martes, 13 de noviembre de 2007

Smerwick (2)

Desde la nao capitana los serviolas indicaron la maniobra de fondeo a seguir. Había que ser rápidos y dar “fondo” con el mayor sigilo posible. Los habitantes del pequeño pueblo eran católicos como ellos, estaban seguros que les apoyarían para lanzar a la guarnición inglesa del castillo conocido como del oro.
Los casi mil hombres fueron alcanzando la orilla de la playa pedregosa y poco acogedora. El frío atenazaba sus músculos mas que la propia tensión del combate. Las manos de los arcabuceros intentaban absorber el poco calor que desprendían aquellas mechas preparadas para sus mosquetes.
Al fin James y Recalde pusieron pie a tierra cuando el único cañón que disponían comenzaba a colocarse en vanguardia, empujado por sus fieros servidores, mas fieros quizá por haber dejado su tercio allá en Flandes donde se sentían como en casa a la caza de orangistas.
Las desiertas calles no albergaban tranquilidad. Algunos paisanos ya avisados fueron guiando a los soldados y a los voluntarios hasta alcanzar la antigua fortificación. Situaron el cañón a menos de 400 yardas frente a la puerta de madera robusta pero antigua, preparado para disparar. Los cincuenta arcabuceros pie a tierra divididos en dos grupos a unas 25 yardas a cada flanco de este, preparadas las mechas para hacer fuego. El resto de los soldados rodeaban aquel desvencijado castillo de gruesas y húmedas paredes.
Amanecía ya de forma declarada aunque el sol no era capaz de secar aquellos cuerpos empapados de agua irlandesa.
- ¡Fuego!
El estruendo del cañón despertó al pequeño pueblo al mismo tiempo que tiraba abajo aquel portón de vieja madera.
- ¡Santiago y cierra, España!
Los arcabuceros dieron dos descargas de mosquetes tras de las cuales la carga fue rápida y demoledora. La escasa guarnición inglesa no esperaba aquel ataque, por lo que fue reducida sin heridos por ambas partes.
- ¡Gonzálvez, emplace el cañón sobre aquel promontorio al lado de la torre!. ¡Distribuya las guardias y prepare las defensas hasta que lleguen noticias de la revuelta!
El capitán Alonso de Gonzálvez se puso manos a la obra azuzando a sus hombres y organizando las patrullas de hombres en todo el perímetro de Smerwick. Mientras eso ocurría, el pretendiente James Fitz accedió al castillo con su pequeño séquito.
- Almirante, hace falta enviar hombres a las comarcas limítrofes para iniciar la revuelta.
Recalde, que ya tenía su trasero fogueado suficientemente, no estaba dispuesto a chamuscar este mas de la cuenta por alguien que no fuera Su Majestad.
- Excelencia, mis hombres han puesto a usted y sus voluntarios donde me pidió mi Rey y Señor. Estamos dispuestos a apoyar a vuecencia en tanto veamos a sus compatriotas en la misma progresión. Por ellos y por vuecencia permaneceremos manteniendo la plaza y la posición veinticuatro horas, después de las cuales reembarcaré mis hombres y devolveré mi flota a su dueño y señor que no es otro que Su Majestad Católica.
Ante aquella respuesta el pretendiente, ayudado por su séquito, organizó grupos de voluntarios para iniciar la revuelta. Juan y sus hombres permanecían en la playa como retén de vigilancia de su flota.
Mientras esto ocurría pudieron observar como bajaban los lugareños hasta la pequeña rada, unos con ánimo de pescar y los mas con la intención de entablar conversación.
- ¿Sois españoles?
Aquel hombre, abrigado de harapos lo miraba con admiración y algo de miedo. No es que las ropas de Juan y los suyos fueran de gran lustre, pero eran dignas de quienes la llevaban. Eso junto con el porte y seguridad con que se movían hacía de ellos gentes de “otra dimensión”.
- Si, somos de España. Venimos a ayudaros a conseguir la libertad de la pérfida Inglaterra, destructora de la verdadera fe y de las mas decorosas normas de honor. Queremos la libertad para vosotros y para vuestros hijos.
Aquel pescador con la piel arrugada por las inclementes condiciones en que pescaba, se acarició la barbilla pensativo. Su áspera piel, al roce de sus dedos chasqueaba como la de un fósforo en su caja.
- ¿Libertad?, ¿de que libertad me habla?
Juan no entendió la pregunta, mas bien llegó a ofenderse un poco.
- ¡Irlandés, o lo que quieras que seas!. ¡Tu libertad!, poder sacudirte el yugo de los que te quitan la tierra en la que naciste.
- ¡Humm!. No creo que sea necesario ese esfuerzo.
Con las mismas hizo un gesto a un niño que le acompañaba y se fue con las redes a pescar. Juan no sabia que hacer mientras lo veía marchar como cualquier otro día más.

Mientras, en el Castillo las noticias que llegaban no podían ser mas decepcionantes...

1 comentario:

Anónimo dijo...

Parece que disfrutas escribiendo sobre este tema, tanto como a los que nos gusta este género, leyendolo.
¡A ver que sorpresas nos preparas!!

Mar