betis junto al Hospital de la Virgen y la Universidad de los Mareantes, un todo dedicado a la mar, a las Indias y quienes a recorrerlo se dedicaban sobre naos, galeones y cualquier mercante que pudiera flotar a las órdenes de su majestad. Doblaron la esquina del mismo hospital y ya sobre la calle Pureza con el Guadalquivir como su compañero silencioso enfilaron el camino hacia la iglesia para acudir a la ceremonia religiosa.Tras los rezos, la eucaristía y la bendición, Agustín saludó a muchos de los que allí se encontraban mostrando a Inés y María que era un hombre querido y respetado entre aquellas gentes de mar. Salieron hacia un viejo chopo que nadie sabía cómo había resistido las avenidas del rio enfurecido y las manos humanas que sin furia necesaria acaba por segar de manera metódica los viejos árboles en pos de nuevas viviendas, caminos y veredas. Bajo su sombra protectora frente a un sol ya casi de noviembre, Agustín comenzó a explicar los destinos de Isabel y su hijo y los que a él lo unieron para siempre con la Virgen del Buen Aire…

sábado, 19 de septiembre de 2009

No habrá montaña más alta (18)


… - “¡Daos preso en nombre del Santo Oficio!” Gritaba el alguacil flanqueado por sus corchetes mientras apuntaba hacia la figura de mi hermano tras el escudo paterno que deseaba interponerse entre ellos y Juan. Sin contemplaciones lo maniataron y casi a rastras se lo llevaron en dirección a Triana. Ni los forcejeos de mi madre, ni los gritos de mi padre, ni siquiera la mirada de pasmo que debía tener el niño que yo era frente a sus ojos fríos como el acero que portaban hizo mella en aquellos hombres acostumbrados a cumplir las órdenes casi como verdaderos designios de Dios. Corrimos tras ellos hasta que a una orden del alguacil dos corchetes nos cerraron el paso, con lo que no nos quedó otro remedio que volver por nuestros pasos y encaminarlos en la primera esquina hacia nuestra casa. Nada supimos en aquellos días de mi hermano, Don Francisco no nos recibió en ningún momento y de la pobre Isabel nada sabíamos tampoco. Pasaron las semanas mientras nos turnábamos frente a la maldita “cárcel perpetua” a la espera de alguna señal de Juan, pero nada se sabía. Tan solo sabiamos algo que era del dominio público y era que no había espacio para tanto penado en aquellos momentos de recién comenzado el reinado de tan nefando rey que tantos coincidieron en definir como hechizado. Los arduos esfuerzos por parte de mi padre por llegar al Alguacil Mayor, incluso al procurador fiscal fueron inútiles y hubo de esperar sin esperanza alguna, pues no sería llamado al juicio salvo si este interesase al procurador. Esto hizo que nada supiésemos de lo que dentro de aquel castillo sucedía. Meses más tarde de que todo pasara logramos información e incluso algún documento que luego les mostraré.








Poco a poco el día fue pasando casi sin sentir por aquellas dos mujeres rotas en medio de aquella vorágine de sufrimientos rememorados por quién volvía a ellos casi de forma medicinal, pues siempre se libera el dolor el airear los viejos fantasmas que pernoctan entre los baos del alma, y a fe que estos llevaban ya muchas estaciones aprisionando el contrito espíritu de Agustín Delgado. La historia contada a Marie e Inés fue avanzando y procuró sobrevolar las torturas vividas por Juan hasta llegar al final de aquella terrible situación.

- Como ya os relaté las celdas no aceptaban un penitente más, pues el inquisidor de recién incorporación a Sevilla parecía querer superar a sus antecesores en el celo. Los autos de fe eran y son muy costosos para el Santo Oficio y este, que no me oigan pido al cielo, lo que necesitaba eran ducados, maravedíes que dieran alas a su institución. Gracias a esta situación la sentencia que amenazaba a nuestro hermano se demoró en el tiempo y con el paso de éste fue menguando en su dureza. Poco a poco fueron saliendo los penados con graves sanciones en su mayor parte económicas que los encadenarían de por vida quizá a la servidumbre que nunca hubieren imaginado. En nuestro caso y casi seis meses después de su prendimiento fue mi padre llamado al castillo de San Jorge para ser partícipe de la sentencia que aquí tengo ya apergaminado y reseco por el paso del tiempo.


