…Arturo de Las Heras era el típico caballero criollo al que por tal cosa le estaba difícil el acceso a los apetitosos puestos de la administración colonial en su gran mayoría reservados para los "chapetones" venidos de España a pesar de que él y su familia eran de "posibles" gracias a sus padres que habían hecho fortuna en la generación anterior. Hombre de edad madura, rayando los 60 años, y de porte distinguido era de mirada limpia tras sus ojos castaños por los que todo lo que pasara era siempre tasado en calidad y precio por la deformación profesional que tantos años en el negocio de la compraventa textil le había dado por conformar como manía. Como les relato, el aspecto a pesar de su edad ya avanzada en aquella época y tales latitudes era la de un hombre maduro de veinte años menos de los que en realidad portaba, sus trajes sin ostentación mantenían su porte como hombre acaudalado que no pretende avasallar con perifollos sin sentido que anulasen venta o compra posible. Con casi seis pies de altura superaba en algunos dedos a Pedro León y dejaba a Fabián en pequeño con los cinco pies del canario. Un sombrero de jipijapa y una pipa de puro marfil veteado en negruras de tinte africano remataban su cara de ángulos ya derrotados por el tiempo que seguían a su prolongada nariz aún firme sin desfallecer tras seis décadas apuntando alto y con acierto en su olfato hacia las gentes.
Envió a uno de sus esclavos a su tinglado ya en la isla de Calamarí que era donde se ubicaba el núcleo de la ciudad, para que junto a él se llegaran varios esclavos mas con carruajes para transportar el equipaje completo de los León y Bracamonte. Mientras ofreció su carruaje a las damas para que les llevaran a su casa en la ciudad y así tomaran descanso tras el desembarco.
- Daniel, ve con María y los demás a en carruaje mientras Fabián y yo organizamos el trasporte de la mercancía.
- Si, Daniel. Haz caso a tu padre mientras yo me quedo para acompañarles en el traslado. Una vez terminemos nos reuniremos en mi casa. Cenaremos la especialidad de nuestra cocinera y hablaremos de lo que vuestras mercedes deseen. Aunque si no les parece mal creo que tenemos un tema en común que seguro nos interesará a todos.
La palabra “padre” le golpeó en el pecho a Pedro, sonaba muy bien y no pudo reprimir una mirada sobre María que correspondió casi sin parecerlo. Pocos minutos después las mujeres subieron al carruaje mientras Daniel y su hermano Miguel se sentaron en el estribo donde el esclavo gobernaba a los dos corceles tan negros como él. Como los dueños del mundo recorrieron los arrabales de la ciudad en dirección al centro de la villa. Sobre el puente que libraba el caño de San Anastasio y unía asi Getsemani con la ciudad una mirada hacia la trasera del carro por parte de Daniel le mostró el impresionante castillo de San Felipe que parecía querer dar calma y sosiego a los habitantes desde su promontorio. La ciudad se mostró vistosa al recibirles, de calles anchas, sobre sus empedrados resonaban las herraduras de los caballos mezclados con los de otros hermanos de arrastre pues eran muchos carruajes los que se cruzaban. Las fachadas pobladas de balcones abiertos al sol y la brisa que dejaban ver unas rejas del viejo estilo sevillano aunque de factura en madera que al parecer como les relató el esclavo evitaba la oxidación con tanta humedad cargada de sal en el ambiente. Un edificio los sobrecogió quizá de forma diferente pues a pesar de su sublime construcción, sus enrejados y balconadas, sobre el friso de mármol que presidia la puerta lpudieron distinguir el escudo de la Santa Inquisición. En silencio la pasaron sin casi mirar apar él, dejando al pasar el esperado pequeño callejón que llevaba con seguridad a su trasera. Callejón de tales dimensiones para dejar pasar solo el cuerpo sin el corazón y encontrar en su final el maldito buzón donde vomitar el odio y el rencor en forma de muy católica denuncia secreta sobre alguien que no sabría nunca el por qué de su desgracia.
