jueves, 9 de septiembre de 2010

No habrá montaña mas alta...(85)



…El informe fue premonitorio para Daniel. Era consciente que haber jugado su bergantín en pos de un enemigo en franca superioridad fue una temeridad por la que habría de pagar si nadie lo remediara antes de que la sentencia fuera firme. Por lo pronto fue relevado de su cargo como comandante a la espera del consejo en el que dirimir su situación. Al menos su relevo provocó el ascenso provisional de su amigo y segundo del “Santa Rosa”, algo que le llenó de orgullo por sentirse parte de su futuro. Pero el orgullo comedido de Daniel no casaba con la mirada perdida y sin rabia por hacerse con el mando del bergantín correo. Fue una cena bien regada de caldos de la tierra la dio al traste con el secreto que hervía en el corazón de Segisfredo. La taberna “El Volador” atestada de rancios olores a humanidad como prueba de sus calidades culinarias era testigo de la confesión de Segisfredo como verdadera liberación.

Daniel no daba crédito a lo que escuchaba. Gracias a la segunda jarra de vino medio escanciada ya sobre sus gargueros, lo que pudo ser un verdadero enfado entre amigos alcanzó simplemente la categoría de sorprendida decepción. No sólo por la falta de su amigo para con él sino la de su recién admirada Elvira de Mendoza de la que no esperaba tal actuación. Una sensación amarga que le quitó el apetito que poco a poco había recuperado tras desembarcar del “Santa Rosa”.

- Me has fallado, hermano. Tu inconsciencia nos pudo llevar al desastre sin falta de moro o britano apuntando a nuestro barco. Cómo debo decirte que esa mujer no es para ti. ¡Mierda para ti y tus amores sin medida!

- Daniel me hice el firme propósito de cumplir lo prometido pero ella no lo había prometido y así no hay quien ponga barrera alguna a los deseos. Ahora ha llegado el verdadero castigo que no esotra que  la separación. Ella estará en Sevilla a la espera de buen partido que a bien tenga conceder la mano Don Antonio al que mal rayo parta si así lo hace.

- Espero que tal rayo no le alcance, al menos hasta que se dirima el consejo al que tengo que rendir mis acciones. De lo malo espero que te envíen en comisión de correo a cualquiera de nuestras islas del Caribe donde además de tiempo tendrás dulces alicientes con los que tratar de borrar semejante locura de infante malcriado.

- Sé que estás en la razón, más algún día tendrás el mismo sentir y me comprenderás.

Se cumplió el deseo de Daniel y se vio sobre el muelle gaditano despidiendo a su hermano como comandante en comisión hacia Cartagena en el puro Caribe. Debía dejar caudales y documentación de real importancia para así continuar en el reforzamiento de las fortificaciones que, desde la debacle protagonizada en los albores del mismo siglo que nos ocupa por el Barón de Pointis y Ducasse con la toma de la ciudad y el saqueo de esta de forma inmisericorde, no paro de incrementar su podería en baluartes y guarniciones como verdadera puerta al imperio hispano. Daniel que nunca había dejado de mantener correspondencia con su familia establecida en las cercanías de la villa de Magangué aprovechó tal correo como emisario propio enviándoles todo lo que pudo tanto de su propia vida en epístolas sin límite, como de lo que en la vieja España dejaron en forma de obsequios, telas y pequeños placeres algunos del mismo viejo Reino de Asturias que logró conseguir no con pocos esfuerzos.

Los cabos largados ya, dos pequeños lanchones remolcaban suavemente al bergantín que enseguida zafó sus maromas para aprovechar su ligereza de líneas y con la primera brizna de aire coger ya la derrota hacia las Islas Canarias. Mientras Daniel observaba con la envidia propia de lo que podría ser y no es, un correo esta vez a caballo se plantaba en el muelle.

- ¿Don Daniel Fueyo y Liebana?

- Yo soy.

- Este envío es para vos si me permitís.

El correo entregó el sobre a Daniel y tan raudo como llegó lo hizo al partir. La popa del “Santa Rosa” ya era solo un borrón cuando abrió la primera carta de Elvira de Mendoza. Un pequeño zaguán que daba paso a una taberna de no muy buena catadura le permitió sentarse al abrigo del sol con una frasca de vino peleón y leer así aquella sorpresa con la calma de la sed y la sombra garantizada.

Mi querido Daniel:

Perdonad mi impertinencia al encabezar de tal guisa esta carta, pero en verdad sois querido por mí y no me resta en nada de honra y  orgullo malentendido el escribirlo así. Hace ya varias semanas que nos separamos y aún recuerdo los momentos intensos del combate, las conversaciones tantas veces interrumpidas por las comprensibles situaciones que el mando de vuestra nave conlleva. Visto al pasar de los días comparo las decisiones a tomar a bordo con las que se toman en tierra por cualquiera sea el cargo que deba y me maravillo por la dureza de su acción en solitario con la fe del que debe decidir bajo su propio arbitrio sin la debida bendición de quien de seguro os castigará si no es de buen recibo por su parte lo hecho o logrado por vos. Espero que lo que temíais por parte de la superioridad en el Departamento Marítimo no se cumpliese y estéis leyendo estas letras sobre la cubierta del "Santa Rosa".

Son buenos deseos para vos los que de mi corazón salen, aunque hay uno que me atormenta por obtener de vos. Es un deseo de petición de indulgencia por vuestra parte. Han pasado los días y siento que debo ser franca en todo con vos. Por ello he de deciros que entre mi hermana y el segundo comandante de vuestro bergantín las cosas no se detuvieron en su momento sino que continuaron con mi aquiescencia y encubrimiento por evitar males mayores.


Solo quiero que sepáis que necesito de vuestro perdón por haberlo ocultado y por otro lado deciros que tal situación no volverá a suceder, pues en breve se hará realidad la petición de mano de mi hermano por parte de Don Ramiro Marchena, Conde de Monleón, capitán del Ejército de su Majestad. Tras los esponsales su destino será la base naval del Ferrol. Vos valoraréis el comunicárselo a vuestro segundo. Por mi parte solo deseo que olvidéis tan desagradable asunto quedándome a la espera de carta de vuestra merced con tal confirmación.



Vuestra.
Elvira de Mendoza y Dogherty
Sevilla, 5 de marzo de 1730



Mientras tragaba, por no describir de otra manera más literal, el "duro"vino  semi oculto en aquél zaguán, con la mirada trataba de seguir la estela del “Santa Rosa” donde navegaba su segundo en esperanzada singladura por olvidar lo que le acaba de recordar a él mismo Elvira…

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