miércoles, 28 de noviembre de 2007

El Hielo del "San Telmo" (4)

... - ¡No esta!. ¡Ha desaparecido!
Las miradas giraron hacía el Capitán y el Brigadier. Estaban perdidos, la fragata se había esfumado o quizá no era visible entre aquel brutal rescoldo resto del paso de las olas y las crestas que seguían creciendo. Los ojos del quien quedaba en pie aferrado a cualquier madero, escota, aparejo sano, taladraban en dirección norte la densa agua pulverizada, la lluvia que golpeaba como duros proyectiles de mosquete, intentando descubrir una imposible salva de aviso, un destello, algo que los mantuviera unidos a la realidad conocida; detrás, a popa solo esperaba la incógnita cubierta de hielos pacientes y seguros de su presa como imanes ante la viruta del hierro frente a un cañón nuevo.
Don Joaquín , el capitán, y Porlier se miraron, no había futuro a proa, la fragata había desparecido sin estar claro que fuese bajo las aguas o huyendo como le permitía el duro temporal.
- ¡Todo el mundo a cubierto!. ¡Nostramo, con el carpintero, o con quién cojones sea, pero intenten un aparejo de fortuna!
- ¡A la orden...!
La mirada del Nostromo era clarificadora, definitoria y totalmente desalentadora. Iba a ser imposible elaborar algo con la suficiente robustez para resistir aquellas embestidas y mucho más difícil ponerlo a “funcionar” entre aquellos bandazos que en cualquier momento pondría al “San Telmo” quilla arriba. El Brigadier, junto con el capitán del navío se refugiaron en un guardamar del combés haciéndome un gesto para que acudiese con ellos.

- Caballeros, la situación es desastrosa, estos vientos no harán pasar del paralelo 65º. No sabemos lo que nos encontraremos en esas latitudes, eso si antes un trozo de hielo no nos hunde irremisiblemente. Considero que es mas seguro permanecer a bordo que abandonar la nave mientras nos de seguridad . ¿Estamos de acuerdo?. Andrés tu haces casi la mitad de la dotación con tus soldados, es importante que opines. ¿Resistirán tus hombres en el sollado?.

Yo había preparado una carga en medio del fuego continuo de cañones ingleses de una y franceses de otra que nuestros monarcas siempre han sido algo indecisos en sus alianzas, ahora debía planificar lo impredecible en medio de un fragor inhumano, y había que decidir con rapidez y serenidad.

- Porlier, se hará lo que tu dices. Bajaré al sollado para mantener la calma y el ánimo de los hombres. Me quedaré con ellos si no me consideras útil en otro puesto.
- Muy bien es el mejor sitio, vivir o morir, pero con tus hombres. Si se produjese algo en cubierta o fuera necesaria la ayuda de tu destacamento te avisaremos. Mientras, agotaremos las posibilidades de reparar el timón y poner algún aparejo de fortuna. Caballeros, que la Virgen del Carmen nos guíe en tal duro trance.

Nos despedimos con un abrazo como si fuera el último y cada uno se dirigió a su puesto de, me cuesta llamarlo así, “combate”. En el sollado, que mas que sollado aquello era un montón de hombres ateridos de frío y miedo mi presencia sentí que les reconfortó. Intenté ser lo mas tranquilizador en medio de aquellos golpes de mar que hacían que nos fuéramos al suelo a cada momento. Al final tan sólo se me ocurrió que rezáramos el santo rosario; es triste que todas tus esperanzas las deposites en algo intangible y al fin de cuentas arbitrario, pues como dice el Evangelio, “los caminos del Señor son inescrutables”.

Pasaron minutos, horas, no lo puedo concretar pues el tiempo se hacía eterno en la espera por alguna noticia, una lentitud que contrastaba con la velocidad del navío, como alguien que sabe su camino, empujada por esos malditos “cuarenta bramantes” que nunca había conocido pero que había empezado a odiar. En esas estábamos cuando, con un terrible estruendo, algo detuvo a la nave en su anadar lanzandonos a todos unos encima de otros en el sollado, gritos, empujones, mientras un agua helada teñida de sangre comenzó a inundar este.

- ¡¡Todo el mundo fuera!!, ¡¡a cubierta!!
Aquellos soldados nunca se habían visto en aquella refriega, saliendo en fila con el terror empujándoles por aquel tambucho que jamás pareció tan minúsculo. El sollado fue quedando vacío mientras el agua lo inundaba, quedaban dos hombres ya muertos por mezcla de la hipotermia y la pérdida de sangre con sus rostros al fin serenos bajo el agua. Un saliente de algún acantilado había penetrado por el costado de babor como si de un gigante que hubiera hincado su colmillo en la presa. ¡Eso significaba tierra!.

Corrí, corrí lo que mis desgastadas botas me permitían sin resbalar hasta alcanzar la cubierta donde puede sentir el fría aliento del hielo, como si sus fauces ya nos tuvieran a punto de devorar.

- ¡Andrés, rápido!, ¡ hay que desembarcar lo mas deprisa posible!. ¡Nos hundimos!

Como se pudo en medio de aquella debacle, desembarcamos sobre aquella roca que no era mas que un saliente del hielo liberado por el golpe del difunto “San Telmo”. Muchos quedaron por el camino, despeñándose sobre las olas que las remataban sobre los hielos duros como rocas. Aún así pudimos recuperar material en armas y provisiones, lona de vela y demás artilugios que, sobre todo el carpintero y sus aprendices se afanaron por acopiar.
Encontramos una ladera resguardada de los vientos aunque no de su estruendo y no fue necesario decir a nadie que descansara y durmiera. Por supuesto, después de extender las lonas sobre aquel hielo cristalino no se nos ocurrió establecer guardias de tipo alguno. Caímos todos muertos en vida. La resurrección estaba por venir aunque desconocíamos el paraíso al que habíamos sido enviados...

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