Agustín les mostro el legajo en el que a duras penas se podía leer ya aunque mas o menos así comenzaba:


“Visto por los inquisidores contra la herética pravedad y apostasia en la ciudad de Sevilla y su partido por autoridad apostólica, juntamente con el ordinario del dicho arzobispado de Sevilla, un proceso de pleito criminal que ante nos ha pendido y pende entre partes, de la una el promotor fiscal de este Santo Oficio actor acusante y de la otra reo defendiente don Agustín Delgado, vecino de esta ciudad, que está presente, sobre las causas y razones en el proceso del dicho pleito contenidos:
Fallamos atentos los autos y méritos del dicho proceso que por la culpa que de él resulta contra el dicho don Agustín Delgado si el rigor del derecho hubiéramos de seguirle pudiéramos condenar en grandes y graves penas, mas queriéndolas moderar con equidad y misericordia por algunas causas justas respecto que a ello nos mueven en pena y penitencia de lo por ella hecho, dicho y cometido, la debemos de mandar y mandamos que en esta nuestra sala de la audiencia le sea leída esta nuestra sentencia y sea reprendida gravemente y que hoy, día de su pronunciación, oiga la misa que se dijere en la capilla de este Santo Oficio en forma de penitente en cuerpo y una vela de cera en las manos y no se humille salvo desde los Santos hasta haber consumido el Santísimo Sacramento y acabada la misa ofrezca la vela al clérigo que la dijere. Y le condenamos en destierro perpetuo de esta ciudad y su gobernación. Más le condenamos en dos mil ducados de Castilla para gastos extraordinarios de este Santo Oficio, con que acuda al receptor de él y por esta nuestra sentencia definitiva juzgando así lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos. El licenciado Pedro Tejado de Ubrique, el licenciado Fernando Ortega, Fray Severo de Montilla.
Dada y pronunciada fue esta sentencia por los señores inquisidores y ordinario que en ella firmaron sus nombres en la audiencia de la mañana de esa Inquisición a primer día del mes de octubre de mil y seiscientos y sesenta y nueve años estando presentes el doctor don Manuel Rodriguez Bazán fiscal de él y don Agustín Delgado, a los cuales se le notifique en sus personas.”

- Nunca se recuperó mi familia de aquella sanción de dos mil ducados y por tal motivo mis hermanos acabaron todos lejos de aquí, unos tragados por los océanos y otros en nuestras tierras allende la mar con incierto final desconocido para este humilde sacristán. A mí por mi edad mis padres me entregaron al convento de santa Inés para poder sobrevivir por la única vía que ya cabía, que no era otra que la de la cristiana caridad.

- ¿Y sus padres, Agustín?

- Tras despedir a mi hermano camino del viejo reino asturleonés mi madre languideció como el otoño a la espera del oscuro invierno que la llevó con él al cielo donde espero volver a sentir su presencia mas pronto que tarde. Mi padre no duró mucho más el pobre, con lo que la fría venganza calculada por Don Francisco de Mallaina contra mi hermano, nunca pudo imaginar este señor de tan negros sentimientos alcanzase tales cotas de dolor y sufrimiento.

- Perdonadme, Agustín si insisto, pero ¿qué fue de Isabel de Mallaina y su bebé?


- Esta historia la dejaremos para mañana a la misma hora en este mismo barrio de Triana donde la mar se siente en los vecinos y se huele la sal que trae el viento de la libertad, pues creo que aunque la hermana Piedad fue también otro sueño roto por la estupidez y maldad humana, al menos su fruto vivo demuestra que mientras el soplo de la vida mantiene su fuerza, por pequeña que esta pueda llegar a ser, cualquier sufrimiento tiene una razón para resistirlo.

miércoles, 16 de septiembre de 2009

No habrá montaña mas alta (17)

…Como les fue relatando el Sacristán, al principio Don Francisco se avino a razones pues la principal de todas que no era otra que su hija había dejado clara con su determinación. Pero aquella situación solo era la de un hombre dolido, con el ánimo golpeado y desarbolado por su propia sangre; estaba claro que Don Francisco no iba a dejar que la aparente clara derrota de su vida cambiase su andar por muchas cuartas que haya virado el metal de la aguja en la vieja rosa de su navegar. Así continuaba relatando la historia Agustín a Inés y María cuando la otra orilla del Guadalquivir los recibió junto al recio castillo de San Jorge, justo allí María se aferró al brazo de Inés, un temblor se apoderó de sus reflejos mas primarios.


