...fueron días, semanas que ya rayaban el mes en los que mi vida transcurría entre una amanecida violentamente dulce unas veces, sensual y sin tapujos mojigatos otras y la dura milicia con el anciano Don Juan de Arana, un hombre que se hacía respetar ante mi y mis hombres de forma un tanto risible por cortesana y poco aguerrida. Aquello provocaba instantes de hilaridad entre los soldados a los que debía de atajar al látigo. Mi pensar no dejaba en ningún momento de refugiarse en los recuerdos de la última velada con mi musa invisible a los ojos de nadie mas que mi persona y la espera ansiosa por retornar a su abrigada rada, donde hacer ferro a la merced de sus brazos.
Las citas pasaron de la continuidad casi diaria a ser mas espaciadas en el tiempo. Esto, al principio comprensible por el decoro de no ser descubiertos, acabó por convertirse en tortura propia del Santo Oficio. No entendía aquellos rechazos que alcanzaban a trastocar mi ser y mi ánimo, provocando comportamientos hacia mis soldados que nunca hubiesen creído ellos ni yo mismo de mi persona. Mi simple y primitivo razonar en asuntos de mujer no me ayudaba a descubrir aquella estratagema tan bien calculada. Con valiosos agasajos en los que mi alma atormentada por su indefrencia, obligaba a mi cuerpo a desprenderse de grandes tesoros, muchosde ellos de incalculable valor personal, que pasaban a sus delicadas, pero expertas manos en el arte del encantamiento amoroso.
Mi fiel Sebastián volvía, cuando mi humor se lo permitía, a la carga contra aquella relación propia de un enfermo para el que sus males solo la cura de soledad darían remedio. Mas de una vez lo maltraté, lo vejé sin miramiento alguno hacia su lealtad. Es triste arribar a viejo para comprender que la pasión sin medida solo alcanza su a saciarse con la muerte o la destrucción del alma y la vida, máxime si frente a ella pervive la crueldad perversa de la manipulación.
Sirio debía estar alumbrando en aquellos momentos, la canícula en el mayor de sus apogeos martirizaba mi ya dañada sesera mientras cabalgaba a lomos de Rebeco en dirección a la Villa Rica de la Vera Cruz. Hacía dias que nos habían llegado mensajeros con el aviso de la salida de las tropas prometidas por nuestro Rey a las órdenes de Don Fadrique Román; a este pequeño ejército lo acompañaba Don Sebastián Vizcaíno que en aquella Villa se encontraba. Marchábamos al encuentro de aquellos hombres para darlos escolta y guiarlos hasta México. A cuatro jornadas de marcha o quizá cinco, mi cansada mente no es capaz de recordarlo con nitidez, uno de nuestros exploradores nos alcanzó para darnos aviso de que las tropas estaban a menos de un día de allí.
Mandé dar aviso a todos los hombres y nos pusimos en orden de marcha para alcanzar cuanto antes a aquellos hombres. Varias leguas recorridas después un soldado moribundo sujeto a su caballo por las riendas enredadas entre su armadura nos hizo temer lo peor. Después de reanimarlo conseguimos saber que había sido atacados por indígenas emboscados mientras caminaban sin guardia ni protección como las ordenanzas obligan. Aquellos Viejos Tercios no sabían que su fama de invencibles no era conocida en esta parte del Imperio, no hicieron caso a Don Sebastián y cayeron como infelices imberbes recién alistados en la última leva.
Nos aprestamos al combate o a salvar lo que de aquellos infelices quedara. Pífanos al viento y con los tambores a plena función marchamos veloces hacia donde aquel superviviente nos indicó. Tras la loma la lucha continuaba enconada, la pólvora de los escasos arcabuceros en pie hacía estragos entre los indígenas, mientras los pocos piqueros resistentes hacían lo propio defendiendo a los primeros.
- ¡¡¡Santiago y cierra, España!!!
Sirio debía estar alumbrando en aquellos momentos, la canícula en el mayor de sus apogeos martirizaba mi ya dañada sesera mientras cabalgaba a lomos de Rebeco en dirección a la Villa Rica de la Vera Cruz. Hacía dias que nos habían llegado mensajeros con el aviso de la salida de las tropas prometidas por nuestro Rey a las órdenes de Don Fadrique Román; a este pequeño ejército lo acompañaba Don Sebastián Vizcaíno que en aquella Villa se encontraba. Marchábamos al encuentro de aquellos hombres para darlos escolta y guiarlos hasta México. A cuatro jornadas de marcha o quizá cinco, mi cansada mente no es capaz de recordarlo con nitidez, uno de nuestros exploradores nos alcanzó para darnos aviso de que las tropas estaban a menos de un día de allí.
Mandé dar aviso a todos los hombres y nos pusimos en orden de marcha para alcanzar cuanto antes a aquellos hombres. Varias leguas recorridas después un soldado moribundo sujeto a su caballo por las riendas enredadas entre su armadura nos hizo temer lo peor. Después de reanimarlo conseguimos saber que había sido atacados por indígenas emboscados mientras caminaban sin guardia ni protección como las ordenanzas obligan. Aquellos Viejos Tercios no sabían que su fama de invencibles no era conocida en esta parte del Imperio, no hicieron caso a Don Sebastián y cayeron como infelices imberbes recién alistados en la última leva.
Nos aprestamos al combate o a salvar lo que de aquellos infelices quedara. Pífanos al viento y con los tambores a plena función marchamos veloces hacia donde aquel superviviente nos indicó. Tras la loma la lucha continuaba enconada, la pólvora de los escasos arcabuceros en pie hacía estragos entre los indígenas, mientras los pocos piqueros resistentes hacían lo propio defendiendo a los primeros.
- ¡¡¡Santiago y cierra, España!!!
Aquel grito al unísono fue determinante entre los nuestros y entre los indígenas, nosotros a una como bloque, ellos en retirada con la rabia de haber sentido el roce de la victoria por unos instantes. Allí conocí a Don Sebastián Vizcaíno, hombre que devolvería mi vida al lugar de donde nunca debió salir...
3 comentarios:
Buen relato, con dos puntos de vista, el de los vencedores y el de los vencidos...
Así se escribe la Historia de las naciones.
Un fuerte abrazo.
Como toda historia... Hace tiempo que no podía tener este gusto de leerte.
Es un placer esta nueva historia.
Un abrazo Josu.
Alicia
Es verdad Lola, así fue la conquista de América, con dos puntos de vista.
Voy siguiendo esta nueva aventura de don Martín.
Saludos y un abrazo.
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