sábado, 1 de diciembre de 2007

El Hielo del "San Telmo" (5)

...Desperté helado, no sentía los dedos de las manos. Un marinero, por orden del Brigadier iba dando culatazos de mosquete a todo el mundo para comprobar el estado de cada hombre. Me incorporé como pude sentándome sobre la lona, la tempestad había amainado en aquel inicio del invierno austral, parecía una tregua, un respiro antes de continuar. Estaban amontonando leña procedente de los restos inservibles del navío en tres montones. Minutos después dos de ellos ardían tímidamente, cogiendo al fin lumbre en cuanto todo el mundo se arremolinó a su alrededor permitiendo que la hoguera se avivase. Porlier se acercó a mi
- Andrés, hay ya doce hombres con síntomas de congelación que no creo que duren hasta mañana. Ha amainado el temporal así que vamos a intentar sacar todo lo aprovechable del barco, quizá podamos construir algo para salir o al menos madera, clavos y lo que sea para aguantar mientras podamos.
- Tienes razón creo que lo mejor será mezclar parte de mis hombres con tus marineros. En dos destacamentos. Uno que vaya al navío contigo y el otro que venga conmigo para hacer una descubierta. Debemos encontrar alguna zona mas al abrigo antes de que esto se vuelva a cerrar del todo.
Así quedamos, los hombres que estaban en peor estado los acercamos a la lumbre y nos despedimos en silencio los tres grupos con el pacto de regresar en menos de cuatro horas allí.

Caminábamos en un grupo compacto de 25 hombres, todos conectados a una de las maromas recuperadas del “San Telmo. La visibilidad era óptima, pero lo valoré como necesario para no perder a nadie por desfallecimiento. Subimos una ladera suave que se hizo eterna, aquellas temperaturas bajo cero mil veces nos hacían perder el sentido de la propia respiración, el vaho caía en forma de pequeños copos de hielo, las extremidades se movían de forma automática sin saber si era nuestras o había algún ser mas arriba que las gobernaba como los títeres que tanto disfrute me provocó en mi infancia.
Al fin alcanzamos la loma cayendo al duro suelo sin importar el frío o el riesgo a quedar congelados. La visión desde allí hacia el sur era algo digno de recordar, aquella isla o punta de continente a la que habían arribado tenía una bahía enorme, abrigada tanto a vientos como a mares bravíos. “Al menos allí abajo estaremos mejor y podremos plantear la salvación”, pensé. Decidí no seguir pues la vista daba por definidas las posibilidades.

- ¡Volvemos al punto de salida!. ¡Andando todo el mundo, que nadie se pare un minuto más!
Horas después todo el mundo se encontraba ya al calor de la lumbre que ahora crepitaba de forma intensa gracias a el material para quemar que trajo el destacamento de Porlier.
Despues de anunciar el descubrimiento comenzamos a preparar la expedición, eso si, antes comimos algo templado que dio unas alas mas por la ilusión de lo que ingeríamos que por lo que calentaban por si mismas aquel agua cuasi fresca con trozos de carne dura como las condiciones que nos rodeaban.


Nos costó casi una jornada completa alcanzar la orilla de aquella enorme ensenada donde montamos un campamento que permitiera unas mínimas posibilidades de supervivencia. Aún así, todo era momentáneo, pues la tempestad entraría de nuevo, el invierno austral estaba en su nacimiento, no existía combustible alguno salvo el propio San Telmo que en pocos días no sería mas que una muesca sobre aquel colmillo pétreo que lo desfondó. Había que tomar una decisión rápida, la que fuera pero que diese alas al pensamiento de los hombres. Por eso, una vez establecido el campamento nos reunimos los oficiales del San Telmo y los míos con el Brigadier Porlier.
- Caballeros, no es necesario que les indique la situación crítica en la que nos encontramos. No nos queda mucha madera para sobrevivir, por la comida no hemos de temer pues hay cantidad de lobos marinos, focas, etc. que cazamos con facilidad. Es el frío el que nos matará...

Porlier, que ya tenía en su cabeza lo que todos teníamos también, pues no habia otra solución, continuó.
- La solución única y con alguna posibilidad es aprovechar al máximo el material del “San Telmo” para poder salir de aquí con el máximo numero posible de dotación y encontrar costa cristiana en la que pedir ayuda.


Porlier quedó en silencio escrutando las miradas de todos, buscando el miedo, la inseguridad o la decisión. Lo encontró todo. Ahora me tocaba a mi, que para batallar en tierra estaba preparado.


- Mi Brigadier, en mi opinión, esta vuecencia acertado al ciento. Cada segundo perdido es una posibilidad de salvación menos, por lo que creo deberíamos continuar acopiando todo el material útil del navío y que la maestranza dirija las labores de construcción de esquifes o lanchas válidas para zarpar de inmediato.


Todo el mundo estuvo de acuerdo, se dispusieron la órdenes y dividimos ala dotación en buenas condiciones en constructores, proveedores de alimento y acopiadores de material. Fue una dura labor que al tercer día ya daba sus frutos, al mismo tiempo que la ventaja de que aquellos infames bramantes nos habían dado amenazaba por terminar...

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