martes, 10 de agosto de 2010

No habrá montaña mas alta... (78)



…Segisfredo, cubierto por sus compañeros que combatían a popa del Santa Rosa tuvo el tiempo precioso para preparar el material explosivo en una pequeña mochila a modo de macuto. Tras hacer esto se preparó, asiendo con una mano  una de las frascas incendiarias, haciendo firme en una de las escotas del palo mayor para lanzarse desde la galleta de éste hasta donde le alcanzara el impulso sobre el jabeque argelino. Con el sable envainado y un cuchillo de abordaje entre los dientes voló en silencio entre los que vendían caras sus vidas sobre cubierta.

Nadie lo vio, hacía ya casi una hora que la batalla estaba concentrada sobre el mismo lugar sin avance o retroceso, la propia calma de la mar parecía desear que así fuera sin inmiscuirse con oleajes y vientos que perturbasen el odio y la violencia desatadas. Quizá fuera por tal cosa, pero el segundo logró alcanzar la cubierta algo mas allá del pequeño castillo de proa. Antes de que uno de los marineros se diera cuenta ya tenía el cuello abierto al cielo por el que fluía sin obstáculo su pobre vida con derrotero ignorado. Con el mismo silencio comenzó a bajar hacía los sollados donde encontrar la santabárbara no sin antes largar las frascas incendiarias entre él y sus enemigos a proa del jabeque.

El fuego, aliado esta vez de los nuestros comenzó a hacer su trabajo sin tregua ni compasión. La brea alquitranada pegada a sus víctimas de madera, lona y cabo trenzado ganó en tamaño. El grito de alarma no fue necesario, el empuje argelino sobre el Santa Rosa decayó, su navío estaba en verdadero peligro y había que sofocar semejante desastre. La debilidad de los corsarios fue trasformando el puro estado de resistencia de la dotación del Santa Rosa en carga y ataque sobre el jabeque.

Mientras, Segisfredo no lograba encontrar lo que buscaba en el interior del jabeque; humo, tensión y el puro deseo de supervivencia le ofuscaban la vista sobre el depósito de pólvora y balerío en el que detonar los artefactos montados por el artillero de segunda Manuel Paredes. Al final decidió llevar la explosión a lo más profundo del jabeque colocado las tres bombas sobre la carlinga del palo mayor. Paredes le había dicho que tendría dos minutos hasta la explosión por lo que prendió las mechas con fe en lo dicho por el éste y tras ello comenzó una loca carrera hacia cubierta.

Entretanto sobre la popa del Santa Rosa solo quedaban algunos corsarios sin mas fe que la del que se sabe obligado a combatir por no morir tras sus líneas como desertor. Daniel ordenó a sus hombres estar listos para deshacerse del bauprés del jabeque a hachazos y maniobrar con el Santa Rosa hasta poder apuntar con sus cañones sobre la cubierta y destrozar al enemigo a base de metralla. El momento llegó, los corsarios, muertos sobre la mar o renqueando sus heridas sobre el jabeque liberaron al Santa Rosa; fue un instante entre tantos infinitos tiempos sable en mano lo que costó cortar el bauprés y liberar el bergantín.

- ¡Segundo! ¡¿Dónde está el segundo, Nostromo?!

- ¡No lo sé, capitán!

- ¡Capitán, está en el jabeque! ¡Se lanzó sobre este cargado de bombas mientras manteníamos la lucha!

- ¡Mierda! ¡No podemos esperar! ¡Prosigamos con la maniobra hasta plantar el costado a su nave!

