viernes, 27 de agosto de 2010

No habrá montaña mas alta...(83)



…la mañana abierta en ciernes permitía distinguir el Cabo de Gata que se erigía como señor de la costa tras la inmensa bahía de los genoveses, viejo nombre para una vieja historia repetida en nuestro mismo relato, la piratería. Casi seis centurias habían pasado desde que Castilla y Génova unidas por el báculo del papado juntaron más de doscientas naves en aquella espectacular bahía para combatir a los piratas berberiscos. Seis centurias han pasado desde aquello y la lucha continúa quién sabe hasta cuando.

El encuentro con el comandante para su segundo fue algo embarazoso pues deseaba ocultar lo sucedido en aras de evitar lo que sabía sería un grave percance en la navegación. Prefería Segisfredo solucionar aquella situación él solo, aunque no estaba seguro de que decisión tomar. En soledad tenía claro el golpe de timón frente al vendaval de sentimientos, mas frente a su mirada el corazón retomaba el mando de su nave sin poder variar una cuarta de su enfilación.

Como pudo trató de evitar el roce con la familia de los Mendoza, durante la mañana procuró descansar de su guardia de noche y en cuanto se sostuvo sobre sus pies fueron los calafates y carpinteros los que sufrieron tales consecuencias sumergidos entre reparaciones y limpiezas de sentinas, pañoles y todo lo que tuviera media astilla revirada sobre su natural descanso. Esto hizo que su aspecto fuera de la tensión al abatimiento sin razón, ciencia o ley que lo regulase. Tal actividad y situación le sirvió para evitar la cena en la cámara con su amigo y los Mendoza, algo que comenzó a hacer pensar a su comandante y amigo Daniel, que no tardó en sospechar y confirmar tales indicios.

La noche ya cerrada mantenía la calma de la anterior velada igual que la tensión también se afincaba entre los nervios de Segisfredo. Aprovechó la entrada de guardia de su segundo para sacar la conversación sobre lo que comenzaba a atormentar también a Daniel Fueyo.

- Hace varias horas que doblamos el cabo, el Estrecho lo tenemos directo a proa, lástima que haya que hacer recalada frente a Málaga. Al menos aumentaremos así el andar de nuestro bergantín cuando dejemos esta tediosa navegación en conserva. Tengo ganas de arribar a Cádiz y dejar por fin a tanto paseante estirado; me da igual que empeoren con eso las cenas de postín con que nos regala el mismo que así se estira y volvamos al rancho  de marinería.

Segisfredo no hablaba mientras miraba de forma continuada la débil luz de la candela que alumbraba al compás.

- ¿Segis?, ¿vives?

- Si, perdona Daniel, es que tengo la cabeza algo embotada entre la brea y…

- ¿Y la dama sin nombre, no? Mira Segis, creo poder comprender tus sentimientos y trataré de respetar lo que por tu interior corra, pero estas a bordo de mi barco y no te voy a recordar de nuevo el riesgo a que te expones y expones a tus compañeros de navegación. Por ello, como comandante de esta nave, si no arreglas tal situación me veré obligado a arrestarte y si mas difícil me lo pones, serás confinado en Málaga para tu traslado Cádiz en otro buque como prisionero a la espera de consejo en el Departamento.

- Se que tienes razón, pero no soy yo el que sube de noche en mi cuarto de guardia. De todas formas y ocurra lo que ocurra, te prometo que trataré de romper este maleficio si osa aparecer esta misma noche sobre la toldilla. Confiad en mi, Capitán.

- Recuerda que estamos en zafarrancho y la falta es muy grave por abandonar la guardia. Por favor si tienes dudas, hazme llamar, no es deshonroso pedir ayuda cuando el peligro que acecha es superior a la respuesta que uno puede ofrecer.

