sábado, 26 de septiembre de 2009

No habrá montaña mas alta... (21)

…Inés en aquella ocasión con una prudencia irreconocible hasta ese momento se recogió en un discreto segundo plano dejando todo el protagonismo a María y Diego. Era ella la que tenía un mensaje que entregar, Inés sólo la había acompañado hasta ese momento imposible de imaginar semanas antes, cuando Sevilla parecía un enorme cúmulo de gentío entremezclado por gentes de mar, mercaderes, embaucadores, soldados, jugadores, santos de capa que se arrodillaban ante las mil imágenes que brotaban en cada pared, esquina o portal. Aún así desde su fuero interno deseaba estar con ellos por sentirse ya parte de María y su avatar.



Mientras María le relataba, a veces en vibrante gesticulación y otras con tensión contenida por el lloro deseoso de brotar, las vicisitudes de su padre en la lejana Asturias Inés se perdía entre los murmullos del rio y la brisa de un aire cargado de historia. Al frente la Torre del Oro, orgullosa de un pasado defensivo ante los que hoy la cuidaban de no caer en el escombro que es la muerte de un edificio, a su izquierda el puente de barcas, único paso de Triana a la Sevilla que paciente y rendido ante los periódicos enfados del rio dejaba a este acariciarlo sobre sus barcas que nunca vieron mar como sus hermanas las naos de tanta flota que, entre olores lejanos permitían imaginar las tierras desde donde zarpaban. Más de dos horas habían transcurrido desde que dejara a María con Diego cuando esta la llamó junto a Agustín.



- Inés y Agustín venid, os lo ruego. Deseo que estés conmigo ahora que ya Diego conoce la historia de la vida de su padre aún de manera quizá algo gruesa, pero que podremos afinar en el transcurso de nuestra estancia en Sevilla hasta el arribo de las Flotas. Me gustaría que fuérais testigos de la entrega de algo que sólo soy portadora por deseo de Juan Delgado, padre de Diego. Aquél buen hombre que por su mirar sentía ya próxima su visita al Altísimo me hizo entrega poc antes de despedirnos de estos dos objetos que vivieron colgado el uno sobre su pecho y el otro ceñido en su anular con la esperanza de que la vida lo hiciera portar de quién fue el fruto de su amor. Tomad Don Diego Delgado y Mallaína, que este debiera ser el nombre y apellidos que debierais portar con orgullo y sin temor. Con esto que os hago entrega el círculo queda cerrado y los viejos fantasmas que atormentaran vuestras vigilias ya han vuelto a los infiernos de donde nunca debieron haber venido.

Con ternura María le puso el colgante sobre su cabeza postrada. En la medalla una imagen de San Telmo y en su reverso los nombres en tosco grabado de Juan e Isabel con una fecha que de terrible pasaba al fin a ser algo que recordar con orgullo, 1669. El anillo grabado con cruces y la fecha de nuevo en su interior, un anillo que nunca pudo tener su gemelo pues su madre jamás supo de Juan, ni pudo ver tal símbolo logrado tallar por él de un pequeño montoncito de oro que con ímprobo esfuerzo fue haciendo en su destierro. Un abrazo largo, sin espera por su final remató de forma sencilla aquella íntima ceremonia a la que las cuatro almas fundieron recuerdos para forjar luz del pasado olvidando dolores sin fundamento.


Como la vida continuaba antes y ahora y con ella ese sentir hambre, que en pocas dosis es aceptable Diego los invitó a comer en una de las tabernas que cercaban la cava de los gitanos, la Iglesia de San Jacinto los vigilaba en su caminar hasta entrar en la taberna de corte marinero de nombre “La victoriosa” donde ambas mujeres pudieron comprobar la popularidad y el respeto que le tenían a Diego.

- ¡Tabernero, la mejor mesa para este que la pide y su séquito que lo acompaña!

- ¡Buena hora la de entrar a esta gloriosa taberna, Don Diego! ¡ Ya mismo tenéis mesa!

- Mis queridas Inés y María, seguidle la corriente a José el Tabernero que es de buena ley aunque muy pesado. En cuanto sepa que sois forasteras no cabrá un segundo entre tal noticia y su relato sobre el origen de esta taberna y su nombre.

- ¿Y vos, nos adelantará algo de ello?

- Sin favor, mi señora. Nada más y nada menos que fueron el mismo Magallanes y sus pilotos los que sentaron aquí sus reales mientras preparaban su proeza inmortal alrededor del globo. Ni más ni menos y no duden vuestras mercedes de su entusiasmo y créanlo como si escritos de las Santas Escrituras fueran.

Las sonrisas campeaban en la mesa, el tabernero cumplió con creces con el relato histórico y sobre todo con los buenos caldos y las viandas excelentes que presentadas sobre la mesa duraron lo justo para su vista. La vida en aquél momento en el que los vapores del vino difuminaban tristezas y los estómagos sentíanse llenos parecía otra, María sin saber porqué parecía haber recuperado una alegría que había devorado la mar tiempo atrás frente a la bahía de San Lorenzo. En aquellos momentos todo parecía tener solución aunque las certezas solo eran sentimientos momentáneos producidos por un reencuentro imposible de explicar.

La sobremesa fue dilatada pues Diego quiso saber de cada una, así fue como se enteró de su situación tras la pérdida de la flota que zarpó de Cádiz antes de su llegada a Sevilla, de las peripecias y adversidades por las que pasó María hasta encontrar, quién sabe por qué designio a su padre en Santa Cristina de Lena. Fue quizá esa parte la que ensombreció el alegre momento en el que se encontraban, María le confió su deseo de arribar a las Indias, no le importaba donde fuera pues sabía que al otro lado las oportunidades existían para quién quisiera luchar por ellas.

- Diego, el problema es que mis dos hijos y yo no disponemos de la autorización de la Casa de Contratación para cruzar el Océano. Inés, Francisca y se hermano Pedro León nos han aceptado como criados a su servicio para intentar de esta manera ayudarnos a embarcar, aunque sabemos que todo depende del número de pasaje que ya este designado y en consecuencia lo que determine la Casa de Contratación en relación a los límites de cada familia a llevar como servicio.

Diego Delgado de eso sabía, pues no en vano era miembro de la Universidad de Cargadores de las Indias.

- María tenéis razón en preocuparos pues esta eso muy perseguido y cualquier persona no autorizada que desembarcara en los puertos de arribada sin reembarcar para el tornaviaje es causa de pena y cárcel sobre nuestro maestres, pilotos y capitanes que arriban desde allí. Pero no os preocupéis que estáis ante quien os puede hacer llano tal proceso. Permitidme que os acompañe hasta vuestra casa. ¿Decís que vuestro hermano Don Pedro llegará a Sevilla en dos días, Inés?

- Si, si no existe contratiempo así debería ser.

- Pues decidle que nada haga hasta que no hablemos. Dentro de cuatro días pasaré por vuestra casa para mantener una conversación y proponeros algo que quizá sea del agrado de todos…



3 comentarios:

Anónimo dijo...

Estoy a la espera de tinta nueva para la impresora.
MOTIVO? Imprimir todas las 'VENTURAS Y DESVENTURAS'. Será un gasto amortizable, sin duda.

Alfonso Saborido dijo...

Te seguimos leyendo... la imagen de Sevilla esa es genial, preciosa. Increíble pensarla así como estaba. ¡Saludos!

Anónimo dijo...

Todo anda ancaminado, se agradece leer con una sonrisa.