lunes, 16 de junio de 2008

Oro en Cipango (1)

Corren ya los rigores del verano, a mi sentir más duro que los corridos en mi infancia de Villahoz. Y es que este San Diego de la Españas de nuestro Rey Don Felipe IV es duro con quien ya viste surcos entre la reseca piel como la de este humilde servidor de vuestras mercedes; surcos que no consiguen borrar cicatrices de acero y plomo que me presto a dejar contadas entre pergaminos, si esta vieja salud me deja llegar al final y el bueno de Sebastián se mantien presto a mi lado. Esta maldita gota me está matando y tengo huesos son quebradizos o eso al menos me ha dicho Don Gracián, el cirujano que tenemos el privilegio de compartir toda la villa.

Como les decía, ya están aquí las noches cálidas del verano de este año del Señor de 1634; a mis 65 años mi cuerpo no espera ya nada más que la llegada de la Muerte, que libere este alma a ratos atormentada y a ratos deseosa de volver al reino de los cielos, donde nuestro Señor decidió su condena temporal en este cuerpo maltrecho otrora mas recio y bravío. Será la Muerte mujer seguro de fina estampa, que tendrá a bien ser piadosa dando un rápido salvoconducto sin grandes momentos de dolor a este cuerpo cargado de dolores ya olvidados.


Les había dejado en mi primera historia allá por el año del Señor de 1597 en la hermosa Villa de Acapulco camino a la Ciudad de México. Fue allí donde recibí los primeros años de mi nueva vida como primer Conde de las Islas de Santa Cruz como los sueños cumplidos, soñados después de tantas privaciones, muertes, huidas, duelos y revanchas. Era un noble en una ciudad donde escaseaban los cristianos viejos, donde el dinero casi sobraba frente a un título de nobleza y una prebenda como la mía, otorgada nada menos que por el Virrey de Nueva España Don Gonzalo Méndez de Cancio y Donlebún.

Las “buenas influencias” del virrey me consiguieron una buena casa de dos plantas en la zona más elevada de la ciudad, cercano a todas las “familias respetables” de la capital. El palacio, pues para mi persona así lo sentía, “venía” con tres criados y caballeriza con bello alazán de crines largas y claras. Al principio intenté no dejarme deslumbrar por tanto agasajo, al fina y al cabo mis orígenes fueron los mismos que los de los criados que me tenían por su señor absoluto. Luché los primeros días por hacerles entender que la estancia allí sería para todos lo más placentera posible pero, Dios me perdone cuando me juzgue, me acostumbré a ser el amo y señor.

Acudía a fiestas en las que era invitado como buen partido ante las damitas castellanas en edad de cortejo. Muchas fueron las madres, celestinas que se ofrecían como alcahuetas de sus bellísimas niñas, muchas también las miradas de odio y de rencor por parte de los hidalgos que, aunque cristianos viejos, eran de menor rango y, por ello, “segundos platos” para nuestras damiselas.

Así fue trascurriendo el tiempo desde mi llegada a México hasta el año 1601. Pequeñas expediciones, duro trabajo en la formación de una milicia fuerte, pacificación de zonas rebeldes al poderío de nuestro señor Don Felipe III que en gloria esté, todo ello salpimentado por las fiestas, las bellas mujeres. El hastío me ahogaba, hubo momentos que me soñaba regresado a mi olvidado Villahoz de las tierras del Cid, mis padres, mi familia, la sencillez de las cosas. Todo aquello se borró en aquel año del señor de 1601, un rayo cegador anuló mi voluntad de discernimiento. Una mirada felina, sabedora de las debilidades de un hombre se posó en mi rostro para no dejarme a voluntad mía…


4 comentarios:

Anónimo dijo...

Es Martín de Oca ese hombre arrugado que ha aparecido como caido del cielo?
Ya se esperaba un (1) por estos lares... ahora nos saciaremos de buenas letras hasta (y fin).

Gracias

nomada empapado dijo...

Está siendo un auténtico descubrimiento tu blog, un lujo de escritura e ingenio.

Armida Leticia dijo...

Gracias por esta otra aventura, en el siglo XVII.

Saludos desde México.

Silvia dijo...

Antes de engancharme a las andanzas de Don Martín de Oca, quería conocerle un poco y me leí sus primeras aventuras.
Ahora estoy enganchada a este hidalgo castellano.
Gracias