Con el temblor en sus piernas por matar a su amigo sin remisión, Daniel escrutó con su largomira la cubierta del jabeque donde reinaba el caos y el desorden plagado de pánico que un incendio a bordo de nave acaba siempre por provocar. No estaba allí. Mientras Segisfredo desconocía ser buscado subía las escaleras hasta cubierta como ángel atrapado en el infierno, un ángel al que uno de los hijos del diablo atrapó y plantó su sable sobre su camino obligando a detener la huida. La furia, la ceguera del odio, la presión por la segura muerte que acechaba sobre sus talones lo hizo combatir sin pensar, sin calcular distancias, impulsos y reacciones contrarias. Quizá fuera eso o quizá otro ángel custodio inesperado pero el sable logró clavarse sobre el estómago del pirata. Corrió hacía cubierta donde el disfraz del caos general logró hacerle pasar desapercibido salvo para el largomira de su amigo y capitán que reconoció a quien no atendía el incendio.

- ¡Atención, cañones a la espera de mi orden! ¡Mientras hagan fuego de mosquete a quien tengan a tiro!

Seguía la huida de Segisfredo cuando una explosión sorda brotó desde el interior del jabeque a la que siguió el estruendo más sosegado pero si cabe más desgarrador de la caída del palo mayor sobre los hombres que trataban de apagar el fuego, un aparejo mayor que se convirtió en leño que añadir a semejante fuego. Segisfredo en la explosión y posterior caída del palo mayor sufrió el empuje de ambas cosas cayendo al agua herido en la cabeza por varios trozos de madera afilados como cuchillos, causa de tantas muertes en los combates navales de este siglo. Como pudo se aferró a varios restos de madera mientras con la poca consciencia que ya le restaba se amarró a ellos sabedor que su vida eran tales restos, dejándose al arbitrio de quien tuviera el designio divino de reconocerle para su salvación.

- ¡Allí, capitán! ¡El segundo esta sobre aquellos maderos!

Era Paredes que lo buscaba también.

- ¡Arriad la lancha y sacadlo de allí! ¡A mi orden fuego de artillería!

En los minutos que duró la maniobra de alejar a Segisfredo de la zona de combate la situación dio otro bandazo. El jabeque comenzó a escorar por su estribor mostrándoles a los hombres del bergantín la cubierta. De pronto observaron un pánico distinto, los corsarios comenzaron a lanzarse al agua mientras su capitán como poseído por viejos demonios gritaba y señalaba a los que aún trataban de pagar el fuego que lo hicieran sobre algo dentro de la nave.

- ¡Maniobra de alejamiento del jabeque! ¡Todo a estribor! ¡Vamos, largad todo el velamen que sea posible!

Lentamente el Santa Rosa comenzó a mostrar su dañada popa sobre el jabeque mientras los hombres de la lancha de rescate de Segisfredo hacían lo mismo. Fueron segundos después de esto, quizá algún minuto, cuando el resplandor quiso competir con el mismo sol. La onda expansiva hizo mella sobre los pocos cristales de la balconada del bergantín mientras la pura explosión de la santabárbara a la que no llegó Segisfredo convirtió en polvo el jabeque. Habían sido más de cuatro horas de muerte y destrucción por sobrevivir. Pero no estaba todo acabado.

- ¡Nostromo, con el carpintero y el calafate quiero el recuento de daños antes de que alcancemos a la polacra y su captor! ¡Virada a babor! Esta vez el barlovento lo llevamos nosotros!

- ¡Capitán, tenemos muchas bajas y sin empezar el recuento creo que los daños son importantes!

- ¡Vos seguid con lo que os he ordenado! ¡Llevamos la victoria sobre alguien superior en los labios y eso nos dará alas contra los que se planten a nuestra proa!

“Si son como todos cortarán los cabos de remolque y escaparán, si no, que la Virgen del Rosario tenga a bien apiadarse de nuestras almas” Tales pensamientos eran los que afloraban en la mente de Daniel. Segisfredo ya recuperado observaba junto a sus salvadores la maniobra

- ¡Van contra la polacra! ¡Es muy arriesgado!

Un trueno se escucho más al sur sobre el que perseguidos y perseguidores giraron sus cabezas, la suerte estaba echada…

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