domingo, 25 de noviembre de 2007

El Hielo del "San Telmo" (2)

Mientras, el "San Telmo" como navío insignia de aquella pequeña flota de transporte de tropas marcaba el rumbo sur suroeste. A su popa, las fragatas "Prueba" y "Mariana" lo seguían, reduciendo su brioso andar para poder mantener la navegación "en conserva". El que parecía no ser capaz de ello era el navío "Alejandro", otro fiasco de esta monarquía y su gobierno. El ex navío ruso hacia aguas por todas partes, como lo que la flota pretendía en las todavía tierras del Rey, sofocar la rebelión.

Andrés observaba la formación, pensando y recordando todo aquello mientras sus soldados salían por turnos del sollado para airearse, 250 hombres, armas y pertrechos incluidos. La navegación fue la propia de aquella travesía, salvo por el obligado tornaviaje del "Alejandro" que hacia mas agua que millas su tajamar. Conforme la latitud aumentaba en su lento navegar hacia el cabo de Hornos el tiempo empeoraba, parecía un aviso de que “allá abajo” los cuarenta bramantes los estaban esperando para demostrarles quiénes eran los verdaderos dueños de aquellas latitudes.

- ¡Mi brigadier, no parece que nuestro Señor desee que doblemos el cabo!. ¡¿No será mejor arribar a Buenos Aires?!.
Murguía temía que la mitad de sus hombres no alcanzasen el Océano Pacífico en aquella situación, pero Porlier tenia claras sus ordenes y por muy duro que fuera aquel temporal doblarían ese maldito cabo.
- !Mi querido Capitán, no habrá en el infierno bramante que amilane a un navío español!. !Ande, acompáñeme a mi camarote y bebamos un poco de ese aguardiente que arriba el pensamiento al corazón!.
Entre golpes de mar alcanzaron el refugio del camarote del Brigadier, Andrés estaba preocupado.
- Rosendo, con el debido respeto que mereces, la mar esta de “noes”, no soy marino pero ya he navegado como trasporte unas cuantas veces y nunca había visto las cosas como ahora.
Andrés conoció a el Brigadier Porlier antes de la invasión napoleónica y se podía permitir esas confianzas.
- Murguía, que no se diga, ¡ qué pasa!,¡¿ que después de aguantar a los jodidos gabachos en Zaragoza, no vas a poder con un temporal frente a las Malvinas?!. Sabes que Joaquín es un gran comandante, arribaremos al Pacífico antes de que vomites la primera papilla. ¡Anda, bebe antes que se derrame el orujo!.
La seguridad de Porlier lo tranquilizó, un poco ayudada también por los tragos del cazalla gaditano embarcado contra las normas, como era habitual.

Mientras la flota arribaba a duras penas al final del Océano Atlántico, el Paso de Drake los esperaba con armas al punto vestido de amenazante blanco. Parecía que su nombre silbaba, bramaba venganza, entre los bufidos violentos de un viento noroeste como queriendo tomar revancha de su derrota en Lisboa doscientos años antes. La suerte estaba echada, mantener la formación fue todo un triunfo hasta aquel día. Desde aquel momento la libertad se impuso obligando a cada navío a sortear las montañas de agua embravecida como sus alas les dejaran. Pronto la fragata “Prueba” desapareció de la vista en aquel horizonte cuyo color era propio de la noche del juicio final. Las turbonadas no daban descanso a la marinería. El poco velamen desplegado entre el bauprés y el trinquete no era mas que una lona desgajada en jirones de alargada tela, ondeando al mismo tiempo presas de un ataque de epilepsia incontrolada, con los temblores violentos en cada hilo y la espuma que le cedía cada golpe de mar.


El gobierno del San Telmo no existía. Por más que luchaban por mantener al menos un mínimo foque para gobernar cada vez abatían mas y mas al sur. En el sollado la infantería que debía de luchar contra la rebelión miles de millas al norte, luchaba ahora por no sucumbir al pánico a la muerte por aplastamiento en algún bandazo de tantos que sufrían allá abajo.
Varias veces las vergas de la mayor por ambas bandas probaron la sal de aquel paso infernal, cuando aquello sucedía todo el mundo, agarrado adonde fuese, pues era la única forma de afianzarse a la vida, quedaban mudos, expectantes, contando las indefinibles partes de un segundo hasta ver cómo el alma del “San Telmo” permanecía viva y con un lento movimiento volvía a adrizarse de forma momentánea. De pronto un golpe de mar esta vez malencarado y traidor se sintió por la aleta de babor,
- ¡Capitán, el timón, lo hemos perdido!
- ¡Señales, de ayuda!, ¡señales de ayuda a la fragata!

“Mariana”, la fragata que permanecía a la vista en muy poco dio la virada por el viento para aproximarse y larga un cabo. Aquello podía ser el fin de las dos...

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