- Cuan... cuando entramos en Sevilla una comitiva de penados nos recibió interrumpiendo el paso y dejándome el corazón sin la sangre propia…

- Señora, lo que vio eran los penados que iban al quemadero de Tablada. Infelices y desgraciadas almas de las que, Dios y la Santa Inquisición me perdonen, dudo que sus males a la cristiandad fueran merecedores de tal pena y castigo. Pero continuo con vuestro permiso, como iba diciendo Don Francisco recapacitó y dio marcha atrás en sus deseos de condenar a mi hermano a la pena más terrible en tiempo y dolor. Así, al día siguiente retiró los cargos ante el Alcaide que dio orden de levantar estos sobre los grilletes de Juan. Mi madre me permitió ir de su brazo a las puertas de la Cárcel donde la imagen de Juan en el dintel de aquella enorme puerta, titubeante en su mirada perdida, con el paso tembloroso por la incomprensión ante todo hizo que acabara siendo empujado, casi echado por los corchetes de la cárcel sobre el sucio lodazal que se abría frente a la puerta de hierro del edificio. Un grito con el nombre de Juan casi invisible entre el estertor agónico producido por los gritos de mi madre me hizo reaccionar y seguirla mientras esta se abalanzaba sobre el cuerpo de mi hermano. Los tres días siguientes fueron una procesión imaginaria de abrazos de mis hermanos y padres sobre mi hermano intercaladas en los preparativos para la marcha de Juan a la villa de Sanlúcar donde esperaría el tiempo pertinente a que la flota que partiese hacía el otro lado del mundo zarpase. Mientras la flota no zarpase no debían sus pasos quebrar los límites de aquella villa ni nadie de nosotros tomar contacto con él salvo por carta.

- Pero…

- Pero las velas del ánimo se atinan al viento que sopla y este decide en su arbitrio cuál será su próximo rumbo sin consultar al que templa el aparejo de la vida. No pasaron los tres días cuando unos desmayos y la sabiduría de las ancianas criadas que Don Francisco tenía le confirmaron el terrible desgarro en la honra de los Mallaina con el filo venenoso que era y aún es el deshonor de una hija mancillada. Esta vez la procesión sería la del silencio, el veneno que ya corría por la venas de don Francisco había anulado cualquier razón que no fuera la de hacer mal de manera fría y sin lugar a retracto. A Doña Isabel como vos la llamáis o a la hermana Piedad, que así será para mí hasta el fin de mis días, Don Francisco mandó escoltada tal que futura reina de España por el propio servicio de Don Francisco a la ciudad de Córdoba. Con el permiso de la madre del convento de Sevilla y la autorización de la misma en el de Córdoba fue internada en el más absoluto secreto para la mayor atrocidad que alguien de la misma sangre pudiera hacer con su hija.



Las lágrimas ahora brotaban lentas y casi sin deseos por fluir sobre el arrugado rostro de Agustín Delgado. Revivir aquél trance vivido mil veces en las palabras que Isabel le tatuó en su pensamiento tantas veces en las que ella necesitaba encontrar en él a Juan Delgado le devolvió a la vida.

