lunes, 28 de enero de 2008

Malmö (4)


…No estábamos a bordo del Spee, aquel buque era más pequeño y, no sé, ¿más clásico?, perdón por no explicarme mejor, pero en aquel momento los instrumentos de a bordo no eran ni de lejos los que yo llegué a manejar cuando comenzaba mis singladuras de imberbe marinero. No había ni siquiera un radar por viejo que fuera. El timón era una mezcla de rueda de madera con ribetes de bronce dorados, inmaculados y brillantes que deslumbraban a aquella hora de la madrugada con el amanecer empujando por el mismo y eterno lugar de nacimiento. Poco más podía encontrar al primer golpe en aquel puente estrecho como un pasillo.

- ¡Arriba todo el mundo! ¡Joder, arriba! ¡ya!

Mientras todos se incorporaban a la vida real o eso es lo que pensaban, yo me mantenía fijo pegado a los cristales del puente. Estábamos atracados en un puerto alemán, hacía poco que había dejado de nevar, nuestro nuevo barco era un pequeño carguero, sucio y negro de haber traido carbón en alguna singladura anterior. Si esto ya era extraño, aún mas era ver que en el puerto, escoltando toda la eslora del barco, había unos cuantos soldados alemanes con uniformes de la II Guerra Mundial.

- ¡Joaquín! Pero de qué vas vestido.

José Luis me miraba extrañado, tenía razón, ni yo mismo me había percatado. Llevaba uniforme de capitán de la marina mercante a la vieja usanza. Pero lo mejor es que él iba de la misma guisa. Creo que iba a volverme loco.
- Mírate tú, José. Vas como los de las películas de guerra que tanto te ríes.
- ¡Joder! ¡Qué está pasando!
- No lo sé, pero vamos a seguir este simulacro de obra de teatro hasta el final. Clavería, tu y yo vamos a salir a cubierta como si fuéramos a comprobar los amarres. Si todo es tan alucinante como parece seguro que hablamos un alemán con acento del mismo Berlin. José, tú y Francisco id a echar un vistazo a la sala de máquinas a ver qué pieza de museo os encontráis. Si no hay novedad no vemos aquí en veinte minutos. Rianxo, atento a todo desde aquí.

Salimos por el costado de estribor, el muelle se veía metro y medio mas abajo, los cascos relucientes de los soldados reflejaban con diferentes ángulos el incipiente amanecer. Hacía frío, pero nos ardía el cuerpo. Nos fuimos acercando a la plancha en la mitad de la eslora del barco y me decidí.
- Clavería, tu tranquilo que voy a comprobar si ya estamos muertos.
Metí mi mano en el bolsillo de la chaqueta, saqué un cigarro al que rasgue la boquilla y me lancé hacia la plancha.
- ¡Capitán!
Creo que nunca había oído que me llamaran así. “Después de todo no esta mal esto de vivir una alucinación”, pensé.
- ¡Soldado! ¿Tiene fuego?

Fueron segundos tan largos como la maniobra de atraque al llegar a casa. Aquel hombre no se giraba. A la segunda intentona se giró y con un gesto de disculpa se aproximó hasta la parte del muelle sobre la que descansaba la plancha. Bajé hasta allí y me jugué por segunda vez el pellejo y el de mis compañeros. Mientras me daba lumbre le pregunté.
- ¿Para cuándo tenemos la carga?
Me miró algo extrañado, “la he cagado”, pensé. Pero al segundo comenzó a reírse.
- ¿La carga? No sabía que ahora llamaban ustedes así a esa escoria. Esos malditos judíos los traerán al mediodía. La carga ¡ja! ¡ja!

Me quede blanco. Gracias a la poca luz que daba aquel sol incipiente no debió darse cuenta. Volví sobre mis pasos con Clavería pegado a mí como un sello, encaminándonos al puente. Allí les conté lo que había hablado con el soldado en perfecto alemán. Llegaron José y Francisco así que tuve que repetirme.
- Me lo creo, Joaquín. Las máquinas son como las que me contaba mi abuelo. Están en perfecto estado y será sencillas de manejar. Pero no entiendo que vamos a hacer con esos judíos en un barco de carbón.
- Pareces un poco atontado esta mañana. Pues haremos lo que hacían en esas películas que te hacen tanta gracia. Llevarlos a alguna parte o simplemente tirarlos al mar. Ya nos lo dirán, estos nazis lo deben de tener todo siempre escrito y tabulado.

Todo nos quedamos mudos después de aquello. Nadie acertaba a pellizcarse para comprobar si realmente estábamos en algún intermedio antes de morir, quizá era esa ya la verdadera muerte o habíamos descubierto un nuevo triángulo de las Bermudas en pleno Mar del Norte. No dio para mucho tiempo tal disquisición, pues comenzaron a llegar camiones cerrados de color gris escoltados por motoristas de las SS. Un mercedes SSKL de los que yo coleccionaba de niño se detuvo en la plancha. Un oficial con su ayudante se acercó al soldado y seguidamente tras el gesto del soldado aquel hombre enfundado en un amenazador color negro se encaminó hacia la plancha…


3 comentarios:

morilandia dijo...

menudas historias las de tu blog....
seguiré leyendo.....

Anónimo dijo...

Sin dudas... éste parte de un capítulo de tu novela. De verdad te digo, creo que estás listo para ella. Vamos a navegar, muchos la esperamos Josu.
Te dejo un abrazo.
Alicia

SOMMER dijo...

Yo opino lo mismo que Alicia. Tus ávidos lectores y admiradores esperamos con ansia una segunda parte de Buenaventura que tan buen sabor de boca nos ha dejado.

Y me da que no nos vas a defraudar.