...el tiempo ahora parecía ser tan lento como rápido semejaban acercarse las rocas de aquellos acantilados considerados portugueses por los hombres del “Santa Rosa” sin saber que eran ya costa gallega, donde el atisbo de esperanza comenzaba a convertirse en algo real. Mientras, la dotación completa combatía por mantener el bergantín proa hacia el oeste contra la mar abierta en carnes frente a sus rostros, intentando ganar cable a cable distancia sobre la muerte vestida de piedra cuando al fin un grito desde el pequeño alcázar de proa como verdadero trueno de luz liberadora corrió como pólvora seca hasta el fanal de popa, donde resistía Segisfredo aferrado a la rueda del timón ya puro apéndice propio de su magullado cuerpo.
- ¡Capitán! ¡El acantilado desaparece más al norte! ¡Mirad, parece un cabo!- ¡Un cabo, un cabo, no será…! ¡Cabo Silleiro! ¡Por la virgen del Buen Aire, estamos en costa española! ¡Los dioses nos dan una oportunidad!
La oportunidad se presentó como se presentan los clavos a los que el instinto te ordena aferrar lo que tenga fuerza de tu alma ya sea en forma de brazos, dientes o de puro pecho. El hueco enorme con buen tiempo era ahora el de una aguja por la que enhebrar el bergantín con su frágil gobierno sobre semejante tempestad. Agotamiento, hambre y frío nada tenían contra la vida, contra la pura supervivencia si esta peligraba. La suerte estaba echada, había que orzar sobre la tempestad con el arrojo de la vida por vivir. Y se orzó. Quizá fueran los dioses, que respetuosos con quien porta el valor y el ánimo como presentación menguaron su ímpetu, quizá simplemente fuera suerte o las oraciones a la buena Virgen del Buen Aire tantas como tripulante se mantenía firme a bordo, quizá todo ello al mismo tiempo, pero el “Santa Rosa” de pura empopada logró sortear los bajíos para bajo la atenta mirada secular de la majestuosa Fortaleza del Castillo de Bayona librar forzando al extremo las islas Estelas, hijas de Monteferro hasta que las Cíes dieron tregua de mar y viento y largar como cadenas todos los ferros de que disponían en el bergantín correo sobre los arenosos fondos de la playa de Rodas en la isla mayor de las Cíes.
El temporal seguían enfurecido y sin atisbos de correr al interior de la ría o rolar hacía el sur, pero tras las suaves lomas de la Isla parecía que la calma más absoluta inundaba sus sentidos. Aún así no se podía perder la noción de la crítica situación del navío, por lo que el comandante que ya no sabía cuántas promesas debía de cumplir frente a la imagen de la virgen cuando tocara tierra, dio orden de mantener las guardias sobre el fondeo pues en cualquier momento los cables podrían romper o simplemente el bergantín podría comenzar a garrear de forma silente aprovechando agotamientos humanos para llevarlos al desastre después de haber ganado la partida cuando esta se batía en retirada.
La noche a pesar de los incesantes movimientos del correo, de los endemoniados silbidos del viento sobre la jarcia que parecían tenebrosos lamentos de tritones frustrados por no llevar los triunfos a su amo y dueño Poseidón, no malograron el descanso a quienes libraban guardia. Fue la mañana del 11 de abril la que permitió observar los estragos de la tempestad sobre la nave. Mientras vientos y aguaceros huían en busca de nuevas víctimas, sobre un viento suave y el típico orvallo que lento pero seguro calaba hasta el tuétano de cada uno, repasaron los daños sobre el barco. Segisfredo una vez asegurada la nave con mayor aplomo y tras comprobar que la furia había desaparecido del radio de visión de su largomira dio descanso a casi toda la dotación a excepción de sus maestros carpintero y calafate que debían confirmarle el estado de la nave y junto al Nostromo se dispuso a comprobar la seguridad de esta para arribar cuanto antes al arsenal de Ferrol a unas 120 millas al norte de su actual posición. La reunión para la valoración de todo ello la estableció Segisfredo al alba del 12 de abril.
- ¿Y bien maestro carpintero? Informe de la situación.
- Capitán, amén del palo del trinquete al que haría falta trincar con mayor seguridad con dos obenques a cada banda, tenemos una pequeña vía de agua sobre la carlinga de ese palo que debió abrirse en el golpe de mar contra este. La bomba de achique puede mantener la inundación controlada aunque creo que sería adecuado reparar desde fuera aislándola de la mejor manera con lona de respeto hasta llegar a Ferrol. Así reduciríamos la vía y dispondríamos de más hombres para la maniobra o lo que fuera menester.
Por desgracia ese “menester” podrían ser los britanos husmeando sobre la entrada a Ferrol y haría falta el mayor número de hombres en caso de enfrentamiento.
- ¿Y vos, maestro calafate? ¿Aprobáis la solución del maestro carpintero?
- Sí, mi capitán. Aunque para ello deberíamos desplazar el mayor peso hacia popa para elevar la proa lo máximo y poder reparar desde el fondo con mayor acceso sobre la grieta. Disponemos de plomo para montar tapabalazos pero no sirven en este caso así que estoy con el carpintero y le garantizo que alcanzaremos Ferrol sin emplear la bomba de achique, Capitán.
- Pues así será. Desde este momento quiero a todo el mundo en los trabajos de traslado conmigo mientras los maestros y su grupo preparan el avío. ¡Todos al trabajo! Quiero arribar al Arsenal para honrar a San Telmo en su día por devolvernos la vida.
Y San Telmo tuvo a bien escuchar tal mandato sin marcar a fuego entenas y crucetas bajo incipiente temporal. La calma tras la tempestad permitió los trabajos a pura boga de ariete como si del mismo Ben Hur se tratase, logrando que maltrecho, pero con la dignidad de haber vencido aquella batalla contra la Naturaleza arribara orgulloso el “Santa Rosa” con el castillo de San Felipe a babor y el de La Palma a su estribor. Las expresiones de los hombres a bordo nada tenían que ver con los bronces y sonrisas al dejar por la popa el Castillo del Morro de los Tres Reyes en la Habana. Barbas sin cuidado, largas que apuntaban hacia los jirones de harapos en la brega sin descanso en que se habían convertido las prendas de ordenanza con que zarparon de la Perla, que bueno era el capitán en esto del vestuario y la buena planta sobre navío de su majestad. Pero ahora todo eso quedaba atrás, bajo miles de litros de agua en esos instantes suave y remolona contra las orillas de la protegida ría ferrolana.
No me he olvidado de nuestro otro hombre y principal personaje hasta ahora Don Daniel Fueyo en estos momentos a bordo del “Santiago” como oficial de mar a las ordenes de Don Blas de Lezo. Aquél 15 de de abril de 1732 ya se encontraba en la rada del puerto de Alicante para preparar la jornada de Orán. Actividad febril naval y militar para castigar semejante nido de piratería. Pero aún faltaban al menos dos meses para el momento de la verdad contra el Bey de esa ciudad perdida y por recuperar de nuevo para las armas del Rey Católico…
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