- Agustín, nos os aflijáis, dejad el relato por hoy si no os sentís con fuerzas para continuar. Vuestro hermano estará orgulloso desde donde os esté escuchando pues nadie como vos pudo haber ayudado a Doña Isabel en su ausencia…

- Gracias querida María, que así me place llamaros, pero deseo continuar con este; aunque no lo creáis hacía años que de mis ojos no brotaba lágrima alguna. La soledad los había secado; ahora parece que los fantasmas han vuelto para darme un soplo de sus vidas mientras revivo sus memorias ante vuestras mercedes. Mientras Isabel quedó presa en Córdoba, Juan se preparaba para partir hacia Sanlúcar, la mañana del tercer día, como así había sido pactado fue la de la despedida. En silencio acompañamos a Juan hacía el embarcadero próximo a la Torre del Oro pues allí esperaba una pinaza que entre los fardos, unos legales y otros de contrabando, se dirigía hacia Sanlúcar y tras su barra enfilaría el Estrecho para perderse en el viejo mar romano. Mi madre con el llanto contenido se aferraba al brazo de mi hermano mientras mi padre cargaba el hatillo a modo de pena impuesta por algo que aún no era capaz de comprender. El mismo olor que ahora percibimos a humedad y brea mezclada por el calor de un sol que entonces parecía querer ser castigo con todo lo demás nos decía que los muelles estaban a pocos pasos, la pinaza apenas si se movía al paso de cada hombre y fardo que como uno sólo subían por la plancha de la nave, fue en ese momento cuando una voz como un trueno tenebroso, que aún me enfría la sangre ahora que casi no hay calor dentro de mi viejo cuerpo, nos paralizó a todos casi como si el mundo nos hubiera abandonado en su lento girar.

- ¡¿Qué ocurrió?! ¡¿Qué fue lo que oíste, Agustín?!

- ¡ Alto en nombre del Santo Oficio!...











lunes, 14 de septiembre de 2009

El tornaviaje como sueño real

El corazón ya late al viejo ritmo, pulso intermitente que antaño crecía y decrecía sin compejos frente a tantas almas que lograban como yo sobrevivir entre tentáculos urbanos que no temían a nada más que a que el aire libre oxigenara sus propias garras, dejando así escapar a la vieja rutina repleta de horarios, cruces y prisas entre facturas y trenes perdidos por no perder el que sabes que siempre te espera con gesto de vencedor, como quinto jinete de la tan anunciada Apocalipsis.








Un viejo deseo brota mientras caminas sobre viejos caminos de arcilla y basalto a través del valle de las mil palmeras en el que escucho canciones de otras décadas tocadas por un músico al borde la carretera sin otro salario que una gorra llena de monedas y su propia libertad. En sus arrugas se perciben los lustros pasados con la gloria y la pena de un imparable Cronos siempre presionando por ganar un segundo más a su propio reloj. Entre todo los sempiternos volcanes extintos aunque presentes en cada mirada imaginaria deseosa de darles vida, de verse en los ojos Don Andrés Lorenzo, el viejo cura de Yaiza cuando los temblores pasaron a explosiones de fuego y cenizas.

Mientras, a pocas leguas más al este de las que recorría el viejo padre los castillos de San Gabriel y San José, tan mimados por el mismo Cronos, se cuidan de que la historia los contemple. Quizá esto sea lo que sus piedras crean al verse en el reflejo del mismo océano, pero es otro castillo pasto del salitre del mismo océano en el que la herrumbre ha dado paso ya al mismo aire cuando la marea lo permite el que campea solo con sus glorias al viento.



Mis ojos lo encontraron sin esperar hacerlo, igual que al hombre que revivía viejas canciones en medio del más puro turismo trepanador de postales y paella. Dos golpes de vida en los que la propia fuerza de sus pulmones en el humano y la del mismo Eolo cortándose a si mismo entre los cables ya solo suspendidos sin tensión en el marino daban vida con sus canciones a mi imaginación.


El mismo tubo metálico que allí me dejó es ahora el que me devuelve al pulso vital que la misma tierra es volver a pisar, tierra a la que le acaricia un mismo mar por el que algún día poder regresar sin otro billete que el de puro deseo, sin otra provisión que la del aliento por escuchar el viejo eco que dejó mi grito silencioso entre aquellos dos seres que por un momento anularon mi voz por sentirme su hermano menor presto por su ejemplo.


42º 03´Norte, 5º 19´oeste, ya falta poco, el sol que brilló durante la “condicional” se despide ya. Mis ojos se cierran, mañana comienza ya...