jueves, 24 de enero de 2008

Malmö

Nevaba, las condiciones de la mar no eran tan duras para aquellas fechas posteriores al año nuevo recién disfrutado en los tugurios de Hull. La cubierta desde el puente de mi pequeño barco llevaba un disfraz precioso. Un aparente mullido manto blanco que, de vez en cuando, una ola mal encarada se encargaba de transformar en agua con destino a la inmensa y aún oscura mar mas abajo expectante ante aquel goteo de copos sobre su piel.

Con rumbo Este puro nos alejábamos del puerto inglés de Hull. La maniobra de salida con tanta esclusa y corrientes traidoras había sido agotadora. Habíamos rebasado las doce millas de soberanía y con el barco cargado de coches japoneses construidos en Inglaterra para Alemania, (¡puf! Que lío de países), enfilábamos con prevención decididos a atravesar de Oeste a Este aquel Mar del Norte tan duro a veces. BremenHaven nos esperaba enfrente, como quien dice, sin mucha ansia por vernos de nuevo.

En esta travesía de no mas de tres días, con el cambio de mes me tocó a Rianxo como timonel, no me gustaban sus formas pero era bueno y firme a la rueda y eso era lo que hacía falta en aquel lugar, en aquel tiempo y en mi turno de guardia de 4 a 8 de la mañana. Un turno en el que los cambios de luz dan señales engañosas que un ojo experimentado es capaz de desenmascarar a tiempo.

De un portazo entre con decisión y bastante frío al puente de gobierno.

- ¡Brrrr! Con ese viento y semejante nevada no hay quien pare en el alerón. ¿Un café Rianxo?
- Gracias, Joaquín. Me sentará bien porque he dormido mal esta noche.
- La verdad es que yo también. Supongo que esta mar de través la debe poner aquí Poseidón para que nos olvidemos de los pubs de Hull.
- Y de sus chicas alegres
- Rianxo, Rianxo, que ya no estamos para esos trotes
- Y usted que lo diga, trotes. ¡Ja!, ¡Ja!

Así, mientras hacíamos chistes el aroma del café recién hecho invadió toda la caseta del puente. El tiempo era el mismo desagradable de unos minutos antes, mis huesos seguían igual, calados hasta el tuétano, pero debe haber algo verdaderamente animal propio del instinto, pues la sensación agradable del aroma hizo que despareciera la sensación de frío ya antes de tomarlo. Hablábamos de lo que se habla casi siempre con una taza apoyada en el ventanal frente a proa durante una guardia nocturna; la familia, la última noticia del boletín de Radio Exterior, los días que faltan para llegar a casa y lo que haremos al llegar, algo que casi nunca se cumple. En todo eso estábamos cuando Rianxo, a quien nada se escapaba, se adelantó al Radar.

- ¡Joaquín!¡A babor! Parece un barco con problemas.

Cambié el café por los prismáticos. Rianxo estaba en lo cierto era una barco de poca obra muerta. Parecía un barco de pasaje de esos que navegan por entre el Báltico y el Mar del Norte.
- Rianxo, máquinas en atención, mientras llamaré a José Luís en la sala de máquinas.
- Moderamos José, parece ir a la deriva, no hay señales de la tripulación desde aquí.
- Muy bien mi primero, si es que no hay una guardia que no dejes tranquila. Régimen a veinte vueltas y cambio de FO a DO[1].
Don Mauricio, mi capitán, algo avejentado ya para navegar por estas latitudes entraba por la caseta con su clásico mal gesto mientras se rascaba la barba dura de cuatro días.
- ¡Qué coño pasa Joaquín! Me has jodido el sueño perfecto, en medio del puerto de Mahón con dos hembras a cada lado mientras se enfriaba la paella.
- Mira a babor. Parece que no estuviera nadie a bordo.





[1] Cambio de combustible pesado a ligero para las maniobras

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