…Málaga dormía lejos ya tras dos días de navegación hacia el oeste. La noche terminó con el paso limpio del Estrecho sin novedad de perdida fragata britana con deseos de recobrar alguna deuda contraída más de un mes antes. Antes de que la siguiente noche cerrase de nuevo la limpia vista de la costa gaditana, el 15 de febrero de 1730, el ferro hizo fondo sobre la rada de Cádiz. Noches navegadas inolvidables para el segundo del “Santa Rosa” en las que los riesgos corridos eran compensados por los dulces devorados con ansia entre cuadernas y baos testigos mudos de semejante pasión. Nunca hubieran logrado vivir esos momentos sin la complicidad de Elvira, la hermana mayor, quien conocía a su hermana Mª Jesús y sabía que nada lograría detenerla con razones y argumentos de peso. Esperaba de alguna manera encontrar en la arribada a Cádiz la única razón para acabar con aquella locura, que no era otra que la separación de ambos.
Fondearon en la rada con el atardecer ya vencido, por lo que Daniel decidió proceder a desembarcar pasaje, mensajes y pertrechos al día siguiente. Una cena postrera restaba con la familia Mendoza a cuya cabeza Don Antonio deseaba mostrarse agradecido de nuevo por lo vivido a bordo del “Santa Rosa”. Mientras esto esperaba su turno con algunas horas aún por llegar, Daniel descansaba apoyado entre la balconada de popa y la aleta de babor de su bergantín observando sin deseo las luces de la ciudad que comenzaban a definir su peculiar silueta con la catedral como verdadero referente entre murallas y las pequeñas casas a las que debían proteger.
- ¿Me permitís mirar a mí con vos, capitán?
- Buenas noches Elvira. Por supuesto que sí. El costado de babor es vuestro en toda su eslora.
- No seáis tan generoso, con un pequeño espacio a vuestro lado me valdrá.
Apoyados ambos con la vista a las torres de la catedral flanqueando la cúpula quedaron entre silencios propios, cada uno en su mundo personal que por unos días estuvo unido de alguna forma lejana hasta que con voz suave Elvira rompió tal hechizo.
- Daniel, si me permitís llamaros así después de lo vivido a bordo de vuestro barco, mañana nos despediremos y quizá sea este momento el último en el que podamos mantener una conversación. Me gustaría saber más de aquél remo con el que vos decíais poder tan solo corregir un poco el devenir de la propia vida frente al arbitrio del viento y la vida que es quien os conduce. Habéis demostrado a todos que sois hombre decidido frente a vuestros deseos y vuestras obligaciones, quizá al contrario que yo misma que por mi condición de mujer prefiero guardar tal pala sin golpear este océano vital hasta encontrar al fin la verdadera razón por la que jugarme toda una vida; al fin y al cabo vos sabéis que en nuestra condición un mal golpe de tal podría llevar el desastre en forma de descrédito.
- ¿Qué decís, Elvira? Vuestra mirada es clara y no hay descrédito posible entre vuestros pensamientos aunque los desconozca toda la vida.
- En efecto, veo que los desconocéis y eso me tranquiliza, pero habéis de saber que a veces es el propio silencio el que hace de aldaba ante puertas inimaginables. Os agradezco el valor que de mi tenéis y si queréis leerlo como pequeño golpe de remo os agradecería me permitierais mantener el contacto con vuestra merced. Vos habéis sido el único hombre que me ha tratado como a su igual en la conversación de cualquier tema que surgiera y eso no es algo baladí frente a una mujer que aspira a algo más que lo marcado para nuestro género.
- Elvira, eso sería algo que me encantaría sobremanera, aunque no se qué os puede interesar de un marino que vive sobre la inestable cubierta de un barco y pervive en su ánimo gracias al propio mar que lo sustenta. Es cierto que nunca creí poder entablar conversación con mujer sobre nada de interés verdadero para mi humilde persona y con vos he logrado en pequeños instantes fecundas respuestas. Será un honor para mí escribiros y mayor será el recibir misiva vuestra en apostadero, navío o lugar apartado del mundo donde alcancen las cuadernas del navío que sea en tal momento mi hogar.
Parecía la catedral más alta frente a sus miradas. Un nexo de unión más intenso que el de la pasión fue entrando como una poción indeleble impregnando a ambos del mismo sentir. Elvira prefirió no contarle lo sucedido durante la navegación entre Segisfredo y su hermana esperando solventarlo ella misma cuando partiesen hacia Sevilla.
- Deseo conocer vuestras vivencias, vuestros sentimientos si tenéis por bien confiármelos, todo lo que os pase por vuestro pensar y os plazca tendré grande ilusión por disfrutar leyendo. Por mi parte me tendréis para lo que queráis que discutamos o hablemos sobre tinta y papel entre las escalas que el tiempo y los correos permitan. Algo que siempre nos devolverá a estos momentos en los que creo no equivocarme si os digo que rozan la increíble sensación de camaradería que nadie podría creer entre un hombre como vos y yo misma.
Sin declaraciones de amor, sin caricias físicas que llevaran a más el placer sentido sin más que por sus presencias cercanas y las palabras regaladas entre ambos hizo que los tiempos volaran hasta la hora convenida para la cena. El ágape fue un colmado fin de fiesta tras lo pasado, recordando los combates y las acciones de todos, en especial del segundo comandante del Bergantín que apenas era capaz de asumir semejante homenaje puesta su sien frente al norte magnético de femenina silueta a la que trataba de evitar mirar.
El alba los volvió a recibir en la febril actividad mientras arriaban el esquife, que en primer lugar había de llevar las comunicaciones a Capitanía para después despedir a los Mendoza en su desembarco y partida posterior a Sevilla. Una despedida que fue cortés y con la formas adecuadas mantenidas por todos durante todo el ceremonial. Tan solo Don Antonio que presentía lo que se le podía venir encima a Daniel Fueyo por su actuación en la jornada contra los piratas tuvo un arrojo sorprendente de generosidad.
- Comandante, no olvide que si es necesario testimonio o prueba de su comportamiento frente a esos hijos de Satanás no dude que estaré donde me necesite como usted estuvo en aquél momento.
- Muchas gracias, Don Antonio. Tenga la seguridad de que lo llamaré si se presenta tal necesidad.
Como embarcaron desembarcaron, todo volvió al lugar donde se encontraba antes de arribar a Cartagena mes y medio antes salvo los corazones de ambos oficiales. El del segundo parecía no sentir ni padecer, era como si a cada palada de los remos del esquife un cuchillo rebanara parte de su músculo vital; el del capitán se mostraba sombrío e inquieto por las consecuencias que su informe podrían acarrearle sobre su futuro en el bergantín que ya sentía como parte de si…
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