domingo, 23 de diciembre de 2007

Alejandro (y fin)

...Yo hablaba pero ya no era yo, la carta estaba entre mis manos y simplemente mi voz era la herramienta material con la que Alejandro le hablaba a su hijo perdido hace ya mas de medio siglo. Alejandro estaba allí, tras aquella luz que invadía la habitación como un grito de silencio.

- Mi deuda, Antón, no es aquella promesa que hice al separarnos en aquel muelle abarrotado de gritos, sollozos y dolor. Pasado el Tiempo estoy seguro que tu mismo te habrías dado cuenta que la victoria no estaba en ningún bando. Ganase quien ganase la derrota comenzó al inicio de la guerra. Aquellas horas en las que soñábamos aplastar al terrible enemigo de enfrente acabaron por destruir nuestra generación, por acabar con la tuya, por separarnos para siempre. Mi promesa la luché hasta el fin, caí con dolor, pero con el orgullo de haberlo hecho por ti. Aún luché por sobrevivir varias horas en aquel nido de ametralladoras rebelde, pero fue inútil. Pensé en ti, en tu madre, en lo que había significado tanta furia y orgullo por la lucha de las ideas. El contacto con aquella tierra húmeda por el rocío y mi sangre me abrieron la mente, me demostraron que al final del recorrido solo quedas tu, tu historia y los que amaste. Yo solo me encontré con la tierra por la que creí haber luchado y la sangre propia, pues ya os había perdido. Por eso te quiero dar este paquete que te entregará esta bondadosa persona a la que ya seguía desde que conocí sus andanzas allí, frente a nuestro muelle Churruca, ¿te acuerdas?; en él podrás ver un trozo de tierra en la que dejó de latir mi corazón junto a la bala que lo produjo. Junto a esa bolsita verás tu carta escrita desde Chesterfield aquel febrero del 38 y los anillos de tu madre y mío.





Sin pensarlo mucho, sin saber por qué, le junté las manos sobre el paquete como si creyera que al momento lo abriría. Pudo ser mi emoción, mi estado de nervios pero sentí algo de fuerza en sus dedos. Mire su rostro y las arrugas permanecían aletargadas aunque parecían querer decir algo.

- Antón, tu vida ha pasado por todo lo imaginable, hambre, soledad, pobreza al principio, pero tu corazón nunca estuvo solo, tu hambre sólo fue material, siempre fuiste alguien generoso, alegre y esa forma de ser te trajo el amor y la riqueza de tener lo que todo el mundo sueña y tan pocos alcanzan. Comprendo tu decisión de no tener hijos, tu sufrimiento de pequeño lo justifica. Aún así los tienes, no te has dado cuenta o no has querido hacerlo pero todos esos hombres y mujeres que cada tarde están junto a ti han crecido en tu cariño, han soñado y se han sentido apoyados en ti. Esos son tus hijos, los que te harán inmortal en su recuerdo. Estoy orgulloso de ti y antes de desparecer para siempre de tu vida sólo deseaba que lo supieras, que lo sintieras contado por alguien que tú considerases cercano de verdad. Ahora me iré, no me verás más pues esto sólo ha sido un paréntesis en la nada que me espera al final; la nada que nos espera a todos. Si sales de este trance en que ahora te encuentras intenta hacer todo en la vida real pues el fin llegará inexorable y después no existe mas que el vacío del éter, ese quinto elemento en el que vagamos hasta dejar de sentirnos uno y confundirnos con la vida que continua entre los vivos. Cuando aquí llegues no sufras, pues algo de ti se mezclará entre Amelia y yo y viceversa. Te quiero hijo, y mi orgullo es como la luz de esta habitación, inmenso.

Me levanté, solté delicadamente sus manos y me encaminé hacia la puerta. Al marchar me giré hacia él y me pareció ver que sonreía. Cerré la puerta y me dirigí hacia la salida.

- ¡Perdón, Sr. Arceniaga!
Me detuve y observé que un médico se acercaba a mí.
- Me han dicho que es usted familia y quisiera informarle de la situación de Antón. La enfermedad sigue su curso, pero creemos que de esta se salvará, poco a poco se está recuperando, seguramente mañana le quitaremos la sedación y en breve podrá volver a la residencia. De todas formas, debido a su edad y a la enfermedad todo se puede ir al traste en cualquier momento.
Le agradecí su información y le mentí diciéndole que me alojaba en el Hotel Carlton, habitación 123, para cualquier emergencia. Me alejé en dirección a la salida cuando me crucé con una anciana que lentamente, arrastrando sus pies, caminaba hacia la habitación de Antón. Mientras me sonreía la escuche decir, “adiós, Josu”, incluso creí escuchar “gracias”; enseguida las enfermeras fueron hacia ella, la saludaron y la acompañaron hasta él.

Sonreí. Aquella mujer leería mi carta y cogería el paquete.
Aquella mujer seguro que amaba a Antón.

3 comentarios:

Mar dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Mar dijo...

¡Qué herencia tan inmensa la recibida por Antón, aunque fuera tardía! ¡Qué profundo lo que planteas!
Es precioso este relato.
Me ha emocionado.
¡Gracias por este regalo de Navidad!

Butterfly dijo...

Feliz Navidad y próspero año nuevo... lleno de éxitos y amor!

Perdona que no comente lo escrito, ya me pondré al día leyendo

Un abrazo

Carla