miércoles, 22 de julio de 2009

No habrá montaña más alta (16)


Justificar a ambos lados
- Don Francisco, a pesar de su porte de viejo almirante acabó sentado en una pequeña cinta en otro tiempo de cortantes aristas de piedra que hacía de bordillo ante un portón que se veía trancado desde hacía bastante tiempo. Con la débil luz de un candil que parpadeaba a la vez que temblaba al unísono la mano del criado que lo portaba, Don Francisco leía la carta de su Hija Isabel. La misiva decía algo como esto:



“Padre:
Vos sois lo que más quiero en este mundo en el que me habéis hecho sentir querida y orgullosa de teneros como tal. Mi madre que casi no conocí salvo por vuestras confidencias os tuvo que amar como verdadera flor que espera la salida del sol cada mañana para recoger la fuerza de su calor.



Padre mío, vos sois todo eso que os digo, aunque como sé quien sois y vuestro lugar en la sociedad esta que tantas mentiras aguarda sobre la verdad absoluta, también comprendo que rechacéis de frente con espada al aire y sin temor este golpe que sin desearlo os estoy dando, mas debéis entender que el amor es algo que no entiende de ningún fundamento, como el vendaval que primero suave y tan pronto agreste se cierne contra el débil corazón que no lo espera por ser libre para ser devorado como bajel que, como en tantas viejas historias me relatasteis vos, es engullido sin mas por no prevenir tal contingencia. Diréis que mala hembra soy yo, vuestra hija, por no prever tal hecho, pero ¿se ha de prevenir uno contra la verdad del amor?, ¿acaso la felicidad se construye mediante algún plan preconcebido? ¿O simplemente se encuentra en la siguiente ola tras la última que a su vieja nave casi destruye?



Mi respetado padre, no os aflijáis por esto que ahora os diré, pues no es mi intención traeros mal después de una vida salpicada por tal concepto de forma acechante en cada vuelta del camino. Habéis denunciado a mi amado Juan por el que ya no sabría sonreír si supiera de su mal. Vuestras influencias lo han dejado para que la muerte lenta y dolorosa del banco de una galera o la terrible desaparición encadenado al banco en su naufragio acabe con sus deseos de vida, cosa que lo mismo hará con mi espíritu. Por tal hecho no estoy dispuesta a volver con vos si Juan no es liberado. Os prometo que si garantizáis su vida y le permitís la libertad que vos mismo disfrutáis, volveré por mi propio pie a vuestro lado. En tal caso mi deseo será el que lo aceptéis como vuestro hijo al lado mío o que nos dejéis partir tan lejos como la soberbia de vuestra honra mancillada os permita.



Si tal cosa no sois capaces de disponer no volveréis a saber de mí en lo que nuestras respectivas vidas permitan ser con la venia de nuestro Señor. Tenéis hasta una hora antes del fin de los tres días dispuestos por el alcaide para dar en firme la condena a galeras. Dad vuestra respuesta a María, nuestra cocinera, ella sabrá hacer llegar el mensaje al sitio oportuno.
Padre, pensad en lo que de verdad importa en la vida, que solo es una y a cada instante más cercana al final. Nunca olvidéis que os quiero como a nadie en el mundo.

Vuestra hija.
Isabel de Mallaina y Trujillo
Sevilla, a 2 de Abril de año del Señor de 1669”




Don Francisco quedó inmóvil, tan sólo el flamear del candil simulaba el aspecto de viveza en su piel, pero su mirada perdida, como si tratara de atravesar el sucio pavimento daba a aquél hombre la apariencia de pura catalepsia. La familia de Juan Delgado miraba de forma temerosa la estampa creada de forma tan inusual, alternado con miradas de interrogación hacia mi madre que era la única que conocía el contenido de la carta de Isabel. En esto estaban cuando Don Francisco, como un sonámbulo, sin mediar gesto o palabra alguna, se incorporó y desapareció acompañado por la penumbra de los candiles que portaban sus criados, pequeñas luces irrisorias que lograban distorsionar las alargadas sombras producidas por las pobres antorchas que pretendían iluminar las calles de aquella noche triste. Mi padre quiso saltar y detener la marcha de su antiguo amigo, pero un oportuno tirón en el antebrazo de mi madre lo detuvo. Su mirada le bastó para saber que no debía interrumpir el dolor de Don Francisco.



- Pero Agustín, si así me permite llamarle, ¿Dónde estaba Isabel? Era una niña y no creo que en esta ciudad hubiera en aquellos tiempos, ni creo que en estos tampoco, lugar de refugio para una niña sin que se acabara por saber antes que después.
- Podéis llamarme Agustín si así lo deseáis. Vos habéis estado con mi hermano y sois al fin y al cabo el nexo que tengo con él al que ya quizá no vea hasta dejar este mundo, por lo que para mi sois ya casi como hermana, Doña Maria.



María sonrió de forma suave mientras Agustín Delgado prosiguió con el relato. Sobre el puente de barcas caminaban ya sobre su medianía; el castillo de San Jorge comenzaba ya a ser algo más que un castillo para ser una sombre que empezaba a turbar su alma tras el esfuerzo por recordar lo ocurrido en él medio siglo atrás.


- Mi madre le puso al corriente de todo a mi padre, que entre tanta desgracia creo recordar hasta atisbó alguna sonrisa pues en su sentir fluían los mismos sentimientos que conformaban su forma de ver la vida. Veía el amor de su hijo como el de él mismo sobre su querida Augusta tras el que nada permitió interponer obstáculo. Decidieron esperar al final de los plazos que no llegaban ya ni a las 20 horas. Mientras Isabel, para colmar vuestra ansia de saber su escondite, no fue a esconderse a otro lugar que el que donde vos me encontraron el día de ayer, el Convento de Santa Inés de las Clarisas de San Francisco. Ella siempre fue devota de nuestra Santa y mantenía una relación muy cercana con la congregación tanto por su persona de natural afable y cariñosa, además de por sus donativos a la orden que de recursos le puedo garantizar que nunca hemos estado afortunados.


- Al final Don Francisco se avino a razones o…




- Al principio a razones se avino pero…

3 comentarios:

Armida Leticia dijo...

Desde México, te dejo un saludo, estoy presente, pero a veces no se que comentar...

Anónimo dijo...

Armida, lo precioso en este blog es leerlo y disfrutarlo.....

Así hago yo...........

Anónimo dijo...

Mujer atrevida Isabel, no se esperaba menos de ella.

Besos