¿Peligro? Cómo podía describir a esa mujer como peligro si era lo más sereno y bello que había conocido, alguien que le transmitía la paz que nunca tuvo. No podía pensar, debía actuar sin otro argumento que la lógica de su amigo y superior o todo se vendría abajo, lo sabía pero como el águila bicéfala su mente se partía en miradas opuestas.

- Daniel, gracias por la oportunidad, no te fallaré.

Pero, al mismo tiempo que se lo decía a su comandante dudaba el mismo de cuanto decía.

La guardia transcurrió serena, nada perturbó el lento discurrir con rumbo a Málaga y el alba del 12 de febrero despertó sin novedad. Hablaron Daniel y Segisfredo pasando las novedades y tras ello el segundo se dirigió sin perder un segundo al pañol donde se almacenaba la lona y cabuyería bajo el castillo de proa. Aliviado por haber pasado la noche sin tener que enfrentarse a sus sentimientos, se puso a inventariar el material almacenado mientras esperaba al maestro cordelero con el que completar el trabajo. pero sucedió lo que no se plantea posible, quien allí acudió no fue el maestro cordelero sino la encarnación de sus temores más íntimos encarnados en Mª Jesús de Mendoza.

- ¡Vos aquí! ¡Marchaos, podrían vernos y sería el fin! …

Ella no le dejó terminar lo que también en su interior alumbraba como señal de alarma. Sin lecciones aprendidas, con la experiencia virtual de la pasión sentida, el golpe del tambucho al cerrarse abrió la espita del deseo contenido sin límites.

El pequeño candil testigo del encuentro daba fe con su luz sobre este. No había lugar ni tiempo para respuestas ni explicaciones mientras parecía que el mismo Poseidón con el oleaje como premio llevó a ambos cuerpos sobre la lona hecha a conciencia para soportar vendavales, temporales de viento agua y sal, y ahora convertida en lecho y testigo del huracán humano.

Dos almas de vidas tan distintas ahogándose entre infinitos besos, recortando curvas de piel como cabos sin esperar por la llegada a ningún puerto. Pieles recorridas sin carta o derrota que defina el rumbo, cálidas lomas en su ascenso que al culminar volcaban el suspiro entrecortado de un corazón ahogado en pálpito sin tiempos ni esperas. La mar, mientras, corría entre ellos separada tan solo por la débil madera del “Santa Rosa” arrullando en su fluir como si deseara ser el ungüento sanador ante aquel arrebato.

Nombres repetidos entre cada beso, entre cada golpe de pasión hasta que una explosión como golpe puro de pantoque sobre mar brava levantando espumas y olas sobre las propias del mar derrotó sus fuerzas retornado la calma sobre el velamen al que nunca sus maestros veleros pensaran sufrieran semejante temporal de sudor y piel.

El silencio acompañado del continuo rumor de la mar los acompañó mientras los pensamientos regresaban a sus mentes. Miedos que como un ejército a la ofensiva se abalanzaban sobre sus pensamientos. Ambos sabían que aquello sería un sello lacrado en sus almas tan imborrable como mácula en el sol de sus respectivos sueños.

- Mª Jesus… No se…

- No hables, Segisfredo. No estropees este momento que quedará con nosotros para siempre. Te lo dije la otra noche y te lo repetiré mil veces si fuera preciso. No tengo explicación ni razón alguna, solo sé que nada me podrá separar de ti en mi corazón. Lucharé por nuestra unión de la forma que fuera, más si como mi padre desea, es otro con el que he de compartir mi vida, esta dejará de serlo pues todo lo que mueven mis ánimos, la vida real por la que uno siente ya perviven en ti y morirán fuera si así ha de ser.

La roda del Santa Rosa pareció certificar tal sentencia hincando su hierro sobre la mar devolviéndolos a la realidad. Guardando los miedos se despidieron en el pañol, Elvira debería estar impacientándose ante su falta mientras trataba de mantener al cordelero entre banalidades a las que no debía negar éste su atención por ser dama de alto rango…

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