viernes, 10 de julio de 2009

No habrá montaña mas alta (12)

Hace tiempo relatábamos de esta guisa

... Inés con suavidad aunque decidida sacó al anciano de los sueños quizá aun rebeldes a su vida real.
- Disculpen, señoras. ¿En qué les puedo ayudar? La hora de confesión es por la mañana…
- No venimos a confesar que ya cumplimos el sacramento de buena mañana. Venimos por una asunto personal que desearíamos saber si vuestra persona nos sacaría de las tinieblas sobre las que nos encontramos.
- Pues vuestras mercedes dirán.
- Por lo que vemos es usted ya persona de larga vida consagrada al Señor y que se la conserve aún muchos años más. Nosotras veníamos buscando a una mujer que hace unos cincuenta años entro a profesar los votos de la religión. Tenemos un encargo de alguien que hace los mismos años debió dejar Sevilla. La caridad que nuestro Señor nos mostros cual teologal virtud nos obliga a cumplir con el último deseo de este señor, hombre bueno y que ya no está entre nosotros. De nombre Juan Delgado con ya más de los 70 años vividos nos pidió desde las lejanas tierras de Asturias que entregásemos unos objetos de incalculable valor humano a una mujer de nombre Isabel de Mallaina y Trujillo…
- ¡Isabel… perdón, la madre Piedad!
Inés y María se miraron con la dicha desbordando sus ojos mientras aquél sacristán miraba hacía la pared entretejida por los hilos que pintaban las fisuras sobre la cal que humildemente vestía la sacristía como perdido entre medio siglo vuelto a encontrar…

Y ahora retomamos con la misma felicidad



…- Entonces, ¿conocéis vos a Doña Isabel?

El sacristán con la mirada en claro retorno hacia viejas ensoñaciones como recuerdos que aún por lejanos los sentía perdidos, lentamente cruzó sus miradas con las de Inés quien era la que en verdad estaba resuelta en su actitud, quedando María a la zaga pero sin perder un ápice la tensión por el encuentro inesperado


- Señor sacristán, perdonadme mi atrevimiento si así lo sentís. Nuestros nombres son María Liébana y una humilde servidora de vos que responde al nombre de Inés de León. Doña María tiene su origen en las tierras del reino de las Asturias y yo vengo desde las tierras de Cuenca, en la Vieja y agreste Castilla.
- ¡Asturias! ¡Juan! ¡Contadme! ¿Vuestra merced conoce a Juan, Juan Delgado? Aunque seguramente ese buen hombre habrá muerto hace años pues ya habrá superado los setenta años y en su soledad impuesta dudo que la vida le haya concedido venías en el tiempo para continuar en su seno.



María sonrió y con gusto le relató su relación con Juan sabedora, por su primera expresión y las que siguieron en el relato de cada anécdota vivida por ella en tan pocos meses, que aquél hombre tenía que ver con Juan. Terminó de relatar al sacristán su historia cuando la hora sexta tocaba a su fin, tres vasos de vino dulce sin consagrar mantenían las gargantas húmedas mientras el tiempo pasaba. Los ojos del sacristán entre brillantes y vidriosos como quienes a punto estuvieren a romper a llorar avivaban y anulaban cualquier interrupción posible por parte de María Liébana.



- Disculpadme señor, mas antes de continuar con esta conversación desearíamos conocer la relación que hubo entre vuestra merced y mi respetado Juan Delgado al que dejé con vida en agosto de este mismo año con una misión encomendada por su parte y que prometí cumplir.
- Perdonadme vos por mi falta de consideración Doña María y Doña Inés pues con la emoción había olvidado presentarme. Mi nombre es el de Agustín Delgado y soy el hermano menor de Juan. Cuando este marchó de Sevilla hace ya más de medio siglo tenía yo diez años. El resto de mis ocho hermanos ya han muerto o partieron hacia Ultramar en busca de un nuevo horizonte que aquí ya no encontraban. Sólo quedo yo aquí y los achaques me iban convenciendo que cada día que nacía era un dedo menos en la mano de mi vida. Os prometo por lo más sagrado que daba ya por perdida cualquier nueva que me diese fe de la vida de mi hermano Juan…


El sacristán ya no tenía la tensión en los ojos pues como cascadas después de chaparrón en primavera toda la tensión desaguó sin límites dejándole abatido pero a la vez relajado entre suaves sollozos. La tarde iba cerrando sus pasos en el otoño sevillano y había que regresar a su hospedaje donde de un momento a otro su hermano Pedro les daría otras nuevas que en un sentido u otro mantenían en vilo a la pequeña comunidad de mercaderes ”textiles”, que no sabían que rumbo tomar ante aquella demora en muchos casos inabarcable.


- Don Agustín, es tarde y se hace hora de regresar a nuestro hospedaje temporal, pues era nuestra intención haber embarcado en la Flota que ya zarpó rumbo a las Españas del otro hemisferio y estamos prontas a saber de nuestro futuro con el regreso de nuestro hermano de Cádiz, donde deseaba encontrar respuesta en la Casa de Contratación. Pero deseamos fervientemente vernos con vos mañana mismo donde deseéis, aquí en este santo lugar o en cualquier otro que permita la conversación pues estamos deseosas de saber qué fue de Doña Isabel y poder cumplir la promesa por él puesta en mis manos y que como tal deseo cumplir.
- Marchad pues, si tal cosa os demanda vuestro ánimo. Os prometo que mañana mismo podemos volver a vernos y también empeño mi palabra en que os relataré las vicisitudes, vidas y lo que mi memoria aún mantenga vivo sobre Doña Isabel de Mallaina y Trujillo. Pero creo que será mejor nos encontremos a este lado del Puente de Barcas frente al castillo de San Jorge ya en Triana. Vuestros pequeños seguro que encontrarán entretenimiento entre las piedras y el rio mientras unen las vidas de éstas con el caudal de éste para siempre, como si de pequeños dioses inconscientes de su juego se tratase. Con vuestra presencia han devuelto a este anciano las razones que casi había perdido por mantenerse despierto en medio de esta vida en la que ya los recuerdos forman parte casi absoluta del pasar entre alba y ocaso.





Se despidieron frente al altar en construcción que respiraba inmóvil entre olores a madera tallada y pinturas aun con el frescor de la primera mano recién dada. María e Inés arrancaron alegres y con la excitación propia de haber logrado algo que ya daban por imposible, casi sin resuello las seguían Francisca flanqueada por las manos de Daniel y Miguel que todavía no alcanzaban a comprender cómo después una tarde aburrida sentados en el banco de una iglesia todo podía ser tan excitante…

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Sigo pensando que es digno de un libro. Sin duda, alguna.

Anónimo dijo...

Ya se echaba de menos...

JoseVi dijo...

Yo alucino :)Tienes una forma de describir los sentimientos, desaguar lagrimas... tengo la idea de crear un libro de aventuras fantastico con todos mis amigos de esgrima y la verdad, podria ser una buena idea.

Un abrazo, me encanta seguir tu ejemplo :)