domingo, 21 de diciembre de 2008

Entre Alarcos y Las Navas (25)

La despedida de Tello con Ahmad fue todo menos desgarradora, mientras sus brazos apretaban los cuerpos uno contra el otro, solo sentían paz y serenidad, la calma de saberse en lo correcto, de saberse amigos en lo eterno los hacía empaparse de una extraña sensación de bienestar, demostrando de forma real los nexos de unión entre ambos hombres del mismo color de sangre, nacidos en un mismo mundo con al menos dos nombres que uno llamaba Sefarad y el otro Hispania. A pesar de aquella calma la realidad de la separación hasta la eternidad se leía en sus ojos que no eran capaces de engañar la mirada del otro. No supo Tello, ni el que estos pergaminos escribe, cómo pudo ser la mortal y desgarradora despedida de Zahía y su padre, nunca se lo contó ella y todo quedó en los corazones de padre e hija para el fututo encuentro tras la muerte, que seguro sobrevendrá sin saber a ciencia cierta su instante verdadero…




Cabalgaban de forma tortuosa a través de caminos desdibujados por los vientos y las arenas que volaban de un lugar a otro deseando borrar cualquier señal de humana presencia. Llevaban ya varias jornadas de peregrinaje bajo miles de soles concentrados en el mismo disco milenario, que paciente los abarcaba con su mayestática presencia. Los viejos mercaderes de la casa de Sabrúm variaron en varias leguas la ruta para evitar la senda principal que recorría leguas hacia el norte hasta encontrarse con la fortaleza de Mequinez, era una forma de no encontrar incómodos compañeros de viaje. Pasados allí varios días rentabilizando la escala como buenos mercaderes prosiguieron su ruta paciente hasta alcanzar Tlemecén. Allí la estancia sería de mayor tiempo, pues era el lugar adecuado para recuperar el resuello tras el largo tránsito desde Mequinez. En Tlemecén los Sabrúm disponían de una pequeña base comercial que hacía las veces de centro de información sobre la situación en la costa, pues la piratería no conocía de naciones y podía ser mal momento para llevar sus mercancías tras una incursión de estos o con su sombra amenazante de las velas de semejantes almas errantes sin otro espíritu que el de la sangre, el viento y los instintos más inmediatos. Por ello y tras los informes de los agentes que allí esperaban decidieron esperar al mes siguiente en el que el otoño entraba y las amenazas comenzaban a guardarse en sus oscuras y poco vistosas guaridas siempre sobre altas peñas encaramadas frente a las olas, guardando estrechas bocas de mar inexpugnables a quién no conociese su entrada.
Mulay Sabrum, el jefe de la partida, los reunió a todos en su tienda tras haber departido con los agentes en la ciudad.
- Como ya preveíamos las cosas no aconsejan partir hacía Orán antes de octubre, los piratas están acosando las costas mientras el califa luchas mas al este contra los Gahya. Parece que la suma de fuerzas darán la victoria por segura al príncipe de los creyentes, aunque deben correr los días para que todo alcance la calma que asuste a los piratas; que todos sabemos que estos tan sólo entienden su propia lengua, que no es otra que el terror sin medida. Como ya sabéis todos, antes de la noche todas las mercancías habrán de depositarse en custodia dentro de nuestros almacenes donde disponemos de protección armada. Mientras unos en esto se encuentren, los demás montarán aquí el campamento para las próximas semanas hasta que las condiciones se presten a partir hacia la costa. ¡Vosotros, venid conmigo, he de deciros algo!
Con presteza Tello y Raquel se acercaron hasta él que con un gesto les hizo entrar en su tienda. Hasta aquel momento nadie, excepto su familia, habían podido entrar en aquél santuario para los Sabrum, lugar prohibido para todos los demás componentes de la caravana. No les dio tiempo a maravillarse del espectáculo dibujado entre ánforas a modo de pequeños límites entre estancias a las que acompañaban las alfombras, seguramente persas; era un verdadero palacio, un oasis dentro del oasis exterior, en el que se había pensado hasta en su olor con barras incandescentes olorosas a incienso, incluso un gusto a canela imposible de saber su procedencia arribaba a la boca, haciendo olvidar la crudeza de las largas noches al raso pasadas en las más de 150 leguas recorridas desde Marrakech.
- No conozco vuestros nombres, pues le prometí al buen Ahmad no hacerlo y dejaros en seguras manos a bordo de uno de nuestros bajeles con rumbo a Málaga. Así lo haré, se que sois una mercancía, perdonad mi crudeza, peligrosa y que podría causar graves daños a nuestra familia y a toda esta caravana en la que viven muchas almas que nada conocen más que esto, y en esto desean encontrar el fin de sus días. Por todo lo que os estoy diciendo con mi más absoluta franqueza, aquí quedaréis mientras dure la espera antes de partir a Orán. Seréis los jefes de la partida junto a mi segundo Samuel Leiva que, como las anteriores ocasiones, descansará con su familia en su tienda. Podréis recorrer los alrededores sin problemas, pero cuando Samuel lo indique habréis de refugiaros en nuestra tienda a la que cualquier hombre del Califa o el Visir tiene por norma respetar, pues sabe que nadie se encuentra en ella y su objeto no es otro que indicar quién es el jefe de este campamento. Mientras tanto, mi familia y yo permaneceremos en nuestra oficina dentro de la ciudad. No temáis, nada puede pasaros si cumplís tales normas. Sois protegidos de Ahmad y eso es lo único que importa. Disfrutad de este hogar como si de vuestro hogar se tratase. La paz sea con vosotros.