Tras algunos edificios mas adelante, el esclavo guió a los caballos a un edificio de color azul intenso donde ya esperaban otros hombres de su misma condición para dar paso al carruaje a través de los portones del zaguán, con unos estoperoles tan brillantes que parecían haber caído del mismo sol durante un huracán y ya nunca se desclavarían de allí. Bajaron del carruaje que fue llevado otra vez al exterior donde disponían de un pequeño cobertizo donde guardaban este y las caballerías. Un olor intenso a chocolate los fue acompañando al interior de la casa donde una mujer de aspecto afable y de edad similar a Arturo de Las Heras los recibió mientras sobre la mesa de aquél salón enorme que solo podían comparar con el que disfrutaron en Jerez en el cortijo de Agustín Delgado el humeante chocolate los esperaba triunfante. La calma disfrazada de cansancio fue dominando sus cuerpos que cedieron a la tentación de los mullidos sillones, que en nada desdeñaban con los que habría en el propio palacio del gobernador algunos edificios más arriba.
Pedro y Fabián llegaron varias horas más tarde con la anochecida metida ya entre mar y tierra acompañados de Don Arturo que no paraba de comentar las bondades de aquellas tierras y la fortuna de sus huéspedes por haber podido arribar a Cartagena. Los abrumó con sus esperanzas por que aquellas tierras acabasen al fin de desgajarse del gran virreinato del Perú y se consolidase como el de Nueva Granada como ya había sido durante un corto periodo.
- Como les digo, su Majestad determinó el establecimiento del virreinato de Nueva Granada hace algunos años, mas desde Quito y Lima no han parado hasta volver a reintegrarnos este mismo año como parte de su jurisdicción. Esto no es bueno para España y sus dominios pues es demasiada la distancia entre el Perú tan a al sur y nosotros que somos la barrera primera contra el inglés. Necesitamos una administración más cercana que mantenga mejor las soldadas y el empuje sobre las construcciones, pero de momento ha fracasado. En fin, no hablemos mas de todos estos temas que tiempo tendremos, ahora siéntense y sírvanse un poco de chocolate con las deliciosa tortas de cazabe que hace nuestra cocinera. Si me disculpan les tengo que dejar pues me reclaman algunos asuntos antes de que muera el día del todo.
Un poco aturdidos por la verborrea de Don Arturo y sus argumentos sobre políticas que a ellos les resultaban tan lejanas como la tierra de su nacimiento se dejaron envolver por aquel aroma a chocolate y a tranquilidad que presidía la dama que antes mencionamos, mujer que al contrario que Don Arturo trasladaba las grandilocuentes palabras de su marido en suaves gestos y palabras cercanas que compensaban las de este.
- Permítame presentarme, señora. Mi nombre es Pedro León, esta es mi familia a la que ya conoceréis y la del hombre que me acompaña, cuyo nombre es Fabián.
- Ya os conozco pues bien me han hablado vuestros familiares de vuestras mercedes. Mi nombre es Aurora Molleda, esposa de Don Arturo. Me agrada ver caras nuevas que seguro también me traerán nuevas de España a la que dejé cuando era niña.
Pasó el tiempo veloz en aquella compañía en la que todos se daban lo que a los otros les faltaba: compañía, albergue y calor entre los intercambios de nuevas de la vieja España y del Nuevo Mundo que fueron intercambiando hasta que dieron las nueve de la noche en la que como siempre Don Arturo llegaba al hogar azorado y con el trabajo apenas destrincado de su pensamiento. Mientras, Doña Aurora ya daba sus últimas instrucciones a las dos mulatas que tenía como sirvientas para que todo estuviera como deseaba que no era ese día uno más en su casa…
- ¡Buenas noches a todos! ¿Cenamos ya, Aurora?...
3 comentarios:
Ahhh, Blas.....me he permitido unos minutos antes de salir corriendo para perderme en este remanso de paz que es tu blog. Tanto la música( siempre he afirmado que me encanta) como las letras, son la mejor valeriana para mi alma. Y hoy, lo necesito.
Un saludo fuerte.
Pshhhhhhhh, aquí estoy, con mi cafecito de la tarde, dispuesta a deleitarme con la lectura(y la música) again and again. 3...2...1...¡vamos allá!
Como Menda, mañana con mi cafecito de la tarde me pongo al día... lo malo es que ya me acostrumbré a leerte como un buen libro.
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