lunes, 30 de junio de 2008

Oro en Cipango (7)

...Pocos hombres quedaban con vida, pocas razones encontraban los heridos de muerte a su fin anunciado, las mismas pobres razones que los indígenas huyendo sin saber a quién habían hecho enfurecer para recibir semejante castigo. Después de asegurar nuestro pequeño asentamiento, intentamos socorrer a tanto herido y recuperar el armamento desperdigado en el campo del combate a muerte que había sido aquello horas antes. Al fin encontramos a Don Fadrique Román, con una herida de muy mal aspecto en su pierna derecha. Por suerte el cirujano que los acompañaba desde la partida estaba en buenas condiciones así que trasladamos a Don Fadrique sobre unas parihuelas y al Cirujano, casi a empellones, lo enfrentamos con la triste razón de su existencia, sierra, láudano y aguardiente. La amputación estaba servida.

Con la aquiescencia de don Juan de Arana decidimos establecer nuestro campamento, durante al menos dos semanas, hasta estar en condiciones de regresar a la Capital con la seguridad garantizada ante posibles nuevos ataques de los indígenas de aquellas tierras. Hombres estos rudos, a los que respetaba como demanda la buena ley ante quien se defiende y lucha por lo que considera suyo. Lástima que el mundo gire en el mismo sentido, sentido que no ofrece grandes posibilidades al débil. Mundo que se rige por la razón del vencedor. A Nuestro Señor rezo y agradezco que nos tenga en su regazo de gloria y nos de la fuerza para alcanzar la victoria. Aunque también creo que su Grandeza estriba en su postrer castigo a quienes no se deban a la piedad y la comprensión del que se tiene enfrente. Este mundo que gira cruel en manos del Santo Oficio y de la ceguera que produce la intolerancia nos acabará trayendo desgracias a nuestra España. El que esto lea de seguro se santiguará asustado, pero a estas horas finales de mi humana existencia nada me importa decir sin temor a ser preso, pues ya de la Muerte lo soy y a ella sola espero.

Pasaron varios días sin ataques, las tropas sanaron y Don Fadrique se restableció ya tullido y con un humor de perros, cosa que Don Sebastián Vizcaíno me confirmó ya tenía con ambas piernas. Tanto el maestre tullido como mi señor, Don Juan, entablaron buenas migas, cosa que no me dio grandes elogios hacia el tullido. Don Juan convocó una reunión a la que los cuatros nos vimos enfrentados.

- Bien, caballeros. La derrota habremos de olvidar, pues es hora de recuperar la iniciativa y dar el justo castigo a estos ignorantes del verdadero Dios.
- ¡Si señor! ¡Ese ha de ser el proceder antes semejantes bárbaros, cobardes en su emboscada y ruines en su avidez de sangre española!
- Perdonad mi atrevimiento maestre Román, no hay mejores hombres ante una emboscada que los nuestros en Flandes, ni aguerridos y bravos guerreros en un abordaje que nuestro marinos. Solo habéis de preguntar a los holandeses o a los britanos cuando estos últimos enseñan la popa ante el mínimo atisbo de lucha entre penoles.

La mirada de Don Fadrique terció en banda de picas, su piel enrojecida bramó
- ¡Quién sois vos! ¡Acaso un indio disfrazado de lustroso español! ¡Vive Dios que esa chusma no son humanos de talla sino gente de morralla!
Iba a contestar, mas un suave golpe en mi hombro por parte de Don Sebastián dio paso a zanjar aquella peligrosa disputa.

- Caballeros, dejemos a nuestros enemigos el valor de su arrojo y no permitamos que nos dividan por tan pequeña disputa.
- Don Sebastián lleva razón en sus palabras. Dejemos tales ofensas sin sentido y continuemos con lo que verdaderamente nos interesa. La situación parece ya normal. Los hombres que tenemos listos para continuar son ya mil quinientos, por lo que dispongo que con mil partamos Don Fadrique y mi persona hacia la capital, mientras vos, Don Martín y vos, Don Sebastián, permaneceréis con los demás para mantener ocupados a los posibles enemigos durante nuestra marcha. Quizá recuperemos algún hombre más en vuestra espera que no ha de ser menor de una semana y mayor de dos.

Iba mi carácter y mi espíritu, cada vez mas enconado hacia la persona de Don Juan por tantas otras razones, a responder ante tal estúpida estrategia, cuando un gesto de Don Sebastián me hizo retroceder.

- Bien nos parece, que ambos caballeros de relevancia sois para nuestra España y nuestro Virrey y tal escolta merecen vuestras personas. Nosotros os cubriremos la marcha y antes de dos semanas alcanzaremos la capital.

El rostro de don Juan era una mezcla de sorpresa, enfado y asentimiento.

- Bien dicho queda, o así lo parece. Esta misma tarde partiremos hacía la Ciudad de México para dar cuenta al Virrey de la situación. Don Martín, considero que Sebastián, su
Alférez dirija nuestras tropas hasta allí.


Con el atardecer, en la cobarde oscuridad pude ver alejarse a nuestras gallardas tropas al mando de dos hombres a los que ya nunca tuve por bravos españoles, sino verdaderos cortesanos que al amparo de la noche huían. Aquella mala imagen quedó borrada al instante, quinientos bravos, Don Sebastián Vizcaíno y yo nos valíamos ante cualquier reto que Nuestro Señor pusiere frente a nos. Montamos las guardias como era menester; sin cirujano mas parecido a carpintero, pero con las pocas nociones que había aprendido entre los pobladores de aquellas tierras fuimos recuperando a los heridos y dando cristiana sepultura a los que abandonaban aquella tierra aún indómita a pesar de nuestro dominio...

5 comentarios:

Silvia dijo...

Enganchada estoy a las andanzas y a la persona de don Martín. Aunque he de reconocer, que ese don Sebastián Vizcaíno, recién llegado, se me antoja un personaje muy atractivo.
Un abrazo

Anónimo dijo...

Pues fíjate que a mi me está pasando igual que a Silvia, ese Sebastián promete...

Alicia Abatilli dijo...

Me gusta lo que dices de que el mundo gira siempre en el mismo sentido... para pensarlo.
Es muy interesante lo que nos estás dejando día a día. ¿En qué momento escribes tanto?.
Un abrazo.
Alicia

Sarela dijo...

Juglares y Trovadores que pintan la vida de sueños
son nuestros dueños.

De palabras no escuchadas,
de esfuerzo no reconocido,
de promesas incumplidas,
de regalos no entregados,
de letras desconocidas,
de manos no apretadas,
de frialdad inmerecida,
de enfados inapropiados,
de mensajes perdidos,
de indiferencia,
de eterna espera
y
de la lágrima que es cadena
y
del amigo que es torpedo en la línea de flotación,
como sólo puede él serlo.

Necesitamos el sueño para trocar en sonrisa tanto sin sentido,
para achicar del alma la tristeza,
para desterrar el egoísmo.

Juglares y Trovadores, Poetas y Narradores, creadores de sueños son…

Armida Leticia dijo...

Te dejo un saludo desde México.Como siempre, es un placer leer tus historias por las descripciones, la narrativa... gracias por compartir tu talento.