Sin más abandonó la tienda y tras dar las últimas órdenes a quienes allí quedaban montando el resto del campamento partió junto a los que trasladaban las valiosas mercancías a su almacén dentro de la ciudad. Zahía y Tello se miraron mientras recorrían, ahora ya con la calma propia del tiempo que se adivinaba cual sombra alargada, la tienda compuesta de tres cuerpos, un sueño nunca imaginado cumplir. Hacía ya leguas que sin casi articular palabras sus miradas traspasaban los límites del lenguaje.

- Zahía, vayamos a ayudar al resto de la caravana a montar las tiendas antes de que anochezca.
"Qué bien suena ese nombre en mi boca" pensaba Tello, mientras le retiraba la tela que separaba su mundo real de la realidad imperante en el exterior…

5 comentarios:

Anónimo dijo...

ultimamamente leo tus entradas de dos en dos... y la verdad es que me saben a poco.

Saludos

JoseVi dijo...

Me ha gustado mucho lo de la despedida, me recuerda un amigo del cual me despedi :) y murio a los tres dias. Yo me entere cuando llame a su casa para quedar con el :)

Un abrazo, siento no poder leer todos tus relatos XD

Mar Romera dijo...

No creas que te he abandonado. He decidido empezar al leer el relato desde el principio para no perder el hilo y lo cierto es que ya me ha enganchado. Ni que decir tiene que la época en la que acontece tu historia me encanta y apasiona pero lo que más me gusta es cómo lo relatas: me dejas sin palabras.

Un saludo muy fuerte y te sigo leyendo...

el piano huérfano dijo...

te leo, y te leo dos veces, y te leo y siento cada palabra de lo que escribes, lleva razon lucida saben a poco, siempre hay un punto que quiero mas.
Escribes tán bien, de tu alma y si no dime el secreto...

te mereces un abrazo fuerte amigo

MATISEL dijo...

Aunque estos días estoy más despegada del mundo virtual por problemas con el ordenador, el ajetreo de las fechas y un buen catarro y me es difícil leer y comentar blogs con la frecuencia de antes, me paso para desearte que lo pases lo mejor posible en estas fechas y que el año próximo te sea favorable.

Muchos besos